Refiriéndonos al tema del conocimiento exclusivamente científico, hemos llegado a un punto tal de sobreacumulación de conciencia –Jung diría a una inflación ó hubris- que ignoramos soberanamente la parte oscura del problema. Ignoramos que toda nuestra ciencia ortodoxa se basa en dos premisas: el principio de invarianza galileana, que supone que en cualquier sistema físico las leyes de la física son idénticas; y el método cartesiano, que separa de forma absoluta mente y materia para poder hacer un estudio sistemático de ésta última. Las nuevas visiones llamadas metaparadigma, holismo, etc., intentan caminar más allá de estas limitaciones. Las limitaciones, sin embargo, normalmente resultan ser fructíferas, mientras que el caminar más allá resulta en muchos sentidos peligroso...
¿Es ilimitado el camino de ampliación de la conciencia o bien ésta ha de dejar espacio para nuevos contenidos enviando los viejos al inconsciente ?–que no consiste precisamente en una papelera de reciclaje-.
La relación del nuevo metaparadigma con el mundo de los fractales es bien manifiesta: el fractal describe extensivamente y en cualquier nivel una estructura organizativa, un campo mórfico. Debido a nuestra percepción, cuando viajamos hacia adentro ó afuera del fractal, se nos aparece lo que nos parecen nuevas disposiciones, que acaban actuando como ‘metaterrenos’ para acabar girando nuestra percepción de lo que se acaba convirtiendo en decorado (proceso típicamente occidental). Aunque, de hecho, siempre estemos viajando alrededor de la misma estructura. Un punto de esta estructura nos determina el resto del espacio (cosmovisión típicamente oriental).
El modelo holístico nos propone, en cierta manera, una imagen de completitud del mundo físico. Esta completitud, sin embargo, debe de ser ficticia en función del propio mecanismo conceptual que nos ha llevado a aceptar un nuevo modelo. Los cautivados por el nuevo metaparadigma creen, mayoritariamente, siguiendo los modelos de la postmodernidad, que no tiene sentido hablar de realidad absoluta, pero existe un mecanismo que nos lleva a la búsqueda perpetua de esta realidad, que hay que encontrar en el reino del inconsciente.
Por qué el paradigma emergente (y muchos filósofos, bastante antes que esto) afirma que nosotros configuramos la realidad? Porque nuestra percepción no puede ser tomada por la realidad más allá del mundo fenoménico (Kant), pero también porque la mente es capaz de configurar una multiplicidad de estratos que podemos tomar por “reales” (noosfera). De hecho, de aquí han derivado las diferentes escuelas de pensamiento a lo largo de los siglos. El nuevo metaparadigma no hace más que contraponer al viejo sistema cartesiano-lineal-objetual un modo de pensamiento alternativo monista-holístico-sistémico que en ciertos sentidos se parece a las concepciones místicas orientales, pero que ni tan sólo aspira a la inmanencia.
Nos hemos pasado todo un Eón proyectando en la Naturaleza nuestras expectativas y siempre las hemos reencontrado de manera supuestamente “objetiva”. El pensamiento de una gran parte de la Edad Media ha encontrado platonismo, universales y teocracia en la Naturaleza. Más tarde, el aristotelismo ha hecho posible un cambio de paradigma que ha conducido a la Ciencia propiamente dicha. Después de ciertas peripecias intelectuales nos hicimos con una naturaleza absolutamente racionalista, el reloj inanimado de mecanismo infalible. Este reloj pareció después abocado a una muerte entrópica. Después de más experiencias intelectuales aparecieron los campos, la estadística y, todavía más tarde, la probabilística y el indeterminismo. Las nuevas emergencias no nos acercan más a la verdad absoluta sino que nos alejan más de las verdades parciales y de esta manera podemos tener una percepción más amplia de todo el entramado.
No hay luz sin sombra. La propia presencia de la luz iluminando un objeto va asociada a la sombra que proyecta este mismo objeto. Solamente podemos conocer la luz si somos conscientes de la sombra. La oscuridad y el silencio no son las negaciones sino las caras opuestas de la misma moneda que contiene la luz y el sonido.
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