Una de las mil consecuencias de la
post-modernidad: nos impele a desconfiar de las grandes figuras de la historia
(sólo adoramos sus citas, que utilizamos como estandarte, pértiga o ariete). En
otros tiempos cuando uno no llegaba a captar las enseñanzas de algún personaje
sobresaliente simplemente callaba y esperaba a tener la suficiente preparación
y experiencia como para opinar. Ahora cualquiera siente que puede opinar sobre
cualquier tema, por complejo que sea, en virtud de que todas las opiniones son
válidas y respetables (¿respetables bajo qué código universal?). No nos
confundamos. Todos los votos tienen la misma validez (eso es la grandeza de la
democracia) pero no todas las opiniones la tienen. Los medios de comunicación
no tienen clara esta idea cuando agitan ante nuestras narices utilizando a
veces como estandarte, pértiga o ariete el tweet
más estúpido y tripero que el último quelconque
acaba de enviar a la red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario