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viernes, 18 de diciembre de 2020

Conferencias

 


         Hace pocos días asistí virtualmente a una conferencia sobre “la historia de la verdad y la posverdad” impartida por un filósofo local. El ponente refirió el concepto de posverdad a la subjetividad y las emociones, ciñiéndolo a la postmodernidad y evitando las acepciones del empleo vulgar del término con sus evidentes conexiones con términos populares como el de “fake news”. Cuando le envío por el chat una cuestión referida a la conexión entre la evolución de los términos “verdad” y “realidad” tal como se ha ido redefiniendo en el último siglo por el último Wittgenstein, Heidegger o Rorty me doy cuenta de que no me entiende. Responde que las verdades de las ciencias hipotético-deductivas no tienen nada que ver con las emociones y que el último Wittgenstein se acercaba mucho a una especie de visión mística. Uno de los dos no ha entendido nada (¿¿yo??) aunque bien puede ser que nuestras emociones den cabida a formas múltiples de (post)-verdades. Se non e vero é ben trovato!

jueves, 17 de diciembre de 2020

Ludwig van

 


         Las efemérides, de las que tanto nos hemos alimentado en los últimos 20 años, tienen la misión de celebrar a un personaje o un hecho ilustres. Y este celebrar lleva implícita una valoración o, mejor, una actualización, una revisión o un replanteamiento. Las efemérides también sirven para fomentar la divulgación de figuras que los cánones culturales consideren lo suficientemente importantes o significativas como para recordarlas a nivel general. En este proceso de divulgación se da -necesariamente, casi podríamos decir- una simplificación que en algunos casos llega a alimentarse de tópicos o lugares comunes. Y los tópicos se suelen dar de narices con las actualizaciones o las revisiones. Hoy hace doscientos cincuenta años del bautizo de Herr van Beethoven y me resulta particularmente interesante comparar nuestras valoraciones actuales con las que se le tributaron en 1970, con motivo del bicentenario. Cada una habla de la época en que fue emitida. En 1970 la ola postmoderna ya se había iniciado pero todavía no había permeado lo suficiente como para haber perdido las referencias para con la Ilustración y los motores de la evolución de la Modernidad. En 1970 el maestro de Bonn estaba vivo y por fin parecía haberse desprendido de los tópicos con que la literatura generada hasta cien años post-mortem lo había obscurecido o burdamente clasificado. Esta literatura incluía desde llamadas del destino hasta frenéticos galopes, desde rabia por la moneda perdida hasta confesiones al claro de luna. En 1970 esta imagen folletinesca habia cedido en pos de algo más moderno que de alguna manera hacía referencia a la unidad de la cultura occidental, a la reconciliación post bélica y -muy significativamente- a la actualidad de la música de Beethoven, que pasó entonces a considerarse junto con Haydn y Mozart el tercer miembro de la trilogía clásica vienesa. La música de Beethoven, abstracta y arquitectónica como pocas, se liberó así por fin de las imágenes que la alejaban de una asimilación más seria y coetánea. En la década de los 70, cabe recordar, los conciertos clásicos estaban repletos de jóvenes que reivindicaban una nueva aproximación a Bach, Beethoven y otros compositores.
¿Qué sucede en 2020? El panorama ha cambiado radicalmente. El canon occidental y la Ilustración se han relativizado (de hecho ahora los orientales parecen ser los más interesados en Beethoven o en la música clásica en general). En los media se sigue recordando al personaje pero no se intenta un aggiornamento a nivel general. La obra de Beethoven sigue llenando las salas de público, pero de un público avejentado y achacoso incapaz de retener la tos en los pasajes más sutiles. Para una gran mayoría general la música, como todo, se limita a un asunto de usar y tirar. Beethoven es ahora simplemente una referencia, un bello insecto pinchado contra una plancha postmoderna donde los diferentes componentes han perdido las conexiones evolutivas que los mantenían como parte de una cadena que llegaba hasta nosotros. 
Si escuchamos atentamente, sin embargo, Ludwig van parece seguir hablándonos de manera directa a través de un lenguaje que aun se sigue espléndidamente autoactualizando.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Posverdades

 

                          Nuestra época –o mejor decir, dado su carácter aparentemente transitorio, nuestra pseudo-época - se puede caracterizar a través de muy variados enfoques y cada enfoque, por supuesto, dependerá de la perspectiva y referentes del observador, elementos que pueden ser ideosincráticos pero también cambiar con la edad o las circunstancias …. Comienzo así, a la postmoderna, para ilustrar este afán tan de nuestros días por incorporar y cartografiar cada elemento del discurso evitando siempre la imagen de un paradigma unificador. La Edad Moderna ha acabado su andadura reconociendo que no existe un nivel fundamental. Sí que existen –y de hecho ciencia, arte y filosofía los han utilizado- paradigmas que suponen evolución respecto a los anteriores paradigmas todavía considerados niveles fundamentales. Si algo repele a la Postmodernidad es la evolución, jactándose así de haber llegado al fin de la historia. Como que se ha perdido el nivel fundamental pero se cree tácitamente en un supuesto nivel fundamental neutro sobre el que dar infinitas puntualizaciones para explicar cualquier cosa se asume que cualquier proposición puede ser válida si se la etiqueta debidamente. Estamos tan llenos de estas inútiles etiquetas que ya nos cuesta respirar libremente. A las generaciones que todavía hemos tenido oportunidad de vivir bajo los valores de la Modernidad buena parte de las actuaciones del dia a dia de la Postmodernidad se nos antojan esencialmente falsas. Para mucha gente de mi generación éste es el epíteto omnipresente: falsedad. Como los humanos tenemos una gran capacidad de adaptación y muy pocos escrúpulos, si lo que toca es generar consignas falsas –falsas porque a pesar de estar basadas en  observaciones aparentemente objetivas se convierten en papel mojado ya antes de nacer- pues se hace la comedia y listos. Una pequeña corrupción de tal creencia nos lleva de lleno al tan actual tema de la llamada posverdad. Porque una cosa es que se piense que no existe una verdad absoluta y otro muy diferente es que cualquier afirmación pueda ser verdadera. Las diferentes verdades, por muy socialmente construídas que sean, necesitan de un sedimento y de una evolución. Cualquier verdad nace –a partir de verdades anteriores que fermentan dando lugar a algo nuevo-, configura toda una civilización o todo un paradigma, se desarrolla y muere para ser substituída por otra verdad. Las verdades que un embustero con pocos escrúpulos se inventa sobre el terreno no son verdades. Son posverdades, o sea, caprichos infantiles que, como en el caso de los niños, simplemente aspiran a alcanzar o mantener un determinado poder. Hace pocos días asistí virtualmente a una conferencia sobre “la historia de la verdad y la posverdad” impartida por un filósofo local. El ponente refirió el concepto de posverdad a la subjetividad y las emociones, ciñiéndolo a la postmodernidad y evitando las acepciones del empleo vulgar del término con sus evidentes conexiones con términos populares como el de “fake news”. Cuando le envié por el chat una cuestión referida a la conexión entre la evolución de los términos “verdad” y “realidad” tal como se ha ido redefiniendo en el último siglo por el último Wittgenstein, Heidegger o Rorty me doy cuenta de que no me entiende. Responde que las verdades de las ciencias hipotético-deductivas no tienen nada que ver con las emociones y que el último Wittgenstein se acercaba mucho a una especie de visión mística de la realidad. Creo que uno de los dos no ha entendido nada (¿yo??) aunque bien puede ser que nuestras distintas emociones den cabida a formas múltiples de (post)-verdades. Se non e vero é ben trovato!

