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lunes, 28 de diciembre de 2015
Ignorancia
Algo que siempre ha provocado en mí un profundo malestar es la apología de la ignorancia. El trasfondo inconsciente de esta actitud es de sobras conocido. Ya viene expresada en la fábula del zorro y las uvas, cuya primera versión data de Esopo (el cual seguramente la recogió de más atrás). En vez de elaborar nuestras limitaciones nos defendemos atacando lo que más o menos conscientemente asumimos que nos supera. En nuestra triste actualidad, por eso, la ignorancia no se oculta sino que se reivindica. La reivindica el que la padece debido al rechazo inconsciente de la situación, pero especialmente el que saca partido de tal padecimiento. Cualquier sugerencia acerca de la gestión positiva de la ignorancia acaba invariablemente con los consabidos “atentados contra la libertad individual”, “inexistencia de metanarrativas y por tanto en el fondo inexistencia de conocimiento o falta de conocimiento” -a no ser que nos refiramos al famoso suelo común que se mueve libremente a libre albedrío- o similares actitudes de la postmodernidad. Los hacedores profesionales de la política –o sea, aquellos que detentan abiertamente cargos políticos, que en realidad son sicarios del poder real- también forman parte del grupo interesado en fomentar la ignorancia. El cultivo sistemático de la memez de las masas da como resultado su mayor sumisión por pura alineación de pensamiento. La ignorancia es, por tanto, un estado positivamente acoplado consigo mismo, es decir, que se automultiplica. La riqueza de una colectividad no viene medida por el número de Ferrari que posee ni por lo que gasta en electrónica sino sobretodo por la diversidad, complejidad y profundidad de sus mecanismos cognitivos. Alrededor de ellos se articula todo el gasto económico público y particular. No es más rico ni el que más gana ni el que más gasta sino el que más sabiamente distribuye los recursos. No dejemos que los diferentes poderes nos acaben haciendo pensar que el realismo ingenuo es la única filosofía posible. Una pincelada más: la ignorancia no se mide ni con tests de inteligencia ni con informes pisa. Se puede medir auscultando las audiencias televisivas, el consumo de libros o la complejidad de referentes de una sociedad.
viernes, 18 de diciembre de 2015
Narrativa hiperreal
La campaña electoral en las que nos hemos visto sumidos en las últimas
semanas muestra de nuevo los elementos a los que nos tiene acostumbrados este
tipo de manifestaciones. Los aspirantes a gobernar exhiben, cual mercachifles,
lo que sus votantes quieren escuchar: promesas imaginarias, frases épicas,
argumentaciones supuestamente inteligentes, acusaciones mutuas sin fin… En esta
ocasión, la campaña me ha llamado la atención por dos puntos. El primero es por
el desmesuradamente elevado número de encuestas previas que se han ido
generando a lo largo de ella. Las encuestas, como los ensayos clínicos o tantas
variables numéricas de tipo estadístico, se pueden dirigir a voluntad sin hacer
ningún tipo de trampa. El sesgo en la toma de muestra, la jerarquía de las
cuestiones investigadas, la psicología en su disposición y mil variables más o
menos ocultas pueden desviar los resultados virtualmente hacia cualquier
dirección. ¿Cuál es el valor, entonces, de tales ejercicios –convenientemente
pagados por grupos de presión-? Pues el de influenciar en lo posible sobre los
resultados reales. Aunque en nuestro mundo existen multitud de ellos, se
trataría de un ejemplo perfecto de hiperrealidad baudrillardiana: la precesión
de los simulacros. El segundo punto que me ha llamado la atención es el tipo de
comunicación utilizado. Los candidatos, para vender su mercanciía, utilizan la
argumentación (algunos mejor que otros) porque eso es lo que en teoría se
espera de ellos pero lo que están ofreciendo en realidad (de forma más o menos
explícita) son diferentes narrativas. Y estas narrativas se ajustan a patrones
que el votante tiene como referencia (algunas de las cuales están absolutamente
out of date, a propósito). Tanto es así que el votante modula su percepción de
la argumentación en función de la narrativa que percibe o cree percibir. De
hecho no estoy diciendo nada original; se trata de un fenómeno muy conocido en
comunicación. Tampoco se trata de un fenómeno nuevo: en su monumental diálogo La República, Platón introduce una
narrativa como el mito de la caverna como pieza de argumentación.
