No cabe duda
de que Richard Strauss se halla entre el pequeño destacamento de
compositores-ingenieros que dominan sabiamente el teatro y saben encajar la
música con la acción. Y tampoco cabe duda de que, como los otros ingenieros, supo hallar un libretista con el
que formar un sólido tándem. Hugo von Hoffmansthal firmó seis de las óperas de
Strauss, entre ellas el Rosenkavalier.
Esta ópera representa el triunfo de la artificialidad y ése es precisamente su
encanto. La mixtura de los extemporáneos valses –extemporáneos tanto desde el
punto de vista de la dieciochesca escena como desde el punto de vista del guiño
a Johann Strauss- con las melodías mozartianas (mozartianas de imitación, que
no de espíritu), el (doble) travestismo de uno de los personajes, la ausencia
de tenores (en Ariadnne auf Naxos queda
patente el odio que Strauss sentía por tales personajes), cuyos únicos rastros
se encuentran en personajes italianizantes (el cantante bruscamente interrumpido y el intrigante Valzacchi) resulta sorprendente pero funciona. Y
funciona por el sólido libreto y la espléndida caracterización del personaje de
Feldmarshallin, “vieja de treinta y siete años” que ve como el tiempo pasa
inexorablemente. El contraste entre la mistificación antes apuntada y el trazo
humano de la Mariscala da la tensión necesaria para que la obra se mantenga
erguida. El golpe de efecto mayor de la obra, la entrada de la Mariscala en el
tercer acto (después de acto y medio de ausencia) nos hace caer en la cuenta de
todo ello. Las mezclas de objetos musicales que Strauss muestra en muchos de
sus poemas sinfónicos (mezcla de oro, plata, mármol, escoria, cascos de botella
y ladrillos partidos, según la clásica observación de Deems Taylor) y que en
ocasiones rompen el equilibrio interno de las obras es aprovechado en esta
ópera como elemento cohesionador. Con sus poemas sinfónicos Strauss también se
mostraba ingeniero y no aquitecto (a pesar de las fugas en Zarathustra y en SymphoniaDomestica) y de ahí las polémicas en torno a estas obras. El lirismo,
lenguaje natural de este compositor, halla en el Rosenkavalier una de sus máximas cotas.
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