sábado, 31 de octubre de 2020

Persona

 


                 Las civilizaciones antiguas ya reconocían el carácter de representación teatral asignada a los roles humanos. La etimología –variada e inconclusa, pero rica y sugerente- de la palabra persona [per-sonare; máscara teatral] da debida cuenta de ello. Calderón de la Barca sostenía, desde su visión firmemente asentada en el barroco, que la vida es sueño. Hoy más que nunca la vida se nos aparece como un gran teatro (el gran teatro del mundo). En el escenario en que las personas desarrollan su rol se representa simultáneamente un elevado número de obras que abarcan todos los géneros, desde la tragedia antigua al drama contemporáneo, pasando por el sainete, la Commedia dell’Arte e incluso la astracanada, el folletín, el Grand Gignol, el teatro del absurdo o la farsa de títeres. Desde que Baudrillard señaló el carácter plenamente simulativo de las representaciones contemporáneas tal característica, que él asignó en su momento a espacios como Disneyworld o Las Vegas, no ha hecho más que desparramarse hacia las zonas más recónditas de nuestra actualidad. Y en medio de la tragicomediadramasainete hete aquí que aparece un elemento común a todas las obras representadas: la pandemia. De repente (casi) todos los escenarios se ven afectados, desde las astracanadas que representan los políticos hasta los dramas contemporáneos que representan los migrantes concentrados, desde los sainetes que a diario se representran en pequeños teatros laborales hasta las farsas de títeres en busca del poder que las grandes corporaciones que gobiernan el mundo siguen ferozmente representando. El virus, en realidad, no forma parte del atrezzo inicial de las obras sino que ha sido introducido a posteriori como un verdadero deus ex machina. La pregunta clave sería: ¿ha llegado ya a transformarse el virus en parte del atrezzo o todavía representa una porción de ese concepto tan fútil en la actualidad y que en la Edad Moderna se llamaba, llanamente, “realidad”? No es una cuestión banal porque, según como se mire, la presencia de este virus puede representar el colapso definitivo de la Edad Moderna (empleo este término en ves del usual de Modernidad para no dejar lugar a dudas). La Postmodernidad nos enseña que podemos convertir el virus en atrezzo sin otro recurso que nuestra observación; como si de un colapso cuántico de la función de onda se tratara. ¿No será en realidad el momento de pensar, remedando de nuevo a Calderón, que la vida es sueño?

lunes, 28 de septiembre de 2020

Jolie Môme

 


             Acaba de fallecer con 93 años la que quizás sea la última representante de una manera muy particular de entender la canción, la clásica chanson française. Bajo este epígrafe común se ha agrupado, a lo largo de los últimos 150 años, una inagotable troupe de artistas que han hecho de la interpretación (y, en los últimos 80 años, también de la composición) de pequeños poemas e historias cantadas todo un arte. Esta forma de hacer no ha surgido de la nada; los trovadores medievales galos, además de cantar a su amada como los del resto de Europa, también dedicaba canciones a una ciudad, a Paris, cosa que siguieron haciendo los madrigalistas renacentistas. Del café conc’ al music-hall, de la butte Montmartre a la cava de Saint Germain-des-Prés, la chanson ha florecido desde los tiempos heroicos de precursores como Félix Mayol o Aristide Bruant hasta los reivindicativos de Léo Ferré y los provocativos de Serge Gainsbourg pasando por los clásicos de Edith Piaf o Charles Trénet, los irónicos de Georges Brassens o los agridulces de Jacques Brel. Una característica de toda esta legión de chanteurs y chanteuses que siempre ha llamado mi atención ha sido la aparente falta de envidias o luchas entre facciones. El caso de la Gréco, quien no componía, es muy ilustrativo. Para ella escribieron canciones sus ilustres compañeros CharlesTrénet, Léo Ferré, Boris Vian, Jacques Brel o Serge Gainsbourg. Cuando me pregunto qué queda de todo esto hoy en día y me topo con productos descafeinados y desnatados no puedo de menos que lamentarme y esperar que algún día lleguen tiempos mejores.

domingo, 27 de septiembre de 2020

Arreglos

 


            Hace 50 años estaba de moda extraer alguna melodía del repertorio de la “música clásica” y convertirla en una pop tune. Los que realizaban tal tipo de operación aseguraban que con ello acercaban a la gente a la “clásica”, que así dejaba de dar miedo amenazando desde su elitista pedestal. Siempre he sentido muchos recelos hacia tales métodos. Hay muchas maneras de comenzar con “la clásica”. Pero la primerísima consiste en considerarla como un objeto absolutamente diferente a “la pop” (o, como se la llamaba en aquellos días, “la música moderna”). No caben comparaciones por el hecho de que se llame música a ambos objetos. Y no estoy hablando de gradaciones de calidad, que las hay en ambos tipos de objetos. Tampoco digo que se trate de mundos absolutamente incomunicados: siempre han existido influencias mutuas. Lo que está fuera de medida es la reducción de un fragmento sinfónico con una orquestación,  armonías y contrapunto más o menos elaborados a una simple melodía (que, en algunos casos encima se veía simplificada para ajustarse más a las versiones comerciales en boga (la famosa versión de Freude, Schöner Gotterfunken, coronada con una lamentable letra). Pensar que la música es una colección de melodías es como creer que una novela consiste en un argumento o un filme en una serie de diálogos. Recuerdo, además del mencionado Beethoven, las versiones de las danzas del Príncipe Igor (“Extraños en el paraíso”), del tema principal de El Moldau de Smetana (que su autor recogió a su vez de fuentes populares), el primer tema del allegro de la sinfonía 40 de Mozart, el tema del segundo movimiento del Concierto de Aranjuez y unos cuantos más. Era la misma época en que las “Selecciones del Reader’s Digest hacían furor …

lunes, 7 de septiembre de 2020

Nocturno

 