Hiperrealidad, narrativas….se nota mucho que estoy releyendo a Baudrillard y
Lyotard?
lunes, 14 de diciembre de 2015
Desconcierto
Desconcertar
ha sido siempre uno de mis deportes favoritos. Esta actividad no consiste
(exclusivamente) en chinchar al prójimo. Antes bien, la descolocación brinda
una oportunidad única para alcanzar un fondo más profundo que el que tomamos habitualmente por referencia.
El arte de desconcertar está ligado al de recitar poesía o el de conjurar
paradojas. En todos los casos nuestra realidad se ramifica y quedan al
descubierto nuevas posibilidades. Es como encontrar un filón, pero de un
interesante y desconocido mineral. El desconcierto no surge
simplemente porque no se cumplan nuestras expectativas (eso seria
frustración) sino porque éstas se encuentran absolutamente desconectadas
respecto a lo que acaece. En muchas ocasiones aquello que no captamos
fácilmente, como el arte contemporáneo, los koan budistas o la física más
actual, más que provocarnos, nos desconciertan. La irritación aparece solamente
cuando no somos capaces de digerir y elaborar de forma positiva el desconcierto. El
mundo en el que nos movemos en la actualidad propicia tal irritación porque el
simulacro de la realidad parece que deba contener todas sus facetas cuando en el
fondo la hiperrealidad no es más que la momia de lo que antes se llamaba
vulgarmente realidad.
miércoles, 9 de diciembre de 2015
Jeux d'enfants
Cuando era niño y presenciaba ciertos juegos de rol de mis compañeros de edad en los que imaginaban que eran militares con jerarquía sobre el vecino, agentes secretos que lo sabían todo sobre todos o maharajas que podían disponer de los demás a su libre albedrío no podía librarme de una notable sensación de disgusto hacia lo que creía fruto de una inmadurez propia de la edad (debía ser muy repelente, pero tampoco compartía este tipo de pensamientos, por si acaso). Cuando, medio siglo más tarde, observo idénticos comportamientos de gente supuestamente adulta que ocupa cargos de supuesta responsabilidad en organizaciones supuestamente serias no puedo librarme de una fuerte sensación de que algo no está funcionando adecuadamente en nuestro entorno.
martes, 17 de noviembre de 2015
Sapiens
Acabo de leer Sapiens, una breve
historia de la humanidad, obra divulgativa del profesor de historia Yuval Harari. Es una obra que, hecho interesante, acerca las visiones post-modernas
del estudio de la historia al gran lector. Las descontextualizaciones respecto
a los telones de fondo de la Modernidad pueden desconcertar pero son eficaces
por lo que respecta a poder contemplar la historia y sus recovecos de una forma
alternativa. Así, Harari introduce el concepto lyotardiano de narrativa para designar muchas cosas que
nos parecen venir dadas o que sean consecuencia lógica del desarrollo
histórico. No solamente los mitos y las religiones son narrativas; también caen
dentro de esa categoría la carta de derechos del hombre y el ciudadano, el
manifiesto del partido comunista, los constructos científicos o el capitalismo
de libre mercado, por poner algunos ejemplos. Sapiens, por otra parte, recoge la cara negativa de la condición
postmoderna. Como escribía en uno de los últimos posts, por un lado niega la
existencia de meta-narrativas o telones de fondo privilegiados mientras que por
otro supone tácitamente un telón de fondo neutro, final, que hace las veces de metanarrativa. Al mismo
tiempo ignora absolutamente la evolución e implícitamente hace partícipes de
esta colección de narrativas a cualquier época de la historia de la humanidad,
desde el austrolopithecus hasta
nuestros días. Una de cal y una de arena. Significativamente, los capítulos que
resultan más castigados por la visión post-moderna son los primeros y los
últimos. Los primeros porque abundan en la falacia del paraíso perdido; por
ejemplo: según Harari, la revolución agrícola trajo la infelicidad porque hizo más
vulnerables a las poblaciones de los cazadores-recolectores de antaño a las
enfermedades. Es como decir que las bacterias son más felices que los mamíferos
