Ignoro si en algún momento de la historia occidental los individuos con más capacidades de organización, conocimientos técnicos, energía psíquica y fortaleza moral han ocupado sistemáticamente puestos de responsabilidad en las diversas organizaciones, aunque lo sospecho fuertemente. Hoy por hoy es bastante común ver como este tipo de individuos rehuye tales cargos, que son ocupados habitualmente por las personas más arribistas, incompetentes y moralmente dudosas. Quizás estoy intentando analizar desde atrás, desde una posición ya insostenible. La fortaleza moral es relativa a la moral concreta que consideremos. El arribismo ha pasado a formar parte del grupo de cosas catalogadas como legítimas aspiraciones. La competencia no se detecta en el día a día sino en el cumplimiento de los objetivos año tras año. Lo más divertido del trabajo por objetivos es que quizás algún año en que los logros han sido particularmente espléndidos no se llegan a cumplir los objetivos, diseñados un año antes, y también la situación contraria. Y es que los objetivos escritos en un papel a principios de año son el trasunto despersonalizado de las necesidades reales de cada momento. Los hechos a que me refiero –y que me perdonen aquellos que son capaces y se ven en condiciones de gestionar, que haberlos haylos- son un síntoma de la prevalencia de las fuerzas descompositivas sobre las integradoras de una situación. No me lamento del cuadro descrito con ansias regresivas. Por el contrario, creo que tal configuración constituye el detritus que posibilitará el fermento que dará lugar a una nueva situación en que las fuerzas integradoras volverán a prevalecer (hasta que se descompongan de nuevo). Como toda situación, la nuestra tiene sus puntos positivos y negativos. Todo depende del grado de alejamiento con que se considere. Por paradójico que parezca, solamente cuando somos capaces de desprendernos de todo es cuando podemos alcanzar la plena resonancia con ese mismo todo.
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miércoles, 30 de enero de 2008
jueves, 17 de enero de 2008
Los bufones
El humor –ya sea a través de la paradoja, del reto que en ocasiones impone a la linealidad temporal, de la deformación que conllevan la caricatura y la sátira ó de su capacidad para acceder rápidamente a zonas de la psique habitualmente poco accesibles– presenta muchos puntos de contacto con la poesía. Los individuos con sentido del humor –tanto activo como pasivo-, al igual que aquellos con dotes para la imitación, amalgaman capacidades de observación, creación y representación que les hacen a la vez más flexibles, sensibles, y hasta quizás más sabios. Todos conocemos a alguien capaz de alegrar nuestro quehacer diario con humor fresco generado al vuelo sobre las disparatadas situaciones a las que nos aboca de manera creciente nuestro presente. Como a los bufones reales ó a los idiotas de la Rusia clásica, son seres a los que se les perdona su impertinencia ó poco pudor cuando señalan a los demás, porque en muchas ocasiones expresan lo que el común de los mortales reprime más ó menos severamente por educación ó por temor a perder algo. Entonces se transforman en doble fuente de liberación psíquica: por sus hilarantes ocurrencias y por su condición de abanderados secretos de lo risible en los demás. Los bufones más desarrollados son perfectamente capaces de reírse de sí mismos, condición necesaria para adquirir cierto grado de sabiduría. El bufón que ríe por fuera y llora por dentro, personaje preferido del teatro romántico –Rigoletto, Pagliacci- no es un sabio; es un trabajador explotado por su entorno, claro exponente de las teorías sociales decimonónicas. El payaso tierno felliniano que flota con sus globos en un baile que desafía a la amarga realidad tiene tanto de filósofo como de poeta. Hace muchos años, en un test psicotécnico para optar a un trabajo, una pregunta de las que tenía que contestar rezaba textualmente: “¿Le gusta mandar ó es usted graciosillo?”. Si lo que consideraba el autor del pertrecho era que el sentido del humor otorga una profundidad de visión incompatible con cierta forma anacrónica de entender el management, aquella que lo identifica con la estrechez de la constelación ambición/afección, ahora, muchos años después, creo que puedo decir: “Soy graciosillo”.
