De vez en cuando –en esos momentos que
las filosofías orientales denominan de conexión- veo con pretendida claridad el
aroma de las cosas (¿la “idea clara y distinta” de Descartes?). Es entonces
cuando lo intento plasmar, de sopetón, por escrito, en términos racionales, y
ya tenemos una nueva entrada en el blog. Quizá una simplista clasificación de
las personas puede distinguir entre aquellas que quieren cambiar el mundo y
aquellas que quieren entenderlo (la mayor parte, evidentemente, se reparte
entre ambos cometidos). Los que quieren cambiarlo ya poseen un claro sistema de
coordenadas dentro del cual cartografían la realidad. Los que quieren
entenderlo se preguntan constantemente por la naturaleza de tal sistema de
coordenadas. Los primeros poseen una cognición inmediata que les permite pasar
a la acción sin más contemplaciones mientras que los segundos resultan más
pasivos porque cuestionan las coordenadas a las que parecen verse sometidos. Mirado
muy superficialmente parecería que buena parte de los científicos pertenecieran
más al primer grupo mientras que los filósofos al segundo. Al menos los
científicos dedicados a lo que Thomas Kuhn llamaba “ciencia normal”, es decir,
los que descubren cosas dentro de una cartografía predeterminada. Los que
inventan cartografías nuevas, evidentemente, pertenecerían más al segundo
grupo, así como buena parte de los filósofos. La distinción se hace más
importante en nuestros días, cuando un gran cambio, que afecta a nuestras
cartografías, se está produciendo en nuestro mundo. Y este gran cambio es el
paso de la racionalidad a la trans-racionalidad. Como en todo proceso de
crecimiento, estamos atravesando una crisis inflamatoria que da lugar a una
ultra-racionalización, y también una crisis existencial -a la que llamamos
posmodernidad- que nos impide mirar hacia adelante. Las ciencias de la
naturaleza hace mucho tiempo que parecen querer abrirse a la transmodernidad.
Los enfoques holísticos de la mecánica cuántica, la ecología, la holografía, la
teoría del caos, la cibernética, la fractalidad, los sistemas disipativos, la
autopoiesis y el modelo Gaia dan debida cuenta de ello. También la filosofía
hace un siglo (de Wittgenstein a Rorty) que debate sus límites –y más dos
siglos que se pregunta sobre la posibilidad de que la mente no sea transparente
(Kant)-. ¿A través de qué metaparadigma analizo yo el mundo? Pues a través de
uno extrapolado de la Modernidad, con su correspondiente trans-Ilustración.
¡Soy absolutamente incapaz de creer que la evolución pueda parar por haber
llegado a un punto final en que se han descubierto todos los secretos del
mundo!
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