El teléfono sonó a las 3:30 am, despertando súbitamente a Salviati, quien se llevó un susto de muerte. ¿Sería una llamada para informar de una desgracia? ¿Una llamada de aquellas que no tienen espera? Cuando descolgó el auricular a duras penas tuvo aliento para articular un monosílabo:
-¿Si!?
-He estado pensando y ¡creo haber descubierto una gran contradicción en tu manera de pensar!
El alma de Salviati pasó del estado de vilo al de cabreo sin solución de continuidad.
-¿Simplicio? ¿A estas horas de la noche? ¡Un poco de respeto por el descanso ajeno!
-¿Horas? Perdón amigo mío: ya sabes que profeso el insomnio desde tiempos inmemoriales! Como te decía, he estado meditando sobre nuestro último diálogo y hay algo que no me cuadra. Tú propones una contingencia general como ley de vida ...
-Yo propongo una contingencia particular únicamente como gimnasia intelectual, Simplicio.
-Lo que te sitúa cerca de la postmodernidad, mientras que tu visión evolutiva te aleja de ella ...
-Ciertamente, Simplicio, y es por ello que considero a la postmodernidad como una crisis de cambio y no como una situación mínimamente estable.
-¿Y qué diferencia una crisis de una situación estable? Salviati: las cosas, desengáñate, son o no son.
-¿Son o no son? Este pensamiento conviene a Platón o a Shakespeare, caro Simplicio, pero no a mí.
-Explicate Salviati porque no te entiendo.
-Por un lado la postmodernidad considera el mundo de manera absolutamente contingente, sin posibles esquemas fijos ahistóricos y por otro se quiere salir de la historia proclamando su fin, lo cual crea instantáneamente un esquema fijo ahistórico. Una nueva manera de enunciar la falacia de la postmodernidad.
-¿Y si la evolución hubiera dado un giro y se hubiera dado un tiempo de respiro?¿No dices siempre tu mismo que el tiempo es la medida de la evolución y que el fin de la Modernidad viene dado por una nueva relación de los humanos con el tiempo?
-No veo ninguna diferencia entre lo que yo pienso y lo que tu propones, buen Simplicio.
-Entonces, Salviati, ¡tu no eres un postmoderno!
-Yo, humildemente, creo que la Edad Moderna ha tocado a su fin, pero que la nueva Edad no es precisamente la Postmoderna. Y, perdóname amigo Simplicio, ahora debo regresar en brazos de Morfeo a mi sueño reparador. Te aconsejo que hagas lo mismo.
-Buenas noches, pues, Salviati.
-Buenas noches para tí también, Simplicio.

lunes, 31 de agosto de 2020

Dialogo entre dos mundos



-Hoy tiene lugar en Berlín una gran manifestación de gente que cree que la covid-19 no es más que una excusa que han inventado los grupos de poder para controlar y someter más al mundo...

-Si, y de entrada parecía orquestada por grupos de ultraderecha: esos que alientan el populismo para acceder al poder y luego controlar y someter al mundo no por medio de biotecnología sino a través de las armas más convencionales!

-Pero tu ¿qué crees al respecto?

-¿Sobre los populismos?

-¡Sobre la covid!

-Pues que el virus existe, que ha aparecido de repente -no sé si de forma casual o no-, se ha diseminado a lo largo de todo el planeta, que algunos grupos se han aprovechado de este hecho y otros se aprovecharán. Lo que me parece claro es que la pandemia ha acelerado lo que se venia gestando tiempo atrás: por un lado la tecnología de las comunicaciones y, por otro, la deshumanización de las relaciones sociales.

-¿Asi que tu no crees en teorías conspiratorias?

-Más que creer o no creer, diría que no me interesa este tipo de entramado...

-Pero, aparte de tus intereses personales, no crees que puede haber algo de cierto en ellas?

-Amigo Simplicio: la verdad, además de escurridiza, es múltiple...

-¿Entonces, amigo Salviati, no crees que haya en realidad una verdad objetiva?

-Creo, amigo Simplicio, que los tèrminos "verdad", "objetividad" o "realidad" han perdido el significado que les dieron Galileo, Descartes y Kant.

-Pero en algo nos tenemos que apoyar, no? Si no existen fundamentos los edificios se derrumban!

-Los fundamentos existen ... pero no son eternos!

-Si no lo son ¡es que no son fundamentos!

-Lo son pero de manera contingente

-¿Contingente?¿De quita y pon?¿Subjetivos? ¡No lo creeré nunca!

-Pues no lo creas ¡Estás en tu derecho!

-¡¿Pero tu lo crees?!

-Digamos que yo creo que creer es contingente...

-¿Y la realidad física?¿También negarás que existe de forma objetiva e independiente?

-Por realidad física ¿te refieres al medio a través del que percibimos al mundo?

-Hombre, ¡si lo quieres llamar así!

-Esta cuestión es vieja como la vida misma. Lo único que te puedo decir es que la interpretación de esa realidad es un fenómeno humano, cultural y contingente.

-Ahora me dirás que la ciencia no se refiere a fenómenos ajenos a la mente humana, lo veo venir!

-Aunque los fenómenos a los que se refiere sean ajenos a la mente humana, ese 'referirse' tiene un alma enteramente humana, querido Simplicio.

-Y tú, querido Salviati, en que te apoyas para tener tantas seguridades cognitivas, morales y estéticas?

-Mi única seguridad es que a pesar de que todo sea relativo, existen gradaciones entre relativos. Y esas gradaciones se apoyan en un pragmatismo y en una evolución.

-¿Evolución hacia algún punto fijo, fundamental?

-Estimado Simplicio: ¡Eres incorregible!

martes, 30 de junio de 2020

Curvas


                        Sigo sintiéndome un extraño en el mundo post-confinado. He despertado en un decorado similar al que dejé antes del confinamiento, pero la maquinaria ha cambiado considerablemente. Una de las asunciones más sólidamente establecidas de la Modernidad consiste en la consideración del mundo físico, el mundo que nos rodea, como un espacio neutro, pasivo e informe que permanece como un recipiente de nuestras propuestas subjetivas. Nuestra última propuesta, la nueva normalidad, es el fruto más pavoroso del virus más sociológico de los últimos 100 años. ¡¡Agárrense que vienen curvas!!

jueves, 28 de mayo de 2020

Nostalgias?

  

                         Hace 35 o 40 años, cuando la parte negativa del cambio que hoy en día estrecha implacablemente su cerco alrededor nuestro se estaba empezando a hacer sentir, muchos films o tele-series utilizaban eficazmente la exageración con fines paródicos. Así, en Moros y Cristianos, Berlanga nos hablaba de la pérdida de los valores sólidamente compartidos en pos de lo que entonces se llamaba “la imagen y sus asesores”. Como en 1985 todavía quedaba un ápice de “valores sólidamente compartidos” este hecho permitía que los espectadores rieran con ganas de una situación que hoy día ha quedado tristemente englobada de forma casi inconsciente en nuestros diarios quehaceres. En Ginger e Fred, el último gran film de Fellini, también de 1985, se hilvanaba una cruel parodia del medio televisivo –aunque el trasfondo de la película iba mucho más allá- fruto de la rabieta de su autor a consecuencia de haber perdido su pleito contra Berlusconi, quien “osaba” interrumpir las películas del maestro con publicidad más que vulgar en los medios televisivos que éste último controlaba. Las parodias de anuncios archivulgares que aparecen en el film han sido eventualmente superadas por la subsiguiente realidad. Y encima, -ironía máxima de la historia-, el magnate parodiado acabó siendo primer ministro de un país que, como todos los del mundo, acabó perdiendo su compostura, su genialidad y su dignidad. En las series televisivas Yes Minister! y su secuela Yes, Prime Minister!, la fina parodia alcanzaba a los políticos y sus decisiones. Visionando estas series el público reía las ocurrencias sin ser ajeno a cierto sentido de pavor fruto de la sospecha de que alguna de las situaciones descritas fuera lejanamente cierta. En la serie se encajaban perfectamente los deseos personales de los altos funcionarios que eran en realidad quienes controlaban a los políticos con las decisiones que los políticos creían tomar libremente basadas en las necesidades reales de los ciudadanos. Vistas en la distancia, estas series nos parecen hoy día benévolas. El poder real quedaba allá en manos de unos funcionarios perversos e interesados pero muy definidos y cuya avidez de poder se limitaba a mantener su status quo. Hoy día el poder viene detentado por unas figuras indefinidas y como tales infinitamente ávidas de acrecentarlo y llegar hasta las más recónditas zonas personales e íntimas de cada ciudadano. Las parodias de los años ochenta se nos presentan ahora con ribetes nostálgicos.

