
Uno de los numerosos rasgos característicos de nuestro momento es una marcada tendencia al exhibicionismo. Muchos individuos, por dinero, notoriedad ó vete a saber qué, acceden a ser exhibidos públicamente en los mass media que venden tal mercancía bajo el disfraz de experimento psicológico sobre incomunicación y comportamiento. Los happenings que involucran recintos transparentes están a la orden del día. El exhibicionismo se ve favorecido por el boom de las comunicaciones. Bajo este punto de vista también los blogs pueden considerarse afectados por esta tendencia. Los diarios personales han servido durante siglos de espejos interlocutores del alma. En algunas ocasiones especiales, como en el caso de personajes históricos destacados ó testigos históricos excepcionales –Anna Franck-, los diarios acababan siendo póstumamente publicados. El pudor acostumbraba a impedir la publicación en vida. Un blog puede ser más que un simple diario, pero en la mayoría de los casos y sea cual sea su etiología, exhibe un paralelismo vital con su autor, que de esta manera saca públicamente a coletear sus vivencias, fantasías, ideas, obsesiones, deseos, creaciones ó frustraciones. Incluso en el terreno artístico, en el que por tradición se supone un cierto grado de exposición pública, la tendencia se hace ver. No en el sentido de los artistas románticos, que exhibían –y exhiben- su vida personal a fuerza de volcarla en sus creaciones. Me refiero, por ejemplo, al consejo de Philip Glass al espectador de su Einstein on the Beach conminándolo a salir durante la función a tomar un café y observando, a su regreso, que en el escenario todo sigue igual, con el consiguiente aumento de la sensación de voyeur de un fondo neutro y atemático. La voluntad de exhibición tiene uno de sus orígenes más evidentes en la pulsión narcisista, consciente ó no, que busca a toda costa la atención y admiración del prójimo. Pero no es éste su único origen. El atrincheramiento de la racionalidad, el auge de la despersonalización, la pérdida de un suelo común, conllevan a su vez la incomunicación, fuente de locuacidad como pocas. Como apuntaba un post hace unos meses, cada vez se escribe más para ser leído por menos gente.