Todos hemos conocido a alguien que, al menos en determinadas fases de su vida -y quizás también nosotros mismos hayamos experimentado el hecho- evitara abiertamente el comentar un film ó una obra de teatro al acabar de presenciarla. Tal actitud podría estar ligada al hecho de la construcción de una corteza protectora de una vivencia interna que de otra manera resultaría demasiado vulnerable por agentes externos. El hecho de que la actitud suela ser más firme tras el visionado de un film que de una pieza teatral puede estar relacionado con el mayor aislamiento que proporciona el primer género respecto al segundo entre los miembros individuales de la comunidad de espectadores. Quizás la mayor diferencia lumínica entre la pantalla y la sala y el mayor nivel sonoro puedan contribuir a ello (el efecto siempre es menor en una sala de conciertos, pese al carácter normalmente más introspectivo ó abstracto de la música). Normalmente el efecto es mayor para films introspectivos ó simbólicos que en el caso de historias más convencionales. Cuando dos almas gemelas se reconocen, sin embargo, la ocasión de compartir –ó abrir una pequeña brecha selectiva en la mencionada corteza- puede contribuir a una notable unión anímica.
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miércoles, 27 de mayo de 2009
domingo, 24 de mayo de 2009
Aprendices de brujo
El gran peligro que amenaza nuestro presente viene constituido por el creciente desequilibrio entre la evolución y el desarrollo tecnológicos por una parte y el grado de desarrollo cognitivo y madurez emocional de los individuos por la otra. Para que una civilización funcione correctamente es absolutamente preciso que todas las líneas de desarrollo avancen de manera armónica. Y la raíz del gran peligro estriba en la peligrosa –peligrosa a estas alturas, no en otras épocas- mentalidad moderna que da por sentada la absoluta independencia de ambos desarrollos. Esto mismo ya lo expresó Goethe en su conocido poema El aprendiz de brujo: la inmadurez y el conocimiento no son buenos aliados (el propio Goethe expresó en su Faust el pacto que hace posible tal divorcio). Cuando el poder –cualquier tipo de poder- se halla en manos de personajes con desarrollos detenidos a los ocho años el futuro de esta sociedad no es muy esperanzador. Por eso muchos sabios en la actualidad –y en cualquier otra época- giran la cabeza en otra dirección, prescindiendo de la dimensión social humana. Y ello también contribuye a empobrecerla.
martes, 19 de mayo de 2009
A moi même...
Hoy he asistido a una reunión de trabajo en la que –como cada vez sucede con más asiduidad- el único interés de la mayor parte de asistentes era el de mantener su (a menudo, imaginario) status sin aportar ningún elemento que se pudiera calificar de positivo. Después he atendido a mi correo, que estaba cargado de mensajes concatenados en los que se podía asistir a todo un compendio de exhibición de plumajes multicolores ante superiores jerárquicos. Cuando volvía a casa he coincidido en el autobús con una colega que me ha ilustrado el fenómeno de la autocomplacencia y la hinchazón del ego actuales en el mundo laboral con numerosos ejemplos (mi preferido ha sido el de la reunión general de mandos que empezó con un aplauso dedicado ‘a nosotros mismos’, en el mejor estilo de Satie), entre los cuales, dicho sea de paso, intercalaba historias propias que apuntaban con fuerza hacia un narcisismo desmesurado. Cuando bajo del bus para incorporarme al metro, me encuentro la línea parada por un fenómeno que va en aumento cada día: alguien se ha tirado a la vía al paso del convoy. Este hecho trágico es, en el fondo, la otra cara de la misma moneda. Cuando por fin llego a casa paso primero por mi entidad bancaria a hacer una transferencia. Recuerdo cuando en esa sucursal –no hace tanto tiempo- había indicios de vida y equilibrio psíquicos saludables. Ahora, a pesar de haber eliminado las barreras y haber literalmente empapelado las paredes con autopublicidad-propaganda hablando de cercanía y buenas intenciones, la atmósfera es tensa. Digamos que un único empleado trabaja de forma visible. Su superior y el superior de su superior trabajan preocupándose. Preocupándose de cumplir objetivos, de dar una imagen, de controlar la situación…Me recuerda la anécdota que Stravinsky explicaba sobre Diaghilew, que tenía miedo congénito a las travesías marítimas y que, durante una tempestad en pleno Océano Atlántico, repartió el trabajo de forma muy curiosa: puso a su sirviente a rezar mientras él, personalmente, se preocupaba. Cuanto más creemos alejar al monstruo empleando únicamente métodos racional-científico-objetivos, más cerca nos lo volvemos a encontrar.
