"Le phénomène de la musique nous
est donné à la seule fin d'instituer un ordre dans les choses, y compris et
surtout un ordre entre l'homme et le temps". Esta célebre frase de chroniques de ma vie de Stravinsky
define de manera cristalina la componente temporal del arte musical. El tipo de temporalidad define muy característicamente cada etapa de la
historia de la música. Cuando observamos el pasado con el fin de analizarlo el
efecto telescopio se hace notar de manera que las épocas más remotas parecen
amontonarse, como las galaxias más alejadas de nosotros. En el caso del arte
sonoro, además, existe una dificultad añadida. Excepto a través de imágenes de
tañedores o alguna teorización matemática como las escalas griegas, no tenemos
ni idea de como sonaban las músicas de la Antigüedad. Si que sabemos que los
antiguos griegos otorgaban poder moral a la música y características anímicas a
cada una de las escalas modales. De ahí se puede deducir que en su psicología
se apreciaban una suerte de temporalidades diversas ligadas a las diferentes
armonías. Muchas músicas de raiz étnica que supuestamente no han variado
demasiado durante miles de años se basan en patrones repetitivos (las
poliritmias africanas) o armónicamente neutros (la música gamelan de Bali) que
les confieren -al menos desde la perspectiva del oído occidental- un importante
grado de a-temporalidad. El primer desarrollo significativo de la aventura
musical del occidente medieval fue la incorporación de las escalas modales
griegas en un tipo de composición que -por vez primera- ha llegado hasta nosotros: el canto
gregoriano. La característica primera que desde nuestra perspectiva apreciamos
en esta música es su homofonía, que ahora valoramos por su pureza y
recogimiento, pero esa es una visión desde nuestra posición post-tonal. A lo
largo de los siglos X-XIII el gregoriano incorporó una aparente segunda voz,
que normalmente era una linea melodico-ritmica paralela, situado a una quinta
de distancia, complementada con una octava, en un procedimiento que se denominó
organum. No es casual la elección de
la octava y la quinta. Éstos son los intervalos a que aparecen los dos primeros
armónicos de una nota dada. El organum hace resonar en nosotros en primer lugar
el sonido de la quinta desnuda (el bajo inmutable que sostiene la melodia de
las gaitas o las zanfoñas), con su arcaísmo inconfundible. Más aun, el
movimiento paralelo de las quintas (¡rigurosamente prohibido por la armonía
clásica cinco siglos después!) evoca un estatismo y una circularidad que
-repito, a nuestros oidos post-tonales- nos situa en una zona arcaica de
temporalidad restringida. Esta temporalidad "bisarmónica" se
correspondería con la pintura gótica (que a pesar de añadir muchos elementos
ornamentales a la pintura románica permanece esencialmente
"bidimensional"). Aqui podemos hacer un interesante símil evolutivo
entre música y pintura. La música se desarrolla esencialmente en el tiempo
físico de la misma manera que la pintura lo hace en la bidimensionalidad
espacial. Pero de alguna manera la música construye alrededor suyo una nueva
temporalidad psicológica mientras que la pintura hace lo mismo con la
espacialidad. A lo largo de la Baja Edad Media se fueron apilando elementos
sobre el edificio musical. El llamado ArsNova incorporó, ya en el S XIV, unas líneas claramente polifónicas que
fueron evolucionando hasta que apareció un nuevo emergente: la tonalidad, al
igual que en pintura habia aparecido la tercera dimensión de la mano de la
perspectiva. La tonalidad, ligada a la tridimensionalidad pictórica y a la
Modernidad en general, se inscribe dentro de la gran revolución cognitiva que
supuso la llegada del Renacimiento. Perspectiva, tonalidad, renacimiento,
método científico se constituyen en la misma época: la Modernidad. El primer
desarrollo de la Modernidad, desde el Renacimiento hasta la Ilustración,
incluye la carrera hacia la primacía de la Razón, desde sus aspectos
filosóficos (Decartes) hasta los de las Ciencias Naturales (Newton). En música
este desarrollo corresponde al paso desde la polifonía renacentista hasta la
música barroca. El asentamiento de la tonalidad y sus repercusiones técnicas
(invención de la escala temperada) se ven así impelidos hacia la idea de la
“maquina celeste” que da a la música barroca su característica temporalidad
motora en la que el propio tiempo ha sido espacializado. El universo de la
polifonía renacentista festejaba la hipótesis heliocentrista con complejas
poliritmias; la fuerza motora de la música barroca basaba sus danzables ritmos
en los mismos patrones de mecanismo de relojería con que Newton había descrito
la mecánica celeste. El triunfo de la Razón, sin embargo, significó también su
limitación. Y en el relativamente breve período de tiempo que conocemos como la
Ilustración, durante el que la primacía de la razón giró hasta convertirse en
su opuesta –su negación: el Romanticismo- la historia de la música occidental conoció uno
de sus más ricos y fructíferos momentos. Tanto es así que hoy en día lo
conocemos como el Clasicismo musical. A los ritmos y motóricas barrocas se
suman, en delicado equilibrio, emociones que no niegan la razón, pero sí
equilibran su modo mecánico. La tonalidad –el perspectivismo- se ve así
reforzada con la utilización del bajo Alberti. Es la época relevante para la
siguiente nota que aparece en la serie armónica: la tercera mayor. Es curioso que, en el período final de sus
carreras creativas, los mayores compositores de este período recurrieran al
elemento constructivista más riguroso del pasado período del Barroco. Con la
irrupción del Romanticismo el elemento constructivo se debilita en pos del
expresivo y a lo largo del XIX la armonía se hace más compleja, incorporando
sucesivas notas de la serie armónica. A la reversibilidad de la música barroca
y la mecánica clásica se le opone la irreversibilidad de la música romántica y
su correlato físico: la termodinámica clásica. El tiempo viene representado por
una flecha que no admite marcha atrás. El universo de Copérnico, Galileo,
Newton se ve relegado a una proyección ideal. El universo de Clausius.
Helmholtz y Boltzmann ha dejado de ser eterno. Tiene final: la muerte
entrópica, la dispersión. El Universo ya no es así un eterno juego de billar
sino un happening con final programado, como un espectáculo de fuegos
artificiales. Los sucesivos replanteamientos de la tonalidad que conducen
lentamente hacia su disolución dan debida cuenta de ello. La música se hace
entonces vegetal. Con Tristan und Isolde
la temporalidad de la música se hace inabarcable. El oyente espera una
resolución armónica que nunca acaba de llegar. El elemento rítmico de la época
complementa al tejido armónico en perpetuo movimiento y a duras penas tiene un
papel en la psicología de la percepción temporal. La tonalidad acaba, a
principios del XX, por desaparecer del todo en la tradición centroeuropea,
dando paso al expresionismo, mientras que por otro lado, se reconstituye en la
tradición franco-rusa a partir del nuevo orden armónico que sigue la línea
Moussorgsky-Debussy-Stravinsky. En el primer caso la percepción temporal se sitúa
en una zona deformada en donde se aplican lupas y espejos concavoconvexos a la
percepción cotidiana, como en la pintura expresionista. En el segundo la
percepción de la temporalidad se sitúa en una zona a-temporal que resulta del
interrumpido movimiento armónico. Las teorías relativistas de 1905 y 1915
presentan de nuevo el correlato físico de la época: en ellas el tiempo queda
integrado como una parte más de la estructura, apelando así al sentido “eterno”
de las cosas. En contraste con la inestabilidad armónica y la deriva rítmica
del expresionismo, el impresionismo y postimpresionismo muestran una
neutralidad armónica y ritmos obstinados capaces de de suspender nuestra
percepción del fluir del tiempo. Cuando las posturas expresionista y neoclásica convergen después de la II Guerra Mundial un nuevo universo ha nacido. En él
los fenómenos disipativos, los atractores caóticos y los bucles de
retroalimentación sustentan un todo que está en constante proceso de nacimiento
y muerte. La música post-serial elabora esta nueva visión en forma de magma
sonoro estático en constante movimiento, música de fases –como en el
minimalismo- o sonidos electrónicos con su nuevo cosmos rítmico y armónico que
poco tiene que ver con todo lo anterior. A pesar de que a partir de los 70 la postmodernidad
irrumpe con su promesa no-evolucionista de haber descubierto todo lo
descubrible y representar toda posibilidad como una combinación de elementos ya descubiertos, la evolución sigue y con ella el desarrollo de la temporalidad.
Gran parte de nuestra insatisfacción actual está relacionada con la no
aceptación de este reto y la estéril asunción de la gratuita transparencia de
nuestra conciencia.
