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lunes, 31 de julio de 2006

Repertorio


Al contrario de lo que sucede con el público del cine, el público de los conciertos –y todavía más, el de la ópera-, quieren acudir siempre a oír el mismo repertorio. El sector interesado en conocer obras que todavía desconoce es una franca minoría. La razón de tal dicotomía es múltiple. Por una parte, el esfuerzo mental que supone la percepción activa de una pieza desconocida, frente a la mera actualización que supone la audición de una pieza conocida. Es decir, el esfuerzo mental –por no hablar de ámbitos superiores de conciencia- se evita en pro de la recompensa emocional que supone la actualización. La comparación que efectuaba con el mundo de la cinematografía tenía un cierto carácter tendencioso –arrastraba cierto error categorial-. Y es que el público en general quiere ver filmes nuevos de usar y tirar; cuando se trata de obras de más enjundia sí se plantea una re-visión en donde de nuevo un esfuerzo es requerido con objeto de profundizar en la obra. Otra razón que puede explicar el hecho básico es la del miedo a lo desconocido. A lo desconocido no solamente a nivel mental, sino a nivel de simple percepción (¿Qué otra razón explicaría el hecho de que ciertas personas no quieran probar nunca una comida que no conozcan desde su más tierna infancia?). Lo malo de la cuestión es que este miedo solamente se supera a base de lanzarse a la ‘aventura’ y en la actualidad –debido al problema mercantilista de fondo- cada vez más los organizadores de espectáculos se cuidan muy mucho de ofrecer ‘aventuras’ y repiten una y otra vez lo que les ‘funciona’. Es el problema del pez que se muerde la cola. Es el problema de la educación. La música posee un componente ‘tripa’ demasiado evidente para el gran público. Todos nos hemos percatado de que un final orquestal en fff arranca más aplausos que un final en ppp. Es por eso que se inventaron las bandas militares. Como una vez explicaba Alberto Sordi, que durante la guerra tocaba en uno de tales conjuntos, todo era ardor guerrero hasta que los soldados entraban en el tren que los llevaba al frente. Llegado ese punto, los músicos recogían sus instrumentos y volvían a casa mientras que para la tropa la cruda realidad se imponía de sopetón.

jueves, 27 de julio de 2006

Albedo


Quizá sea debido al calor, o al cansancio de final de temporada. Mi analista diría que en la cocina alquímica se está cociendo alguna cosa. La cuestión es que llevo casi dos semanas sin escribir. Algunas ideas afloran por un instante al consciente para volver a sumergirse en una especie de magma poco después. Espero volver a ser capaz prontamente de no sólo capturar dichas ideas sino de exprimirlas suavemente para que den algo de su jugo. Espero que no se trate de un ataque stendhaliano de horror a la hoja en blanco. No, más que de un bloqueo se trata de una ordenación de ideas.
En el magma que se cuece existen multitud de elementos que, no obstante su diversidad, están unidos significantemente para mí. Como su protagonista dice casi al final de Otto e mezzo, 'este desorden soy yo', y, espero que, como en dicho film, se produzca una pronta catarsis liberadora.
Los elementos que flotan en el magma son: un modelo evolutivo de despliegue progresivo; la teoría de sistemas; la reificación de la racionalidad; el perspectivismo de la música tonal; el mundo de los absolutos relativos; la causalidad circular; el pensamiento no lineal.....
Basta; no quiero dar la sensación de ir a buscar un reino y regresar con las asnillas de Jonás, como dice Ortega y Gasset refiriéndose al romántico (en contraposición al clásico, que solamente va a buscar las asnillas de Jonás y vuelve con un reino).

viernes, 14 de julio de 2006

Infantilización


Uno de los mecanismos más sutiles por los que el poder es capaz de perpetuarse es el de la infantilización preventiva. Las dictaduras basan en una buena medida su existencia en las consignas que lanzan a las masas con objeto de concienciarlas (¿?) respecto a los bienes públicos. Un dictador nunca ensalzará la concienciación y asunción de responsabilidades individuales. Este juego podría volverse muy peligroso para su pervivencia como tal. Surgirían entonces discrepancias de opinión que no podrían tener cabida en el paraíso sintético a tal efecto construido. Una masa bien adiestrada no necesita de demasiadas fuerzas represoras, porque cada elemento se convierte así en un potencial represor. Esta temible constelación psicológica no sólo es utilizada por las dictaduras políticas (y los dictadorzuelos con ropas de demócratas que intentan por todos los medios polarizar a la opinión pública, cosa harto fácil en según qué climas culturales). También es ejercida por estamentos religiosos (el resultado es todavía más temible, porque apela a estratos más profundos de la psique, y en cierta medida más inconscientes). No sólo estoy hablando de los casos extremos de kamikazes. En Occidente creyentes y no creyentes comparten demasiado a menudo una desmesurada inmadurez respecto a los temas religiosos. En gran medida convenientemente cultivada por la Iglesia como grupo de poder, cuando todavía lo era (este poder ha descendido pero la inmadurez no se ha erradicado). En estructuras de menor tamaño, como el mundo de la empresa, quizá sea más difícil mantener este grado de infantilización (el famoso paternalismo se ve hoy como algo muy demodée). Entonces se recurre al efecto contrario: la inflación del ego. La diferencia es que este tratamiento se efectúa de forma individualizada. El resultado -la hubris, compensación psicológica que en primera e infantil instancia puede interpretarse también como castigo- también es individualizado. Pero este juego diferente merece reflexiones diferentes.

