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viernes, 30 de junio de 2006

Traduttore traditore


Es de sobras conocido que, en muchas ocasiones, las traducciones al castellano de los títulos de muchos filmes se parecen al original como un huevo a una castaña. El motivo de tal cambio suele ser el de intentar preservar el sentido original de una expresión intraducible ó difícilmente comprensible para otra lengua/cultura. Así, la poco feliz conversión de Some like it hot a Con faldas y a lo loco se justifica, de entrada, ante la imposibilidad de traducir el doble sentido del término hot; que describe tanto el estilo de jazz presente en la película, como la situación en que se ven envueltos sus protagonistas. Algo similar sucedía con The seventh year itch, rebautizada con el poco imaginativo La Tentación vive arriba. En otras ocasiones –especialmente en situaciones proclives a la censura política ó moral- un cambio drástico puede hacer variar radicalmente el sentido de un film. Si contemplamos a los protagonistas de I Vitelloni como Almas sin Conciencia, añadimos un término de etiquetaje moral que quizás no era el que su autor quería originariamente destacar. Pero las traducciones que más fácilmente pueden desvirtuarse son las que más se asemejan al original. Un simple cambio de artículo (definición, número) puede hacer variar profundamente el sentido de un título. En los últimos tiempos he observado, en reiteradas ocasiones, traducir L’Histoire du Soldat stravinskiana con el brechtiano título de Historia de un Soldado. No se puede concebir un cambio menor que dé lugar a mayor desvirtuación. En este caso una traducción en correcto castellano que se adaptara al espíritu de la obra de Ramuz/Stravinsky podría ser El Cuento del Soldado (siguiendo la traducción inglesa presente en la propia partitura, The Soldier’s Tale). Otro ejemplo de cambio de sentido sin apenas modificación es el de Ladri di Biciclette. Un título que sugiere el anonimato tanto de los ladrones como de los trabajadores que los sufren y que describe con exactitud el lirismo de la cotidianeidad que el film de de Sica quiere plasmar. El Ladrón de Bicicletas es un título que da protagonismo a un personaje al que ni siquiera se le ve el rostro; un título que predispone a mirar con unos ojos muy diferentes a los que el original sugiere. Un poco afortunado refrán dicen que el nombre no hace a la cosa. Este refrán no aguanta el más ligero atisbo de giro copernicano.

viernes, 23 de junio de 2006

Más dualidades cartesianas


Hace bastantes años, en mi adolescencia, recuerdo que abundaban lo que el compositor Arthur Honegger llamaba, graciosamente, grosses dames poétiques. Cuando una niña (o bien un niño) que tocaba el piano era sometido a su juicio, solían decir: “tiene una buena técnica, pero le falta sentimiento”. Como esta respuesta era bastante común entonces (y ahora quizás también), llegué a pensar que se trataba simplemente de un cliché más. Ahora creo que esta dicotomía refleja fielmente el dualismo inherente a la cosmovisión comúnmente aceptada en la actualidad. ¿Qué se entiende por técnica y qué por sentimiento? Quizás estos conceptos se entiendan como elementos complementarios: la técnica permite la buena activación de un mecanismo y el sentimiento se dedica a dotar a este mecanismo de un alma. Como el trazo del dibujo y el color aplicado sobre este trazo. Es una faceta más del modelo cartesiano de dualidad mente/materia. De lo que quizá estos adolescentes aprendices de pianista adolecían era de una psicomotricidad lo suficientemente desarrollada unida a una madurez interpretativa muy limitada, fenómeno común en edades tempranas. La interpretación de la música –hoy día existe cierto consenso al respecto- pasa por ser la reproducción externa de una imagen que hemos formado previamente en nuestro interior. Así un gran intérprete no es aquel que dispone de un gran “mecanismo” unido a una capacidad de expresar “sentimientos” sino más bien el que posee una gran fuerza interior que sea capaz de manifestarse en el dominio objetivo/intersubjetivo.

