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miércoles, 21 de junio de 2006
Intelectualidad
Nuestro peculiar país, que tantas cosas buenas tiene, siempre ha mostrado una tendencia manifiesta al rechazo de lo que podríamos llamar "intelectualidad". En ocasiones este rechazo ha tenido visos de rebelión contra una estructura impuesta (entre la "intelectualidad" existe, como es obvio, todo tipo de personajes, desde los visionarios -en el mejor sentido de la palabra- hasta los chaqueteros que pretenden extraer provecho de cualquier situación; desde los individuos privilegiadas que quieren compartir sus intuiciones hasta los retoños de las clases dominantes menos privilegiados intelectualmente -los más "privilegiados" van a parar a los bancos-). En este sentido la relación ha tenido cierto paralelismo con la que se ha mantenido con el clero -otra muestra de estructura impuesta-, aunque en este caso el diálogo siempre ha estado marcado por la visceralidad fluctuante del amor-odio. El intelectual, en el mejor de los casos, ha sido soberanamente ignorado. En el peor, ha sido clasificado entre las legiones de parásitos sociales y sólo ocasionalmente ha sufrido de incomprensión. Estos últimos períodos han tenido lugar en épocas marcadamente reaccionarias. Así, mientras muchos intelectuales europeos aclamaban a Napoleón como el diseminador de las ideas surgidas a partir de la Revolución Francesa (al menos, antes de proclamarse emperador), buena parte de los intelectuales españoles de la época que mostraron tales inclinaciones fueron tildados cortésmente de "afrancesados" y muchos de ellos murieron en el exilio (en algunos casos este hecho facilitó la expansión de su obra). Buena parte de los ciudadanos -perdón, de los súbditos- de la época preferían a un rey absolutista y amigo de las triquiñuelas que a un representante de novedades que las estructuras del momento calificaban de peligrosas. Esta situación se ha vuelto a repetir en ocasiones más cercanas. Quizás los librepensadores todavía siguen vivos en nuestro pequeño mundo.
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