lunes, 10 de julio de 2006

Digestión


Cada vez desconfío más de la cocina, la cultura y los viajes preparados. Cualquier acto cognitivo supone un encuentro. Y tal encuentro, dependiendo del tipo de estructura de consciencia que esté operando, funde, enfrenta ó integra a los elementos que en él participan. Ya sea una fusión indiferenciada con el medio, una alineación sujeto/objeto ó una integración participativa, dicho encuentro requiere un cierto proceso de trabajo psíquico. La cultura preparada presupone un desembolso dinerario a cambio de una “digestión” previa. El resultado de tal proceso de digestión no contiene alimento alguno. Simplemente da la sensación de saciedad, como esas fibras alimentarias que se utilizan para adelgazar. El trabajo psíquico es absolutamente ineludible si queremos extraer una experiencia del hecho. Y si no queremos extraer ninguna experiencia ¿Para qué embarcarse en el hecho? Recuerdo cuando se efectuaron los primeros ‘arreglos pop’ de temas musicales clásicos. Se enarbolaba entonces la bandera del acercamiento a las masas. Lo triste es que los ‘arreglistas’ consideraban que el corazón de la obra que ‘arreglaban’ era una melodía a la que, en ocasiones, expoliaban de sus rasgos más distintivos para ocultar su personalidad bajo una máscara gris. Así, el famoso ‘arreglo’ del tema de la IX sinfonía beethoveniana, que eliminaba la característica síncopa (o bien el arreglista no la entendió, ó creyó que era demasiado complicada para 'las masas’). En este caso el pertrecho fue doble, porque el poema schilleriano fue totalmente desfigurado para poder dar cabida a la moda cumbayá de aquel momento. La mejor manera de promocionar, en este caso la música, es programarla y esperar a que enganche a un sector del público. Alternando, claro está, obras de más fácil comprensión con obras de más vasto alcance. Lo que nunca puede salir bien es la versión ‘Reader’s Digest’ de Finnegan's wake.

jueves, 6 de julio de 2006

Transgresiones


Existen dos tipos de transgresiones. Las primeras van más allá de la convención aceptada en un determinado momento y entorno históricos y, merced a ello, son ‘alcanzadas’ por el grueso de la estructura social al cabo de un cierto tiempo. Las segundas se corresponden con las convenciones aceptadas en otra época más primitiva por el grueso de la sociedad y, debido a ello, son rechazadas en el tiempo presente. Las transgresiones suponen actos que se alejan de la convención, aunque las primeras corresponden a las avanzadillas y las segundas al grupo rezagado. Acudiendo a un clásico ejemplo, las reivindicaciones en contra de la esclavitud que podían esgrimir los grupúsculos cristianos en la Roma del S. I pertenecían al primer grupo, mientras que el comercio con esclavos a finales del S. XIX pertenecía al segundo. Desde nuestro punto de vista postconvencional en lo que respecta a este asunto, vemos clara la evolución en la dirección de ampliación de conciencia. En otros aspectos todavía situados en plena zona convencional quizás nos cueste más efectuar tal discernimiento. Todo es cuestión de posición relativa. Recuerdo que en una entrevista Federico Fellini reconocía haber disfrutado mucho situándose entre los transgresores, pero aquellos a los que con el tiempo se les reconocía, con obispos y coros alpinos, que se habían lucido con su transgresión. Es una descripción muy buena del primer tipo.

