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lunes, 13 de febrero de 2006

Más ramalazos postmodernistas


La historia de nuestra ciencia empieza hace unos quinientos años. Anteriormente no existía ciencia en el sentido que ahora damos a esta palabra. Pero evidentemente que existía preocupación y curiosidad por entender el mundo. Desde el punto de vista de la ortodoxia vigente (¡cada vez menos vigente!) este cometido lo llevaron a cabo en el mejor de los casos filósofos ó astrónomos, pero en gran parte fue debida a sujetos sospechosamente procedentes del mundo del “misticismo” o del “subjetivismo intolerable”. Y, sin embargo, no se nos ocurre pensar que nuestra pretendida “realidad objetiva” no tiene nada que envidiar a los mundos mágicos, psicóticos ó histéricos de otras épocas. La “misteriosa fuerza que atrae cuerpos distantes” que proponía Newton hizo que sus contemporáneos lo acusaran de “rendirse al misticismo”. Indudablemente, el modo que tenemos de acercarnos al mundo nos dice más sobre nosotros mismos que sobre el mundo. Si viajamos a, pongamos por caso, Viena, el televidente adicto verá valses de Strauss, pasteles de colores y la presencia sempiterna de la encantadora Sissi. Quien posea más inquietudes y le guste descubrir nuevos mundos evocará el psicoanálisis, la filosofía analítica, la mecánica ondulatoria y la música dodecafónica. El individuo con inquietudes sociales se fijará en el envidiable grado de socialización. El deportista se sentirá cerca de los Alpes; el amante de la historia evocará tiempos pasados... Cada uno encontrará una parte de él mismo. Todo depende mucho de nuestras aptitudes, preferencias y referentes. Nuestra ciencia ha reflejado en buena medida la actitud de Occidente hacia el resto del mundo: la prepotencia y el deseo de explotación.

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