jueves, 21 de mayo de 2020

Confinamientos

    

                        Los que hemos tenido la suerte, durante las horas punta de la pandemia, de no haber tenido que pasar por un ERTE y poco a poco nos vamos reincorporando físicamente a nuestros puestos de trabajo nos vemos ubicados –tal como presagiaba hace un par de posts- en un mundo nuevo en donde la despersonalización ha ganado definitivamente terreno. La misma tecnología que nos ha ayudado a poder superar el aislamiento físico (me doy cuenta de que durante estos dos meses he hablado desde casa con gente en Boston, San Francisco, Göteborg, Basilea y Wuhan –nada que ver con el dichoso virus-) nos está ayudando ahora a aislarnos dentro de nuestro entorno más próximo. El acercamiento general que hace de la Tierra la famosa aldea global de la que se habla desde hace años está conllevando, irónicamente, un alejamiento de nuestro prójimo más cercano físicamente. Almuerzo a tres metros de distancia de mis vecinos más próximos. Ninguna conversación –sólo algún intercambio de cortesía que no necesite demasiada intimidad ni explicaciones-. Las reuniones con gente que está físicamente a menos de cien metros se hacen por medios informáticos, tal como venía haciendo con Boston. Todo, evidentemente, por mor de la seguridad y la higiene. Los supervivientes de Auschwitz y Mauthausen explicaron que lo más terrible que sucedió en tales terroríficos lugares no era tanto la tortura y el asesinato como la despersonalización. Los prisioneros eran tratados como números, no como personas, lo cual iba haciendo mella en los espíritus hasta deshilacharlos. Nuestra sociedad cada vez va más en esa dirección. Todo se hace en nombre de unas pétreas y optimizadas normas, en muchos casos ‘científicamente’ apoyadas, y la gente se involucra menos y menos hasta parapetarse y desaparecer tras dichas normas. El filósofo y músico Th. Adorno una vez más se equivocó cuando dijo que “después de Auschwitz el valor de la música ha quedado en entredicho”. Precisamente los supervivientes también explicaron que la música –el Arte- parecía lo único capaz de revertir la despersonalización en medio de la catástrofe. Lo que la redes sociales iniciaron mayoritariamente  desde el entorno del ocio ha llegado ahora a los entornos laborales. 

viernes, 15 de mayo de 2020

μήτρα


                        La actual situación de confinamiento, inédita para la presente población de la sociedad occidental, puede dar lugar a mil simbolismos, interpretaciones, vaticinios, épicas, narrativas, narraciones, modelos o alharacas. Nuestro confinamiento puede ser de tipo uterino, una especial gestación que nos lleve a un nacimiento en un mundo nuevo. Para algunos también podría representar la crisis de una metamorfosis personal de tipo deseablemente no tan convulso como la de G Samsa. Para muchos el confinamiento se parecería más a una hibernación, a un puro hiato hasta que la situación externa vuelva a ser -cosa poco probable- la misma de antes. También ha podido dar lugar a una introspección, un alto en el frenesí que nos envuelve habitualmente que ha permitido que afloraran semillas olvidadas dentro de nuestro ser y hayan germinado con más o menos fuerza. El confinamiento forzado de grupos humanos también se caracteriza por dar lugar a fricciones que normalmente quedan disimuladas por la dilución de nuestras vidas en una especie de estado no por vertiginoso semicatatónico. Útero, Metamorfosis, Hibernación, Introspección o Fricción, de esta experiencia se puede sacar mucho jugo.   

lunes, 13 de abril de 2020

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            Cada vez existen más escritos, libros, artículos (y algunos blogs como éste) que hablan de una nueva época, de una nueva cosmovisión. Aunque raramente tales propuestas desgranan o muestran lo esencial del asunto. Normal: todavía nos faltan elementos para describir aquello que está naciendo porque estos elementos nos serán proporcionados por la nueva visión. Si suponemos que podemos describirla con ayuda de elementos de los que disponemos antes de su nacimiento estamos cayendo en una falacia cognitiva. Esta falacia cognitiva podría incluirse dentro de aquellas tendencias que los filósofos de las últimas décadas califican de realismo (este término, por cierto, al igual que el de idealismo, ha significado cosas enormemente diferentes a lo largo de los siglos). Esta falacia adquiere por tanto la forma “existe algo fuera del espacio y del tiempo a lo que podemos acceder on demand para describir cualquier caso o situación que se nos presente en cualquier momento de la historia” (irónicamente, a esta forma de realismo en la Antigüedad se lo conocía como idealismo). Si podemos acceder en cualquier momento es que tenemos una visión sintética a-histórica y objetiva (lo que la ciencia supone tácitamente que utiliza en sus quehaceres). Esta idea va pareja a la tendencia que tenemos los humanos a proyectar fuera de nosotros cualquier contingencia a la que bautizamos con nombre y apellido mientras nos alienamos de ella. Cada época ha generado sus proyecciones, cuyos nombres han atravesado después por diferentes períodos históricos (así: Dios, Razón, Substancia, Fundamento). Una parte del trabajo a hacer en la nueva época será el de asumir las proyecciones, asumir las creencias y asumir la subjetividad (todas ellas siempre serán necesarias para nosotros como el aire que respiramos). Deberemos ascender un orden dimensional para que cuando miremos atrás veamos que nuestros asuntos últimos no eran más que un caso particular dentro de la nueva situación, que ha visto ampliado el orden de las cosas. Solamente cuando todas estas grandes estructuras se vayan asentando podrá cristalizar una nueva época. Pero quizás para llegar a ella se tenga que pasar por una importante involución que nos haga redescubrir nuestra naturaleza.

