Vistas de página en total

viernes, 1 de enero de 2021

2021

 



               El año que ha acabado pasará a la historia crono-local como un año diferente y muy malo. Sin saber qué pasará en los próximos años intento ponerme en una posición no crono-local y observar desde lejos nuestra época. Los granes cambios históricos vienen acompañados de calamidades, muy a menudo provocadas por la humanidad, como guerras, o en algunas ocasiones por otras circunstancias como sequías o glaciaciones. En esas circunstancias en que la población se diezma, las semillas de lo nuevo suelen enraizar más fácilmente, un proceso un poco a la Darwin. Nuestra catástrofe particular (y no sabemos si es natural o provocada) se llama COVID19. Ha acabado con millones de personas, ha perturbado profundamente las economías y ha afectado a muchas manifestaciones culturales y sociales. Pero también nos ha dado más tiempo para estar con nosotros mismos, para vivir la vida de forma menos frenética y para modificar profundamente nuestros usos de manera que nos ha hecho distanciar de determinadas cosas que nos parecían grabadas en piedra y sin alternativa clara. Las calamidades provocadas que nos rodean son numerosísimas, empezando por nuestro fracasado proyecto de conservación del medio natural. Otra calamidad que parece en aumento son las fuerzas de la reacción que, con nuevos pero fácilmente reconocibles disfraces vuelven a ponerse en pie. Sirva la epidemia para que lo nuevo -lo nuevo que represente evolución y ampliación de conciencia, claro está- pueda enraizar sin necesidad de más calamidades. Para que nuestras conciencias puedan avanzar si no a la velocidad de nuestras tecnologías si lo suficientemente rápido para que éstas no se giren en contra nuestra, cual moderno aprendiz de brujo. Para avanzar necesitamos un poco de todo y lo mejor de nuestro pasado y nuestro presente. Este año mis deseos musicales de Año Nuevo son piezas de piano:

-Para que durante la reforma de la racionalidad no perdamos su mejor parte.

-Para que las emociones nos hagan sentir más humanos.

-Para que razón y emoción sean manifestaciones de lo mismo.

-Para que la imaginación siga ayudándonos a avanzar.

--Para que la elegancia nos acompañe en todo momento.

-Para que la magia nos siga embrujando.

-Para que sigamos creyendo en el futuro.

-Para que sepamos integrar cuerpo, alma y espíritu. 

Bon Any 2021 per a tothom!!

viernes, 18 de diciembre de 2020

Conferencias

 


         Hace pocos días asistí virtualmente a una conferencia sobre “la historia de la verdad y la posverdad” impartida por un filósofo local. El ponente refirió el concepto de posverdad a la subjetividad y las emociones, ciñiéndolo a la postmodernidad y evitando las acepciones del empleo vulgar del término con sus evidentes conexiones con términos populares como el de “fake news”. Cuando le envío por el chat una cuestión referida a la conexión entre la evolución de los términos “verdad” y “realidad” tal como se ha ido redefiniendo en el último siglo por el último Wittgenstein, Heidegger o Rorty me doy cuenta de que no me entiende. Responde que las verdades de las ciencias hipotético-deductivas no tienen nada que ver con las emociones y que el último Wittgenstein se acercaba mucho a una especie de visión mística. Uno de los dos no ha entendido nada (¿¿yo??) aunque bien puede ser que nuestras emociones den cabida a formas múltiples de (post)-verdades. Se non e vero é ben trovato!

jueves, 17 de diciembre de 2020

Ludwig van

 