porque no tienen cáncer. En los capítulos postreros se ilustra repetidamente el
concepto de flatland o mundo neutro
que podemos modelar a nuestro gusto, con las consiguientes visiones de los
cerebros como ordenadores (visión popular pero hoy en día indefendible a nivel
un poco serio). En los capítulos intermedios la postmodernidad actúa como lo
que es; una apostilla a la modernidad, y es cuando sus deconstrucciones
resultan más interesantes. Impagable la sencilla manera que Harari emplea para
ilustrar porqué el desarrollo económico asociado al capitalismo tiene que estar
unido al crecimiento. El capitalismo, después de todo, es una narrativa basada
en la ilusión de futuro. ¿Qué narrativa se ofrece al ciudadano medio
desencantado para aumentar su ilusión y así mantener su rendimiento y su capacidad
de consumo? Seamos precavidos...
sábado, 14 de noviembre de 2015
Modorra
Inmanuel Kant
fue virtualmente el primer filósofo que se preguntó, antes que otra cosa, por
el propio acto de filosofar, por el propio acto de pensar y las contingencias
que rodean nuestra relación con el conocimiento. Antes de Kant las cuestiones
rara vez involucraban esta conciencia de segundo orden; se limitaban a dar por
hecho que la mente es un reflejo directo de la naturaleza y que, por
consiguiente, una mente ordenada podía llegar a capturar las verdades más
profundas de la vida y del universo. Así, Decartes, aun promoviendo la
separación entre objeto y sujeto -dando así lugar al dualismo mente/materia-
nunca dudó de la naturaleza inefable de la razón. A partir del famoso giro
copernicano de Kant (no son las cosas las que giran en torno nuestro sino que
somos nosotros los que giramos en torno a las cosas) los conceptos de sujeto y
objeto se reposicionan, ganando el primero un peso relativo que anteriormente
no tenía. Cuando en nuestras ágoras más concurridas se hace referencia al
dualismo objetividad frente a subjetividad casi invariablemente se está
pensando en razón frente a emoción o “realidad dura” frente a “fantasmas de la
mente”. Esto es una forma más de dualismo cartesiano; la que dio origen al
romanticismo, al psicologismo o a otras corrientes anti-razón. El subjetivismo
que introduce Kant nada tiene que ver con eso. Simplemente ofrece una nueva
perspectiva en la que el observante se ve inmerso a sí mismo (o empieza,
lentamente, a hacerlo). De alguna manera, Kant es el primer pensador de la
post-modernidad. El telón de fondo de la Ilustración, por eso, previene de
cualquier tipo de relativismo. A la filosofía occidental todavía le quedaba un
buen trecho, desde el idealismo hasta el estructuralismo, pasando por la fenomenología,
el existencialismo y la filosofía analítica hasta llegar a una situación en la
que se hizo necesario definir los límites de su cometido. Tales límites han ido
llegando desde puntos muy diversos. Desde Wittgenstein pero también desde Derrida;
desde Rorty pero también desde Habermas. Y no solamente la filosofía ha tenido
que definir sus límites; cualquier cuestión propia del alma humana lo ha tenido
que hacer. Solamente atravesando esos límites la evolución podrá dar su
siguiente paso significativo. Y esa evolución está sin duda ligada a la
relación que tengamos con un concepto tan abstracto y complejo como el que
denominamos realidad. La popular idea
de que la realidad es dura, única, externa y directamente cognoscible, o sea,
que nos viene dada, es, a día de hoy,
insostenible. Y la filosofía es, precisamente, el instrumento de que disponemos
para ahondar en el conocimiento de la realidad. La filosofía debe de
cuestionarse a sí misma y sus fundamentos, pero no debe de ser nunca
abandonada. Nuestra furiosa deconstrucción/totalitarismo rosa se propone ahora
acabar en España con la enseñanza de la filosofía en la escuela secundaria. Con
objeto de generar ciudadanos más ignorantes, manipulables y falsamente
satisfechos (o sea, súbditos más que ciudadanos). Pongamos difícil tal iniciativa.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Penumbra