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miércoles, 27 de diciembre de 2017
sábado, 23 de diciembre de 2017
Descontextualizaciones
Frente al arte profundamernte estructurado (es decir, el que posee un esqueleto que lo vertebra), y que el que posee una estructura más construida a pedazos dentro de un determinado contexto, el collage es una forma de descontextualización. El objetivo del collage no es otro que el de crear o resaltar una nueva relación entre los elementos descontextualizados. Una buscada invertebración vista, eso sí, desde una perspectiva que a fuerza de ser amplia llega a parecernos inexistente. Esa perspectiva es lo que en la postmodernidad tomamos como un telón de fondo absoluto. Las deconstrucciones no son más que collages de elementos desperspectivizados pegados sobre un espejismo al que llamamos realidad.
sábado, 25 de noviembre de 2017
Vacío
El conocido y temido “horror vacui”
encuentra su correspondiente cuota de participación en varios campos del
terreno artístico. La indecisión ante la página o la tela en blanco, como símbolo
del bloqueo mental que en ocasiones preludia (y ordena la mente para) el acto
creativo es un tema harto tratado por filósofos y poetas. El horror al vacío,
una vez superado el período inicial de la creación, es cuidadosamente
transferido a la propia creación. Así, pintores y grabadores del Renacimiento
en adelante muestran esta característica en grado variable: desde los paisajes
de “relleno” que equilibran y a la vez hacen destacar a las figuras principales
hasta los abigarrados cuadros de Jean Duvet. A pesar de la gran conquista de
los espacios pictóricos diáfanos a mitad del S XX el arte actual sigue
conteniendo una parte de horror al vacío (graffiti!). En música el vacío está
representado por el silencio. Se hace difícil pensar en el silencio musical
durante el Renacimiento y especialmente el Barroco (algunos recitativos especialmente
expresivos de Monteverdi usan de ellos). Durante el Clasicismo el silencio es
frecuentemente utilizado en sentido cómico. Una frase bruscamente interrumpida
es seguida por un silencio durante el que se pide al oyente que adivine lo que
viene a continuación (Haydn y Beethoven eran verdaderos adeptos de este
esquema). El silencio desaparece de nuevo en la música del S XIX para dar paso
a la “melodía infinita”, ejemplo muy ilustrativo del “horror vacui”. Con la
vuelta al clasicismo el S XX vuelve a hacer un hueco al silencio musical, que
hace su carta de aparición plena a partir de mediados de siglo con compositores
como John Cage y Morton Feldman. Aunque el horror vacui siga estando presente
en la música minimalista. También aparece en las ejecuciones de los malos intérpretes,
quienes sienten pánico de dejar de emitir sonidos y prefieren apilarlos como un
montón de chatarra. Una vez más Oriente, complemento dialéctico de Occidente,
ha mostrado más transigencia con el vacío. Es más: su paraíso, el Nirvana, es
la mejor versión psicológica del “amor vacui” que conozco.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Significación histórica
A medida que el tiempo pasa y la
crisis catalana se asienta nuestra perspectiva se va modificando y, en cierto
modo, se amplía. Recuerdo que Edgar Morin explica que uno de sus profesores
universitarios más admirados clasificaba los períodos históricos según la
visión que tenían en cuanto a la significación histórica que atribuían a la
Revolución Francesa. Al hallarnos sumergidos dentro de la presente coyuntura se
hace difícil analizarla con cierta perspectiva pero siempre es útil –y, cuando
menos, muy higiénico- tomar la distancia necesaria para ello. Los hechos
acaecidos el pasado mes de octubre representaron la culminación de un proceso
largamente gestado que se remonta, cuando menos, a una suma de eventos
acumulados durante los últimos diez años y que han deteriorado
significativamente las relaciones entre
Catalunya y el Estado Español (no voy a enumerarlas; para eso ya están los
comentaristas políticos). Remontándonos más atrás podemos observar un resquemor
derivado de la pérdida de las leyes propias tras la Guerra de Sucesión más o
menos históricamente mantenido pero sobrellevado (con períodos llenos de
altibajos). Hasta aquí estoy describiendo un proceso que ha ido oscilando entre
la falta de entendimiento, la falta de identificación con matices fuertemente
políticos apareciendo a ratos y motivos puramente tribales (la famosa
“pertenencia” y “no-pertenencia” que tantas pasiones desata). El eterno dilema,
agudizado, que ha vuelto a crecer. Pero en los últimos días el tema se ha
extendido y amenaza con desbordar la cuestión puramente tribal, a pesar de que
muchos de sus protagonistas sean absolutamente inconscientes de ello. El
blindaje del stato-quo que muestra el
ejecutivo y gran parte del mapa político español ha sido reflejado cual
perfecto eco por las organizaciones políticas de la comunidad europea, que
prefieren no dar demasiada relevancia al caso por temor a verse salpicadas. La
crisis económica, aspecto evidente pero no único de la crisis global que
padecemos, ha socavado el proyecto europeo –así como la crisis moral ha
socavado el generoso proyecto inicial de Internet o la crisis de conocimiento
ha socavado la creciente conciencia ecológica de las civilizaciones
tecnocratizadas- ha sido en gran parte la responsable del parón al proyecto
europeo. La “revolución catalana” puede transformarse en el inicio de una nueva
visión europea que supere los conceptos renacentistas/románticos de estado y
abra una nueva perspectiva de organización política en el continente. No soy
ingenuo: esto no es tarea de un mes, un año y ni siquiera una década. La
recesión ha derivado el proyecto europeo hacia la tribalización, el populismo y
el auge de actitudes que nos recuerdan peligrosamente un pasado no tan lejano
(aunque las acusaciones mutuas de “nazi” y “fascista” que tan fácilmente salen
de ambos bandos puedan hacer creer que se ha elevado estos calificativos a
categorías no-temporales). Este posible germen de cambio político global da una
bocanada de aire fresco al presente conflicto y sugiere una posible salida (de
momento, solamente a nivel mental) del presente y estéril enroque.
sábado, 21 de octubre de 2017
Respuesta
Me doy perfecta cuenta de que mi
reciente respuesta a mi más asiduo lector –o, cuando menos, comentarista- es
muy pobre y escueta. Hablo de la posible inclusión de la ciencia en el ámbito
de la post-modernidad. Durante siglos la Historia de la Ciencia –nuestra ciencia
como tal empieza con el Renacimiento- dio por sentado que nuestros afanes
investigadores perseguían básicamente el estudio de la realidad (en este caso física). Una realidad teñida de forma
absolutamente inconsciente por el Zeitgeist
de la Modernidad, claro está. En suma: una realidad externa e independiente de
nosotros y perfectamente cognoscible en su totalidad. Una realidad que
requeriría solamente ser descubierta.
Cada nuevo descubrimiento, por tanto, iría desvelando una capa más de tal
realidad hasta hacerla transparente. En ese momento conoceríamos toda la realidad. Este proceso sugiere
un avance acumulativo en el
conocimiento. Toda vez que, de acuerdo con el modelo popperiano, una teoría o
modelo puede ser falseado en cualquier momento y eso lo desacredita y elimina
de la ruta acumulativa hacia el conocimiento absoluto de la realidad de la
Modernidad. En el S XX y más aún en la post-modernidad nuestra visión de la
realidad se ha modificado rotundamente. Nuestra realidad ya no es una roca
externa, cognoscible en su totalidad o independiente de nuestros puntos de
vista. El modus operandi del avance
en el conocimiento científico estaría entonces descrito por las epistemologías
de Koyré, Bachelard y Kuhn, quien introduce el concepto de paradigma dentro de la historia de la ciencia. Los paradigmas, cual
zeitgeist que representan, tiñen
todos los elementos que constelizan de su color de forma que los conceptos que
se manejan en su interior dependen más de la red estructural propia que de un
sistema independiente que reflejara cual espejo fidelísimo la propia
naturaleza. La epistemología de Kuhn fue sistemáticamente ignorada dentro del
mundo de las ciencias de la naturaleza y excesivamente dogmatizada dentro del
mundo de las ciencias humanas. Si la interpretamos a la luz de un modelo
evolutivo lo que nos dice la sucesión de paradigmas no está ya relacionado con
un simple cambio psicológico como pretendía Popper sino como una mirada
consecuentemente más y más ampliada que reduce el paradigma anterior a un caso
particular del más general paradigma presente. Esta visión ya no es ni
acumulativa ni paradigmática sino que participa de ambas aproximaciones.
Nuestra percepción de las cosas nos hace elaborar constructos que van
modificando nuestra mentalidad y con ello nuestra percepción. Nuestro
conocimiento de la(s) realidad(es) transmodernas modifica constantemente
nuestra percepción del miundo y su(s) realidad(es). Es por eso que nuestra(s)
realidad(es) ya no son descubiertas sino inventadas.
Eso puede sonar incluso como una herejía
si nos mantenemos en el concepto moderno de realidad que describía antes. No sé
si me ha llegado a explicar tan claramente como se merece mi atento y paciente
comentarista.