miércoles, 16 de enero de 2008
Ansiedad (fractal) post-cartesiana
Asumiendo conscientemente –por una vez en este sitio-web- la caída presa del perspectivismo tardío y la ansiedad cartesiana más insidiosa, creo que una bisección interesante con la que analizar el mundo y sus modelos interpretativos consistiría en la clasificación y gradación de los puntos considerados como fijos en los diversos paradigmas/weltanchauung. Virtualmente todos los modelos consideran puntos fijos –básicos ó no-, ya que aquellos que no lo hacen apoyan todo su edificio en el vacío, que no deja de ser un punto fijo muy particular; el más alejado de cualquier perspectiva (como el punto de intersección virtual de una asíntota). La gradación de puntos no fijos consiste también en un punto virtual fijo. Desde el punto de vista del espacio físico, los puntos fijos se han ido ampliando a lo largo de la historia de Occidente: desde la superficie terrestre a los clusters de galaxias, agujeros negros y energía oscura, pasando por el globo terrestre, el sistema solar y la Vía Láctea. Pero además, con cada desplazamiento de los puntos considerados fijos ha tenido lugar un profundo cambio cualitativo en cuanto a nuestro modo de interrogar. Así, tal desplazamiento ha supuesto en buena manera una ampliación de nuestra perspectiva, pero también múltiples cambios en la naturaleza de tal perspectiva. Si focalizamos nuestra atención en el modo de conocimiento de las ciencias de la naturaleza, las perspectivas bajo las que se ha reflexionado sobre su estudio están basadas o bien en un punto fijo externo –leyes de la naturaleza/mundo objetivo externo ajeno a nuestras especulaciones- ó bien en un punto fijo interno –conocimiento histórico/ámbito de nuestras estructuras de conocimiento. En otras épocas se distinguía de forma un tanto naïf entre ciencias de la naturaleza y ciencias humanas (geisteswissenschaften) otorgando un saber acumulativo a las primeras y no acumulativo a las segundas. O sea, que las segundas originaban un tipo de saber sujeto a opinión, mientras que las primeras daban lugar a saberes absolutos ó no sujetos a opinión. En estos momentos, por suerte, esta distinción ya no está así de clara –aunque a nivel popular se siga considerando válida-. La supuesta acumulación de conocimiento, espejismo de la ahistoricidad, otorga un supuesto valor de punto fijo a muchos de los planteamientos de las ciencias naturales. El propio Kuhn hacía notar la paradoja de que, contrariamente a lo que sucede en la actualidad con los estudiantes de ciencias de la naturaleza, prácticamente ningún estudiante de humanidades ha dejado de ser confrontado con The Structure of Scientific Revolutions. El concepto de paradigma se ha visto reforzado tras su aplicación al mundo “real” de las ciencias naturales. Todos estos avisos sobre la falta de solidez de los puntos supuestamente fijos están, quizás, fundamentados en la necesidad de encontrar un punto fijo más allá, en otro nivel. Quizás se trate de la ansiedad post-cartesiana.
domingo, 13 de enero de 2008
Confusiones
Hoy vuelvo a leer en una entrevista en un periódico algo que se repite bastante en la actualidad. Un neurólogo que califica a la oxitocina como la molécula de la felicidad. La felicidad se describe como un estado psíquico, del alma. Un estado subjetivo, que incluso se puede adiestrar hasta hacerlo aparecer a voluntad. La oxitocina es una sustancia química que puede inducir ciertos estados de conciencia, pero no lo que entendemos por felicidad. Lo que el buen señor quiere seguramente decir es que los estados de felicidad –así, en primera persona- suelen estar asociados con unas concentraciones elevadas de tal sustancia en el sistema nervioso central. Pretender que la felicidad se puede inocular en el organismo tal y como se puede hacer con un compuesto químico es vivir en una flatland wilberiana, preludio de un mundo feliz huxleyiano (mantenido a base de oxitocina ó de telebasura, tanto da).