         Las efemérides, de las que tanto nos hemos alimentado en los últimos 20 años, tienen la misión de celebrar a un personaje o un hecho ilustres. Y este celebrar lleva implícita una valoración o, mejor, una actualización, una revisión o un replanteamiento. Las efemérides también sirven para fomentar la divulgación de figuras que los cánones culturales consideren lo suficientemente importantes o significativas como para recordarlas a nivel general. En este proceso de divulgación se da -necesariamente, casi podríamos decir- una simplificación que en algunos casos llega a alimentarse de tópicos o lugares comunes. Y los tópicos se suelen dar de narices con las actualizaciones o las revisiones. Hoy hace doscientos cincuenta años del bautizo de Herr van Beethoven y me resulta particularmente interesante comparar nuestras valoraciones actuales con las que se le tributaron en 1970, con motivo del bicentenario. Cada una habla de la época en que fue emitida. En 1970 la ola postmoderna ya se había iniciado pero todavía no había permeado lo suficiente como para haber perdido las referencias para con la Ilustración y los motores de la evolución de la Modernidad. En 1970 el maestro de Bonn estaba vivo y por fin parecía haberse desprendido de los tópicos con que la literatura generada hasta cien años post-mortem lo había obscurecido o burdamente clasificado. Esta literatura incluía desde llamadas del destino hasta frenéticos galopes, desde rabia por la moneda perdida hasta confesiones al claro de luna. En 1970 esta imagen folletinesca habia cedido en pos de algo más moderno que de alguna manera hacía referencia a la unidad de la cultura occidental, a la reconciliación post bélica y -muy significativamente- a la actualidad de la música de Beethoven, que pasó entonces a considerarse junto con Haydn y Mozart el tercer miembro de la trilogía clásica vienesa. La música de Beethoven, abstracta y arquitectónica como pocas, se liberó así por fin de las imágenes que la alejaban de una asimilación más seria y coetánea. En la década de los 70, cabe recordar, los conciertos clásicos estaban repletos de jóvenes que reivindicaban una nueva aproximación a Bach, Beethoven y otros compositores.
¿Qué sucede en 2020? El panorama ha cambiado radicalmente. El canon occidental y la Ilustración se han relativizado (de hecho ahora los orientales parecen ser los más interesados en Beethoven o en la música clásica en general). En los media se sigue recordando al personaje pero no se intenta un aggiornamento a nivel general. La obra de Beethoven sigue llenando las salas de público, pero de un público avejentado y achacoso incapaz de retener la tos en los pasajes más sutiles. Para una gran mayoría general la música, como todo, se limita a un asunto de usar y tirar. Beethoven es ahora simplemente una referencia, un bello insecto pinchado contra una plancha postmoderna donde los diferentes componentes han perdido las conexiones evolutivas que los mantenían como parte de una cadena que llegaba hasta nosotros. 
Si escuchamos atentamente, sin embargo, Ludwig van parece seguir hablándonos de manera directa a través de un lenguaje que aun se sigue espléndidamente autoactualizando.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Posverdades

 

                          Nuestra época –o mejor decir, dado su carácter aparentemente transitorio, nuestra pseudo-época - se puede caracterizar a través de muy variados enfoques y cada enfoque, por supuesto, dependerá de la perspectiva y referentes del observador, elementos que pueden ser ideosincráticos pero también cambiar con la edad o las circunstancias …. Comienzo así, a la postmoderna, para ilustrar este afán tan de nuestros días por incorporar y cartografiar cada elemento del discurso evitando siempre la imagen de un paradigma unificador. La Edad Moderna ha acabado su andadura reconociendo que no existe un nivel fundamental. Sí que existen –y de hecho ciencia, arte y filosofía los han utilizado- paradigmas que suponen evolución respecto a los anteriores paradigmas todavía considerados niveles fundamentales. Si algo repele a la Postmodernidad es la evolución, jactándose así de haber llegado al fin de la historia. Como que se ha perdido el nivel fundamental pero se cree tácitamente en un supuesto nivel fundamental neutro sobre el que dar infinitas puntualizaciones para explicar cualquier cosa se asume que cualquier proposición puede ser válida si se la etiqueta debidamente. Estamos tan llenos de estas inútiles etiquetas que ya nos cuesta respirar libremente. A las generaciones que todavía hemos tenido oportunidad de vivir bajo los valores de la Modernidad buena parte de las actuaciones del dia a dia de la Postmodernidad se nos antojan esencialmente falsas. Para mucha gente de mi generación éste es el epíteto omnipresente: falsedad. Como los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación y muy pocos escrúpulos, si lo que toca es generar consignas falsas –falsas porque a pesar de estar basadas en  observaciones aparentemente objetivas se convierten en papel mojado ya antes de nacer- pues se hace la comedia y listos. Una pequeña corrupción de tal creencia nos lleva de lleno al tan actual tema de la llamada posverdad. Porque una cosa es que se piense que no existe una verdad absoluta y otro muy diferente es que cualquier afirmación pueda ser verdadera. Las diferentes verdades, por muy socialmente construídas que sean, necesitan de un sedimento y de una evolución. Cualquier verdad nace –a partir de verdades anteriores que fermentan dando lugar a algo nuevo-, configura toda una civilización o todo un paradigma, se desarrolla y muere para ser substituída por otra verdad. Las verdades que un embustero con pocos escrúpulos se inventa sobre el terreno no son verdades. Son posverdades, o sea, caprichos infantiles que, como en el caso de los niños, simplemente aspiran a alcanzar o mantener un determinado poder. Hace pocos días asistí virtualmente a una conferencia sobre “la historia de la verdad y la posverdad” impartida por un filósofo local. El ponente refirió el concepto de posverdad a la subjetividad y las emociones, ciñiéndolo a la postmodernidad y evitando las acepciones del empleo vulgar del término con sus evidentes conexiones con términos populares como el de “fake news”. Cuando le envié por el chat una cuestión referida a la conexión entre la evolución de los términos “verdad” y “realidad” tal como se ha ido redefiniendo en el último siglo por el último Wittgenstein, Heidegger o Rorty me doy cuenta de que no me entiende. Responde que las verdades de las ciencias hipotético-deductivas no tienen nada que ver con las emociones y que el último Wittgenstein se acercaba mucho a una especie de visión mística de la realidad. Creo que uno de los dos no ha entendido nada (¿yo??) aunque bien puede ser que nuestras distintas emociones den cabida a formas múltiples de (post)-verdades. Se non e vero é ben trovato!

