Leo hoy en la prensa un pequeño estudio sociológico realizado entre un puñado de ex alumnos de secundaria en el que exponen sus experiencias, ideas, inquietudes sobre la educación que han recibido. Además de pedir a los profesores que comprendan sus puntos de vista (¿y por qué no han hecho ellos el esfuerzo de pensar que quizás los profesores comprenden más sus puntos de vista que ellos el de los profesores?), traen a colación un tema de máxima actualidad: la integración de los inmigrantes. Y lo hacen con unos términos muy en boga hoy en día: hablan de mutuo respeto, pero exigiendo que los que han llegado se integren en nuestra cultura. Aquí es en donde creo que los conceptos fallan. Cuando los emigrantes se integran en una cultura están contribuyendo a ampliarla, a desvirtuarla, en suma. Y lo que deja de resultar adecuado es la distinción nuestra/vuestra. El tan pregonado mestizaje no consiste en la dilución de dos ó más colores culturales para dar lugar a un gris intermedio. Se trata de la puerta a la emergencia de algo nuevo. Se trata de la asunción de que las culturas confrontadas son formas relativas de entender la vida y que precisamente de la consideración de tal relatividad puede aparecer una forma más amplia, más evolucionada de entenderla que cualesquiera de ellas. No se trata de una confrontación sino de una integración dialéctica, en suma. Todavía se tiende demasiado a pensar infantilmente en una medición de fuerzas ó capacidades de aprehensión de una supuesta realidad imparcial. Nuestras civilizaciones evolucionan al igual que nuestra capacidad de pensamiento: somos nosotros –nuestras estructuras de pensamiento- los que evolucionamos y no nuestra supuesta proximidad a una realidad absoluta.
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