Cuando somos incapaces de recordar un nombre y, en cambio, estamos seguros de saber la letra por la que comienza, tenemos una fuerte intuición sobre las vocales que contiene, conocemos incluso el número de sílabas, se dice que padecemos un bloqueo. Es una situación difícil de describir porque contiene elementos conscientes y elementos aparentemente olvidados. No recordamos el nombre pero sí su aroma, su gusto. Y cuanto más forzamos el mecanismo de la memoria más elusivo se nos hace aquello que buscamos y que, aun teniéndolo enfrente, no acertamos a ver. Si dejamos de esforzarnos en recordar (esfuerzo que suele resultar patéticamente vano) normalmente sucede que, al cabo de cierto lapso de tiempo más o menos largo, el nombre aparece ante nuestras narices, como el residuo de una actividad que ya habíamos olvidado. En efecto, si lo que queremos de verdad es recordar el nombre basta con dejar de pensar en el tema y esperar a que la naturaleza tenga a bien obrar. Pero si lo que queremos es otra cosa vale la pena insistir en la penosa evocación. Este acto nos mantiene en la zona incierta e inestable de la que bebe la poesía. Es una zona de nadie, limítrofe entre aguas diversas. Por un lado las aguas de la fantasía que nos empujan hacia un mar de variopintas posibilidades. Por otro lado las aguas de la intuición que nos atraen de forma misteriosa hacia una orilla soñada. Se me dirá que todo esto no es más que un movimiento de información neuronal guiada por transmisores químicos pero esta es solo la parte fisiológico-mecanística de la cuestión. Igual que la azulidad. El color azul es el que corresponde a la zona del espectro electromagnético de longitudes de onda entre 450 y 495 nm. Pero la azulidad es el resultado consciente de esa percepción, y no puede existir -al revés que la luz entre 450 y 495 nm- fuera de la conciencia. En fin, he aquí de nuevo el viejo problema de Berkeley, Hume y Descartes.....
lunes, 2 de noviembre de 2015
Realidad
En la Filosofía Clásica se resalta reiteradamente la diferencia entre ser y existir, o entre esencia y existencia. El ser resulta a-temporal y el existir está sujeto a la contingencia temporal. De alguna manera el tiempo es una prisión que limita al ser y lo lanza al devenir. Algo parecido sucede con la materia que, de acuerdo con las filosofías monistas integrales, es una forma del espíritu sometida al tiempo. El dilema ser-existir se expresa, de forma en ocasiones inconsciente, en el dualismo objeto-proceso. Tenemos una impronta tan fuerte con el tema ser-existir que tendemos a concebir el mundo como ocupado por cosas, por objetos. Incluso tenemos de nosotros mismos la visión inmovilista que nos permite crear un yo que resiste durante décadas a cualquier cambio de perspectiva que, sin embargo, tiene lugar. Concebimos los alimentos, los fármacos y la ropa que compramos como objetos, cuando en realidad forman parte de un proceso a lo largo del cual han ido incrementando su valor. Los tejidos de fibras naturales son buenos y los de fibras sintéticas son malos por definición, por seguir una narrativa que nos resulta agradable o que está de acuerdo con alguna consciente o inconsciente creencia. En los últimos años, los nuevos tejidos han mostrado que una fibra sintética puede generar una prenda que hace sudar menos que una natural tejida con menos luz de malla (lo cual no quita que las prendas de algodón puedan ser las más adecuadas para, pongamos por caso, la ropa interior). Un fármaco no se descubre como una pepita de oro que se encuentra y no hay más que liberarla de sus impurezas. Un fármaco se descubre y se inventa a la vez; a lo largo de su larguísimo proceso de desarrollo va aumentando su valor. La OMS acaba de provocar un revuelo con su clasificación de la carne roja y el embutido. Los periodistas, con su afán por los titulares escandalosos, y el desconocimiento generalizado de la máxima de Paracelso dosis facit venenum, hacen el resto: ya tenemos otro elemento situado en la zona “de los malos”. La substancia buena y la substancia mala. Parménides cosificado. Necesitamos urgentemente revisar nuestro concepto de realidad.