sábado, 31 de octubre de 2020

Persona

 


                 Las civilizaciones antiguas ya reconocían el carácter de representación teatral asignada a los roles humanos. La etimología –variada e inconclusa, pero rica y sugerente- de la palabra persona [per-sonare; máscara teatral] da debida cuenta de ello. Calderón de la Barca sostenía, desde su visión firmemente asentada en el barroco, que la vida es sueño. Hoy más que nunca la vida se nos aparece como un gran teatro (el gran teatro del mundo). En el escenario en que las personas desarrollan su rol se representa simultáneamente un elevado número de obras que abarcan todos los géneros, desde la tragedia antigua al drama contemporáneo, pasando por el sainete, la Commedia dell’Arte e incluso la astracanada, el folletín, el Grand Gignol, el teatro del absurdo o la farsa de títeres. Desde que Baudrillard señaló el carácter plenamente simulativo de las representaciones contemporáneas tal característica, que él asignó en su momento a espacios como Disneyworld o Las Vegas, no ha hecho más que desparramarse hacia las zonas más recónditas de nuestra actualidad. Y en medio de la tragicomediadramasainete hete aquí que aparece un elemento común a todas las obras representadas: la pandemia. De repente (casi) todos los escenarios se ven afectados, desde las astracanadas que representan los políticos hasta los dramas contemporáneos que representan los migrantes concentrados, desde los sainetes que a diario se representran en pequeños teatros laborales hasta las farsas de títeres en busca del poder que las grandes corporaciones que gobiernan el mundo siguen ferozmente representando. El virus, en realidad, no forma parte del atrezzo inicial de las obras sino que ha sido introducido a posteriori como un verdadero deus ex machina. La pregunta clave sería: ¿ha llegado ya a transformarse el virus en parte del atrezzo o todavía representa una porción de ese concepto tan fútil en la actualidad y que en la Edad Moderna se llamaba, llanamente, “realidad”? No es una cuestión banal porque, según como se mire, la presencia de este virus puede representar el colapso definitivo de la Edad Moderna (empleo este término en ves del usual de Modernidad para no dejar lugar a dudas). La Postmodernidad nos enseña que podemos convertir el virus en atrezzo sin otro recurso que nuestra observación; como si de un colapso cuántico de la función de onda se tratara. ¿No será en realidad el momento de pensar, remedando de nuevo a Calderón, que la vida es sueño?

lunes, 28 de septiembre de 2020

Jolie Môme

 


