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lunes, 1 de octubre de 2007

Imágenes

Hace casi un par de años, el incipiente director cinematográfico Paul Festa tuvo la idea, en absoluto original, de realizar un documental sobre un material filmado por él mismo y consistente en la reacción seguida de la manifestación de qué imagen es sugerida a un elevado número de personas por la escucha –con audífonos- de una pieza organística de Olivier Messiaen, Apparition de l’Eglise Eternelle. Y, evidentemente, los diferentes sujetos del experimento –desde músicos profesionales hasta drag queens, pasando por periodistas, actores y una fauna de lo más variada- dan respuestas de lo más variopinto. Desde el éxtasis religioso hasta el infierno más pavoroso, pasando por el delirio erótico ó el gore más explícito. Según Festa, y dado que la escucha de esta pieza le impresionó especialmente en un período concreto de su vida, sumiéndolo –a él, ateo- en una especie de experiencia místico-erótica, quiso experimentar así con sus semejantes. Nos enfrentamos a la siempre difícil relación entre música e imagen. ¿Qué imagen sugiere el andante de la Sinfonía Júpiter? Seguro que su efecto será muy distinto si acompaña a una filmación sobre la campiña de Carintia en primavera, una carrera de coches de formula I, un documental sobre Auschwitz ó un filme pedagógico sobre la producción industrial de chapa de aluminio. Recuerdo una entrevista con Maurice Béjart en la que afirmaba que la sinestesia entre música e imagen funcionaba mejor por contraste que por semejanza (ilustraba el hecho con la potente imagen de una mano acariciando un brazo femenino acompañada por el sonido de un tren a toda velocidad). Creo que las obras musicales más ricas pueden ilustrar cualquier imagen, porque precisamente poseen ese carácter multifaceta que se adapta a multitud de contextos. Solamente en el momento en que la música se vuelve descaradamente imitativa es cuando la riqueza se pierde –en ese caso muchos creen que, en realidad, ya ha dejado de ser música-. Por otra parte, existen músicas con características tan visuales de movimiento que se adaptan mal a las imágenes. Pienso, en este sentido, en la declaración de Woody Allen a propósito de la selección musical para Love and Death. Después de intentar infructuosamente introducir música de Stravinsky el cineasta se percató de que sus imágenes resultaban absolutamente vampirizadas por la música, decidiéndose a utilizar la de su compatriota Prokofiev (ése es precisamente uno de los motivos por los que la música de Stravinsky resulta tan adecuada para ser coreografiada). La asociación entre música e imagen viene absolutamente mediatizada por el cliché y los referentes. Me gustaría saber qué hubieran respondido los conejillos de Indias de Festa frente al sonido también masivo de la organística Fantasia y Fuga en sol menor de Bach (¿Fervor luterano anti-erótico ó apocalipsis nuclear?).

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nietzsche decía que "en la música, las pasiones hallan su goce en sí mismas". Lo que el bigotón quiere decir aquí es que la música es la única arte que no remite a otra cosa que a sí misma: un filme, una obra literaria o teatral, una escultura, una pintura, una fotografía, refieren siempre a otra cosa. De allí que las reacciones ante una música cuya interpretación simbólica no esté ya fuertemente codificada por la cultura (pienso por ejemplo en la danza de las walkirias) la reacción individual sea fuertemente subjetiva (es decir, no mediatizada por un código). Medio redundante el comment, pero va más o menos para donde me indicó este artículo.
Es excelente, palabra que no me fascino con un blog desde hace tiempo de esta manera.

carles p dijo...

Una vez oí en un concierto a unos jóvenes en la fila de atrás que comentaban que "la música del S XX se halla fuertemente vampirizada por la música de cine". Siguieron haciendo otros comentarios que mostraban que no estaban demasiado duchos en la materia. A ellos la audición de Metaboles de Dutilleux les sugería quizás algún fragmento fílmico de suspense ó algún otro género. A mí me sugiere la memoria, el concepto bergsoniano del tiempo....cada cual le otorga un simbolismo de acuerdo con sus referentes. La Cabalgata de las walkyrias es utilizada por Fellini de forma magistral en Otto e mezo como música de circo. ¿No crees que las grandes obras artísticas, sean del arte que sean, en el fondo, refieren siempre a sí mismas (a pesar de que, de forma natural, la música ofrezca un fondo abstracto adicional)?

Saludos cordiales

rogebcn dijo...

Hola,

he llegado a tu blog debido a tu interés sobre la sincronicidad, lo que son las cosas.
Soy psicólogo clínico. El 23 de septiembre 2007 inicié un experimento científico en la red sobre sincronicidad.
Si quieres acercarte y participar puedes hacerlo en:

http://www.rogebcn.es

Espero te parezca interesante y lo recomiendes por la red con comentarios o con un link de referencia. Cuantas más personas pasen el experimento más fiables serán los resultados. No hay ningún interés comercial ni de otro tipo, simplemente investigación.

Gracias y disculpa la intromisión

Roge

Anónimo dijo...

seguramente, carles, cada obra artística que aporta algo nuevo nos obliga a redefinir el mundo en sus propios términos (sobre este tema abunda proust cuando habla de la misma playa pintada por elstir), o, como dice saer en algún lado, obliga a la crítica a leerlo en los propios términos de la obra. pero la diferencia crucial con la música es que en la música hay unidad semiótica, pero no significancia: cada vez, la unidad (la nota) es definida en el marco de la gama de esa composición, que siempre es distinta. a diferencia del signo lingüístico, el signo por antonomasia, que tiene un significado independientemente y antes de su inserción en un acto de habla.
algo así dice benveniste.
¡tengo que ver esa peli de fellini!
bueno, besos!