Cuando Teenetes apareció por la esquina de la bocacalle que había enfrente
mismo de la parada del autobús la asamblea levantó un murmullo de aprobación.
Primula y Octopa, especialmente, mostraron su alegría por la llegada de quien
consideraban el alma de su grupo. Con Teenetes las cosas tomaban vida y nada
alrededor parecía indiferente a sus disquisiciones. En la parada, como cada día
a esa hora, un abuelo esperaba con impaciencia la llegada del transporte, pese
a lo intempestivo del horario. No para cogerlo, sino para extraer un ejemplar
gratuito de la prensa del día con que la empresa de transportes obsequiaba a
sus usuarios. Cuando el autobús apareció a lo lejos, el iaio empezó a impacientarse y no se sosegó hasta que pudo conseguir
su botín gracias a la complicidad de una usuaria con aspecto andino, quien
renunció así a su obsequio. El conductor connivió con toda la operación, que
acabó otorgando así el periódico a quien no era usuario de la línea. Hipostarco
tomó entonces la palabra y comenzó así el diálogo con esta observación: -“Lo
que habéis observado no es un hecho aislado, sino que cada día tiene lugar
puntualmente. Y cuando la cómplice del abuelo no es la chica andina la persona
que la reemplaza le suele alargar un periódico y tomar otro para ella. ¿Qué os
parece, pues, mejor y más deseable: la justicia social que ofrece periódicos a
los viajeros o la caridad que procura un ejemplar al viejo no viajero? –“La
caridad no es necesaria cuando la justicia social se imparte de forma equitativa, Hipostarco”
–dijo el joven Epistaxio- “y el hecho de que nos hagas esta pregunta responde a
la cuestión sobre el estado de la justicia social en nuestra sociedad”. –“Pero
nota bien, Epistaxio” –prosiguió Teenetes- “que la mujer andina renuncia a su
obsequio y anula así la injusticia social que tu pareces advertir en el hecho
que denuncias”. “Todo depende de la percepción cultural desde la que observemos
el hecho” –terció Octopa, que hasta entonces se había mantenido en silencio
mientras se mostraba muy atenta a las palabras de los dialogantes-, “Los
pueblos afectuosos como los andinos
perciben al abuelo como un ser necesitado de cariño y es por ello que realizan
de forma natural su obra de caridad. No ven tan claro el tema de que el
periódico es un servicio que se ofrece a los viajeros y que se está
perjudicando a uno de ellos. Un centroeuropeo percibiría injusticia donde un
andino percibe caridad.” Teenetes recogió la última aportación: -“dices bien,
Octopa: yo añadiría que la justicia social viene a ser un trasunto masificado y
despersonalizado de la caridad. Es absolutamente necesaria, pero también lo es
la caridad, que transforma, al revés que la justicia social, que simplemente
corrige.” No había acabado su frase Teenetes cuando el bus llegó a la siguiente
parada y allí lo tomó Olecrania, cuya unión al grupo provocó una reacción
positiva en Teenetes. –“Sé bienvenida, Olecrania, y toma asiento entre nosotros
uniéndote a nuestra conversación”. Olecrania mostró en seguida la fina ironía
que hacía las delicias de Teenetes: -“No sabía, Teenetes, que estabas
promoviendo los diálogos peripatéticos motorizados!”. –“Sí, es un homenaje
conjunto a Platón, Aristóteles y General Motors, una nueva experiencia
sinestésica”, terció rápidamente Teenetes devolviendo la ironía. –“Promuevo
estos diálogos pero veinticinco siglos más tarde que nuestros antepasados, en
una época post-kantiana, post-existencialista y, ad fortiori, post-moderna”, siguió Teenetes. –“Y post-gödeliana, no
lo olvides, Teenetes”-añadió Dioscorides. -“Así, los principios de la lógica
aristotélica han pasado a no ser más que un caso especial de algo más extenso
que los engloba”. –“Pero entonces ¡¿ya no hay nada sólido bajo nuestros pies?!”-concluyó,
consternado, Podialgio; -“¡Ya no podemos confiar ni en el viejo Platón!”.
Olecrania rió para sus adentros mientras Dioscorides frenaba los impulsos
desaforados de Podialgio: -“No saques conclusiones chiripitifláuticas de la
chistera de la práctica común, amigo Podialgio!. Como bien sabes, el buen
Albert Einstein, firme visionario de nuevos mundos pero huésped permanente de
otros mundos viejos, ideó un experimento teórico con el que, por reductio ad absurdum, desbaratar el
edificio de la indeterminación de los físicos cuánticos”. –“Todos conocemos la
historia del gato de Schrödinger, ¡oh, Discorides!”, -contestó Podialgio.
