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viernes, 29 de noviembre de 2013
Instante
Nos podemos preguntar sobre el por qué de nuestro interés en observar fotografías de gente (de famosos, de nuestros parientes, amigos y compañeros, de nuestros antepasados, de personajes históricos), especialmente cuando tenemos al original delante nuestro. Pareciera que deberíamos tener una imagen más completa al observar a la persona al natural que en una fotografía. Dado que nuestra persona al natural es un proceso (un proceso físico-químico-biológico-noético) que se desarrolla en el tiempo (parece que nuestra percepción temporal está ligada a nuestra percepción de la evolución de los procesos) la fotografía constituiría una muestra congelada de un instante del proceso. Una muestra, claro está, de lo que se puede percibir a través de nuestra mirada. Quizás así podemos aislar una perspectiva, podemos aplicar un bisturí a la compleja personalidad de nuestro analizado y deshilachar una hebra que forme parte de tal complejo entramado. Quizás podamos descubrir en la fotografía una mirada, una expresión profunda que se nos escapa en el natural, confundida dentro de la complejidad. Quizás los instantes expresivos están diluidos en un continuo menos diferenciado que nos enmaraña la visión diferencial. Un experimento ilustrativo de este fenómeno se puede llevar a cabo fácilmente “congelando” las imágenes de los personajes de un film. Nuestras “muestras” pueden resultar expresivas, indiferentes o incluso ridículas (con la posible excepción de Shirley McLaine en The Apartment; congeles donde congeles encuentras imágenes de una expresividad escalofriante). El interés que describía al principio quizás también se base en el deseo de prolongar indefinidamente la aprehensión de la perspectiva recién diseccionada. Esto sucede a veces en un proceso muy temporal y difícil de “congelar” como en la interpretación musical. Basta que un intérprete musical mediocre quiera prolongar un momento particularmente bello (en lo que respecta a timbre, armonía o expresividad) para que lo haga insoportable. En una lejana ocasión ya traté el tema de la fotografía en blanco y negro, en donde los rostros se nos aparecen infinitamente más expresivos que en la fotografía en color, hecho que atribuía al mayor abaissement du niveau de conscience que permitía a su vez una mayor participación transmental en la aprehensión. Lo verdaderamente importante e integrador es que, una vez diseccionada y observada la perspectiva congelada, podamos volver a restituir este aspecto en el todo complejo que es la persona que tenemos al lado.
viernes, 22 de noviembre de 2013
Mitopoiesis
Hoy se cumplen cincuenta años del asesinato de John Kennedy, hecho
ampliamente comentado en la prensa, y aun seguido con más fervor que las
noticias de actualidad. Incluso en la última semana se ha publicado una saga de
las andanzas de JFK en su última semana de vida. Es un lugar común muy citado,
en referencia al hecho, que todo el mundo se acuerda de qué estaba haciendo
cuando oyó la noticia (en mi caso, a pesar de que solamente contaba con cinco
años de edad, es absolutamente cierto; estaba haciendo un dibujo). ¿En qué se
basa esta aura aparentemente inalterable con el tiempo? En la suma de dos
efectos, diría: por un lado un magnicidio, perpetrado contra un personaje
tenido por todopoderoso, y por otro el halo de misterio sobre la autoría, el
móvil y las conspiraciones. ¿Cuál es la zona mental que se nutre de este tipo
de temas? Pues la zona generadora/receptora de mitos, la estructura
mitopoiética. Los mitos no son mentiras, ni cuentos (aunque los cuentos suelan
ser mitos) ni exageraciones ni citas glamurosas. Los mitos establecen una
comunicación con zonas arcaicas de nuestra mente a través de la simbología –un código
inconsciente- . De igual manera que la evolución de la especie humana ha ido
añadiendo sobre el cerebro tifónico-reptiliano el cerebro límbico-mamífero y el
neocórtex humano, así esta última estructura física ha ido añadiendo formas de
conocimiento de forma apilada y ha construido sobre la visión mágica del mundo
la visión mítica y sobre ésta la visión mental-racional. Y aun más; de la misma
manera que el córtex límbico no anula el cerebro reptiliano y el neocórtex no
anula al cerebro límbico, nuestras formas mágicas y míticas de ver el mundo no
quedan anuladas, sino que permanecen en una zona inconsciente que no manejamos
a voluntad. Necesitamos nuestras dosis habituales de pensamientos mágico y
mítico, aunque no seamos conscientes de ello. Ejemplos de pensamiento mágico los
tenemos en las supersticiones, desde las numerologías que se manejan con los
billetes de lotería hasta las presencias de gatos negros, desde los piercings y
tatuajes hasta los graffiti que inundan las paredes. El pensamiento mágico
incluso atraviesa sus límites más estrictos y se presenta disfrazado de
racionalidad, como en nuestra extraña relación con utensilios (móviles;
ordenadores) o nuestra propensión extrema a racionalizar y reducir
analíticamente cualquier contingencia (cuando nos basamos de forma extrema en
la racionalidad dejamos de pensar racionalmente y nos dejamos llevar
inadvertidamente por la magia y el mito). Las estrellas del cine son un ejemplo
clásico de pensamiento mítico. Los actores no son mitos, son personas de carne
y hueso. Es nuestra relación con ellos la que está teñida de la esencia del
mito. Les encontramos las mismas características que a los dioses del Olimpo,
los héroes de las leyendas o los personajes de los cómics. La esencia del mito