miércoles, 21 de junio de 2006

Intelectualidad


Nuestro peculiar país, que tantas cosas buenas tiene, siempre ha mostrado una tendencia manifiesta al rechazo de lo que podríamos llamar "intelectualidad". En ocasiones este rechazo ha tenido visos de rebelión contra una estructura impuesta (entre la "intelectualidad" existe, como es obvio, todo tipo de personajes, desde los visionarios -en el mejor sentido de la palabra- hasta los chaqueteros que pretenden extraer provecho de cualquier situación; desde los individuos privilegiadas que quieren compartir sus intuiciones hasta los retoños de las clases dominantes menos privilegiados intelectualmente -los más "privilegiados" van a parar a los bancos-). En este sentido la relación ha tenido cierto paralelismo con la que se ha mantenido con el clero -otra muestra de estructura impuesta-, aunque en este caso el diálogo siempre ha estado marcado por la visceralidad fluctuante del amor-odio. El intelectual, en el mejor de los casos, ha sido soberanamente ignorado. En el peor, ha sido clasificado entre las legiones de parásitos sociales y sólo ocasionalmente ha sufrido de incomprensión. Estos últimos períodos han tenido lugar en épocas marcadamente reaccionarias. Así, mientras muchos intelectuales europeos aclamaban a Napoleón como el diseminador de las ideas surgidas a partir de la Revolución Francesa (al menos, antes de proclamarse emperador), buena parte de los intelectuales españoles de la época que mostraron tales inclinaciones fueron tildados cortésmente de "afrancesados" y muchos de ellos murieron en el exilio (en algunos casos este hecho facilitó la expansión de su obra). Buena parte de los ciudadanos -perdón, de los súbditos- de la época preferían a un rey absolutista y amigo de las triquiñuelas que a un representante de novedades que las estructuras del momento calificaban de peligrosas. Esta situación se ha vuelto a repetir en ocasiones más cercanas. Quizás los librepensadores todavía siguen vivos en nuestro pequeño mundo.

jueves, 15 de junio de 2006

Microcosmos


¿Cuál es el instinto que lleva en la mayoría de los casos a considerar que tu microcosmos es el mejor de los mundos posibles? Exactamente el mismo que te lleva a desconfiar de los microcosmos que te son ajenos. Es un fenómeno bien estudiado por la psicología. La identificación y la desidentificación te conducen por un camino gregario del que a menudo resulta difícil escapar, simplemente por una cuestión de miopía. “El nuestro/la nuestra es mejor”. Este es un programa absolutamente falto de aliento, que únicamente alienta el instinto ancestral del miedo a lo desconocido. Es el mantenimiento de la omnipresente dualidad “lo mío y lo ajeno”. El mundo del deporte, tan útil por otra parte para mantener la higiene física y psíquica personal y social, fomenta en numerosas ocasiones esta dualidad, recompensada en este caso por la identificación con un ganador que representa normalmente a una tribu. Cuando en las épocas pasadas de expansión de Occidente se descubrían nuevas civilizaciones, tras constatar que los componentes de las mismas pertenecían a la especie humana (cosa que bajo nuestra perspectiva es obvia, pero bajo una perspectiva menos evolucionada no lo era tanto –pensemos qué pasaría hoy si nos encontráramos con extraterrestres-), tenía lugar la inevitable comparación “nosotros pertenecemos a una raza ó cultura superior”. Todavía hoy, recientemente oí por TV a un tertuliano que, de una forma absolutamente inconsciente, hablaba de la cultura occidental como de la única fecunda y diferenciada (¡los espejismos de la tecnología!). El macrocosmos está constituido por una serie de esferas en forma de capa de cebolla que nos envuelven progresivamente. Nosotros debemos mantener vivo nuestro microcosmos particular porque somos sus principales depositarios, pero siempre observando más allá.
He empezado con una idea concreta y delimitada, y yo mismo he caído en la trampa de la dispersión. Otro día concentraré más mi discurso.

miércoles, 14 de junio de 2006

Hommage à Ligeti


Siempre he sentido fascinación por la música producida mecánicamente, como la que generan los organillos, cajas de música u órganos de autómatas. Tal fascinación quizás esté asociada al mecanismo de relojería subyacente, en el que otrora se creyó ver representado el trasunto físico del mundo que nos rodea. Esta fascinación ha estado presente en la conciencia de muchos grandes creadores musicales, como Mozart, Ravel ó Ligeti, que en ocasiones han querido imitar con su música (como también Stravinsky en Petroushka) el mundo del mecanismo inanimado. Hoy día nuestro paradigma ya no es el del mecanismo sino el sistémico y, como tal, nuestros artilugios musicales han de ir de acuerdo con tal cosmovisión. Recientemente he encontrado una página web en donde se representa el trasunto actual del órgano de autómatas. La fascinación en este caso, como en los anteriores, está repartida entre el oído y la vista. Recomiendo especialmente las variaciones 5, 8 y 11, cuyo resultado sonoro está increíblemente cerca de algunas de las obras de Ligeti, a quien quiero rendir aquí un cálido homenaje. Refiriéndome a mi última entrada, es evidente que dentro de cien años se celebrará el centenario de la desaparición de este gran compositor.