–“Pues bien, podemos construir aquí también un modelo gatuno del conocimiento”,
-siguió Dioscorides. –“Todo acto de conocimiento es un colapso; una mera foto
del gato entrando por la ventana. En cuanto el gato entra, la estancia cambia
completamente. En otras palabras, el conocimiento modifica nuestra manera de
aprehenderlo. Y la gente, en la vida diaria, cree a pies juntillas que su
mecanismo de aprehensión y de percepción queda invariable ad infinitum después de cada acto de conocimiento. Los filósofos
que nos han precedido, los de la
Postmodernidad, han ido más allá y han aprendido que no existen hechos
(gatos) sino interpretaciones (estancias). Esta constatación, Podialgio, es la
que provoca en ti la náusea que hace poco has experimentado. Para tu consuelo
puedo añadir que la única medida es el grado de cambio de una estancia a la
siguiente: lo que llamamos evolución, que no se mide frente a un fondo inmóvil
de estrellas fijas sino comparando estados sucesivos”. –“Tus oscuras metáforas,
Dioscorides –sugirió Teenetes-, más que ilustrar despistan a la concurrencia ya
que ¿cómo medir las diferencias entre dos estados sucesivos sin contar con la
existencia de un invariante con que cotejarlos? El tartamudo Diaximenes, que
hasta entonces no había tomado la palabra, reaccionó por fin al último
comentario: -“buen Tee-e-e-netes, por querer sa-a-a-alir apresuradamente de la
post-mo-mo-mo-modernidad ¡no caigas tú también en la tra-a-a-ampa de la
regresión a la moderni-ni-ni-nidad! Como el agudo Diosco-co-corides insinuaba
hac-c-c-ce poco, los filósofos de la post-modernidad han v-v-vivido una época
post-gödeliana y ellos mismos han consta-ta-ta-ta-tado lo que el brillante
matemático y el no menos brillante lógico Tarski int-t-t-tuyeron en sus campos
de acción: no existen si-si-si-si-sistemas que puedan, por sí mismos,
autoexplicarse ni autom-m-m-mesurarse. Cualquier sistema precisa apoyarse en un
me-me-me-metasistema para sostenerse. Los postmodernistas decían que no existen
metaposiciones; los transmodernistas decimos que t-t-t-t-to-toodo son metaposiciones”.-“En efecto, sabio Diaxímenes,
y lo divertido del caso –añadió Olecrania-, es que este argumento, o alguno
parecido, ha sido empleado a la vez por los místicos orientales y los nihilistas
occidentales a lo largo de los siglos”. –“Todo, entonces, es incierto!”
–Podialgio volvió a panicar-. El autobús llegó por fin a la villa Paprika, propiedad
de la encantadora Primula. Los viajeros, tras descender del autobús, fueron
conducidos a los baños en donde realizaron sus pediluvios, y posteriormente,
tras cambiar sus túnicas, hacia la suntuosa estancia en donde una exquisita
cena había sido servida. Los comensales se aposentaron entonces y siguieron con
sus afiladas conversaciones menos Teenetes, que se retiró discretamente a
meditar a sus aposentos.
2 comentarios:
Fratello,
Apuesto a favor de la usuaria de aspecto andino, creo que sin la caridad no existiría la justicia social porque aquélla la precede en el tiempo. Primero han de concienciarse las personas de que existe algo tan valioso como el prójimo, luego ya tomarán forma las distintas caras de la caridad para poner los cimientos de lo que ha de ser la justicia social.
Dices que el conocimiento modifica nuestra manera de aprehenderlo. Tengo mis dudas, ¿no será que somos nosotros los que modificamos el conocimiento y, con ello, la manera de aprehenderlo? No sé, debería reflexionar más sobre ello. Sólo tengo claro que el experimento de Schrödinger es un claro ejemplo de gato encerrado, para el cual exijo su inmediata liberación.
Totus tuus,
fp
Fratello,
Creo que la caridad y la justicia social son cosas que poco tienen que ver... ahora veo una ligazón de este tema introductorio con el resto del diálogo (eureka!): la caridad, como el conocimiento, transforma al sujeto, cosa que no hace la justicia social, que es un logro socio-cultural conseguido por la sociedad...(ha colado?).
Libero ipso-flauto el gato encerrado, pero me reservo un conejo suplementario en la chistera. Próximamente en esta su pantalla amiga.
Nihil obstat
fp
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