estriba en la bipolaridad, la reflexión especular de nuestras acciones. La
identificación mágica implica fusión indiferenciada; la identificación mítica
implica el reflejo en la imagen simbólica. La racionalidad acaba con la
identificación y envía el mundo objetivo fuera de nosotros, a un realismo de
mundo externo prefabricado en medio del cual nadamos y observamos. Pero hay
conocimiento postracional que nos vuelve a hacer partícipes del proceso
cognitivo, más allá de todo dualismo. No hace falta decir que necesitamos de la
magia, del mito y de la razón para seguir progresando, de igual manera que
necesitamos respirar, sentir emociones y pensar para poder ir más allá en
nuestra evolución. Volviendo al 22 de noviembre de 1963, ese mismo día falleció
en Los Ángeles Aldous Huxley, verdadero polímata que contribuyó con creces a la
evolución del conocimiento humano. Un último detalle del alcance de la
mitología: en 2010 se subastó el ataúd que había contenido los restos de LHOswald. Un mitómano pagó por él 87.000 $.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Recapitulación
Quien haya tenido la paciencia de seguirme hasta aquí en estos casi ocho
años (¡gracias!) se habrá más que percatado fácilmente de mis preferencias
vitales en los diversos campos que despiertan mi interés. O, mejor dicho, habrá
incluso sabido extraer la esencia común a todas ellas, independientemente de su
ámbito de aplicación. La idea básica que percola a lo largo de todo el blog es
la de evolución; ése sería
precisamente el término que utilizaría si tuviera que resumir las casi
quinientas entradas en una sola palabra. Evolución como proceso ampliador de las
usuales percepciones reificadoras, atomizadoras, de los simples mecanos
moleculares y que da paso a las percepciones de proceso. Proceso que va desde
la fábrica primigenia de las estrellas generatriz de la geosfera hasta la
organización prebiótica, el paso a la biosfera y su desarrollo con la creciente
complejización cibernética hasta la emergencia de la noosfera, de la conciencia,
que empieza por la percepción del yo (ese strangeloop tan particular y tan sólidamente asentado que impide, a su vez, el desarrollo
ulterior de la propia conciencia trans-personal) y sigue todavía su camino
hasta la conciencia de segundo orden (la conciencia de ser conscientes) y aun,
en contados casos, mucho más allá. También he insistido en el tema de la
evolución –tanto histórica-social como personal-piagetiana- de las estructuras
de conocimiento, desde la más arcaica hasta las transracionales, pasando por la
mágica, la mítica y la racional. Estas estructuras han afectado a la carga
cultural que cada época histórica ha generado, tanto en el campo de las
ciencias como en el de las artes y el del pensamiento. Mondes neufs, constructions ou démolitions, vous m’ donnez des visions,
reza un verso de una canción de Ch.Trenet, y nada más apropiado para
percatarnos de que, para poder avanzar en nuestra posición de conciencia, es
preciso saber en donde nos encontramos. Es decir, relativizar nuestras
coordenadas mentales y reconocer que estamos sometidos a unos paradigmas que
pueden evolucionar. Como la yoidad, que una vez instalada cuesta mucho de
superar (se trata de un bucle cibernético muy estable y que nos permite nada
menos que sobrevivir), la racionalidad, con su proyección externalizante de
toda perspectiva, proporciona un parecido estancamiento. No se trata de
abandonar la racionalidad (como tampoco se trata de abandonar la yoidad) sino
simplemente de confinarlas a un caso particular de un todo mucho más amplio. La
yoidad esclerotizada conduce a la otredad, zona en donde se tiende a acumular
todos los desechos (políticos, banqueros, seguidores del equipo contrario, es
decir, todos los “malos” de la película) mientras que la racionalidad
esclerotizada conduce a la más aberrante forma de fragmentación dualista en
cualquier ámbito del pensamiento, por simple que sea.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Burgueses
El público de los conciertos clásicos está envejeciendo a marchas forzadas,
en un proceso que parece exactamente el contrario del que se produjo hace unos
cuarenta años, cuando una generación joven pareció asaltar los auditorios y revitalizar
el fenómeno del hecho musical. Aunque buena parte del público que ahora
envejece perteneció a aquella generación parece que se cumple de nuevo la frase
picassiana de que las revoluciones nacen
de pie y mueren sentadas. Lo malo del caso es que a esta generación ya
aburguesada no parece seguir otra joven que la renueve y le cante la famosa
canción de Jacques Brel. Las ahora más que tímidas y mojigatas incursiones en
repertorios más o menos contemporáneos muestran, a modo de excusa, títulos como
“S XX para todos los públicos” y zarandajas por el estilo. ¿Por qué no analizar
las reticencias del público hacia este tipo de repertorio en vez de mostrar una
actitud de excusa rayana en la vergüenza? Lo primero que hay que asegurar al
público –al de hoy como al del S XVIII- es que no se le está tomando el pelo
cuando se interpretan obras que no entienden (bien, al menos cuando se le
presentan grandes obras de valor incuestionado). Lo segundo y más importante es
que el público perciba claramente que cuando asiste a un concierto lo hace,
generalmente, con una actitud muy dirigida, con unas estructuras mentales muy
definidas y con unas expectativas muy concretas. Todo cuanto no encaje con esta
actitud, estructuras y expectativas es automáticamente rechazado sin ninguna
otra consideración (o, pero aún, clasificado dentro del saco del “no-me-interesa”).
