Hoy hace cien años que tuvo lugar el famoso y accidentado estreno de la
stravinskiana Le Sacre du Printemps
en el Theatre des Champs-Elysées de
París por la compañía de los Ballets Russes de Serge de Diaghilev. La coreografía de V. Nijinsky ha sido citada
en ocasiones como uno de los elementos clave en el desencadenamiento del
escándalo, juicio propiciado por el propio Stravinsky, que valoró muy poco el trabajo
de su compatriota. En todo caso, pocos meses después del tumultuoso estreno, la
obra –esta vez en la sala de conciertos- obtuvo un éxito igual de tumultuoso.
Durante mucho tiempo Le Sacre ha sido
considerada por el gran público como el paradigma de la “modernidad”, de hecho
desde que en 1940 fuera utilizada por W. Disney en su film Fantasia. Stravinsky recibió una compensación de 5000 $ a cambio
del libre uso de la partitura (cortes, reinstrumentaciones) con la apostilla de
“si no acepta nuestra propuesta utilizaremos igualmente su música que, dicho
sea de paso, no está protegida por derechos de autor en USA”. Este hecho (la
edición original de la obra fue llevada a cabo por Editions Russes de Musique, editorial que había pertenecido al
director Serge Koussevitky y que efectivamente no protegía la obra en Estados
Unidos debido a que este país no había firmado el convenio de derechos de autor
de Berna) propició la revisión y reedición (esta vez bajo los auspicios de la
angloamericana Boosey & Hawkes) de
la parte de la obra del compositor que había sufrido el mismo destino
–especialmente trágico para el ilustre tacaño que siempre había sido Stravinsky
y que a finales de los 60 aun se lamentaba de que si L’Oiseau de Feu hubiera estado bien protegido en USA, hubiera sido
millonario y hubiera podido componer las exquisiteces seriales y minoritarias
de su último período con mayor tranquilidad-. Dicho sea aquí de paso, los
herederos del compositor recibieron por parte de Disney Corporation un buen
pico en 2004 (¡los abogados picapleitos también operan a posteriori!). Le Sacre du Printemps ha conocido en
estos cien años multitud de coreografías, desde la original de Nijinsky hasta
la de Martha Graham, pasando por las de Massine, Béjart, Pina Baush y hasta
otras 100 adicionales que la música no sólo resiste, sino que, en cierta
manera, fagocita, tal es el magnetismo de la obra. Le Sacre se inscribe en un momento muy concreto de la historia del
arte occidental, relacionada con la inmersión en un mundo primitivo (mágico, al
igual que el fauno debussista lo hacía en el mítico) con objeto de lavar la
influencia directa de los hiperdesarrollos del S XIX y permitir la entrada
plena en el S XX. En el mundo plástico la misma operación había tenido lugar
poco antes (los estudios picassianos sobre el arte negro que condujeron, en
1907, a Les Demoiselles d’Avignon).
Por suerte para nosotros el compositor no se agotó ahí sino que siguió
sorprendiendo al mundo durante muchas décadas con su constante evolución (el
hecho de que una obra como The Flood
fuera compuesta con 80 años me sigue pareciendo un prodigio de creatividad
–solo hay que escuchar atentamente el breve relato de la creación-). Ninguna de
las obras maestras posteriores e indiscutidas del propio compositor (Les Noces; Symphonies pour instruments a vent; Symphonie des Psaumes; Orpheus;
Agon, entre muchas otras) ha
alcanzado la popularidad de Le Sacre,
obra que sigue siendo moderna, como lo siguen siendo la Pasión según San Mateo, la IX
Sinfonía, Don Giovanni, Tristan und Isolde, Prélude a l’aprés-midi d’un faune, la Sonata para dos pianos y percusión o el Cuarteto para el Final de los Tiempos. Amén.