lunes, 26 de octubre de 2015
Inorganicidad
De acuerdo con la inestabilidad de nuestras coordenadas socio-ético-culturales ahora se tiende a reprimir muy poco a los menores, que en pocas generaciones se han convertido en los mayores déspotas de nuestra sociedad. Uno de los motivos esgrimidos es que, digamos nosotros lo que les digamos, ellos seguirán haciendo la suya. Y el problema mayor es esta especie de racionalización limitante que llevamos siempre encima como un pesado e invisible fardo. Es necesario que reprendamos a los menores cuando hagan algo que va en contra de nuestros principios –bien, mejor diría cuando sospechamos que hacen algo así, porque dada la citada inestabilidad cada vez sabemos menos de principios-. Y es igual de necesario que los menores hagan la suya, que no nos hagan caso, que protesten o que vayan a la chita callando. Una cosa nunca niega la otra. Ambas acciones, aunque nos parezcan antagónicas, se hallan en la esencia que sustenta la comunicación transgeneracional. Es a base de suprimir este tipo de supuestos antagonismos y de aplicar la reducción a “lo bueno” y “ lo malo” que caemos dentro un un paisaje tan limitado y tan falto de perspectiva que acaba ahogándonos.
domingo, 18 de octubre de 2015
Lozanía
Acabo de leer A rough ride to the future, el último
libro publicado de James Lovelock, escrito el año pasado, cuando su autor
contaba ya 95 años. Me he maravillado triplemente: primero por el hecho de que
una persona de esta edad pueda seguir manteniendo una claridad de pensamiento
tan ejemplar, segundo porque es capaz de reconsiderar alguna de sus ideas
recientes en torno al futuro de Gaia y en tercer lugar por ser capaz de seguir
manteniendo, contra viento y marea, su independencia de pensamiento. Hoy en dia
parece que el modelo Gaia es algo que puede fácilmente ser admitido pero hace
30 años la batalla liberada en torno a él y la posición de incomprensión y
desprecio mostrada por la mayor parte de la comunidad científica eran más que
notorias. En el nuevo libro Lovelock hace repaso de su trayectoria,
describiendo con suma lucidez el papel del científico y del inventor en la
sociedad, dando razones por las que su modelo tardó tanto en ser (parcialmente)
admitido, explicando por qué la ciencia “oficial” se encuentra hoy en una
situación que frena la creatividad, y todo sin ningún rencor ni acritud. Como
sucede con las obras del último período de muchos artistas, A rough ride to the future se adentra en
un terreno que parece dirigido por una imaginación desbordada que va más allá
del sentido común. Así, a partir de la intuición de “orden energético de
resonancia” apunta a que el sistema Gaia puede situarse en un estado de mayor
energía que contenga los fundamentos para desarrollar una vida no ya basada en
el “carbono húmedo” sino en el silicio y que sea compatible con la mayor
temperatura que tendrá que soportar el planeta en unos cuantos millones de años.
Lovelock reitera su vieja defensa de la energía nuclear, que lo ha puesto en
contra de los grupos ecologistas convencionales y en el libro asegura que la
racionalidad sola no puede construir ni la ciencia ni la técnica, incluidos los
inventos. En su británica defensa de
la ciencia atribuye el extendido sentimiento de “culpa” acerca del cambio
climático a la “religión medioambientalista”, insistiendo que no hay que
culpabilizar a nadie por un desarrollo que puede, a la postre, ser beneficioso
para Gaia. He encontrado una entrevista realizada el año pasado en Oxford a
raíz de la presentación del libro. Corrobora la claridad mental y a la vez la
independencia ideológica que Lovelock siempre ha tenido, pero que a esta edad
ya le puede permitir las expresivas risas con que salpica su exposición.
jueves, 24 de septiembre de 2015
Reflexiones
Ya sea de forma más o menos consciente, la magia y el mito siguen presentes en nuestra relación con el mundo. Todos sabemos que algunos deportistas de masas, así como otros sacerdotes de éxtasis masivos como cantantes de ópera ejecutan rituales de magia más o menos elaborados antes de lanzarse a su correspondiente escenario. No es tan conocida la prevalencia de este tipo de ritual mágico en corporaciones que mueven menos trasuntos emocionales, como el mundo de los científicos, aunque es verdad que por la misma razón, en este último caso los rituales permanecen inconscientes o semiinconscientes, ocultos bajo una espesa capa de prejuicios racionalizantes (así como las propias emociones, que dormitan bajo una manta de falsa objetividad). Cualquiera de nosotros puede comprobar, si presta la suficiente atención, que en algún momento todos somos presa de tales construcciones. En algunos modelos de psicología/antropología evolutiva, como el de Gebser, se afirma que las sucesivas estructuras de conciencia se apilan unas sobre otras y que la más reciente es la más consciente mientras que las anteriores quedan soterradas, transparentando o haciéndose más inconscientes. De este modo, la estructura mental/racional, que es la más elaborada para una gran parte de la población, opera por encima de las estructuras mágica y mítica, que se vuelven inconscientes. Las estructuras míticas también son invocadas con mucha frecuencia bajo la forma de purezas primigenias y de raza, llamadas de la patria, preceptos religiosos y promesas de salvación. De la misma manera que el pensamiento mítico tiende a ver el pensamiento mágico como esencialmente falso, el pensamiento racional tiende a ver falsos tanto el mágico como el mítico. No hay falsedades y verdades sino evolución de estructuras. Basta con metaposicionar la racionalidad y observarla desde una estructura más evolucionada. La racionalidad no deviene falsa, sino parcial. Hace unos meses he leído a E.Morin (El Método-IV) –por cierto, un maravilloso pensador de la complejidad aunque no necesariamente del evolucionismo-, un concepto que aclara de forma sencilla el embrollo que a algunos les supone lo que acabo de describir. Dice Morin que en el mismo momento en que se niega la vigencia de los contenidos mágicos y míticos bajo la acusación de “falsedad” frente a la “veracidad” de los contenidos racionales, éstos últimos son poseídos por los primeros. De esta manera podemos convertir la ciencia, pongamos por caso, en una mitología (y este trueque ya se da en un importante grueso de las corporaciones de la ciencia) y la racionalidad en racionalización. Y todavía corremos un riesgo mayor –añado yo-: tomar los substratos míticos por una forma “primigenia” de racionalidad. Veracidad y mentira no son categorías dictadas por la razón, que si puede discriminar entre certeza y falsedad.
