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jueves, 30 de marzo de 2006
Cohesión
Toda estructura dinámica (en algún modelo se diría holón) posee dos tipos de fuerza que actúan sobre ella. Por un lado están las fuerzas cohesivas, es decir, las que sostienen dicha estructura y mantienen su red de interacciones internas. Por otro lado están las fuerzas desintegradoras, las que tienden a deshacer dicha estructura debilitando la mencionada red. Ambas fuerzas son necesarias en el camino de la evolución –cualquier tipo de evolución, desde la de las especies hasta la cosmológica, la social y la de la conciencia-. En efecto, para que una estructura pueda dar paso a otra más evolucionada es necesario que previamente se debilite y de alguna manera desparezca. Desde hace ya prácticamente un siglo, nuestra sociedad está viviendo la creciente presencia de las fuerzas desintegradoras de estructuras de pensamiento (¡y no sólo de pensamiento!). De hecho, la siguiente estructura, si bien no ha tomado todavía el relevo de la anterior, asoma ya por el horizonte desde hace un par o tres de décadas (aunque la cercanía de este horizonte depende mucho del punto de vista con el que lo oteemos). Evidentemente, las fuerzas desintegradoras provocan –ilustrando el principio de acción-reacción newtoniano- una fuerza de reacción que tiende a impedir su progreso. Si tomamos un modelo evolutivo de la conciencia de tipo gebseriano, nos hallaríamos ahora en el trance de superar (integrando dialécticamente) la etapa mental para adentrarnos lentamente en las zonas transmentales, tal como ha hecho la humanidad con las épocas arcaica, mágica y mítica. La evolución de la conciencia, según este modelo, integrará, por tanto, la razón y adoptará modos de conocimiento que van más allá de ésta. Las fuerzas de la reacción, por su parte, están haciendo un uso regresivo de la racionalidad. Vivimos ya plenamente en la sociedad descrita por Jacques Tati en Mon Oncle. A fuerza de proyectar sólo y exclusivamente la razón en el mundo que nos rodea hemos llegado a un punto ciertamente irracional, simplemente porque tomamos la consideración racional como un absoluto punto final de la conciencia. Si a ello sumamos la consideración del mundo material como única realidad posible (la clásica flatland wilberiana) debemos de reconocer que las fuerzas de reacción a la evolución son, en este caso, potentes, en consonancia con la magnitud que necesariamente deberá presentar esta cambio al que nos estamos viendo sometidos.
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