viernes, 6 de octubre de 2017
Posturas
La
religión y la política son dos temas que se suelen excluir, de forma tácita o
abiertamente pactada, de las conversaciones. Por mor de respeto a la
sensibilidad del prójimo o para evitar estériles enfrentamientos. ¿Por qué
precisamente estos dos temas? Sencillo. Porque constelizan toda una serie de
contenidos emocionales difícilmente controlables. He dicho alguna vez que las
emociones son el motor que tira de un carro que debe estar conducido por un
cochero -la razón- el cual debe a su vez seguir una ruta que puede también ir
variando en virtud de los acontecimientos. En este blog rara vez he expuesto
temas abiertamente políticos. Quizá porque me ha interesado más el trasfondo
psicológico, sociológico o ético de tales cuestiones o simplemente porque he
pretendido atacar cuestiones más puramente relacionadas con la propia
naturaleza humana. Aunque reconozco mi gusto por los escritos concentrados,
breves, que intentan despertar zonas de pensamiento que el lector suele ignorar
cotidianamente, también confieso mi disgusto hacia las frases simples,
descontextualizadas y triperas que algunas redes sociales -todos saben de qué
hablo- exhiben impúdicamente como estandarte de gente con poca imaginación y un
muy limitado conocimiento de la complejidad del mundo -políticos incluídos-. Estas
frases se corresponderían con los animales de tiro de que hablaba anteriormente
que súbitamente se acabaran de liberar del cochero. Los acontecimientos
actuales en Catalunya hacen que deba dedicar una entrada a un tema político. Advierto
de entrada que no voy a tomar partido por ninguna de las opciones que aparentemente
se nos presentan como únicas y antagónicas. Voto en blanco porque no me
identifico plenamente con ninguna de ellas. Después de todo, identificarse más
con una de ellas es una opción personal que en gran parte tampoco elegimos. Por
mucho que ambas partes contendientes adornen con muchos argumentos racionales
su postura hay una parte primordial de creencia
-palabra hoy en dia desacreditada pero muy útil en psicología- que exige respeto por parte de la facción
contraria. Ambas posturas se han autoentronizado como la opción única posible y se han dedicado a demonizar a su rival
utilizando muchos argumentos que en realidad ocultan aquella estructura
cognitiva -creencia- que todos tratan de ignorar. A partir de aquí, y mediante
el uso más perverso del tertio excluso
aristotélico (“si no estás conmigo estás contra mi”;”la acción vil que
descalifica a una de las partes legitimiza a la otra parte”) se ha llegado a un
callejón sin salida en que la gente madura se debe de sentar a pactar. Pactar
para ceder, naturalmente. Si no es así malament anem.
viernes, 29 de septiembre de 2017
Perspectivas
sábado, 23 de septiembre de 2017
Compartimentación
Se nos ha repetido hasta la saciedad que en nuestro mundo actual es imposible tener un amplio conocimiento global y es precisamente por eso por lo que nuestro conocimiento está compartimentado. Tenemos especialistas para cualquier cosa aislada. Y ésa es precisamente la cuestión: las cosas aisladas no nos permiten tener una visión de conjunto. Y las grandes revoluciones en el conocimiento no vienen por cosas aisladas sino por la sistematización de todas ellas. Los hombres del Renacimiento no eran especialistas pero tenían una nueva visión de la complejidad del mundo. Nuestro conocimiento es más extenso que el del Renacimiento pero sobre todo más complejo. La extensión se afronta con especialistas pero la complejidad requiere necesariamente generalistas. Porque la extensión aislada no provoca saltos cualitativos en el conocimiento sino acumulación cuantitativa. Para renovar los odres del conocimiento –sus estructuras: sus matrices sensibles- se hacen necesarias personas que, sin ser los mejores especialistas en nada, sepan qué es el saber y sus posibilidades en cada momento histórico.
viernes, 15 de septiembre de 2017
Símil
Las empresas cortijiles tienen necesidad de empleados afectos porque se basan en códigos de comportamiento primitivos (“o estás conmigo o contra mí”), en donde el miedo impera a sus anchas, a diferencia de las más evolucionadas, en donde se valoran la competencia, la sagacidad, la capacidad de síntesis y otras cualidades que permiten la evolución del negocio. Las empresas cortijiles demonizan a sus competidores, a diferencia de las que tienen mayor amplitud de miras, que intentan entenderlos para así poder desarrollar estrategias que permitan superarlos. Las empresas cortijiles no analizan sus propias debilidades por el temor de llegar a descubrirlas, a diferencia de las empresas más evolucionadas, en donde siempre su busca el ajuste que encaje con la propia evolución de los mercados. En el mundo de la política pasa exactamente lo mismo. La proporción de política y políticos cortijiles, por eso, es todavía mucho mayor que el de las empresas homólogas. Siempre es más fácil movilizar la opinión pública con actitudes simplistas y triperas del primer tipo que con visiones más complejas y calmadas del segundo.
miércoles, 6 de septiembre de 2017
Elegancia
Mercutio, el personaje amigo de Romeo Montesco en la tragedia de Shakespeare, hace gala a su nombre (que en realidad deriva del más cristianizado Marcuccio) y se nos presenta como un carácter plenamente mercurial. Ésta es una característica general del teatro de su autor, quien construía magistralmente sus personajes a través de figuras arquetípicas, mitológicas, tipos simbólicos, astrológicos... Es difícil plasmar la ardiente y destructiva simbología del escorpio con más acierto que con el personaje de Othello o la del equilibrio dubitativo del libra que con el de Hamlet. Pero volviendo a Mercutio lo que más me llama la atención de su paleta tipológica es la elegancia, propia del dios alado. Quizás porque en nuestro adocenado mundo la elegancia se ha reducido a una palabra únicamente utilizada en el mundo de la moda y ya nadie la practica. La elegancia es una actitud -no solamente estética aunque siempre conlleve ese matiz- frente a la vida. Mercutio adora a Romeo y odia a Tybalt no solamente por seguir la actitud de su amigo. Tybalt representa la fuerza bruta, el primitivismo, la no-diferenciación y, por si fuera poco, no tiene el más mínimo sentido del humor. Diríase que Mercutio obtiene un placer especial azuzando a Tybalt, a sabiendas de que pone su vida en juego. Mercutio, el poeta, el irónico, el juguetón, el amigo fiel, el saltarín, muere así a manos de su contrario. Un poco como pasa ahora en nuestra sociedad. El egoísmo primitivo y zafio ha cobrado suficientes alas como para destrozar la cristalería a su paso. Nulla aesthetica sine aethica.
viernes, 1 de septiembre de 2017
Opiniones
Una de las mil consecuencias de la
post-modernidad: nos impele a desconfiar de las grandes figuras de la historia
(sólo adoramos sus citas, que utilizamos como estandarte, pértiga o ariete). En
otros tiempos cuando uno no llegaba a captar las enseñanzas de algún personaje
sobresaliente simplemente callaba y esperaba a tener la suficiente preparación
y experiencia como para opinar. Ahora cualquiera siente que puede opinar sobre
cualquier tema, por complejo que sea, en virtud de que todas las opiniones son
válidas y respetables (¿respetables bajo qué código universal?). No nos
confundamos. Todos los votos tienen la misma validez (eso es la grandeza de la
democracia) pero no todas las opiniones la tienen. Los medios de comunicación
no tienen clara esta idea cuando agitan ante nuestras narices utilizando a
veces como estandarte, pértiga o ariete el tweet
más estúpido y tripero que el último quelconque
acaba de enviar a la red.
viernes, 18 de agosto de 2017
Terror
Que la proximidad de la tragedia no nos haga olvidar a las víctimas del mismo tipo de locura que tan a menudo tienen lugar en Oriente Medio. La locura, igual que las víctimas, son algo global. No nos dejemos llevar por el pensamiento simplificador. Dejemos aflorar nuestros mejores sentimientos pero sin que enturbien nuestra comprensión. Contra la locura apliquemos nuestra más serena cordura mientras nos solidarizamos una vez más con las víctimas inocentes.
miércoles, 9 de agosto de 2017
Vacaciones
En medio de la más
que plana ciudad de Berlín -concretamente en el corazón del frondoso bosque de Grūnewald- se alza, desde 1950, una suave loma de unos 120 metros de altura.
Es un accidente creado por el hombre a partir de los escombros que, tras la
guerra, quedaron situados en el sector occidental de la ocupada capital del
efímero III Reich. Su siniestro nombre, Teufelsberg,
se eligió por la proximidad al lago de Teufelsee.
Cuando se buscó un lugar donde apilar -dada la escasa superficie disponible- el
material que en el sector soviético se desparramó por los alrededores de la
ciudad, se eligió éste por
razones técnicas que también escondían motivos simbólicos: en esa precisa zona
del bosque se alzaba una academia militar nazi que quedó así literalmente
aplastada. Poco tiempo después las tropas de ocupación encontraron una
aplicación al cerro y fué así como la
inteligencia militar estadounidense instaló en su cima toda una estación de
radioescucha para espiar a sus enemigos que no se hallaban muy lejos ya que el
sector occidental berlinés se convirtió en una isla rodeada de ellos. Cuando el
muro de Berlín cayó reflejando el fin de la guerra fría la estación perdió su
razón de existir y fué finalmente abandonada en 1992. A partir de entonces
Teufelsberg se convirtió en un paraje privilegiado para artistas gráficos que
pronto recubrieron los residuos de la estación con los más diversos graffiti.
Para acabar de
aderezar la cuestión en años subsiguientes el siempre
excéntrico David Lynch intentó
comprar
Teufelsberg con la intención de establecer
allá una universidad dedicada a la meditación trascendental. El lugar acumula
así todavía más contenido simbólico y significación, que se respiran desde la
mismísima llegada. La ciudad de Berlín es de por sí un epítome de la
postmodernidad plástica. Diríase que un cierto tipo de postmodernismo
arquitectónico se inventó aquí avant-la-lettre.