martes, 13 de junio de 2006

psicoanálisis


A raíz del centenario (¡Me pregunto qué centenario celebrarán de aquí a cien años!) del psicoanálisis han aparecido en los mass media numerosos opúsculos hablando de Sigmund Freud y sus seguidores históricos. Como dichos opúsculos han sido escritos por psicoanalistas, muchos de ellos se han aprestado a decir que parece ser que actualmente, tras una época en que el método ha estado en entredicho, se tiende a colocar al psicoanálisis en el lugar que le corresponde. Quizás el psicoanálisis ha estado en entredicho como método porque por un lado se ha abusado de él hasta la saciedad y, tras la época que creía poder descifrar toda realidad humana a través de él ha venido la época compensatoria que lo ha relegado al cuarto de los trastos viejos. También quizás porque se ha abusado de la misma manera de él como método terapéutico, incluso en los casos en que no estaba especialmente recomendado. Parte de estas acusaciones han llegado del campo de la psicología cognitivo-conductual y parte de la psiquiatría farmacológica. Desde mi humilde sentir de no especialista, creo que todos estos enfoques se dirigen a objetos terapéuticos absolutamente diferentes y que no pueden ser reducidos a un solo método de abordaje. Todos los enfoques, cada uno dentro de su ámbito de acción (dirigido a una parte diferente de lo que Ken Wilber denominaría “espectro de la conciencia”), tienen sus grandezas y sus miserias. La terapia conductista puede ser de efecto rápido y solucionar muchos problemas que otros acercamientos no discriminarían con suficiente claridad. Por contra, su aplicación sistemática en toda persona y situación puede conducir con facilidad a la situación que N. Chomsky denomina “fascismo rosa”: se trata, ante todo, de reintegrar al individuo al colectivo, a la norma vigente. La individualidad lleva asociados problemas; eliminándola seremos felices. Las terapias farmacológicas tienden a aliviar las psicosis a través del abordaje “objetivo” que ofrecen las ciencias de la vida. Van armadas, por tanto, de un importante arsenal de recursos. El peligro que presentan es el de llegar a descuidar los aspectos subjetivos, que quedan a menudo descompensados, relegando el complejo paciente/tratamiento a una especie de “flatland” puramente objetiva. El psicoanálisis como terapia muestra a su vez muchas limitaciones, sobre todo en casos de psicosis graves. Quizá la herencia más preciada de las diversas (y muy a menudo beligerantes entre sí) escuelas psicoanalíticas radica en los nuevos horizontes que han mostrado sus modelos para la psique humana. Las terapias farmacológicas se han basado en los modelos al uso de la ciencia, las terapias conductistas han renunciado a un modelo más allá del de la “caja negra”, mientras que las terapias analíticas han creado su propio modelo (poco “científico” desde el punto de vista popperiano), que a la postre ha resultado ser más interesante que las propias terapias en sí. Aunque, tal como dice un querido amigo (que se dedica profesionalmente a la psiquiatría farmacológica), el psicoanálisis no es un método científico, pero Lourdes tampoco y, en algunos casos, funciona.

lunes, 12 de junio de 2006

La abuelita de Einstein


El otro día observé que una conferencia sobre un tema biológico para no-biólogos se anunciaba bajo el epígrafe “sólo entiendes una cosa cuando se la puedes explicar sin problemas a tu abuelita”. La conferencia se enmarcaba en un ciclo llamado “La abuelita de Einstein”. La imagen de explicar algo que se puede complicar a voluntad de una manera sencilla está muy bien expresada con el símil de la abuelita. Denota la operación de reducción a lo esencial de un concepto ó de un hallazgo. Éste sería un proceso gobernado por la razón aliada con el arte de la claridad, aunque siempre conlleve la desvirtuación en un grado variable del original. Parece que, a fuerza de simplificar un concepto, llega a perderse una buena parte de su esencia. Este caso se da en grado sumo cuando los mass media, tratando de simplificar al máximo, llegan a generar clichés, que se convierten así en los números de guardarropía de cuatro conceptos sin los cuales no te puedes presentar en sociedad. De todas maneras también puede darse el caso de que un ser especialmente dotado realice una simplificación no desvirtuadora del concepto en lo esencial. Aun así, lo que Einstein tenía que explicar a su abuelita no era ni el experimento de Michelson-Morley, ni la geometría de Minkowsky ni tampoco las transformadas de Lorentz. Lo que tenía que explicarle era ni más ni menos que una nueva cosmovisión. Tenía que explicarle que los conceptos de espacio y de tiempo tal y como se concebían en la física newtoniana habían dejado de tener validez absoluta y que materia y energía resultaban ser dos manifestaciones diferentes de la misma substancia. Para ayudar a digerir este cambio de weltanchauung no es posible efectuar simplificaciones sino más bien aportar imágenes que ayuden a la mente a abrirse paso más allá de las limitaciones a las que suele estar sometida. Podemos conocer la planta baja de un edificio y la vista que nos ofrece del paisaje exterior con toda la precisión de detalles que queramos (con ayuda de telescopios y microscopios, por ejemplo). Para observar el exterior desde otro punto de vista que abarque más proporción de paisaje se hace necesario, sin embargo, subir al primer piso. Para subir al primer piso primero hay que caer en la cuenta de que estamos en la planta baja y de que realmente existe dicho primer piso.