miércoles, 8 de abril de 2020

Marne




                   Cuenta el poeta Jean Cocteau que cierto día del mes de agosto de 1914 fue de excursión a orillas del Marne en compañía de Paul Morand. Mientras regresaban a París se percataron de que algo había sucedido porque los caminos estaban llenos de militares y de agitación. Francia acababa de declarar la guerra a Alemania en lo que eran los inicios de la I Guerra Mundial. Cocteau explica que aquel pequeño automóvil no los había llevado a una excursión dominical, sino que los había conducido en realidad a una nueva época. Nuestra crisis actual no permite el aislamiento de los paseos por el Marne: todo el planeta esta virtualmente ocupado por la epidemia. Aunque por otro lado puede también parecerse al coche de 1914: podemos aparecer en realidad en una nueva época. Esta supuesta nueva época no sería tanto la consecuencia de la crisis, como su catarsis. Las redes están estos días llenas de reflexiones al respecto. En general hacen referencia al futuro inmediato y a los aspectos mas exotéricos (que no por ello dejan de ser relevantes) de toda la cuestión. Así, Y.N. Harari nos previene sobre una temible consecuencia directa de la crisis: que pueda llegar a ser una puerta abierta para que los ciudadanos sean aun más controlados de forma continua en sus movimientos, estado de salud,... a la vez que reclama una comunidad planetaria que gestione la crisis. En parecidos términos se expresa el todavía agudo a pesar de sus 99 años E. Morin en un reciente escrito. Pero la nueva época a la que yo apunto no es meramente sociológica ni política - que también tienen su tasa cada uno de estos campos-. Los aspectos mas diversos de cualquier época vienen dados por su weltanchaaung, el llamado espíritu de la época, su cosmovisión. Hemos estado concediendo a la postmodernidad la categoría no ya de época sino de estado definitivo: una especie de anti-época donde gracias a la ciencia se ha alcanzado un punto de vista absoluto, objetivo y no mediatizado, lo que el filósofo estadounidense H. Putnam denominaba "la perspectiva de Dios". Y esta especie de detención de la evolución no evolución genética sino mas bien noética- nos ha llevado a un lugar muy poco estable que nos esta asfixiando por momentos. Este lugar es naturalmente movedizo porque no se asienta en ninguna estructura sólida. Las anteriores estructuras sólidas se acabaron fundiendo y el magma transformador resultante todavía no ha solidificado en una nueva estructura estable. Algunas de las reflexiones que se mueven estos días sugieren que la humanidad debe aprender de sus errores y que ahora tenemos la oportunidad de ser mejores. Estoy convencido de que la tibieza moral y la inconsciencia social no son el fruto de una elección sino de un contexto y de una (falta de) estructura profunda. Aunque nuestra cosmovisión va cambiando y se va re-situando el proceso es extremadamente lento. Sólo cuando una parte significativa de la humanidad (empezando por aquellos que tienen más poder e influencia -no solamente político o económico-) haya migrado su estructura mental profunda será cuando la nueva época estará vigente. Para que esto suceda es necesaria la evolución del sistema planetario y de cada una de sus partes. A una muy buena parte del poder -ahora sí económico y político- la involución que ha sufrido la población en las últimas décadas le ha generado pingües beneficios y es por ello que no se ha hecho nada por evitarla, enarbolando siempre la bandera de la “corrección política” y la peligrosa política del mercantilista “me gusta”. En los años noventa todavía era posible leer en la prensa general reseñas culturales serias para un público amplio, cosa que ha ido en franca retirada. Una gran mayoría de la ciudadanía entiende todavía el concepto de una nueva época como la de unos nuevos contenidos de la mente en vez de una nueva forma de pensar. Insisto: la Modernidad empezó a sacar la cabeza en el XV, nació en el XV, culminó en la segunda mitad del XVIII, empezó a tambalearse a principios del XX y dejó de ser efectiva de facto durante el último tercio del XX. Lo que nos ha quedado es su cadáver, que nos negamos a enterrar, no por olvidarle sino por honrar a nuestro antepasado. La Ilustración, culminación y joya de la Modernidad, pecaba de algo ahora imperdonable: el etnocentrismo. Y ello no es imperdonable por “corrección política” hueca sino por limitación de la visión. He dicho en otras ocasiones que Oriente es el complemento dialéctico de Occidente y viceversa. Si Oriente ha progresado por incorporación de las ideas de Occidente el único camino que le queda a Occidente para progresar consiste en incorporar las ideas de Oriente. Y no me refiero a las formas y apariencias que el New Age nos sigue proponiendo sino algo más profundo. Estas ideas ya están subyacentes en el arte, la filosofía y buena parte de la ciencia del último siglo. Estas disciplinas no han descubierto contenidos que hayan arrastrado hacia nuestra mente, sino que han inventado cosmovisiones que han ido modelando nuestra forma de pensar. Aunque esto no se logre en un día, por terrible que esté siendo la pandemia. Si no otra cosa, el virus está haciendo disminuir -que no desaparecer- la carga de estupidez involutiva y nos brinda una pausa reflexiva que puede contribuir a acelerar los procesos mencionados, junto con la crisis económica que se nos avecina.

jueves, 26 de marzo de 2020

Europa

Hace unos días observé en un tren de cercanías como una mujer joven parecía ejercer una acción social gestionando una serie de jóvenes trabajadores africanos que parecían bastante integrados en el sistema laboral. Me alegra ver este tipo de acciones que tanto enfurecen a los que se aferran a posiciones fijas y temen por la integridad de Europa. Europa es el nombre por el que conocemos a la Modernidad, una porción substancial de la civilización occidental. En sentido estricto el nombre define un continente, estructura más tangible si bien de límites inciertos. Según la primera acepción Europa es un proceso y, como tal, sujeto a cambios y contingencias. Europa no es un objeto fijo sino un proceso histórico que sigue vivo. La llegada de inmigrantes hace cambiar a Europa, evidentemente. Pero este cambio -en algunos momentos históricos de forma más leve y en otros más acentuada- se ha dado siempre. O rinovarsi o perire ...

sábado, 14 de marzo de 2020

Mahagonny



                        Nuestra curiosa –que no inédita- situación actual conjuga diversos elementos propios de la sociedad medieval (epidemias, terraplanismo, amenazas apocalípticas terrestres o extraterrestres) con otros elementos propios de la crisis de la Modernidad (posverdad, ética líquida, corrección política). De esta conjugación -como sucede en cualquier otra situación- algunos grupos sacan sobrados beneficios (léase dirigentes políticos, medios de comunicación, grupos financieros o fabricantes de utensilios anti-epidemia –desde mascarillas hasta escapularios-). Lo que más me asusta es la aparente falta de riqueza estructural, ramificaciones, derivaciones. No: se supone que todos debemos de habitar este espacio mental común y monolítico al que la mediocridad llama con descaro “la realidad”. Frente a esta estrategia económica basada en el vertedero de basura (consumismo de usar-y-tirar crecientemente acelerado) y esta ética basada en la famosa frase de Louis XV “après moi, le dèluge” necesitamos redibujar nuestras coordenadas en todos los aspectos si queremos salir del atolladero. Para redibujar nuestras coordenadas y recontextualizar nuestras excesivamente reificadas certezas debemos dar un paso atrás y ver el conjunto con una perspectiva más amplia. Esta situación de aislamiento podría ser una oportunidad excepcional para replantearse todos estos temas. Aunque me temo que más que al Decamerón nos remitiremos a Mahagonny. Cuando el huracán haya pasado de largo reprenderemos nuestros vicios sociales aún con más intensidad…