La arquitectura de vanguardia de los años sesenta que hoy parece palidecer un
poco en el antiguo sector occidental (ZircusKarajani, Ostra preñada, Lápiz de labios y polvera -utilizando
los socarrones nombres autóctonos-) pero también la neobarroca catedral con su
complemento natural la cercana sputnik-like
torre de telecomunicaciones y, sobretodo, la superposición de tantas épocas y
metaépocas, decorados, ruinas y artificios permite apoyar mi afirmación. Ello
ayuda a que el conjunto de Teufelsberg
y su contra-plástica se integre perfectamente en el descontextualizado magma
berlinés. Pero eso no es todo. Como decía al principio la carga simbólica del
lugar es enorme. Los graffiti que abogan por la demolición del sistema están
pintados sobre la antigua estación espía que reposa sobre los escombros de la
guerra que tapan la instalación nazi. Esta superposición haría las delicias de
futuros arqueólogos o de cosmogonías hindúes. En Teufelsberg podemos observar cómo airados y vigorosos jóvenes
pintan su grito de guerra: abajo el
capitalismo/abajo los impuestos/abajo las drogas/abajo Obama/abajo los condones/abajo el
trabajo/abajo Facebook/abajo
la religión/abajo Brad Pitt/abajo las fronteras/abajo la fama/abajo este
muro/abajo la cerveza light/abajo ... La renovación de pensamiento, la alternativa, el
esperado cambio. Observamos un gigante pastiche de una dama de un cuadro de
Klimt devorando una pita de falafel y otras referencias históricas sacadas de
contexto que afirman el carácter post-moderno del arte aquí expuesto. La torre
más alta de la instalación de Teufelsberg sostiene los restos de una
impresionante cámara ecoica donde los visitantes comprueban con estupor y
emoción como los sonidos que provocan el chasquido de sus dedos y lenguas se
prolongan y reproducen durante un incierto pero muy prolongado espacio de
tiempo. Y ésta sala, la más alta del ya de por sí onírico lugar, contiene la
clave representativa de la propia post-modernidad. El grito de horror, hastío y
cansancio que nos lleva a desconfiar de grandes narrativas como la Ilustración y
que nos impele a abandonar las terribles racionalizaciones que nos intoxican
choca incansablemente contra las paredes de la cámara ecoica que repite,
fragmenta y fractaliza nuestro malestar. ¿La salida? Pues a buen seguro
por la parte superior de dicha
cámara. La trans-modernidad, la trans-ilustración requieren un esfuerzo
trans-racional que no rebote infinitamente sobre el supuesto telón de fondo
absoluto de la post-modernidad. Encima de la barbarie primitiva, de los
cascotes, de la paz armada y espiada y de la cámara ecoica existe aún mucho
espacio para evolucionar.
lunes, 31 de julio de 2017
Reacción
Los paradigmas evolutivos contemplan
fases en las estructuras de conocimiento que se desarrollan y se suceden de
forma más ó menos abrupta. Estos patrones se pueden considerar de forma
individual (Piaget, Kohlberg, Erikson) o bien de forma colectiva (Gebser,
Aurobindo, Wilber). Así el niño se desarrolla atravesando las diferentes etapas
que de alguna manera son como una versión resumida y a gran velocidad de lo que
ha acaecido con la humanidad a lo largo de milenios. Cada etapa de desarrollo
posee varias fases, siendo las primeras de ellas disruptivas respecto a las
etapas anteriores, es decir, que rompen con ellas, las segundas consolidativas o
constructoras de un sólido edificio, y las últimas involutivas, que impiden una
ulterior evolución. En esto también siguen las fases habituales del desarrollo
de una nueva idea: revolución/construcción/reacción. Según algunos de los
modelos de evolución cognitiva nuestro presente atraviesa una fase de auténtica
reacción. La racionalidad se ha negado desde hace años a verse extendida. El
grueso de la sociedad cree a pies juntillas que la realidad –única y dura- es
exclusivamente racional. Por culpa de esto las racionalizaciones han ido
apareciendo por doquier y estamos creando hiperrealidades fabricadas a la
medida de nuestras creencias, con lo que frenamos cualquier desarrollo
ulterior. Por desgracia, una buena parte de los que luchan contra las
racionalizaciones lo hacen utilizando la pre-racionalidad como arma, y eso los
sitúa –sin que se percaten de ello- dentro del grupo de los involucionistas, todavía
más primitivo que el de los reacionarios (la famosa falacia pre-trans de K.
Wilber). El mundo es racional, pero también menos que racional y –más difícil
aun de entender- más que racional. La racionalidad racionalizante niega al
mundo simbólico –el de los mitos- carta de existencia, sin darse cuenta de que
las posibles futuras realizaciones pueden llegar a hacer lo mismo con la
racionalidad. La racionalización siempre crea dos categorías antitéticas: lo
verdadero y lo falso. Lo que no es uno es lo otro. La racionalidad comparte,
sin embargo, un aspecto con el mito y también con la magia: proyecta todas
nuestras percepciones/creencias/elaboraciones más allá de nosotros mismos. El
paso de la racionalidad a la trans-racionalidad está ligado al reconocimiento
de nuestras proyecciones; a nuestro concepto de objetividad. Cuando extraemos
una razón y la enviamos al “espacio objetivo” estamos contribuyendo a reforzar
la ilusión que mantiene este “espacio objetivo”. Un poco como la ilusión del
extraño bucle que mantiene nuestro “yo” invariable por largos períodos de
tiempo durante los cuales no advertimos los cambios que nuestro organismo
cuerpo-mente sufre y que lo asemeja más a un proceso que a un objeto. Cuando
comprendemos que esa razón lanzada “fuera de nosotros”, si bien se ha hecho
inter-subjetiva, sigue ligada a nosotros, es cuando entramos en la
trans-racionalidad. Hace muchos años que las racionalizaciones, subproductos
decrépitos de la racionalidad, nos impiden avanzar de forma efectiva a lo largo
de la evolución del conocimiento. Las racionalizaciones hacen referencia al
“mito de la racionalidad”, no a la racionalidad misma. Ello desentraña la
supuesta paradoja enunciada por J. Saramago, de que “utilizando únicamente la
racionalidad hemos llegado a la sociedad más irracional que uno pueda
imaginar”.
viernes, 14 de julio de 2017
Tesis
Aquella tarde la señora K. aceleraba
su paso para no llegar tarde a la visita médica que le habían reservado. Iba,
además, preocupada. No le había hecho ninguna gracia la llamada que había
recibido dos días antes desde la secretaría del hospital. Algo entre oscuro y
siniestro. Consulta, biopsia, llamada para visita urgente …. no; no daba muy
buena espina, la verdad. Cuando llegó ante el médico intentó concentrarse
–aplicando las técnicas de biofeed-back
que tanto recomendaba a sus clientes- para intentar no delatar las pulsaciones
que su corazón, convenientemente estimulado por una concentración elevada de
adrenalina, bombeaba.
-‘Siéntese, señora K.’, profirió el
médico al verla, como todo saludo. -‘¿Sabe por qué la hemos convocado tan
urgentemente?’. La señora K., incapaz de articular palabra, bajó la vista hacia
la inmaculada mesa del médico. -‘Tenemos ya el resultado de su biopsia gástrica…’
la señora K. apenas levantó la vista de la mesa hasta alcanzar la vista del
médico, que la miraba, inescrutable. -‘Hemos encontrado algún hallazgo
relevante’ prosiguió el doctor. -‘¿Grave?’, apenas musitó la señora K. -‘Pues
sí y no…quiero decir….que no se preocupe demasiado de entrada ya que no hemos
encontrado tejido maligno’ –en aquel punto el rostro de la señora K. se relajó
de forma sutilmente perceptible pese a sus esfuerzos por disimular –‘aunque’,
prosiguió el doctor, ‘sí que debo decirle que su tejido gástrico reúne las
características fenotípicas que permiten suponer que más tarde o temprano usted
desarrollará un tumor’. La señora K. volvió por un instante a tensionar su
semblante. -‘Si usted fuera un pariente mío próximo yo le recomendaría entrar
en un estudio experimental que nuestro equipo está llevando a cabo en diversos
centros’. –‘¿Un estudio?’, preguntó alarmada la señora K. –‘Sí señora; un
estudio que nos permitirá comprobar que las hipótesis de biología molecular que
hemos estado manejando durante años son ciertas y que se pueden aplicar para
mejorar la salud de la población y evitar excesivos gastos sanitarios. –‘Y…¿qué
deberé hacer?’, preguntó tímidamente la señora K. –‘Pues entrar en un ensayo
clínico de un nuevo tratamiento genético –por otro lado, absolutamente seguro e
inocuo- y dejarse hacer una biopsia mensual durante un período de quince
meses’. Pese a su natural disgusto y prevención, la señora K. no ofreció
demasiada resistencia. Después de todo aquel sujeto con bata blanca y ropa
deportiva de lujo la estaba amenazando con llegar a situaciones aún más
complicadas que las presentes. –‘Le voy a suministrar un poco de documentación’
propuso el médico mientras le alargaba un voluminoso pliegue de papeles que
acababa de sacar de un cajón de su mesa, como si ya lo tuviera a punto para ser
utilizado. –‘Si quiere puede llevarse la documentación a casa y consultar su
decisión con su marido, sus hijos o con su almohada’. La señora K., a esas
alturas, ya se había decidido y así lo comunicó al doctor, quien le hizo firmar
por triplicado nueve registros; total veintisiete firmas que ponían una barrera
ante cualquier injerencia externa por parte de abogados o sanitarios. La señora
K. fue entonces convocada para realizar las dos primeras gastroscopias con
biopsia. También se le facilitó una tarjeta que mostrar cada día en el hospital
de día antes de que le administraran por vía endovenosa el misterioso remedio
en fase experimental. Así fueron pasando los meses hasta que nuestra
protagonista acudió de nuevo a una visita con su médico, quien revisó el
resultado de todas las biopsias. –‘Extraño’, musitó el especialista. –‘¿Puedo
saber qué es lo que es extraño?’ interrumpió la señora K. –‘No se ve ni rastro
de la modificación genética que estamos transfectando, y tampoco ninguna
degeneración del tejido. Deberemos esforzarnos más con las biopsias’. La señora
K. empezó por vez primera a mostrar cierta desconfianza. ¿Y si todo fuera un
montaje, una farsa pseudocientífica? Al salir de la consulta procuró toparse
con el internista que le había realizado las biopsias y sacarle más información
de la que le proporcionaba su médico de referencia. Después de mucho estirar,
como toda información, se llevó lo que más tarde llegó a considerar como un
importante trofeo. El histopatólogo que analizaba las biopsias le había
confesado al internista que él nunca había visto absolutamente nada anormal en
aquel tejido. Es más, su fenotipo era el más común de todos los fenotipos.
Aquel mismo día la señora K. había quedado, casi por casualidad, con un viejo
conocido al que hacía años que no veía. Aquel personaje era periodista y había
trabajado en todo tipo de publicaciones y medios de comunicación, desde los más
respetables hasta los más amarillistas y populistas. Le explicó su caso y el
hecho de que tantas biopsias conllevaban un riesgo que cada vez se veía con
menos ánimos de asumir. Incluso le pidió consejo sobre si llevar el caso a los
tribunales, quizás por malas prácticas, operaciones superfluas de riesgo o algo
similar. El periodista, sin embargo, la disuadió. Una querella supone un gasto
económico y de tiempo importante, con un más que notorio desgaste de energía y
de salud. Él también sospechaba que algo obscuro se mezclaba con el aparente rigor
con que la situación se adornaba. Y le propuso a la señora K. nada más y nada
menos que airear el caso publicándolo en forma de saga periodística en su
semanario, un magazine consumido básicamente en las salas de espera de médicos,
abogados y peluquerías. La señora K. se negó en rotundo. ¿Airear su caso? ¿Qué
le sucedería a partir de ahora cuando visitara cualquier médico especialista? A
buen seguro que todos intentarían vengarse de la malvada que decidió intervenir
contra respetables asociaciones médicas. Ella seguía pensando que lo mejor
seguía siendo poner el caso en manos de la justicia. Después de todo seguía
confiando en el sistema. El aparato judicial era una parte importante del
sistema democrático en el que la señora K. vivía. Pero el amigo periodista
insistió. –‘No es que desconfíe de la ley. Pero ya sabes, hoy en día este tipo
de proceso va muy lento y se pierde entre los recovecos de los especialistas,
para acabar generando un veredicto difuminado apoyado por unos dictámenes
técnicamente enrevesados que acaban logrando imponer su objetivo: echar tierra
sobre el asunto. Lo que yo propongo es directo, rápido y cuenta con el apoyo de
la masa social, que es lo que tiene valor en los media actuales. –‘Pero lo primero que habría que hacer sería
investigar un poco el asunto, ¿no?’ objetó la señora K. –‘Evidentemente, y para
eso ya encontraré yo el modo de introducirme en este meollo….o ¿quizás lo
podríamos llamar ya conspiración?’ La señora K. se horrorizó imaginándose la
campaña periodística. –‘Los periodistas ya no tenéis escrúpulos, ¿verdad?’
–‘Querida, tenemos tantos escrúpulos como los médicos, los políticos, los
carniceros, los abogados, los peluqueros o los taxistas….’ –La señora K.
intentó disuadir a su conocido de meterse en lo que consideraba un buen fregado
pero el periodista se escapó entre leves promesas de no entrar en el juego. El
corazón de un periodista mediocre en busca de notoriedad, sin embargo, no tiene
límites. Y éste no era una excepción. Removió cielo y tierra hasta llegar a
conocer a una enfermera que se dedicaba a los trabajos administrativos del
departamento de histopatología del hospital, a la que logró seducir para
conseguir la información que necesitaba. El caso es que la enfermera tenía sospechas
pero no había logrado nunca llegar a tener una prueba fehaciente de la trama
conspiratoria en nombre de la ciencia que el periodista intentaba descubrir.
Pero todo tiene remedio, y el periodista supo reunir una serie de indicios que
puso en seguida a cocinar hasta elaborar un culebrón para después publicarlo,
convenientemente desmenuzado, en su semanario caca-de-luxe, como lo solían denominar, despectivamente, sus
empleados. El primer capítulo de la saga pasó inadvertido, pero a partir del
segundo y, sobretodo, del tercero la atención del ciudadano aburrido con ansias
de escándalos fue capturada por una truculenta historia sobre las cloacas del
sistema sanitario y la mistificación de la ciencia que insinuaba poco menos que
la existencia de una red de traficantes de órganos. El ciudadano medio pareció
indignarse una vez más y exigía justicia; las asociaciones médicas exigían
pruebas que apoyaran la historia; la prensa se dividió entre los medios que
parecían interesados en la denuncia y los que –representando también a una
parte de la población- despreciaban el asunto por ser poco claro y demasiado
crudo –por muy cocinado que estuviese-. A todo esto, la señora K. no volvió a
aparecer por el hospital. Un poco por azoramiento, pero también por poner
tierra de por medio. No estaba de acuerdo con los métodos del periodista, pero
había decidido que no sería una cobaya humana, y mucho menos para una
investigación que se le antojaba fraudulenta. Al cabo de pocos días recibió la
llamada telefónica de una desconocida. Se presentó como experta en medicina
alternativa y más concretamente en una técnica –inventada o, mejor, cocinada
por ella misma- a la que llamaba mesocriodinamoterapia.
Según ella, su técnica era lo suficientemente poderosa como para sanar a
cualquier enfermo de cualquier condición médica. Había llegado hasta el
teléfono de la señora K. a través del periodista-guionista que para entonces ya se había convertido en
contertulio habitual de los foros más estultos que los medios de comunicación
ofrecen. La mesocriodinamoterapista se había propuesto utilizar cualquier
eventualidad como la que nos ocupa para
denunciar a la medicina convencional, a la que atribuía todos los males
de la sociedad. –‘Así que la forzaron a efectuar tratamientos y pruebas de
riesgo ¿sin que usted tuviera signo alguno de enfermedad? Yo la invito, señora
K., a que se sume a nuestra noble causa que no quiere otra cosa que lograr la
salud física y mental de toda la humanidad, sin pedir nada a cambio’. –‘Y eso,
¿Cómo se consigue?’, preguntó la señora K. –‘Pues siguiendo nuestro método,
basado en la mecánica cuántica y en las enseñanzas de Shivakkarta Naruddai. Es
una herramienta tan potente que es capaz de competir y derrotar a cualquier
posverdad que la sociedad nos quiera vender en lo referente a sanaciones’. –‘No
estoy interesada, señora’, -atajó la señora K., cansada ya de tanta
charlatanería, colgando acto seguido el receptor, sin darle tiempo a contestar
a la terapeuta new age. A estas
alturas lo único que la señora K. deseaba es que se olvidasen de ella y su caso
convertido ya en famoso culebrón. Pero el revuelo todavía no había acabado.
Cuando la señora K. desbloqueó su smartphone
que justo acababa de vibrar encontró un mail en el que una asociación había
llevado su caso a una plataforma de votaciones populares. A través de ella los
inciertos solicitantes pedían más transparencia en la práctica médica, el
reparto más justo del presupuesto sanitario, el acceso universal al sistema de
sanidad pública. La petición lucía ya con el generoso número de 17438 firmas.
Sólo faltaban 7562 firmas más para lograr el objetivo y poder elevar la
petición a instancias superiores. Ahora sí que un escalofrío mezcla de estupor
y rechazo recorrió el dorso de la señora K. Tenía que parar la marea que amenazaba
su otrora tranquila existencia. Después de pensar cómo desembarazarse de los media, las redes sociales, los intereses
creados, la cotorrería y el morbo gratuito ideó un plan que no podía fallar.
Escribió una carta abierta a un periódico de gran tirada, que lo aceptó de
antemano. En ella daba muy pocas explicaciones de su caso; simplemente hacía
referencia a un sitio-web que, según ella, era muy importante. Antes ya de ser
publicada, la carta fue leída por un ingente número de personas que acudieron a
la tal página web, llenas de curiosidad morbosa. Cuando llegaron, empero, todo
lo que hallaron fue una transcripción de la tesis doctoral que la señora K. había
leído treinta años atrás. Lucía el impresionante título de: “Nuevas
percepciones del Dassein
heideggeriano a la luz de la concepción espacio-temporal de la post-modernidad:
correlatos y deconstrucciones en la obra de Michel Foucault”. El morbo se disipó
con rapidez. Aprovechando un nuevo caso
de corrupción el foco del detritus generador de soma se desplazó para allá con cámaras,
luz y taquígrafos. La señora K. pudo, por fin, disfrutar de un recién
recuperado anonimato.
viernes, 30 de junio de 2017
Poetas
La alternativa, por fin, había llegado y a partir de aquel momento la política sería una cosa muy diferente. Después de tanto camino recorrido y de tanta reivindicación.....los tiempos habían cambiado, ahora sí, y de forma radical. Hacía ya muchas décadas que el espectro de las tendencias se había difuminado de tal manera que ya nadie sabía a ciencia cierta qué significaban los términos derecha, centro o izquierda.Y eso a pesar de todos los tópicos y las racionalizaciones largamente sedimentados. Los derechos de los débiles parecían ya no importar en realidad a nadie. Las izquierdas verdes se habían sumergido en un cuasi-religioso sistema de creencias que centraba su acción en el castigo al adversario olvidando en demasiadas ocasiones el abordaje serio de los problemas del planeta de los que tanto hablaban. Los grupos que propugnaban una co-gestión asamblearia apenas eran capaces de distinguir entre la política y la reunión de los boy-scouts. Fue por eso que la propuesta política del poeta Fontseca cuajó. Los electores, primero pensando en un voto de castigo y más tarde en un divertimento buffo e incluso en una salida friky -opción ésta a la que las características personales de Fontseca añadían un alto componente posibilitario- decidieron que él era el mejor candidato para ocupar la jefatura de gobierno durante los próximos años. Fontseca, afirmaciones hechas por él mismo, no tenía idea alguna de economía, gestión, infraestructuras o grupos de presión. Su propuesta era la de gobernar desde la posición del hombre de la calle. Ya que los gobiernos tecnócratas sin color político también se habían demostrado ineficaces, Fontseca primaba por el retorno a los valores humanísticos, el sentido del deber, la honorabilidad, la fraternidad, el respeto a todos los grupos, la reflexión filosófica sobre el devenir de la humanidad, por supuesto el acercamiento de la cultura al pueblo. Huelga decir que todos los partidos de corte más tradicional -tanto los de derechas como los de izquierdas- se mofaban de Fontseca y auguraban una cortísima singladura a su gobierno. Pero el poeta no era tan tonto como creían sus adversarios y se supo rodear de gente que -con menos que poca experiencia en estas lides- se mostró eficaz y supo contener el descontento de los grupos de presión. La ciudadanía también quedó sorprendida ya que gran parte de ella había votado a Fontseca pensando en un gran revulsivo, en una gran conmoción que hiciera saltar por los aires al sistema. En pocos meses muchos de los problemas que se arrastraban desde hacía lustros se resolvieron. Cuando todo parecía dar la razón al poeta, sin embargo, saltó lo inesperado: un tal Fontcuberta, también poeta, logró crear un partido político alternativo al de Fontseca. Mientras Fontseca basaba su ideario de hombre común en la poesía clásica y los alejandrinos, Fontcuberta lo hacía en la poesía expresionista y los versos blancos. Aunque a priori nadie entendía la relación entre la poesía y la política, el partido de Fontcuberta fue ganando adeptos que parecían haber olvidado el éxito de Fontseca y caían rendidos a los pies del nuevo Rimbaud. ¡Abajo Boileau!¡Viva Baudelaire! Tal era la consigna de los portadores de la nueva verdad...
sábado, 17 de junio de 2017
Und so weiter...
A los que sostenemos la creencia en una forma u otra de evolución de las sociedades y del conocimiento que éstas constelizan a lo largo de la historia, los tiempos actuales nos muestran una condición insoportable. A esta contradicción la llamamos Post-Modernidad y nos enseña que las cosas solo pueden evolucionar hasta el presente, desde el que observamos al mundo tal como es, de forma transparente, sobre un fondo blanco que no admite interpretaciones y sobre el que nosotros mismos creamos las interpretaciones y elegimos los patrones que más nos agradan. Este fondo blanco da carta de existencia al infinito conjunto de racionalizaciones que manejamos constantemente en nuestra vida diaria y que -como fuente de irracionalidad que son- no nos dejan ver más allá de nuestra empobrecida visión. Recuerdo que hace 35 años los medios de comunicación se hacían eco del bicentenario del bicentenario de la Crítica de la Razón Pura -una de las cumbres de la Modernidad- y reconocían la influencia que el pensamiento de Kant había ejercido en los más variados ámbitos del conocimiento. Ahora estos mismos medios -guiados por una nueva generación- han olvidado a Kant y conniven con la visión a-crítica de la realidad-dada y la transparencia del conocimiento, embotando aún más al lector-consumidor ávido de estadísticas y morbo.
sábado, 3 de junio de 2017
Colibríes
La sociedad, como organismo viviente que es, encuentra su estabilidad a través de fuerzas que provienen de una miríada de bucles de interacción negativamente acoplados. Estos bucles de feed-back se hallan en rápido y constante funcionamiento. La evolución de la sociedad como tal, en épocas regulares, es relativamente lenta comparada con la actividad de los bucles; un poco como un colibrí, que gracias a su extraordinariamente rápido aleteo puede mantenerse "inmóvil" en el aire o desplazarse muy lentamente. En el caso del colibrí existe un órgano central que coordina los movimientos con una suerte de volición. En el caso de la sociedad el papel del órgano central lo asumen los códigos morales, la tradición, las creencias, el modo-de-estar-en-el-mundo,....El órgano central de una sociedad es relativamente estable, sostenido y con capacidad auto-reparadora en épocas de estabilidad histórica. En épocas de cambio el órgano se debilita y coordina de forma mucho menos efectiva la actividad de los millones de bucles de feed-back. El resultado lógico es la incertidumbre sobre el futuro próximo. Cualquier bucle un poco desbocado puede acoplarse positivamente y arrastrar a otros bucles concurrentes pudiendo perderse fácilmente la contención de toda la estructura. En ese punto nos hallamos. Está en nuestras manos la sostenibilidad del planeta.Está en nuestras manos el futuro de Internet. Está en nuestras manos la ética social. Está en nuestras manos la paz mundial...¿Está realmente todo eso en nuestras manos?
lunes, 8 de mayo de 2017
Realidad(es)
Acabo de leer “La realidad no es lo
que parece” del físico Carlo Rovelli. Tras un inicio con algún apunte un poco
tendencioso y lugar común en el mundo científico (“Anaximandro fue un gran
visionario de la ciencia y, de haber prevalecido sus ideas sobre las de Platón
y Aristóteles, se habrían adelantado siglos en la construcción de la ciencia”)
o algunas confusiones en lo que al término realidad
se refiere, el libro resulta de lectura agradable y enriquecedora. El autor en
seguida coloca a Platón y Aristóteles en su lugar natural –no sé hasta qué
punto reconoce la impronta que Platón sigue teniendo en los físicos actuales- y
se embarca en la en cierto modo apasionante aventura de resumir la historia de
la consideración de las piezas fundamentales del cosmos por parte de los
modelos de Newton, Faraday/Maxwell, Einstein 1905, Einstein 1915, mecánica
cuántica y gravedad cuántica (el supuesto modelo unificador de las mecánicas
cuántica y relativista). Si la relatividad restringida hacía del espacio y del
tiempo percepciones que dependían del estado del observador y la relatividad
general las relacionaba con la materia y la energía, el modelo de gravedad
cuántica, recogiendo las semillas de la relatividad y de la mecánica cuántica, hace
a espacio y tiempo meras consecuencias de los campos cuánticos. Es decir,
relega la percepción espacio-temporal a una pura ilusión. Lo apasionante de la
sucesión de modelos en el mundo de la ciencia es que éstos, de manera
progresiva, hagan del modelo anterior un subconjunto del modelo presente. De
todos modos, la actual convivencia de otros modelos hace que el mundo de la
investigación científica no sea tan ajeno a la post-modernidad como a veces
quiere creer. Aunque el autor muestra que sus planteamientos incluyen una
variedad de campos y –como buen físico cuántico- exhibe posiciones filosóficas
antirealistas, echo en falta nociones elementales de complejidad y, aun más
grave, observo muchas falacias cognitivas cuando confronta visiones con
encuadres absolutamente distintos bajo la excusa de que “la ciencia abarca toda
realidad”. Rovelli, como Demócrito, admite que el mundo está constituído por
cosas que se suman y se promedian y que nuestros sentidos perciben tales
promedios. Y pone, como Demócrito, el ejemplo de las letras y las palabras. Una
vez más respondo que las frases y las palabras están construídas con letras,
pero que lo que dicen las frases no está en las letras. En este caso,
obviamente, porque las letras no precedieron a las palabras. Pero los sistemas
químicos sí que precedieron a los biológicos y la vida emergió de la
complejidad de los sistemas químicos. Una última reflexión: me pregunto cómo
explicar a personajes que aún creen que la Tierra es plana que nos movemos ya
más allá de la tetradimensionalidad.
martes, 2 de mayo de 2017
Simplificaciones
El incierto resultado de las
inminentes elecciones en Francia es un tema que da mucho para reflexionar sobre
nuestro momento histórico, diminuto y miserable, pero cargado de significación.
El pasado sábado el venerable Edgar Morin exponia en Le Monde la complejidad de la situación (él; ¡el mismísimo maestro
de la complejidad!). Lo que está puesto en Francia encima del tablero no es
aparentemente la Republique frente al
totalitarismo, o Marianne contra Marine (que en el fondo también lo es,
evidentemente) sino los aspectos más sucios y descarnados de la globalización y
el escándalo financiero frente a unos supuestos valores eternos teñidos de
nacionalismo excluyente, populismo neofascista y otros viejos conocidos. Hace
tiempo que la dialéctica derecha-izquierda política está bastante desdibujada.
La izquierda ha hecho suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y contención,
que en principio parecen opuestas al alegre programa de crecimiento perpetuo de
la derecha (sabemos que el capitalismo, promesa eterna de crecimiento, se
desmorona cuando no crece ya que es entonces cuando salen a la superficie las
triquiñuelas y promesas incumplidas). Aun así, conviene puntualizar que el
progreso no está reñido con la sostenibilidad y que la globalización no está
reñida con la honestidad. En nuestra pobre época, si hay alguna crisis que
orquesta y consteliza toda actividad es la crisis de valores. Hoy mismo he
leído una entrevista con una 'emprendedora' que después de fracasar con su
primera empresa, había logrado vender sus segunda y tercera empresa por una
cantidad que le permitía vivir sin trabajar. ¿No chirría el propio término emprendedora con esta actitud? Y es esta
y no otra la promesa del nacionalismo populista de ultraderecha. Y la crisis de
valores, no nos engañemos, afecta a absolutamente todos los partidos del espectro político.
Esto es lo que buena parte de los actuales votantes de la xenofobia y la
anti-globalización no ven. La situación es más compleja y radical que la que se
vivió en el período de entreguerras –aunque los espectors del pasado asustan,
la verdad-. El caso de Francia, además, es siempre ejemplar. La ciencia, el
arte y la política francesas han estado siempre cargadas de una literatura que,
de alguna manera, se ha llegado a erigir como modelo. Ortega y Gasset dice que
Francia es una nación profunda porque en ella los opuestos conviven de forma armoniosa y normalizada fortificando así la estructura social, al revés de lo que sucede en España.
Será esta profundidad suficientemente compleja (en términos de Morin) para
sostener, sea quien sea, al futuro presidente de la Republique?
sábado, 29 de abril de 2017
Involuciones
Después de más de un mes de viajar verticalmente sin rumbo fijo me apeo del ascensor y observo que el mundo ha empeorado respecto a la situación en que lo dejé. Bien; esto de empeorar no deja de ser una valoración parcial, tomando un marco de tiempo y unas referencias concretas. A pesar de que los medios insisten en que la crisis económica no es tan aguda como hace un año, la gente está cada vez más descontenta. Y seríamos muy bobos si únicamente viéramos en tal descontento un reflejo de las limitaciones económicas que padece una parte relevante de la población. La crisis no es solamente económica, como es lógico que así sea. En este caso, particularmente, se trata de una gran crisis de valores, de moralidad, de referentes, de aburrimiento y de falta de perspectiva vital de la sociedad. Como siempre es un pez que se muerde la cola, y cuanto más profundiza la crisis, más se ciega la población y menos recursos parece tener para superarla. Sectores preocupantemente amplios de la población han optado por “castigar” a los actores de la política tradicional y, en su lugar, han optado por votar a otros políticos “alternativos” a quienes encomiendan el poder ejecutivo con la esperanza de que puedan sacarse de la manga una solución mágica. Teniendo en cuenta que tales “nuevos” políticos representan la eterna política del populismo ribeteada con tintes de un autoritarismo sospechoso por conocido, la situación se está complicando por momentos en todo el planeta. El autoconocimiento, la toma de conciencia, la ampliación de referentes serían la única solución para evitar una catástrofe. Pero la población en general sigue prefiriendo soluciones mágicas y sultanes, maharajás y dictadores que piensen por ellos (sólo hay que abrir un diario cualquiera en un día cualquiera para ver fotografías de los susodichos). Aquella situación clásica de la que siempre nos habíamos lamentado, la de un pueblo (no de ciudadanos sino de súbditos) prefiriendo un miserable monarca absolutista local que una renovación a nivel europeo (Fernando VII “el deseado”) se está imponiendo en todo el mundo. Mientras la ignorancia campe a sus anchas y se multiplique como una masa de parásitos el miedo siempre podrá sobre la razón y justificará los peores males. La sociedad, como todo sistema, funciona con bucles de autocreación, autocontención y autopreservación de forma que cualquier cambio se hace complicado. Pero siempre hay que tener en cuenta que la fuerza de los bucles descritos viene dada por los esquemas mentales –que buena parte de las veces nos son absolutamente inconscientes- de manera que la propia concienciación de situarse dentro de un esquema mental concreto y simplificador podría obrar milagros. La alternativa: esperar a que el torbellino aumente y el propio sistema estalle para hallar una situación más estable.
viernes, 10 de marzo de 2017
sábado, 4 de marzo de 2017
Mercados (publicado originalmente en mayo de 2011; cosas de la informática)
En varias ocasiones he oído que la oferta cultural –como cualquier otra oferta- debe de estar en función de la demanda, como exigen las leyes del mercado, y que cualquier tipo de intervencionismo supone un grave atentado para con los derechos de los ciudadanos, que se suponen mayores de edad y con pleno conocimiento de qué es lo que quieren. En cuarenta años de vida musical en mi ciudad he asistido a un progresivo deterioro de oferta y demanda. No me refiero a estrellas y circo, que de eso siempre ha habido y la exigencia, en ese aspecto sí, siempre va en aumento. Me refiero a la calidad de las obras programadas. Ya sé que en este mundo de la postmodernidad la calidad es algo que se vota democráticamente entre todos los ciudadanos, los más cultos y los menos, los que llevan a cuestas muchos años de experiencia y los noveles, los que dedican su tiempo al tema y los que opinan de forma superficial. Me parece no solamente muy bien sino altamente recomendable que exista oferta para todos los gustos, edades y grados de conocimiento. En las ciudades en las que existen por lo menos cinco orquestas sinfónicas estables cada una de ellas puede jugar un papel diferente en cuanto a oferta musical. En las que hay bastantes menos, todo es más problemático. De lo que también estoy seguro es que los gustos, abandonados a sí mismos, siguen la tendencia que marca la sociedad. Y en este caso me temo que la tendencia es, digamos, degenerativa (en el sentido de disminución de la diversidad). De seguir esta tendencia, en pocos años el repertorio quedará reducido a las músicas que aparecen de fondo en los spots publicitarios televisivos. Es el eterno dilema que aparece en los Meistersinger wagnerianos (y de hecho sí, estoy haciendo aquí el papel de Beckmesser). El canto entonado por Walter von Stolzing, turbador por nuevo pero que llega al corazón del grueso de la población, es un objeto ideal producto de la imaginación romántica que en muy pocas ocasiones se ha materializado a lo largo de la historia. Baste recordar que la mayor parte del público europeo de 1860 prefería al hoy trasnochado Meyerbeer frente a Wagner. Todo esto viene al caso después de asistir a una buena interpretación de las Images orquestales de Claude Debussy en Barcelona, saludadas por unos raquíticos aplausos de cortesía. En uno de los tomos de El Espectador Ortega y Gasset se lamenta de que en Madrid, en los años 20, el público siga aplaudiendo rabiosamente a Mendelssohn mientras sisea a Debussy, hecho que califica seguidamente de “terrorismo musical”. Pues aquí parece que en noventa años no hayamos progresado demasiado. Recuerdo a este respecto el estreno local, con treinta años de retraso pero en magnífica versión, de la obra de Olivier Messiaen Des Canyons aux Etoiles. De las escasas trescientas personas que asistían al concierto al principio quedaron unas doscientas al final. Y los políticos locales siguen teniendo ínfulas culturales…
viernes, 24 de febrero de 2017
Verticalidad
Decidí pasar aquella absurda tarde de forma alternativa.
Como una hoja mecida por el viento. Sin juzgar ni clasificar. Llevaba demasiado
tiempo intentando –la mayor parte de las veces, de forma infructuosa- guiar,
planificar, calcular, anticipar, prever, actuar. Todo lo que los inciertos
profetas del New Age dicen que es malo. Ellos afirman contundentemente -en
libros que se venden como rosquillas- que no hay que hacer todas estas cosas
sino expresar libremente los sentimientos, cantar, bailar, tocarse y dejar de
una vez por todas de controlar. Vivir el ahora. Eso es lo bueno. Como yo creo
que mucho de lo bueno es malo y que Platón veranea en Éfeso, tierra de
Heráclito, decidí no seguir la ruta A ni la ruta alternativa no-A. Existen
muchas otras posibilidades. Así que después de comer frugalmente emprendí la vía
hacia mi experiencia iniciática. Me acerqué a unos grandes almacenes, que a esa
hora no se hallaban especialmente concurridos –me gusta almorzar pronto- y me
dirigí directo hacia el ascensor. Era un ascensor acogedor, adornado con una
suave iluminación difusa y moquetas en sus paredes. Este detalle hacía que, de no ser por la leve
musiquilla que se escapaba por un disimulado altavoz, tu sentido auditivo
tuviera una extraña sensación de “señal sonora negativa” –eso era lo que
sucedía entre pieza y pieza de la leve musiquilla-. Digo entre pieza y pieza
por el tema de la cesación de sonido, no porque las diversas (¿piezas?) se
caracterizaran precisamente por su variedad. De todas maneras este ir hacia
ninguna parte de la música (aunque cualquier otra parte del espacio musical
probablemente me habría satisfecho más) encajaba perfectamente con la
naturaleza de la experiencia que ahora iniciaba. Sin pensarlo dos veces, pulsé
el primer botón con que mi dedo índice se encontró y las puertas del ascensor
se cerraron. A partir de aquel momento me dejé llevar por los acontecimientos,
sin valorarlos, juzgarlos, clasificarlos; pero tampoco bailé ni canté ni pensé
en tocar a nadie. El aparato se elevó unos cuantos pisos por encima de la
planta y la puerta se abrió. La música de la planta correspondiente
(¿informática? ¿lencería? ¿cosmética?) se mezcló con la que llevaba incorporada
mi nuevo vehículo. La mezcla no hizo variar el resultado final, que seguía
sonando cual musiquette impertérrita.
