En el mundo de las ciencias físicas,
químicas y biológicas se suele hacer una distinción entre dos perspectivas con
las que considerar los objetos/procesos motivo de estudio. Se trata de la
aproximación termodinámica y la aproximación cinética. El primer punto de vista
considera estados (normalmente iniciales y finales) especialmente por lo que a
situaciones energéticas se refiere mientras que el segundo considera procesos
que tienen lugar en el tiempo. El paralelismo con las visiones filosóficas de
un mundo objetual-pre-definido y un mundo procesual-por-construir es evidente.
La visión termodinámica parte de una idealidad atemporal e inmutable (el mapa
energético). Nuestra tarea consiste entonces básicamente en cartografiar
cuidadosamente nuestra situación. La visión cinética construye una realidad
temporal que cartografía nuestra situación con marcas breves que desaparecen
como estelas en la mar, parafraseando a Machado. Evidentemente estas visiones
se han enriquecido con la evolución de nuestro conocimiento y hoy en día la
teoría del caos tiende un puente entre ambas aproximaciones. Las nuevas
ciencias de la naturaleza nos muestran un camino evolutivo a seguir en otros
ámbitos del pensamiento. Nuestra sociedad insiste hasta la médula en el tema de
que el futuro está abierto y no hay que anticiparlo sino construir la realidad
conforme ésta se desarrolla. Estoy de acuerdo con esta idea, siempre que nos
situemos en un contexto amplio y realista (los intentos, insistentes también
hasta la médula, de hacer creer a todo el mundo que es un genio y que con
voluntad se puede hacer cualquier cosa tampoco son demasiado higiénicos
mentalmente hablando y siempre responden a operaciones mercantilistas). Pero
nuestra sociedad, en los ámbitos de acción más diversos, dicta unas intenciones
y practica fuertemente las contrarias. El futuro está abierto pero el espacio
mental está tan fuertemente cuadriculado que esta apertura corre el riesgo de
colapsar. Hoy en día a cualquier profesional basado en la comunicación (desde
los profesores hasta los periodistas, desde los gestores culturales hasta los
servicios de atención al público) le vienen impuestas unas directrices
normalmente generadas por un burócrata que se cree muy listo por haber leído
–sin haber comprendido- cuatro libros representativos. Cuando un departamento
de enseñanza insiste en la forma en que hay que enseñar a restar a los niños de
6-7 años (“nunca substrayendo, siempre ascendiendo de la cifra menor a la
mayor”) o indicando de qué manera se debe deconstruir una pieza artística (“un
cuadro es la suma de un marco, unos colores y una forma”) no hace más que
cerrar el futuro por colapso del presente. Oremos para que la podredumbre de la
modernidad (o sea, la postmodernidad) consiga un catártico efecto de lanzarnos
hacia la trans-modernidad. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario