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viernes, 1 de septiembre de 2017

Opiniones


                    Una de las mil consecuencias de la post-modernidad: nos impele a desconfiar de las grandes figuras de la historia (sólo adoramos sus citas, que utilizamos como estandarte, pértiga o ariete). En otros tiempos cuando uno no llegaba a captar las enseñanzas de algún personaje sobresaliente simplemente callaba y esperaba a tener la suficiente preparación y experiencia como para opinar. Ahora cualquiera siente que puede opinar sobre cualquier tema, por complejo que sea, en virtud de que todas las opiniones son válidas y respetables (¿respetables bajo qué código universal?). No nos confundamos. Todos los votos tienen la misma validez (eso es la grandeza de la democracia) pero no todas las opiniones la tienen. Los medios de comunicación no tienen clara esta idea cuando agitan ante nuestras narices utilizando a veces como estandarte, pértiga o ariete el tweet más estúpido y tripero que el último quelconque acaba de enviar a la red. 


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