Mensaje


Hace treinta y tantos años, todo aquel que quería dárselas de intelectual (cosa que entonces estaba de moda, aunque en realidad no pasara de eso), hablaba de ‘mensaje’ cuando salía de ver una película. Bueno, una película de las que entonces calificaban de ‘arte y ensayo’. También existía otro sector de la población que hacía gala de su rechazo a tal tipo de filmes. Las únicas películas que interesaban a éstos últimos, ellos decían, eran las de entretenimiento. Para hacer más patente su posición, adornaban su discurso con ciertas burlas dirigidas al supuesto ‘mensaje’ y sus destinatarios. Vista desde nuestra perspectiva, toda la situación que describo puede parecer remota y plácidamente naïf, aunque, bien mirado, tampoco ha cambiado tanto en la actualidad. En muchas ocasiones, sin embargo, se confundía el tema con el ‘mensaje’. ¿A qué hacía referencia en realidad el dichoso ‘mensaje’? En un arte narrativo, el ‘mensaje’ se mantiene en un plano tan simbólico como puede hacerlo en otras artes. ¿Cuál es el mensaje de la Sonata a Kreutzer? En los filmes ‘de arte y ensayo’ a menudo se concebía el mensaje como un discurso ó trasunto que coloreaba la acción, en ocasiones incluso con fines didácticos ó aleccionadores. Un poco al uso del realismo soviético. Entonces se hablaba de ‘conciencia social’, ‘compromiso’, ‘justicia social’ y cosas por el estilo. Estas confusiones de términos incluso afectaban a los críticos cinematográficos. ¡Cuántas veces he leído que El Verdugo berlanguiano es un alegato contra la pena de muerte! Creo que el tema de dicho film es mucho más esencial y hace referencia a la compleja red que la estructura grupal parece tejer en torno al individuo. La elección de la profesión alrededor de la cual giran las vidas de sus protagonistas genera en el espectador sentimientos encontrados que no aflorarían tan fácilmente si tal profesión fuera la de peluqueros ó ingenieros agrónomos, aunque a la postre, el ‘mensaje’ podría seguir siendo el mismo. O quizás deberíamos hablar de ‘tesis’ más que de ‘mensaje’. La gran diferencia es que la tesis siempre puede ser racionalizada y explicada en términos de lenguaje convencional, mientras que el ‘mensaje’, tal como yo entiendo el término, es un trasunto exclusivamente simbólico y, como tal, se halla confinado en su soporte. O sea que, en cierta manera, el mensaje, como en la célebre frase de McLuhan, es el propio medio.

lunes, 3 de julio de 2006

Deconstrucciones


Cada vez tengo más la sensación de que la postmodernidad no es mucho más que una reacción que posee cierto carácter de rabieta infantil. Las consignas de la postmodernidad nos aleccionan sobre el carácter relativo de cualquier aserción, haga ésta referencia a temas científicos, artísticos ó morales. La postmodernidad –cuyo primer atisbo filosófico podría remontarse nada menos que hasta Kant- ha constatado que la razón humana se apoya en paradigmas y que éstos no poseen ningún tipo de categorización posible. El reconocimiento de que la razón –y por ende, el conocimiento de un supuesto “mundo objetivo”- no constituye un absoluto, deja una ventana abierta –que la ortodoxia científica actual todavía cierra sistemáticamente- a la evolución por ampliación de conciencia. Esa es precisamente la parte positiva de la postmodernidad; la apertura de ventanas a nuevas posibilidades y la denuncia de la hubris que subsume el cadáver de la modernidad. La parte negativa es la de la rabieta en que resulta la constatación anterior: ya que todo conocimiento se apoya en paradigmas, no existe ninguno de ellos que sea privilegiado respecto a los otros. Es como la rabieta que puede experimentar un niño al constatar los primeros dolores de crecimiento. Ya que un mundo de seguridad se me derrumba, no quiero instalarme en ninguna otra seguridad; la seguridad no existe. Dicho en frase postmoderna, la única verdad absoluta es que todo es relativo. Dejando aparte la consecuente y conocida incoherencia lógico-formal resultante de esta aseveración, creo que existe otra verdad absoluta, la que hace referencia al grado de relatividad. Una propuesta ó aserción que incluya y a la vez amplíe a otra posee un grado de relatividad menor que ésta. Esta aseveración parece incluir una teleología ó punto final hacia el cual confluyen los paradigmas por consiguiente ampliación de campo visual, cosa que aterra por igual a los “ortodoxos” anclados en los residuos de modernidad como a los “heterodoxos” que enarbolan la bandera pura de la postmodernidad. No creo que sea necesario incluir tal punto en nuestra discusión. El paso de la gravitación newtoniana a la einsteniana ha sido explicado de diversas maneras. Una primera explicación considera que una cosmología es equivalente a la otra en el caso concreto de magnitudes de masa, espacio y tiempo relativamente pequeños. Una segunda explicación nos advierte que ambas cosmologías corresponden a cosmovisiones irreducibles; los paradigmas de que dependen nunca podrán ser comparados porque son radicalmente diferentes. Una tercera explicación podría ser que el paradigma einsteniano es totalmente diferente del newtoniano, pero no se trata de una visión alternativa sino que supone una ampliación de conciencia respecto de él. Son los propios conceptos de masa, espacio y tiempo los que han resultado modificados o, mejor dicho, ampliados.
Una vez hayamos deconstruído todos nuestros constructos culturales, científicos y morales tendremos que volver a construir algo para evitar el colapso global. La postmodernidad habrá servido para derrumbar, pero difícilmente podrá construir algo detrás.