Existen otras dualidades no menos difíciles de integrar. Efecto similar al que resulta de separar la luz de la sombra es el que experimentamos cuando nos separamos del mundo para estudiarlo. Es el problema de la subjetividad/objetividad. Claro que nuestra percepción se halla condicionada por nuestra mente: mente y mundo como entidades separadas son el resultado de una fragmentación. Conciencia sería el término que integraría ambos conceptos. La Física, la adelantada entre las ciencias naturales, la que hace cuatrocientos años recogió los primeros frutos del método científico, hace ya casi un siglo que empezó a abandonar esta dualidad. Las formulaciones de la mecánica cuántica no pueden ya ser consideradas, bajo la ortodoxia de la interpretación de Copenhague, como pertenecientes al mundo objetivo ni tampoco al subjetivo. Es la idea desarrollada con sumo éxito por Fritjof Capra en su Tao de la Física. La dualidad masculino/femenino parece resolverse más sencillamente: se equivale con la de espíritu/materia, sabiduría/método, cielo/tierra ó yang/yin. La vida, el arte, la iluminación, la esencia de todas las cosas nace de la unión de los opuestos, opuestos sin embargo interdependientes e intertransformantes. Como en el proceso de enantiodromía descrito por Jung: una cualidad, después de alcanzar su máxima intensidad, se transforma en su opuesta. De la anterior dualidad se deriva la que quizás aparece como de más difícil integración, la pareja vida/muerte. La única manera de asumirla consiste en el abandono de la usual percepción de nosotros mismos, de nuestro ego, como algo separado del resto de la totalidad. No en vano al orgasmo se le conoce como la petite morte: el sexo y la muerte siempre van de la mano, como en la Casa VIII del horóscopo, aunque la unión sexual también genera la vida. La disolución del yo psíquico y físico supone el renacimiento en la totalidad. Lo que las místicas orientales conocen como el Gran Vacío. Cuando la dualidad se logra integrar en un estado de conciencia superior y la rueda girando substituye al péndulo oscilando queda todavía algo para alcanzar el nirvana: situarse en el centro de la rueda, el punto que no gira, que se escapa al samsara budista. Si se reflexiona un poco sobre el origen de estas dualidades, se advierte que todas ellas están interrelacionadas y vuelven a ser diferentes facetas de un mismo trasunto.
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