Nuestros gustos y disgustos dependen en gran medida de nuestro grado de identificación con el objeto en cuestión. Ya sea consciente ó inconsciente, superficial ó profunda, una parte de identificación siempre es necesaria para que algo nos llame la atención. Tanto para los gustos como para los disgustos. Entre lo que nos gusta especialmente y lo que nos disgusta especialmente no existe tanta diferencia como entre lo que nos gusta y lo que nos es indiferente. El término identificación, sin embargo, puede dar pie a muy diversas interpretaciones. Desde el mecanístico acoplamiento a una matriz predeterminada hasta la resonancia por similitud ó categoría. El objeto con el cual identificarse puede tener también la más variada naturaleza. Desde un personaje real ó de ficción hasta una idea, pasando por una obra de arte, una disciplina ó un estilo de hacer. Todas las identificaciones, asumidas ó inconscientes, como de costumbre, nos hablan de nosotros, a modo de espejo. También tiñen nuestro quehacer de modo que se convierten en compañeras de nuestra vida ó incluso en metas de ella. Algunos incluso pierden la vida por ellas. Los procesos de identificación (y de desidentificación) tienen lugar a lo largo de toda nuestra existencia de forma más ó menos consciente. Como si se abrieran y cerraran ventanas a paisajes nuevos ó lejanamente conocidos. Muchos grandes personajes cuyas intuiciones han guiado la historia nos refieren su hallazgo como la súbita percepción de algo que siempre había estado allá y que, de repente, se había hecho mentalmente presente. En ocasiones las desidentificaciones adoptan la forma de transformación a otro plano más elevado de existencia. Es lo que en el modelo freudiano se conocen como sublimaciones. En la mayor parte de las ocasiones las identificaciones aparecen constelizadas, de manera que cada núcleo principal se ve rodeado de otros grupúsculos que, en ocasiones, también albergan un nuevo estrato de elementos, de forma orgánica. Ello permite que, en caso de apertura ó cerrazón de una ventana de identificación con un determinado paisaje, todos los elementos de la constelización sufran la misma suerte y que, de repente, entendamos y aun aplaudamos a un personaje de ficción que antes nos repelía, o bien al revés. Dependiendo del tipo de trayectoria de cada uno, conforme avanza el camino de la vida, el número y/ó grado de identificaciones crece ó bien decrece. La identificación total y la desidentificación total con el cosmos, una vez más, tienen mucho en común.
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