Toda la música que sonaba en el edificio estaba cuidadosamente seleccionada de
forma que las tonalidades siempre coincidieran y no provocaran en el presunto cliente
ningún deseo consciente o inconsciente de abandonar el edificio. Como en la
nueva planta no entró nadie (¿quizás algún cliente impaciente había abandonado
la espera del ascensor?) la puerta se volvió a cerrar y el aparato se quedó
estacionado allá mismo. Procuré respirar de forma suave para no enrarecer la
atmósfera. Aunque esta posibilidad me parecía remota hubiera dado al traste con
mi velada, caso de llegar a producirse. No hubo pasado ni un minuto cuando la
caja suspendida volvió a ponerse en marcha a lo largo de su ruta vertical. De
nuevo ascendente. Cuando se abrió la puerta, probablemente en la cafetería,
dado el sonido de repiqueteo de vasos y máquinas de café mezclado con cierto
griterío controlado, entraron en mi compartimento dos individuos. Llevaban
maletín e iban vestidos con trajes, que lucían de forma desaliñada, detalle que
ligaba con el descuido que mostraban sus zapatos, mal abrochados y largamente
alejados de cualquier contacto con el betún, al que parecían haber ya olvidado.
Iban hablando de sus cosas, por lo que apenas me saludaron. Su conversación
mezclaba temas laborales y temas de chismorreo (también laboral; sí). En el
preciso momento en que empezaba a elaborar una interpretación, a la que
inexorablemente hubiera seguido un juicio, aborté cualquier intento de
intromisión, que hubiera dado al traste con los objetivos de mi experiencia.
Observé más detalladamente. Uno de los individuos era bajo y con aspecto de
haber sido rubio en su niñez, ya que todavía mostraba mechones de cabello
dorado en medio de una gama cromática que iba desde el castaño oscuro hasta el
blanco. Hablaba de forma vehemente, muy seguro de sí mismo.
-Lo que te digo, hombre! En las evaluaciones por
objetivos de este año exigen dibujar una curva de Gauss de manera que ya puedes
ir apañándotelas para que tus mindundis no protesten.
-Me tendré que ir aplicando el cuento yo también. Mi jefe
no tiene piedad. Es capaz de cortar cabezas solo por ascender.
Cuando la conversación empezaba a hacer cierto efecto –no
deseado- sobre mi conciencia el ascensor se paró y los hombres trajados
descendieron de él. Entró un grupo de tres mujeres de mediana edad. Iban
vestidas de manera ostentosa, pero de alguna manera su indumentaria no
armonizaba del todo con su fenotipo. Hablaban todas a la vez y apenas se
entendía lo que decían. Cazando palabras al vuelo adiviné que el tema que las
ocupaba era la estética. No la Estética a la que Aristóteles o Kant habían
dedicado una no desdeñable parte de su vida, no. Hablaban de otra estética más
mundana. Y no precisamente aplicada sobre las partes visibles de su anatomía.
Más bien sobre partes más íntimas. Contuve de nuevo mis ideaciones, mis
opiniones y mis sarcasmos. Me costó pero lo conseguí (bueno, para ello tuve que
recitar mentalmente un trozo e la tabla de multiplicar; concretamente la del
siete). Cuando por fin bajaron las alegres comadres de mi segundo grupo me
sentí aliviado. Aliviado y renovado. La tabla del siete había surtido su
efecto. Me dispuse a respirar lentamente mientras esperaba mi nuevo servicio,
pero de nuevo apenas tuve tiempo libre. El ascensor se movió, otra vez en ruta
hacia abajo (curiosamente me estaba empezando a acostumbrar a mi unidimensional
ruta). Cuando se abrieron las puertas entró un adolescente junto con una mujer
de más edad. El quinceañero se veía sensiblemente azorado por estar siendo
acompañado por su madre.
-¡Te comprarás unos pantalones que parezcan nuevos y
basta!
-Ya sabes que yo quiero los gastados y agujereados…
-Cuando te independices usa la ropa que quieras, pero
mientras vivas con nosotros….
Las últimas palabras se disiparon por el corredor de la
planta en la que se había depositado mi nave, y casi se fusionaron con un
griterío de chicas que se aproximaban corriendo al ascensor.
-¡Cójelo tía, y pon una pierna para que no se cierre la
puerta!
Un numeroso y creciente grupo de teenagers fue replegándose dentro del elevador, que pronto se quedó
pequeño para albergar tamaño tropel. Mi cuerpo fue aplastándose contra una de
las paredes, y pronto quedé aprisionado. Era igual. No me apeaba en ninguna
planta. Ya saldrían en un momento u otro. Cerré los ojos y me concentré en una
imagen de espacio abierto luminoso hasta que el tiempo se detuvo y ya no
percibí el entorno como algo ajeno, molesto o inquietante. Cuando bajó el grupo
noté que tenía ganas de orinar. Más ganas cuanto más pensaba que no debía
hacerlo. Pronto me encontré con un dilema y para solventarlo se me ocurrió que
si y solo si en mi próxima parada veía una indicación sobre las restrooms saldría unos instantes de mi
cueva para vaciar mi vejiga. Después vino la pausa mayor que había conocido en
todo el experimento. El ascensor estuvo por lo menos diez minutos sin moverse.
Hasta llegué a pensar que se había estropeado. Cuando por fin lo hizo noté que la
presión sobre mi vejiga aumentaba. ¡La de cosas a que se agarra la mente! Al
abrirse las puertas esta vez tuve una sorpresa ya que entró un individuo con un
aspecto turbador. Lucía una gabardina raída de esas que hacen las delicias de
los consumidores de novela negra americana. Es más, se hubiera dicho que
llevaba algo escondido dentro de la gabardina, ya que su mano derecha parecía
hacer una especie de acrobacia para mantener erguido un bulto desconocido.
Cuando el individuo notó que lo miraba (no percibió mi desinterés) frunció el
ceño y pareció iniciar una mueca a medio camino entre la sonrisa irónica y la
amenaza. Por suerte en ese momento el ascensor se paró en la planta baja y el
tipo salió corriendo. Si llevaba mercancía robada, pobre diablo, no tardaría en
sonar la alarma en la salida. Aunque quizás fuera más listo y habría logrado
desactivar la fuente magnética de seguridad. No lo supe nunca pues al punto mi
nave volvió a activarse. Esta vez voló hasta el último piso en donde un
numeroso grupo de orientales lo ocupó, no sin antes realizar las rituales
reverencias hacia mí. De uno en uno. Me pareció un acto maravilloso y
atemporal. Como un eterno saludo que siempre es el mismo y a la vez siempre se
renueva. Cuando al fin logramos partir el ascensor, demasiado sobrecargado, se
paró entre dos pisos. Con unos veintitantos pares de pulmones gastando el
oxígeno de su interior. Los orientales, por suerte, y haciendo gala de su
trasfondo cultural, se mostraron imperturbables. Como parecía que tuvieran
ciertas dificultades con el idioma local, finalmente fui yo quien se acercó al
timbre de seguridad para pedir ayuda. Una voz metálica y sin alma me guió en
las operaciones de desbloqueo, Después de innumerables intentos –repletos de
problemas semióticos- logré por fin desbloquear el ascensor, que se puso en
marcha hasta la siguiente planta. Al llegar, mis compañeros de bloqueo se
despidieron con una reverencia más afectuosa que la de entrada. Incluso algunos
de ellos se dirigieron a mí para agradecerme el acto. Bueno, esto último lo
supongo porque no entendí ni una sola palabra. Cuando el grupo oriental se hubo
esfumado dejó ver un técnico de mantenimiento que entró a hacer algunas
comprobaciones.
-A qué planta se dirige usted? –preguntó, para mi
desazón, aquel antipático individuo.
-Uhhhh…bueno, la verdad es que no lo tengo claro….
-Pero ¿qué sección busca usted?¿qué quiere usted
comprar, vaya?
-Pues la verdaaaad….es que….no quiero comprar nada…
-Ya, como mucha gente, ¡que solo viene aquí a pasear!
-Pues si, eso es.
-Pero debe ir usted a alguna planta…
-Pues verá usted: no. Estoy haciendo un experimento
psicosocial que…
-¡Vaya! ¡Ya tenemos a un sabihondo que nos viene a
analizar!
-No, oiga: precisamente he venido a no analizar nada de
lo que vea.
-Pues mire que es usted raro…enfin, aquí parece que todo
está en orden.
El operario se retiró con un intento descortés de
saludo. En aquel momento recordé mi vejiga llena y al punto las ganas de orinar
desbordaron mis parámetros. Salí y, cosa notable, hallé un wc casi al lado del
ascensor. Después de aliviarme volví a mi pequeña estancia, pero en aquel
momento estaba de servicio. Me sentí extrañamente excluido. Una vez pulsado el
botón un grupo de gente formó una cola a mi lado. Parecían satisfechos con las
compras que habían realizado. Uno de ellos, que llevaba un periódico en la
mano, comenzó a comentar las noticias del día. El tono se hizo progresivamente
más alarmista hasta que, quizás por miedo, la conversación volvió de nuevo a
versar sobre las maravillosas compras recién realizadas. Cuando apareció mi vehículo
todos se precipitaron puerta adentro y de nuevo me hallé en movimiento. Cuando,
de forma casi maquinal, miré mi reloj, no pude dar crédito a lo que veía: era
ya la hora de cerrar el establecimiento! El tiempo había quedado suspendido
durante aquella tarde alternativa. Mientras abandonaba el recinto pensé como
podría pasar la tarde siguiente: ¿flotando?¿mirando las nubes? La almohada lo
decidiría.
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