Esta dinámica, evidentemente, representa la muerte por inanición del hecho
musical. Si a esto se le suma la consideración de la cultura como un hecho
social, idea siempre presente en los países del sur de Europa, tenemos como resultado
la atrofia irreversible. ¿Y cuál es la actitud mental del público medio que
asiste a un concierto? Pues la de estar abierto a escuchar algo dulce
(repertorio clásico), sentimental (repertorio romántico) o grandioso
(repertorio clásico o romántico). El repertorio barroco ha ido quedando con el
tiempo casi excluido de los programas de las orquestas sinfónicas y el
renacentista (que el gran público prácticamente desconoce) ha quedado más
especializado dentro del submundo llamado “música antigua” (que ya he discutido
en alguna ocasión). En ocasiones se utiliza el término “disonancia” para
analizar el fenómeno que estoy describiendo. No se trata de una cuestión de
disonancias, sea lo que sea a lo que se refiera este término un tanto
escurridizo. No se trata de disonancias sino de la ausencia del elemento
patético-sentimental que en demasiadas ocasiones llega a hacer deslizar en el
repertorio habitual obras que no están a su altura. No estoy automáticamente
condenando las obras que giran alrededor de dicho elemento, ni mucho menos
(ello equivaldría a condenar a Tchaikovsky, Puccini, Mahler y muchos otros
autores a los que admiro profundamente) sino más bien explorando las
posibilidades de ir más allá. El S XIX introdujo también otro elemento
distorsionador de la música el cual todavía padecemos. Se trata del intérprete
virtuosista, aquel que pone la exhibición personal de sus dotes circenses por
encima de la calidad de lo que nos está presentando. Este tipo de intérprete,
preferido y mimado por el gran público (con el espaldarazo de las
discográficas) siempre prefiere tocar piezas que parezcan mucho más difíciles
de ejecutar de lo que son en realidad, y evita sistemáticamente las que
resultan mucho más difíciles de lo que el público cree. Aún recuerdo la cara de
incredulidad de una señora alborozada tras la interpretación de la FantasiaImpromptu de Chopin cuando le confesé que la sonata de Mozart que había tocado
antes era mucho más difícil. Volviendo al tema que nos ocupa, las emociones que
despiertan en nosotros Debussy, Bartok, Messiaen y también Boulez, Ligeti o
Xenakis no encajan con los gustos del gran público (y quizás no lo harán nunca,
como anuncia Ortega y Gasset en La Deshumanización del Arte). No por las
disonancias sino por el contenido de sus obras, que va más allá de la
expresividad del sentimentalismo patético o incluso del expresionismo más
delirante. El gran público sigue prefiriendo, en general, la “disonante” Alpensinfonie al “suave” Après-midi d’un faune. Quizás, remedando
de nuevo a Ortega y Gasset, porque el campo del fauno es el que ve el poeta
mientras que el de la sinfonía es el que ve el buen burgués.
viernes, 1 de noviembre de 2013
Emergencias
El pensamiento analítico que todavía hoy envuelve a gran número de colectivos –entre ellos buena parte del mundo científico- es el fruto conjunto de los modelos de Aristóteles (forma/substancia) y Decartes (materia/esencia). El modelo sistémico vino a reconocer lo que el pensamiento analítico había obviado durante siglos: las interacciones entre elementos de un sistema, que llegan a devenir una parte esencial del mismo. Y la noción de sistema frente a la de conjunto de partes va íntimamente ligada a la noción de proceso frente a la de objeto. Solamente cuando dejamos de pensar en términos de objetos y comenzamos a pensar en términos de procesos podemos alcanzar a ver el alcance del concepto de sistemas. Una noción extremadamente importante en la teoría de sistemas es la de emergencia. Cuando se alcanza un determinado nivel de organización aparece una propiedad que no estaba en ninguna de las partes constituyentes (las propiedades moleculares ausentes en los átomos constituyentes, la vida ausente en las moléculas constituyentes, el significado morfológico ausente en las letras constituyentes, etc). Esta emergencia se nos puede aparecer como un objeto irreducible al conjunto de objetos constituyentes porque la reificación del objeto ha conllevado una pérdida de información que reaparece en el sistema cuando tienen lugar las interacciones sistémicas. Un poco como sucede con un archivo informático que lleva sus footprints asociadas y que solamente se nos hacen presentes en la interacción con el hardware/software.
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