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martes, 28 de abril de 2015

Pretéritos (In)definidos

                         Una de las características más peculiares de la Postmodernidad es la ausencia de sentido evolutivo o histórico en sus planteamientos. La Postmodernidad considera así que ha llegado al fondo (¿absoluto?) de cualquier cuestión estética, ética o filosófica. De esta manera, cualquier producto aparecido durante la evolución histórica es susceptible de ser deconstruido en sus componentes “prístinos” y exhibido delante de un fondo objetivo y vacío de contenido. Se habría llegado así al final de la historia, y cada cual construiría a voluntad sus narrativas, artísticas, filosóficas, científicas o del tipo que fuera. La consideración de cada época para con épocas anteriores conforma muy significativamente uno de sus aspectos básicos. Así, la razón de ser del Renacimiento fué el redescubrimiento de la Antigüedad Clásica, cuyo legado escrito había pasado mayormente a lo largo de la edad media recluído en monasterios. En música, el interés por las obras del pasado se remonta a menos de doscientos años atrás, cuando Mendelssohn dirigió la pasión según San Mateo del “redescubierto” JS Bach en 1821. Unas pocas décadas atrás, los clásicos vieneses (Haydn, Mozart, Beethoven) habían iniciado el estudio de la música de Bach y Haendel pero más como modelo del cual extraer lecciones, especialmente de contrapunto y fuga. Schubert fue un profundo admirador de Beethoven como éste lo había sido de Mozart, pero ambos consideraban a sus ídolos como contemporáneos y no como representantes de una época anterior (de hecho, Schubert falleció solamente un año más tarde que Beethoven). El primer compositor que consideró su situación histórica en referencia a sus predecesores fue, claramente, Brahms. Esta consideración estaba en parte asociada a su interés en la renovación de formas periclitadas (así el passacaglia que aparece en su cuarta sinfonía) y la imagen -que siempre lo acompañó en vida- de compositor “del pasado” en contraposición a las “músicas del futuro” de Wagner y Liszt. El postromanticismo (modernismo, Belle Epoque), a pesar de su conciencia de final de época (o quizás en parte debido a eso) incidió en el retorno al pasado (el “retorno a Mozart” de R. Strauss, el “retorno a Schubert” de Mahler, el “retorno a la naturaleza” –con un sempiterno fondo wagneriano- del Modernismo). Cuando, después de la I Guerra Mundial, aparecen el neoclasicismo y los nuevos objetivismos, a pesar de la ruptura que suponen respecto del pasado inmediato, un aspecto permanece: el interés por un cierto tipo de pasado (no remoto ni primigenio como en el modernismo sino el más concreto de la música barroca y clásica). La vanguardia post II Guerra Mundial decreta de nuevo un olvido del pasado inmediato del cual solamente reivindica e impone el dodecafonismo, ahora convertido en serialismo. El dodecafonismo, en un intento de superar por un lado la tonalidad y por otro los desarrollos, prohibía la repetición de una de las doce notas de la escala antes de que hubieran aparecido, de alguna manera, las otras. El serialismo parametriza todos los elementos musicales en pos de una unidad interna que llega a ser inapreciable por el auditor. En los años 60-70 la vanguardia post-bélica se ablanda y, a falta de un desarrollo o una evolución concreta a la que adherirse, la postmodernidad entra en escena, llegando a la crisis actual. ¿Cuándo llegará de nuevo la evolución en forma de trans-Modernidad?

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