Si en esta serie de escritos sobre tema operístico los compositores ingenieros han sido los protagonistas
casi absolutos, la ópera que comento hoy es la hija única de un compositor –el
compositor- eminentemente arquitecto.
Siempre se ha dicho que Fidelio es una obra teatralmente pobre en comparación
con su música. Y es una afirmación con la que sólo muy parcialmente estoy de
acuerdo. Si consideramos Fidelio únicamente como una respuesta crítica a Don Giovanni y a Beethoven como un
mojigato quizás la afirmación tenga más sentido. Fidelio, además de una
respuesta a Don Giovanni, y por encima de eso, es un canto a la libertad y al
sentido de la moralidad. Curiosamente, tanto Fidelio como Don Giovanni representan
diferentes aspectos de la Ilustración. El aspecto positivo, afirmativo, está
presente en la composición beethoveniana, mientras que el aspecto negativo,
rebelde, está presente en la obra mozartiana. Evidentemente que desde el punto
de vista musicoteatral la ópera de Mozart está muy por delante de la de
Beethoven. Pero el espíritu de ambas es claramente complementario. El ciudadano
ha conquistado sus libertades y la conciencia de la moral colectiva (Fidelio),
pero con ello también ha rozado los límites de una manera de pensar y sentir, y
se empieza a adentrar en un mundo nuevo que todavía desconoce y observa
solamente en la obscuridad (Don Giovanni). Un aspecto de Fidelio que nos remite
directamente al principio de esta reflexión y a la dicotomía arquitectura/ingeniería
en música está constituído por todos los avatares por los que transcurrió la
historia de la obertura de la ópera. La primera versión de ésta –La obertura
Leonora nº1- evolucionó (como una auténtica work
in progress, tras el primer estreno), junto con la estructura teatral de la
obra, a través de dos Leonore Overture adicionales, hasta llegar a la última
versión, la mucho más modesta obertura de Fidelio. Si en las Oberturas Leonore
(especialmente la segunda y la más famosa e imponente tercera versión)
apreciamos la obra del gran arquitecto, en la versión definitiva advertimos una
justificación de tipo práctico. Seguramente, si nos imaginamos una
representación de la obra (un auténtico singspiel
que empieza con una arietta y un duetto típicamente italianizantes) precedida
por la Leonore nr III, podemos
deducir fácilmente la canibalización resultante de buena parte del primer acto:
la arquitectura comiéndose a la ingeniería, cosa que no sucede con la última
versión. A lo largo de la historia de las representaciones de Fidelio, muchos
directores han intentado reintroducir la Leonore III. A decir de W.
Fürtwangler, la obertura se había encajado hasta en el mismísimo final de la
ópera, con la consiguiente sensación de anticlímax escénico (y reflexión
filosófico-abstracta). La única posición apta para Leonore III se halla entre
los dos cuadros del segundo acto (versión introducida por G.Mahler) porque es
la manera en que se integra más en la acción (el famoso toque de trompeta liberador). Fidelio, mire como se mire, no es ninguna broma insulsa.
2 comentarios:
Hola Carles,
si puedes te recomiendo la lectura del artículo que E. Said dedica a esta ópera titulado "Acerca de Fidelio".
Es interesante y como siempre esta bien documentado,Es un texto no excesivamente largo donde intenta describir la singularidad de esta obra: su enrevesado argumento, las interpretaciones políticas o filosóficas que se pueden extraer así como un intento de describir el estilo musical que usa el compositor. Quizá lo más impresionante sea el enorme esfuerzo que le costó a Beethoven llegar a poner punto y final a esta obra (tu ya lo expresas en tu escrito comentando las diferentes versiones de la obertura).
Yo no tengo suficientes conocimientos ni erudición para decir nada que sea nuevo ni original pero si diria que para los que admiramos y amamos la música de Beethoven , es imposible no admirar o amar esta ópera.
Filo
Hola Filo,
Estoy leyendo (alternándolo con otras lecturas) el libro de E Said, que encuentro muy interesante.
Muchas gracias por todos tus comentarios, que siempre animan a seguir escribiendo.
Una abraçada,
Carles
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