martes, 18 de febrero de 2020

Eroica



               Asisto a un concierto local en el que se interpreta, en ocasión del 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, la Sinfonia Heroica. La ejecución es brillantemente convincente. A pesar del relativamente reducido grupo de cuerda –opción más cercana al original que las grandes formaciones que se utilizaban 60 o 70 años atrás- no se pierde en fuerza ni en contrastes mientras que se gana notablemente en claridad. La obra me sigue impresionando por sus arriesgadas apuestas y por el rico verbo con que su autor reemplaza los esquemas más convencionales que parece ignorar en todo momento. No en vano ha merecido la calificación de “mejor sinfonía de la literatura” en una reciente encuesta entre directores musicales de todo el mundo. Lo primero que choca es que el rico material que se desarrolla en el primer movimiento no venga precedido de ninguna introducción. Tan solo dos acordes tutti fortissimo (¡con una más que pensada orquestación, eso sí!) y se nos lanza al primer tema, que parece durante unos brevísmos cuatro compases de una simplicidad pueril hasta que un descenso hacia la 7ª da al traste con tal idea. Después de unas rápidas e imaginativas idas y venidas la tonalidad inicial se restablece y el tema supuestamente pueril (muy parecido al que Mozart hizo servir con 12 años en la obertura de su singspiel Bastian und Bastienne) se intenta expandir abriéndose hacia nuevas y diversas direcciones. La dirección que finalmente parece vencer se ve súbitamente interrumpida por un acorde sincopado fortissimo repetido seis veces que parece querer variar de nuevo la dirección del desarrollo. Un primer pasaje fugado parece iniciarse, pero dura poco y conduce directamente al insperado segundo tema en modo menor (si, si: se trata, aunque del todo transfigurada, de una forma allegro de sonata). Durante el desarrollo y reexposición nuevos temas aparecen, en un derroche diríase de entusiasmo juvenil. El contraste con la marcha fúnebre que sostiene el segundo movimiento no puede ser mayor, como la dualidad vida/muerte. Como en muchos pasajes del primer movimiento, el primer oboe cobra protagonismo cantando no solamente el primer tema sino también el lírico segundo tema. Cuando la temática no parece dar más de sí aparece un pasaje fugado de una monumentalidad imponente que no se había oído desde tiempos de Haendel (uno de los modelos de Beethoven, junto con Haydn y Mozart). Después de estas dos impresionantes arquitecturas el tercer movimiento, el breve scherzo, viene a relajar un poco la tensión. Aun así, ninguna convención: el tema principal viene introducido por unas figuraciones rítmicas en las que se juega a desdibujar la colocación de los tiempos fuertes y los débiles y encima, después de desplegarse en un forte orquestal, finaliza con unas tercas síncopas que vuelven a hacer dudar al oído de donde está la caída de compás. El trío, herencia del antiguo menuetto que quedó como fragmento central del scherzo, aparece aquí enunciado por las tres trompas (brillante pasaje al que los trompistas temen) en forma de frase completa las dos primeras veces y en forma de frase truncada las dos segundas, tras lo cual vuelven las figuraciones rítmicas iniciales que son interrumpidas tras un gran crescendo. Y el último movimiento nos reserva aún enormes sorpresas que coronan la obra. El tema principal, una simple melodía de marcha extraída de su ballet Las Criaturas de Prometeo, fue reutilizado en las Variaciones yFuga op 35 para piano, quizás el primer grupo de variaciones pianísticas auténticamente genial de su autor. La novedad de la pieza pianística radica en que el tema que se enuncia en primer lugar y sobre el que se desarrollan las primeras variaciones no es la melodía en si sino la línea de bajo que la sostiene. De esta manera las variaciones se vuelven más esenciales, huyendo de la pura ornamentación y embellecimiento del tema melódico, que solo aparece después de la tercera variación. El esquema del op 35 saltó directamente al cuarto movimiento de la Sinfonía, pero Beethoven añadió una breve introducción y amplió las variaciones sobre el bajo añadiendo dos imponentes pasajes fugados, resituando la marchita (o sea, la melodía del Prometeo) como el tema de un rondó que aparece entre los pasajes contrapuntísticamente elaborados. De repente la corta introducción reaparece y la sinfonía termina tras una breve coda en la que el autor, como sucede en otras de sus piezas sinfónicas, anuncia de manera imperiosa que la obra se acaba. Todo este despliegue –juntamente con la anécdota de la dedicatoria a Napoleón que fue borrada de un plumazo tras su autoproclamación como emperador- me sigue pareciendo actual y modernísimo pero aún así no pudo hacerme olvidar que 1/ la edad media del público se situaba alrededor de los 70 años: en menos de 20 años las orquestas públicas no existirán ni en mi ciudad ni en otros puntos del planeta y 2/ el sentido de ritual sagrado ha desaparecido por completo de la sala de conciertos: el ruido de toses senza sordino, de papeles de caramelos desenvolviéndose y de butacas y puertas golpeando durante la ejecución de la obra han impuesto el sacrilegio como práctica habitual. La idiotez, la ignorancia y la falta absoluta de sensibilidad van ganando terreno de forma acelerada. Dios nos pille confesados, amén.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Trans-narrativas



                        En varios de sus primorosamente escritos y bien calculados pequeños best-sellers, el filósofo Byung-Chul-Han contrapone la actual tendencia a la desconexión de emociones a la anterior construcción de sentimientos a partir de una narrativa enlazante y articulante de tales emociones. Quizás sea por mor de superar tal situación que hoy en día buscamos y construimos las narrativas por doquier. En una presentación de resultados relacionados con experimentación en ciencias naturales, en el diseño de un concierto, en la presentación de obras plásticas, se tienen que construir narrativas para que nuestro producto sea comprado. En el caso de las ‘ciencias duras’ se está constantemente cotejando unos resultados con unas hipótesis que se habían planteado previamente dentro de un determinado paradigma. Con el arte, y dada además la pobreza de referentes, las narrativas sirven para descontextualizar las obras y poderlas ofrecer a un público cualquiera independientemente del grado de exposición o riqueza de referentes que posea. Esto es postmodernidad pura, y no hay que perder de vista que cualquier narrativa es posible y todas son igualmente válidas. El problema es el de siempre: esta situación lleva a una estasis que previene ulteriores desarrollos. Históricamente, los científicos más lanzados han buscado siempre un grano de arena que desequilibre el mecanismo-paradigma a fin de inventar algo nuevo y excitante (siempre después de asegurarse de que sus resultados anómalos no fueran debidos a errores experimentales). Hoy en día -salvo algunos casos en la academia- parece que se prefiera construir un producto acabado sin fisuras a inventar algo nuevo (¡ya sé que lo último es privilegio de muy pocos!). En el caso del arte, para evolucionar siempre hay que conocer para poder negar y crear cosas nuevas. De lo contrario se estarán repitiendo cosas fuera de contexto, nada más. Me gustaría responder a Byung-Chul-Han que la siguiente etapa no representa el regreso al paraíso perdido, sino que construye un futuro en constante evolución y que la transracionalidad puede partir perfectamente de la a-narratividad. Para volver a conectar las emociones de manera diferente hay que pasar por la desconexión que tanto le fastidia.