viernes, 15 de mayo de 2009
Metacomunicaciones
La progresiva incorporación de los conceptos postmodernos (o mejor debería decir la progresiva desincorporación de las estructuras de la modernidad) en nuestra vida diaria ha supuesto un desplazamiento de muchas de las funciones que realizamos cotidianamente. Y quizás una de las más significativas es el corrimiento del énfasis desde los aspectos creativos hasta los comunicativos. Hoy se habla mucho de creación y de innovación, pero en realidad el noventa por ciento de nuestros esfuerzos se dedican a la comunicación. Es comprensible que cuando los paradigmas están bien establecidos y el suelo común presenta estabilidad el esfuerzo se concentre en la creación. Cuando los paradigmas se amplían, se modifican, ó simplemente se relativizan, debemos pasarnos mucho tiempo enmarcando nuestras afirmaciones. Y este fenómeno abarca grandes extensiones de áreas de conocimiento. Desde el terreno de la crítica y las Humanidades, en donde la comunicación exige la cuidadosa delimitación de nuestro metaespacio, hasta las explicaciones populares de temas científicos –en donde se da por sentada normalmente la existencia de un único espacio cognitivo real posible-. También existe la tendencia a la sobrecomunicación, que casi siempre roza el ridículo ó la más simplona hipocresía, como los anuncios de las “misiones” de las organizaciones.
El arte, la mística y el amor no necesitan la metacomunicación asociada porque o son omniabarcantes o no son. Leí hace un tiempo en un blog amigo que “el poeta es como un taxi que lleva a la gente a donde la gente quiera ir”. Esta frase expresa a la perfección y de manera sencilla la riqueza multifocal de la obra artística, que es capaz de dar pie a infinitas experiencias estéticas diferentes, independientemente del lenguaje empleado (el lenguaje empleado sí que es paradigmático y cultural). La mística, como dice Wittgenstein, no consiste en cómo es el mundo, sino en que sea. Es decir, consiste en la aceptación incondicional de la provisionalidad y limitación de todos nuestros puntos de vista y la consiguiente integración ó mejor dilución del yo en el conjunto del cosmos. La metacomunicación se hace necesaria sobretodo cuanto más incapaces somos de percibir que no somos observadores objetivos de lo que nos rodea. Por fin, el amor no necesita metacomunicación porque es incondicional (el pacto de convivencia, posible consecuencia del amor, sí puede serlo). Colofón: hoy me entero de que en una guardería incitan ya a los niños de tres años a hacer presentaciones. En una cartulina o, mejor aún, con PowerPoint. Lo dicho...
jueves, 7 de mayo de 2009
Gafas
Hoy contemplo en el metro la enorme variedad de gafas graduadas que exhiben diversos personajes. Pero la gran mayoría de tales utensilios tienen una significativa componente común: se trata de modelos que había sido diseñados en otras épocas, desde los años cuarenta hasta los setenta. Veo las típicas monturas redondeadas de pasta incolora que lucían Copland ó Stravinsky en la posguerra mundial, así como la versión más rectangular y bicolor que hizo furor en la primera mitad de los sesenta (recuerdo así al secretario de la ONU U Thant). Veo monturas con patillas exageradamente anchas. Muchas de las desinhibidas personas que las lucen ignoran que este modelo era casi una seña de identidad de Onassis hace cuarenta años. También abunda el modelo de pasta rectangular extremadamente alargado, última moda de 1963, tal como aparece retratado en Otto e mezzo. Veo también algunas gafas de pasta negra parecidas a las usadas por la joven generación americana de finales de los cincuenta. Aquellas monturas que exhibían Morton Feldman y Bill Evans y que Woody Allen volvería a popularizar quince años después. También observo alguna persona de edad que sigue luciendo las monturas metálicas que uniformizaron la moda en los setentas. La postmodernidad tiene mucho que ver con este panorama. Aparentemente ya no existen nuevos diseños de gafas y mezclamos estilos históricos con afán de ahistoricidad. ¿Cuál es la salida de este callejón? La salida no son las gafas, sino las lentes de contacto y las soluciones quirúrugicas. No el cambio de estilo sino el cambio de mentalidad.
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