viernes, 9 de junio de 2006

Frivolidad


Es extremadamente difícil escribir cuatro líneas sobre el sentido de la vida sin caer en la más aparente frivolidad. Aunque quizás actualmente la frivolidad es una cualidad en alza y un plus en las comunicaciones. Gran parte de la humanidad, preguntada sobre el sentido de la vida, responde que el fin del ser humano es alcanzar la felicidad. Es una gran respuesta. También es una respuesta muy subjetiva, porque la felicidad, aunque meta bastante común, se alcanza (o, en muchas ocasiones, simplemente se cree poder alcanzar) a través de vías de lo más variopinto. Algunos alcanzan la felicidad a través del placer de los sentidos ó del intelecto, otros a través del ejercicio del poder y otros a través de la exhibición. Incluso para algunas personas la felicidad se alcanza a través del sufrimiento, la mortificación ó la renuncia. También se da el caso de los que se han trazado como meta el ascenso social o económico. Otros sacan a su ego a pasear como si fuera un perrito que, en ocasiones orina alegremente sobre el prójimo, marcando su territorio. La felicidad, sin embargo, no es el objetivo final de un camino de rosas ó de espinas. Es simplemente un estado mental que está siempre a nuestro alcance (evidentemente, en algunas ocasiones más a nuestro alcance que en otras). Esto lo dicen todos los manuales de autoayuda, desde los más esotéricos, escritos por los antiguos maestros, hasta los más New Age, escritos casi en cadena de producción. Y es que una cosa es la felicidad y otra el sentido de la vida. Aquí ya se acaba la frivolidad (...o no).

miércoles, 7 de junio de 2006

Eclecticismo minimalista


Recientemente un conocido me pidió la opinión –sobre la base de que yo había oído más música que él- acerca de una serie de composiciones musicales que él había escrito. Se trataba de células muy simples, del estilo de las que aparecen en algunos spots publicitarios. Básicamente cuatro acordes tonales, con alguna sucesión de ellos no contemplada en la armonía más clásica –aunque común ya en la música escrita hace más de cien años-. En un esfuerzo imaginativo, le comenté que su música se inscribía en el llamado “eclecticismo minimalista”, afirmación que lo hizo muy feliz. Mientras escuchaba las composiciones me hice toda una serie de reflexiones. El fenómeno que intento describir es un clásico de la postmodernidad; a saber, el ponerse a crear en un campo sin conocer los hallazgos previos en él. Ello es muy útil para echar por la borda un paradigma y comenzar uno nuevo. El problema es que a los que sí conozcan los hallazgos anteriores, buena parte del conjunto les sonará al “descubrimiento de la sopa de ajo”. Si trasladamos el tema de lo que es la composición en sí a los efectos terapéuticos que la actividad compositiva pueda ejercer sobre el sujeto nos movemos ya en otro ámbito, el puramente subjetivo. Creo que buena parte de las coordenadas del arte se mueven más bien en el ámbito intersubjetivo. Y ésta es precisamente la parte más perniciosa de la postmodernidad. Se dirá enseguida que cada uno tiene su baremo, sus valores y sus referentes, por lo que la valía en sí del objeto creado es la misma sea cual sea el resultado obtenido; cada creación tiene la misma valía subjetiva. Pero los referentes y la experiencia de un especialista en algún tema no son los mismos que los de uno que se acerca ocasionalmente a él. Difícilmente –aunque no es imposible- alguien con una mínima experiencia musical podrá sostener que el conjunto de la música de Ludwig Spohr posee más calidad que la de su contemporáneo y tocayo Beethoven. Y no estoy hablando de un mundo objetivo platónico sino de un espacio que se define intersubjetivamente.

Apropos, observo que puedo volver a incluir material gráfico en mis entradas; espero recuperar también el tono mental necesario para mantener vivo el blog.