domingo, 26 de enero de 2020

Caminar


                Caminaba por la calle como siempre; con prisa. No porque tuviera nada concreto que hacer. Era su forma habitual de caminar. En su fuero interno imaginaba que la gente que camina lentamente y se emboba mirando escaparates deja escapar la vida miserablemente. Por ese motivo él siempre caminaba rápido, aunque, como era el caso, no tuviese nada especial que hacer. Observó que en determinado punto de su recorrido -¡aquel mismísimo punto de siempre!- un pedigüeño -el de siempre- había depositado su vaso de plástico donde se adivinaban unas pocas monedas. Aquel tipo tenía toda la pinta de ir a canjear, cada vez que la caja daba para ello, sus emolumentos -ganados a base de inspirar lástima en el prójimo- por vino o cerveza, alternadamente o ambas bebidas a la vez. Aunque la sociología no formaba parte del núcleo principal de sus intereses se le ocurrió detenerse delante del aparentemente vulgar personaje, sacar una moneda y echarla con cierta pomposidad en su cubilete. El pedigüeño echó una mirada impersonal sobre su financiador y esbozó una leve sonrisa de compromiso mientras le inclinaba su cabeza con mecánico gesto, esperando que, después de tal ceremonia, el transeúnte siguiera su camino. Pero no fue el caso.
-Perdone amigo: ¿se encuentra bien?
(“Vaya; ¡ya me ha tocado el buen samaritano de turno!”)-pensó el pedigüeño, que deseaba en la medida posible evitar la comunicación con extraños.
-Perfectamente, señor. ¿Y usted?
-¿Yo?... bien, gracias.
De repente había sentido grandes deseos de inquirir sobre la vida de aquel personaje que veía sentado cada día en aquel mismo punto de siempre pero no sabía como entrar en el tema sin ofenderle o cohibirle.
-¿Está usted en el paro?
Al momento las palabras recién proferidas se le congelaron a un palmo de la boca. Seguramente había ido demasiado rápido porque el pedigüeño lo miró con cara de pocos amigos y quedó callado.
-Perdone si le ofendo con tal pregunta. Mi intención no es otra que la de ayudarle.
-Pues verá usted: no estoy en el paro porque ni he trabajado últimamente ni pretendo trabajar en el sentido en que la sociedad entiende este desvirtuado término.
-¿?
-Aquí donde me ve, yo había sido empleado de banco, y no un empleado cualquiera. Me dedicaba a establecer puentes entre grandes inversores, clientes y entidades financieras. Además de economía, estudié psicología porque pensé que me ayudaría en el trato personal y en el conocimiento de las intenciones. Y esto me llevó, finalmente, a estudiar filosofía ya que necesitaba desentrañar en profundidad las proposiciones que emitimos los humanos con nuestros juicios.
De repente la apreciación sobre aquel personaje había tomado un giro inesperado.
-Algo le salió mal, entonces, ¿no?
-Justo. La situación se me escapó de las manos. De repente me vi obligado a poco menos que timar a los clientes del banco porque mis jefes –que eran piezas importantes del mecanismo de funcionamiento de aquel tinglado- estrechaban de año en año el margen de dudas sobre el incremento de ganancias de la compañía. Esto sucedía a la par que el sentido de moralidad pública y ética social iba en vertiginoso descenso y los límites de lo permitido se iban ensanchando pisando de forma creciente derechos, justicia y respetabilidad. Todo para que un pequeño grupo de personajes pudieran incrementar de forma increíblemente desproporcionada sus ingresos anuales.
-Amigo: esto lo observamos diariamente en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Si todos tuviéramos el sentido ético que nos transmitieron nuestros antepasados no habríamos llegado tan lejos.
-Pero lo que más me hizo pensar es que aquella gentuza engominada estaba cada vez más lejos de ver colmadas sus ansias de posesión. Cuanto más robaban ¡más querían!
-Pues sí. Forma parte de la condición humana.
-Y, sabe usted, como si se tratara de una ecuación misteriosa, cuanto más robaban y más poseían, más infelices eran. El acaparar bienes materiales y, todavía más, el gastarlos compulsivamente, provocaba más sensación de vacío que querían compensar  inmediatamente robando más. Total, que un día, harto ya de formar parte de este perverso mecanismo, le dije a mi superior lo que pensaba de todo el asunto.
-Y fue despedido de forma inmediata…
-Pues no: aún hube de padecer una especie de acoso y derribo. Fui colocado en una lista negra que el departamento de recursos humanos bautizó como “focos de resistencia” y se me aplicó como pena la asistencia a una serie interminable de cursos sobre una gran variedad de temas para tratar de redimir mis pecados.
-Y en esos cursos usted volvió a expresar sus pensamientos más íntimos …
-Pues si señor y ¿sabe usted lo más chocante? Los monitores me dieron siempre la razón –sin, por otra parte tomar partido en contra de los comportamientos corporativos tóxicos, que San Paganini es un santo potente-.
-¿Le dieron la razón?
-Invariablemente. Incluso me ponían como ejemplo delante del resto de cursillistas. Cuando volví a mi puesto ¡incluso recibí un premio corporativo!
Diciendo esto, el pedigüeño mostró al transeúnte una fotografía en la que se le veía dando la mano a otra persona delante de un gran cartel que rezaba “Premio valores corporativos 2018” en letras blancas sobre fondo verde.
-Cualquier persona podría pensar que estos hechos contribuían a mi reconocimiento dentro de la estructura del banco. Pues no fue así. El cerco a mi persona se fue cerrando y pronto encontraron una excusa para despedirme sin indemnización. Busqué un abogado y todavía estoy –dos años más tarde- pendiente de magistratura del trabajo. Mientras tanto ordené mi vida. O quizás la desordené, no lo tengo claro. Quería hacer muchas cosas: todo lo que no había podido hacer antes a causa del trabajo. Quería escribir, viajar, perfeccionar mi técnica clarinetística, tener alguna aventura romántica, filosofar, …
-Muy bien pensado! –contestó el transeúnte con un punto de sana envidia y creciente interés.
-Si, pero no contaba con un detalle importante que había pasado por alto (tal era el grado de autoreclusión que me había impuesto en el trabajo). El hecho que constaté después de mi liberación fue que aquella mierda que me atenazó tan fuertemente en el banco parecía haberse trasladado a todos los espacios en los que buscaba una prístina armonía o una paz espiritual. En cualquiera de los mundos en que me moviera aquella falta de ética aparecía como una flor carnívora que hubiera infectado los más recónditos rincones. Incapaz de asimilar este hecho me dí a la bebida. Pronto se disiparon las ganas de filosofar, de perfeccionar mi técnica musical (el verbo de mi pluma pareció, en un principio, tomar amplios vuelos, como aseguran los novelistas alcohólicos, pero este fenómeno fue muy pasajero). También desaparecieron, para acabar de rematar el cuadro, las compañías románticas.
-Es que la bebida no hace que nos abramos a otros mundos sino que nos embota el entendimiento del presente…
-De todos modos uno se acaba acostumbrando ¡Qué remedio! E incluso … uno acaba haciendo cosas que nunca había pensado que haría…
-¿Cómo qué cosa?...
-Pues … le confesaré que hace un tiempo entré en un mundo particular …
-¿…?
-Empecé sin ser demasiado consciente y solo al cabo de un tiempo me dí cuenta de que lo único que hacía era apelar a la justicia. Empecé a robar, ¡si señor!
El transeúnte dio medio paso atrás
-Primero me dediqué al pequeño hurto. Era una forma rápida de manifestar mi hartazgo y mi rechazo a tanta injusticia. Luego fui perfeccionando mi técnica al tiempo que aumentaba la confianza en mí mismo. Fue entonces cuando empecé a robar con intimidación. Ahora estoy planeando –el pedigüeño miró a ambos lados mientras bajaba la voz- el atraco a un banco. ¿Qué le parece? ¡Volveré a mi antigua empresa, ahora con otro rol!
El transeúnte ya se estaba alejando, empezando a temer las consecuencias de tanta revelación. Ya tenía suficiente.
-¿Dónde va? ¿Quizás se ha creído todas las tonterías que le he explicado? ¡Vuelva aquí, hombre! ¡Sólo era una broma! ¡Le querría explicar más cosas!¡No me deje sólo!