             Acaba de fallecer con 93 años la que quizás sea la última representante de una manera muy particular de entender la canción, la clásica chanson française. Bajo este epígrafe común se ha agrupado, a lo largo de los últimos 150 años, una inagotable troupe de artistas que han hecho de la interpretación (y, en los últimos 80 años, también de la composición) de pequeños poemas e historias cantadas todo un arte. Esta forma de hacer no ha surgido de la nada; los trovadores medievales galos, además de cantar a su amada como los del resto de Europa, también dedicaba canciones a una ciudad, a Paris, cosa que siguieron haciendo los madrigalistas renacentistas. Del café conc’ al music-hall, de la butte Montmartre a la cava de Saint Germain-des-Prés, la chanson ha florecido desde los tiempos heroicos de precursores como Félix Mayol o Aristide Bruant hasta los reivindicativos de Léo Ferré y los provocativos de Serge Gainsbourg pasando por los clásicos de Edith Piaf o Charles Trénet, los irónicos de Georges Brassens o los agridulces de Jacques Brel. Una característica de toda esta legión de chanteurs y chanteuses que siempre ha llamado mi atención ha sido la aparente falta de envidias o luchas entre facciones. El caso de la Gréco, quien no componía, es muy ilustrativo. Para ella escribieron canciones sus ilustres compañeros CharlesTrénet, Léo Ferré, Boris Vian, Jacques Brel o Serge Gainsbourg. Cuando me pregunto qué queda de todo esto hoy en día y me topo con productos descafeinados y desnatados no puedo de menos que lamentarme y esperar que algún día lleguen tiempos mejores.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Arreglos

 


            Hace 50 años estaba de moda extraer alguna melodía del repertorio de la “música clásica” y convertirla en una pop tune. Los que realizaban tal tipo de operación aseguraban que con ello acercaban a la gente a la “clásica”, que así dejaba de dar miedo amenazando desde su elitista pedestal. Siempre he sentido muchos recelos hacia tales métodos. Hay muchas maneras de comenzar con “la clásica”. Pero la primerísima consiste en considerarla como un objeto absolutamente diferente a “la pop” (o, como se la llamaba en aquellos días, “la música moderna”). No caben comparaciones por el hecho de que se llame música a ambos objetos. Y no estoy hablando de gradaciones de calidad, que las hay en ambos tipos de objetos. Tampoco digo que se trate de mundos absolutamente incomunicados: siempre han existido influencias mutuas. Lo que está fuera de medida es la reducción de un fragmento sinfónico con una orquestación,  armonías y contrapunto más o menos elaborados a una simple melodía (que, en algunos casos encima se veía simplificada para ajustarse más a las versiones comerciales en boga (la famosa versión de Freude, Schöner Gotterfunken, coronada con una lamentable letra). Pensar que la música es una colección de melodías es como creer que una novela consiste en un argumento o un filme en una serie de diálogos. Recuerdo, además del mencionado Beethoven, las versiones de las danzas del Príncipe Igor (“Extraños en el paraíso”), del tema principal de El Moldau de Smetana (que su autor recogió a su vez de fuentes populares), el primer tema del allegro de la sinfonía 40 de Mozart, el tema del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez y unos cuantos más. Era la misma época en que las “Selecciones del Reader’s Digest hacían furor …

lunes, 7 de septiembre de 2020

Nocturno

 

El teléfono sonó a las 3:30 am, despertando súbitamente a Salviati, quien se llevó un susto de muerte. ¿Sería una llamada para informar de una desgracia? ¿Una llamada de aquellas que no tienen espera? Cuando descolgó el auricular a duras penas tuvo aliento para articular un monosílabo:
-¿Si!?
-He estado pensando y ¡creo haber descubierto una gran contradicción en tu manera de pensar!
El alma de Salviati pasó del estado de vilo al de cabreo sin solución de continuidad.
-¿Simplicio? ¿A estas horas de la noche? ¡Un poco de respeto por el descanso ajeno!
-¿Horas? Perdón amigo mío: ya sabes que profeso el insomnio desde tiempos inmemoriales! Como te decía, he estado meditando sobre nuestro último diálogo y hay algo que no me cuadra. Tú propones una contingencia general como ley de vida ...
-Yo propongo una contingencia particular únicamente como gimnasia intelectual, Simplicio.
-Lo que te sitúa cerca de la postmodernidad, mientras que tu visión evolutiva te aleja de ella ...
-Ciertamente, Simplicio, y es por ello que considero a la postmodernidad como una crisis de cambio y no como una situación mínimamente estable.
-¿Y qué diferencia una crisis de una situación estable? Salviati: las cosas, desengáñate, son o no son.
-¿Son o no son? Este pensamiento conviene a Platón o a Shakespeare, caro Simplicio, pero no a mí.
-Explicate Salviati porque no te entiendo.
-Por un lado la postmodernidad considera el mundo de manera absolutamente contingente, sin posibles esquemas fijos ahistóricos y por otro se quiere salir de la historia proclamando su fin, lo cual crea instantáneamente un esquema fijo ahistórico. Una nueva manera de enunciar la falacia de la postmodernidad.
-¿Y si la evolución hubiera dado un giro y se hubiera dado un tiempo de respiro?¿No dices siempre tu mismo que el tiempo es la medida de la evolución y que el fin de la Modernidad viene dado por una nueva relación de los humanos con el tiempo?
-No veo ninguna diferencia entre lo que yo pienso y lo que tu propones, buen Simplicio.
-Entonces, Salviati, ¡tu no eres un postmoderno!
-Yo, humildemente, creo que la Edad Moderna ha tocado a su fin, pero que la nueva Edad no es precisamente la Postmoderna. Y, perdóname amigo Simplicio, ahora debo regresar en brazos de Morfeo a mi sueño reparador. Te aconsejo que hagas lo mismo.
-Buenas noches, pues, Salviati.
-Buenas noches para tí también, Simplicio.

