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sábado, 4 de octubre de 2008

Diálogo-impromptu


HIJA: ¿Por qué cuando me pongo pesada y quiero imponer mis caprichos siempre dices que te irás a un monasterio budista?
PADRE: Porque allí estaré tranquilo y, cuando menos, dispondré de un espacio vital propio, libre y tranquilo.
H.: Pero también te puedes encontrar con un superior que quiera imponer sus caprichos o, cuando menos, que sea puntilloso en los asuntos de la comunidad.
P.: Pero se supone que un maestro espiritual ha alcanzado niveles de conciencia que le permiten ver más allá de estas debilidades humanas.
H.: ¿Y quien te asegura que el superior haya de ser necesariamente un maestro espiritual?
P.: Se supone que el tal superior habrá atravesado toda una serie de etapas de maduración y depuración que le permitan acceder a tal grado.
H.: ¿Y si en Oriente está pasando lo mismo que suele pasar en Occidente? Puede ser que el supuesto maestro no sea más que un impostor ávido de poder.
P.: ¿Pero cómo puedes, tú que ni siquiera has atravesado uno de los primeros y fundamentales umbrales de ampliación de conciencia, el saber situarse en el lugar del prójimo, hablar de esta manera?
H.: Porque yo no soy más que un aspecto tuyo, el que representa la evolución incompleta no del todo integrada. Me aprovecho de tu desarrollo intelectual para conseguir una voz lo suficientemente racional como para seguir imponiendo mis regresivos caprichos. Soy, en suma, lo que los teóricos del New Age llaman tu niño interior.
P.: ¿Sabes que los niños interiores también tienen que ir al colegio a desarrollarse?
H.: No, papá, en eso te equivocas. Lo que debemos hacer los niños interiores es sedimentar. Seguir estando allí de alguna manera pero dejar de dar la lata.
P.: ¿Y cómo lo conseguirás?
H.: Pues en cuanto tú dejes de fabricar intelectualmente tus experiencias y vivas la vida. Esta simple integralidad será suficiente en tu caso.
P.: Pero parte de mis experiencias son mis constructos mentales…
H.: Eso no es cierto, papá; lo que tú llamas tus constructos no son otra cosa que la traducción en términos racionales del sentido que tienen para ti tus verdaderas experiencias, ya sean hechos ó simples percepciones.
P.: ¿Y no estarían también incluidas mis fantasías y los productos de la creatividad? Ya sabes que tengo un Mercurio ariano desbocado.
H.: Eso no hace falta que me lo recuerdes; yo misma soy un producto de tu fantasía…
P.: …pero no únicamente eso; también eres una parte congelada de mi evolución…
H.: …que sin embargo te hace de conciencia; cosa extraña porque…
P.: …o no tan extraña porque en el fondo…
H.: …en el fondo, a pesar de todas tus teorizaciones, te interesa más la parte poética, subjetiva, del asunto. ¿O no te gustaría encontrar siempre un nuevo subterfugio, de la misma manera que el prestidigitador saca una paloma de la chistera?
P.: Pero eso no es un subterfugio ni una cortina de humo; es, como las grandes obras de arte ó las grandes teorías científicas, una nueva realidad, una nueva manera de decir alguna cosa.
H.: Pero esa nueva realidad tiene vida propia y más de uno ha sucumbido a su seducción. Es como si una parte tuya se escindiera y te atacara.
P.: Porque la mayoría de las personas tienden a alienar cualesquiera de los elementos que rodean su vida, que se halla llena de proyecciones: su “yo” es tan estrecho que cabe en la palma de su mano. Como los niños, consideran que sus percepciones son necesariamente las únicas posibles…
H.: …otros saben que no son las únicas, pero quieren suponer que son las mejores…
P.: …o más bien las más convenientes; es un estadio evolutivo más avanzado, pero todavía hay muchos detrás.
H.: Y ¿Qué estadio evolutivo crees tú que…?
P.: … ¡Basta! Es muy tarde ya y tienes que dormir…
H.: …pero…
P.: Buenas noches, hija.
H.: Buenas noches papá.

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