En su obra
The Ever-Present Origin (1950), el pensador
Jean Gebser presenta un modelo de evolución de la conciencia humana a través de diferentes etapas de integración progresiva con características bien definidas para cada uno de sus períodos (arcaico, mágico, mítico, racional, integral). La evolución del arte, que es un producto de esta conciencia, sigue un camino paralelo a la evolución descrita. La percepción, que tiene un peso específico muy importante en el proceso de creación/aprehensión del arte, ha ido evolucionando consecuentemente. Gebser se refiere explícitamente de manera algo intuitiva al orden de dimensión característico de cada período, asignando dimensiones 0 a 4 a cada uno de los cinco períodos aludidos. El período llamado mental ó racional, que se empieza a desarrollar en la antigua Grecia, es el período tridimensional; el período en que el espacio se desarrolla en la conciencia hasta el perfeccionamiento de la perspectiva por parte de los artistas del Renacimiento. El período integral (cuyas raíces hay que buscar a principios del S XIX, aunque su desarrollo propiamente dicho pertenece ya al S XX) introduce una nueva dimensión a nuestra percepción: el tiempo. Pero no el tiempo lineal-sucesivo característico de la racionalidad, sino el tiempo no lineal, el tiempo circular: hemos integrado, tal como hace la Teoría de la Relatividad Restringida (1905), el tiempo como una nueva coordenada espacial. El equivalente en las artes plásticas lo hallamos en el cubismo: las obras de Picasso nos hacen percibir el tiempo como una dimensión espacial más; contemplamos simultáneamente diversas situaciones temporales de un paisaje ó de un rostro, representando este hecho una considerable ampliación de nuestra conciencia.
En el caso de la música, el paso del S XIX al S XX comporta toda una serie de cambios de perspectiva entre los cuales es una parte importante la incorporación de la idea del tiempo no lineal. La música del XIX se caracterizó por una tendencia hacia la hipertrofia expresiva en la cual la flecha del tiempo comportaba una clara dirección lineal, al igual que en la termodinámica clásica la dirección de los procesos viene dada por la tendencia hacia el aumento de la entropía. El reloj de Newton/Bach del XVIII derivó hacia la máquina de vapor de Boltzmann/Wagner en el XIX. El primer indicio de debilitamiento del tiempo lineal lo hallamos en la música de Debussy. La suspensión de las funciones tonales por la utilización de acordes aislados y escalas modales anuncia la revolución del XX. Creo que el disparo de salida para la música del XX, más que por la
Salome (1905) de Strauss (como sostienen algunos críticos), viene dada –de una manera considerablemente más silente- por el
Prélude a l’Après-Midi d’un Faune (1894) de Debussy.
La aparición de Stravinsky –hermano artístico de Picasso- en el horizonte comporta la consolidación de la idea de una cuarta dimensión temporal. La suspensión del tiempo viene ahora dada por los
ostinati, por la presentación simultánea de los acordes más simples de una progresión armónica y nos produce un efecto de cesación del tiempo. El compositor siempre había reivindicado para su música un carácter de “ordenación del tiempo”, pero, más importante aún, contiene el concepto de afirmación del presente absoluto (el presente fuera del tiempo o
nunc stans de los filósofos).
La tendencia a desarrollar nuevas perspectivas temporales se halla en muchos de los compositores del XX, aunque sus músicas aparentemente no tengan demasiada relación entre sí. Los ritmos intrincados que aparecen en la obra de Messiaen llevan este concepto todavía más allá, sumergiéndonos en un mundo en el que el tiempo virtualmente ha desaparecido (éste era el sentido que su autor quería dar al
Quatuor pour la Fin du Temps, 1940). Incluso un creador que parece tan alejado de éstas corrientes como puede ser Frederic Mompou, también participa. Así, los
ritmos circulares cercanos al éxtasis (en la conocida expresión de Gerardo Diego) característicos de una parte de su obra (
Charmes, 1921).
Más recientemente, una parte de la obra de György Ligeti (Atmosphères, 1961, Lontano, 1972), parece evocar la mismísima raíz holográfica de la cual nuestro oído puede extraer numerosas percepciones diferentes. También en la obra de los compositores minimalistas la percepción temporal ha quedado modificada en favor de la no-linealidad. En este caso se nos presenta la recurrencia que evoluciona lentamente siguiendo un orden temporal particular.