sábado, 12 de enero de 2008
Amor y Música
¿A dónde van a parar el amor y la música de Bach cuando ya no resuenan? Es una pregunta muy profunda que oí plantear recientemente. Profunda por la riqueza de perspectivas y significados que consteliza, así como la multiplicidad de modelos interpretativos con los que se puede abordar. Lo primero que hay que constatar cuando se analiza la desaparición del amor entre dos personas es el grado de hondura del tal amor que ha existido previamente. Quizás se ha tratado de un enamoramiento muy aparatoso ó apasionado, pero poco sincero ó maduro. El tiempo se suspende para tales enamorados, que creen habitar el nirvana definitivo. Pero es un nirvana decididamente muy limitado. Un grado más maduro de amor se traduce en la comunión de experiencias y de karmas. Es el amor de la complicidad. Aquí el tiempo ha hecho su aparición y delimita un proceso, guiándolo. Un grado aún más profundo de amor, el amor extático de místicos y tántricos, supondría de nuevo la desaparición esta vez parece ser que definitiva del tiempo. En resumen, creo que el amor no aparece y desaparece, sino que somos nosotros los que dejamos de participar, de resonar con el amor, que es algo así como una propiedad fundamental del universo. Respecto a la música de Bach… resulta doloroso pensar que en algún momento de nuestra evolución deje de mover la conciencia. La música de Bach es una realización de la cultura humana y, como tal, se halla sujeta a interpretación. Aunque el mundo se ha globalizado y, a pesar de ello, la música del Cantor de Leipzig sigue resonando firmemente en la conciencia de la multiculturalidad y nos aparece hoy tan ó más fresca que cuando fue escrita, sin embargo, el día –esperemos alejado unos cuantos evos de nosotros- que deje de hacerlo será probablemente olvidada. Aunque es probable que las formas extraterrestres de conciencia sigan de alguna manera apreciándola. Con ello no estoy abogando por la práctica común hoy en día de “tanto vendes, tanto vales”, ni muchísimo menos. El valor de la música de Bach no depende de la consideración que puedan tener sobre ella los circuitos comerciales, caprichosos y equívocos. La polarización del espíritu que las obras de arte articulan a su alrededor hace que cada uno adopte su propia perspectiva y nivel de profundidad. Como reza el encabezamiento del famoso canon de la Musikalisches Opfer, Quaerendo invenietis -quien busque encontrará-.
jueves, 10 de enero de 2008
Mea Culpa
Un trazo muy característico de la Modernidad occidental consistió –consiste- en la explotación de la expansión del conocimiento ó del territorio. La ciencia occidental –la ciencia propiamente dicha, ya que las formas de conocimiento de la naturaleza no basadas en las asunciones de Bacon, Descartes, Galileo y Newton no pueden llamarse ciencia, aunque puedan resultar igualmente válidas- nació con una clara vocación de transformación de la relación entre el hombre y el mundo (a la par que segregaba al hombre del mundo). El nuevo concepto político de Estado aparecido durante el Renacimiento pronto trajo consigo la idea de transformación social: en España, las expulsiones de las culturas hebrea y árabe, que habían protagonizado fuertemente la configuración cultural de los últimos cinco siglos resultó ser el preludio de la expansión territorial colonizadora de las Américas mientras la intolerancia religiosa se extendía rápidamente por toda Europa durante la Reforma, Contrarreforma y Guerras de religión. Cuando la Modernidad se halla ya en plena agonía, muchas instituciones se ven en la obligación de entonar el mea culpa y reconocer el impulso explotador que las había guiado durante sus orígenes. Así, el Vaticano hace unos años reconoció públicamente –en unas declaraciones cercanas a la farsa- su mala fe en el caso del juicio contra Galileo mientras que, por otra parte, las colonizaciones –las de hace 500 años- ya no se tienden a ver como una gesta heroica, sino como puro expolio y explotación. Sin embargo, la ciencia todavía no ha hecho el más mínimo gesto de arrepentimiento frente a la explotación del medio que sus descubrimientos han posibilitado. Muchos científicos aducen que la ciencia es objetiva y amoral, que el problema consiste en la adecuada utilización de esos conocimientos. Pero esta imagen del científico aislado, en comunión con la naturaleza y ganando terreno a la ignorancia de unos principios objetivos, asépticos e independientes de sus puntos de vista se desvanece rápidamente. La ciencia es tan poco objetiva y amoral como otras actividades de la cultura, tales como el arte, el pensamiento, la medicina ó las leyes, producto todas ellas de la historia y el devenir humanos. Además, la línea divisoria entre ciencia básica y aplicación es en muchas ocasiones muy borrosa. ¿O acaso no participaron muchos de los grandes físicos teóricos del momento en los proyectos nucleares respectivos de la Alemania hitleriana y de EEUU? Todos sabían para qué estaban trabajando. Únicamente los que estaban radicados en países neutrales, como Bohr, se salvaron de tales prestaciones.
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