Una de las características más peculiares de la Postmodernidad es la
ausencia de sentido evolutivo o histórico en sus planteamientos. La
Postmodernidad considera así que ha llegado al fondo (¿absoluto?) de cualquier
cuestión estética, ética o filosófica. De esta manera, cualquier producto
aparecido durante la evolución histórica es susceptible de ser deconstruido en
sus componentes “prístinos” y exhibido delante de un fondo objetivo y vacío de
contenido. Se habría llegado así al final de la historia, y cada cual
construiría a voluntad sus narrativas, artísticas, filosóficas, científicas o
del tipo que fuera. La consideración de cada época para con épocas anteriores
conforma muy significativamente uno de sus aspectos básicos. Así, la razón de
ser del Renacimiento fué el redescubrimiento de la Antigüedad Clásica, cuyo
legado escrito había pasado mayormente a lo largo de la edad media recluído en
monasterios. En música, el interés por las obras del pasado se remonta a menos
de doscientos años atrás, cuando Mendelssohn dirigió la pasión según San Mateo
del “redescubierto” JS Bach en 1821. Unas pocas décadas atrás, los clásicos
vieneses (Haydn, Mozart, Beethoven) habían iniciado el estudio de la música de
Bach y Haendel pero más como modelo del cual extraer lecciones, especialmente de
contrapunto y fuga. Schubert fue un profundo admirador de Beethoven como éste
lo había sido de Mozart, pero ambos consideraban a sus ídolos como
contemporáneos y no como representantes de una época anterior (de hecho,
Schubert falleció solamente un año más tarde que Beethoven). El primer
compositor que consideró su situación histórica en referencia a sus
predecesores fue, claramente, Brahms. Esta consideración estaba en parte
asociada a su interés en la renovación de formas periclitadas (así el passacaglia que aparece en su cuarta
sinfonía) y la imagen -que siempre lo acompañó en vida- de compositor “del
pasado” en contraposición a las “músicas del futuro” de Wagner y Liszt. El
postromanticismo (modernismo, Belle
Epoque), a pesar de su conciencia de final de época (o quizás en parte
debido a eso) incidió en el retorno al pasado (el “retorno a Mozart” de R.
Strauss, el “retorno a Schubert” de Mahler, el “retorno a la naturaleza” –con
un sempiterno fondo wagneriano- del Modernismo). Cuando, después de la I Guerra
Mundial, aparecen el neoclasicismo y los nuevos objetivismos, a pesar de la
ruptura que suponen respecto del pasado inmediato, un aspecto permanece: el
interés por un cierto tipo de pasado (no remoto ni primigenio como en el
modernismo sino el más concreto de la música barroca y clásica). La vanguardia
post II Guerra Mundial decreta de nuevo un olvido del pasado inmediato del cual
solamente reivindica e impone el dodecafonismo, ahora convertido en serialismo.
El dodecafonismo, en un intento de superar por un lado la tonalidad y por otro
los desarrollos, prohibía la repetición de una de las doce notas de la escala
antes de que hubieran aparecido, de alguna manera, las otras. El serialismo parametriza
todos los elementos musicales en pos de una unidad interna que llega a ser
inapreciable por el auditor. En los años 60-70 la vanguardia post-bélica se
ablanda y, a falta de un desarrollo o una evolución concreta a la que
adherirse, la postmodernidad entra en escena, llegando a la crisis actual.
¿Cuándo llegará de nuevo la evolución en forma de trans-Modernidad?
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