lunes, 31 de agosto de 2020

Dialogo entre dos mundos



-Hoy tiene lugar en Berlín una gran manifestación de gente que cree que la covid-19 no es más que una excusa que han inventado los grupos de poder para controlar y someter más al mundo...

-Si, y de entrada parecía orquestada por grupos de ultraderecha: esos que alientan el populismo para acceder al poder y luego controlar y someter al mundo no por medio de biotecnología sino a través de las armas más convencionales!

-Pero tu ¿qué crees al respecto?

-¿Sobre los populismos?

-¡Sobre la covid!

-Pues que el virus existe, que ha aparecido de repente -no sé si de forma casual o no-, se ha diseminado a lo largo de todo el planeta, que algunos grupos se han aprovechado de este hecho y otros se aprovecharán. Lo que me parece claro es que la pandemia ha acelerado lo que se venia gestando tiempo atrás: por un lado la tecnología de las comunicaciones y, por otro, la deshumanización de las relaciones sociales.

-¿Asi que tu no crees en teorías conspiratorias?

-Más que creer o no creer, diría que no me interesa este tipo de entramado...

-Pero, aparte de tus intereses personales, no crees que puede haber algo de cierto en ellas?

-Amigo Simplicio: la verdad, además de escurridiza, es múltiple...

-¿Entonces, amigo Salviati, no crees que haya en realidad una verdad objetiva?

-Creo, amigo Simplicio, que los tèrminos "verdad", "objetividad" o "realidad" han perdido el significado que les dieron Galileo, Descartes y Kant.

-Pero en algo nos tenemos que apoyar, no? Si no existen fundamentos los edificios se derrumban!

-Los fundamentos existen ... pero no son eternos!

-Si no lo son ¡es que no son fundamentos!

-Lo son pero de manera contingente

-¿Contingente?¿De quita y pon?¿Subjetivos? ¡No lo creeré nunca!

-Pues no lo creas ¡Estás en tu derecho!

-¡¿Pero tu lo crees?!

-Digamos que yo creo que creer es contingente...

-¿Y la realidad física?¿También negarás que existe de forma objetiva e independiente?

-Por realidad física ¿te refieres al medio a través del que percibimos al mundo?

-Hombre, ¡si lo quieres llamar así!

-Esta cuestión es vieja como la vida misma. Lo único que te puedo decir es que la interpretación de esa realidad es un fenómeno humano, cultural y contingente.

-Ahora me dirás que la ciencia no se refiere a fenómenos ajenos a la mente humana, lo veo venir!

-Aunque los fenómenos a los que se refiere sean ajenos a la mente humana, ese 'referirse' tiene un alma enteramente humana, querido Simplicio.

-Y tú, querido Salviati, en que te apoyas para tener tantas seguridades cognitivas, morales y estéticas?

-Mi única seguridad es que a pesar de que todo sea relativo, existen gradaciones entre relativos. Y esas gradaciones se apoyan en un pragmatismo y en una evolución.

-¿Evolución hacia algún punto fijo, fundamental?

-Estimado Simplicio: ¡Eres incorregible!

martes, 30 de junio de 2020

Curvas


                        Sigo sintiéndome un extraño en el mundo post-confinado. He despertado en un decorado similar al que dejé antes del confinamiento, pero la maquinaria ha cambiado considerablemente. Una de las asunciones más sólidamente establecidas de la Modernidad consiste en la consideración del mundo físico, el mundo que nos rodea, como un espacio neutro, pasivo e informe que permanece como un recipiente de nuestras propuestas subjetivas. Nuestra última propuesta, la nueva normalidad, es el fruto más pavoroso del virus más sociológico de los últimos 100 años. ¡¡Agárrense que vienen curvas!!