El transeúnte se alejaba cada vez más rápidamente del escenario del diálogo previo mientras planificaba trayectorias alternativas a través de las cuales poder evitar un nuevo encuentro con aquel personaje. ¡Atracar bancos! Pero ¡qué se creía que hacía robando así a la gente! Poco antes de llegar a casa los pensamientos del transeúnte ya estaban dirigidos a la planificación de su siguiente jornada laboral: presentaciones de actualización de proyecto, curso corporativo, planificación de objetivos … 

lunes, 20 de enero de 2020

Centenarios



                        Hoy hace 100 años que vino a este mundo el realizador Federico Fellini. Hace medio siglo los estrenos de los filmes de Fellini generaban una expectación que se traducía en notables colas callejeras para acceder a las salas de proyección. No de intelectuales o snobs, sino de público en general (sí, adolescente adepto a Instagram, esto ha pasado no hace tantos siglos). Como el cine de Fellini era apreciado por amplios segmentos de espectadores se llegó a generar un término –felliniano- para catalogar tipos y fenómenos que mezclasen a partes iguales lo grotesco, lo tierno y lo poético. El mundo como un espectáculo circense y los payasos como ejemplos de ángeles que flotaban sin tocar de pies al suelo. Los tiempos cambian y las tendencias con ellos. Fellini, manteniendo su vigencia de clásico, ha dejado de estar de moda (aunque la definición de clásico, por cierto, comporte una constante actualización) porque el mundo ya no se ve de forma felliniana sino de forma mucho más siniestra. Lo grotesco ya no viene balanceado por lo tierno y lo poético. Existen muy pocos realizadores que generen colas provenientes de multiestratos sociales. De hecho ya no se generan colas porque los formatos digitales han tomado el relevo a las formas sociales de representación y los jóvenes prefieren permanecer en su rincón devorando solitariamente y sin descanso “series de  Netflix” a unirse en un rito colectivo donde se presente un misterio que llene de significado a la comunidad. El cine de Fellini, visto en la distancia, se nos presenta como profundamente humanista (curiosamente en su época se solía pensar justamente lo contrario). El propio término humanismo, por cierto, se ha vuelto muy nebuloso y ya no sabríamos cómo describirlo o catalogarlo hoy en día.

viernes, 10 de enero de 2020

Terraplanismo



               Hace pocos años nadie lo habría creído, pero hoy en día las asociaciones terraplanistas no solamente existen, sino que además van ganando adeptos. En la página web de la asociación americana –la original- su actual presidente (ingeniero informático él) nos informa de que su actitud no es debida a un tema religioso, sino que está basada en hechos constatados por la ciencia. El auge del terraplanismo, por tanto, es un tema que tiene más que ver con la sociología y la psicología que con la física o la astronomía. A finales de los años 1950 Jung adscribió el auge de las visiones de naves extraterrestres con un fenómeno de psicología de masas relacionado con los mitos de salvación y de fantasía tecnológica, independientemente del hecho de que los visionados se correspondieran con fenómenos reales o no. En el caso presente, cualquier persona en su sano juicio y con un mínimo de educación puede demostrar que la esfericidad del planeta no tan solo satisface y encaja con todas las piezas del entramado, sino que la planaridad choca con obviedades elementales. En el caso de los ovnis el modelo de Jung remitía una visión relacionada con el futuro a un sustrato simbólico dependiente de mitologías, es decir, de alguna manera redibujaba proposiciones trans-racionales como realmente pre-racionales. En el caso del terraplanismo no podemos referenciar el hecho proposicional a otra cosa que una pura regresión. Uno de mis modelos favoritos de psicosociología evolutiva, el de Jean Gebser, relaciona cada estadio evolutivo con la apertura de una nueva dimensión espacial. A una etapa arcaica de dimensión cero siguen así una etapa mágica monodimensional, una mítica bidimensional y una racional tridimensional habiendo comenzado hace más de cien años una nueva etapa transracional tetradimensional. La idea de ascenso dimensional se relaciona con la apertura de nuevos órdenes cualitativos mientras que el desarrollo histórico de cada etapa se relacionaría con exploraciones cuantitativas. La idea de dimensión aplica tanto al simbolismo geométrico-espacial de las capacidades cognitivas como a su utilización en artes plásticas como al desarrollo del conocimiento físico del mundo. A la Tierra plana del mito –la Tierra que percibimos bajo una perspectiva espacial muy corta- le sigue la Tierra tridimensional de la razón, la que percibimos a través de una perspectiva mental-racional. A principios del S XX la teoría de la relatividad ofrecía nada menos que unos nuevos conceptos de espacio y de tiempo, uniendo ambos elementos en un continuo tetradimensional del que la perspectiva tridimensional no sería más que un corte epistemológico. Posteriores descripciones fisico-matemáticas del mundo emplean órdenes dimensionales superiores (10 dimensiones para la teoría de cuerdas, 11 para el modelo super-gravitatorio e incluso infinitas dimensiones para alguna de las formulaciones de la mecánica cuántica. Después de todo este viaje evolutivo el regresar a un mundo bi-dimensional responde a un fenómeno preocupante que va más allá de las puras opiniones. Las creencias son y serán siempre necesarias para poder vivir y son en buena parte independientes de las racionalizaciones, pero existen creencias que se acercan mucho a la línea difusa que anuncia el final de una zona digamos que “higiénica”y el principio de una “conspiranoica”. Uno también puede creer que su madre es una jirafa o que es capaz de volar si se lo propone, pero eso no añade demasiado a lo que percibimos cuando alguien verbaliza un juicio de este estilo. El terraplanismo, que no es en absoluto un movimiento nuevo, sí que constituye, por otro lado, el último grito en cuanto a desafíos a un consenso intersubjetivo cada vez más denostado por la post-modernidad.