Amo las paradojas. Constituyen un medio efectivo de ir más allá en nuestros planteamientos y reflexiones. Son como versiones “de andar por casa” de los koan budistas por cuanto a su utilidad se refiere. Nos sacan –aunque sea por unos instantes- de nuestro letargo mental en el cual las cosas están perfectamente clasificadas, cada una en un compartimento y cada compartimento en una posición determinada. La paradoja es el ombligo que existe entre la poesía y el mundo de la racionalidad (así como el koan lo es entre el mundo de la racionalidad y el de la transracionalidad). Y como punto de escape de la recurrencia relacional siempre está dispuesta a brindarnos una nueva visión en un plano de conciencia más amplio. Después de saborear una paradoja nos sentimos más sabios, más serenos.
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