Acabo de leer el primer tomo de
“Posmodernismo: la lógica cultural del capitalismo avanzado” de Fredric
Jameson. A pesar de su edad (1991) creo que sigue siendo una muy buena
referencia para entender nuestra situación actual en cuestiones estéticas y de
otros géneros. Y lo es, entre otras causas, porque atiende a diversos puntos de
vista. Es una descripción de la posmodernidad desde la propia posmodernidad y
también desde la modernidad. Las consideraciones de Jameson entroncan más con
las de la Escuela de Frankfurt (con la que le une una cierta visión marxista de
la sociedad) que con las de los postestructuralistas como Lyotard o Derrida
(aunque de hecho no llegue a una descripción demasiado diferente de la que
proponían estos últimos autores). La crisis de la historicidad es analizada
pormenorizadamente para no dar lugar a dudas sobre la propia naturaleza de la
posmodernidad.
También he leído un libro publicado en una época similar al
anterior, “El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin” de Alessandro Baricco.
Aparentemente se trata de un librito sobre la posición de la música “clásica”
en nuestros días, aunque su autor parece tener un barullo mental considerable
(para empezar llama “modernidad” a lo que a todas luces parece ser la
posmodernidad). Baricco sospecha acerca de la ahistoricidad de nuestro momento
pero no llega a plasmar claramente este síntoma. Para él –y en eso puedo
coincidir- el corpus canónico de las obras de la música solamente pueden
revivir con la interpretación, que debe ajustarse a los oídos del presente.
Cuando Baricco lanza su machete contra la “nueva música” (se refiere primero a
la Escuela de Viena pero acaba poniendo a gran parte del S XX en este apartado)
y la contrapone a la “música ligera” que según él es la única que está viva en
nuestro entorno uno no puede por menos que constatar cierto espíritu
reaccionario o, cuando menos, una aproximación muy superficial al fenómeno
musical. El autor justifica la aparente involución o falta de evolución
contemporáneas comparando nuestra situación con otras épocas. Así, recuerda que
el clasicismo vienés de Haydn y Beethoven resulta mucho más “simple”
armónicamente que la música del Renacimiento flamenco o incluso que la del propio Bach
(¿Por qué, entonces, Bach nos parece más moderno que Josquin o Haydn que Bach?).
Cuando Baricco considera a Puccini como “el primer autor de música ligera” o a
Mahler “el primer compositor de música de cine” la confusión no hace más que
crecer. La única ventaja del libro es que es corto. A propósito: muchas veces
me pregunto como es posible que artistas comprometidos con la pintura o la
poesía más rompedora (si es que éstas aun existen…) sean incapaces de aproximarse
a la música contemporánea e incluso la consideren como una tomadura de pelo.
Después de todo Webern o Boulez se sitúan en las mismas coordenadas que
Mondrian o René Char.
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