domingo, 9 de agosto de 2015
Patetismo nacional
Acabo de revisar la temporada de los estivales BBC Promenade Concerts londinenses y observo con envidia que
prácticamente cada dia del verano se ofrecen dos conciertos diferentes en el Royal College of Music y en el Albert Hall. Conciertos de todo tipo, precio y alcance, pero siempre con unos
mínimos de calidad asegurados. El ciclo de conciertos posee la venerable antigüedad
de 120 ediciones y, pese a que en ocasiones se lo ha querido considerar como un
ciclo “refrescante” con música orquestal popular que invariablemente saca a
pasear la Pomp and Circumstance nº 1
de Elgar (cosa que todavía hace cada año en el concierto final, entre
patrioteras banderas agitándose), el ciclo abarca desde la comedia musical o la
música de films hasta la música orquestal clásico-romántico-contemporánea,
barroca o antigua. Ni que decir tiene que la sala se llena con facilidad. En
las primeras filas de platea las butacas se suprimen y la gente, de pie y por
buen precio, puede observar de cerca el concierto (práctica compartida con teatro
de la Ópera de Viena). En España, una vez más, derecha casposa e izquierda
populista se dan la mano para negar el hecho de la cultura musical. Tanto para unos como
para otros la música “clásica” es puramente un hecho social, y ambos grupos actúan
en consecuencia a este miope razonamiento. La asignatura de música, aquella
cuya introducción hace casi cuarenta años tanto supuso para unas generaciones
de alumnos pero especialmente de maestros, ha sido eliminada de un plumazo. No
hay dinero para eso. Y, mejor aun: una sociedad infantilizada es mucho más fácilmente
manipulable. La música, como lenguaje artístico que es, permite el acceso a
formas de pensamiento múltiple y es capaz de abrir la mente de forma efectiva. En
la mente de buena parte de la sociedad local la música es aquello que se
imparte en las academias en las que se aparca a los niños un rato por las
tardes. Hace pocos días el consistorio municipal barcelonés ha devuelto, en
gesto absolutamente primitivo, el palco del Teatre del Liceu al que tiene
derecho. Precisamente uno de los gestores de ese teatro, el representante de
los propietarios históricos, declaraba hace unos meses que la ópera tenía que
ser cursi, que cuanto más cursi, mejor. Que Puccini, como compositor cursi que
es (¿¿??), le gustaba mucho. Tanto uno como el otro dan muestras de una
ignorancia patética. Y esta ignorancia es una muestra del conjunto. Es fácil
demostrar, con números, que es más barato asistir a una función de ópera que a
un partido de fútbol. Entonces…¿que es lo que se odia? No es una cuestión de
lucha de clases sino de complacencia en la ignorancia. Volviendo a los Proms, hoy me he tragado todos los
conciertos que la West-Eastern Diwan
Orquestra (orquesta que trabaja en Sevilla y que recibe algún apoyo
financiero por parte de la Junta de Andalucía, dicho sea de paso) ofreció allá
en 2012. Las nueve simfonias de Beethoven complementada con obras no tan
conocidas o agradables para el gran público. Admiro a Barenboim como músico y
como persona. En el caso de esta orquesta la música tiende puentes y crea
sinergias entre personas que pertenecen a comunidades “oficialmente”
enfrentadas. Quizás sea este poder de la música el que temen las caspas y los
populismos.
viernes, 24 de julio de 2015
Serpenteo
Aquella escalera desierta, tan brillante como estéril, no era precisamente
como los largos pasillos con paredes estucadas del imaginado palacio de
Marienbad pero mientras ascendía con cierta dificultad por los empinados
peldaños evoqué por un momento el famoso travelling sin fin de Resnais. Y lo
desaforado de las proporciones me hizo sentir a la vez más ridículo y más
sojuzgado de lo habitual. La atmósfera era, como correspondía a la estación de
año, sofocante, pese al costoso y anti-ecológico sistema de refrigeración que,
dicho sea de paso, producía un zumbido que se sumaba a la agobiante
escenografía. La parte aural del asunto incluía, además, un lejano goteo
procedente de vete a saber qué desagüe del sistema. La combinación del zumbido
y del goteo me hizo pensar por unos instantes en el dúo de instrumentistas de
didgeridoo y hang-drum que en ocasiones se encuentra en las calles de las
ciudades. Pero en este caso no se facilitaba ningún tipo de trance místico sino
más bien una regresión neurofísica. Tanto fue así que mi sistema digestivo
empezó a encogerse hasta tal punto que dejó poco espacio para los gases
remanentes, residuo de alguna digestión incompleta. La presión acabó cediendo y
una sonora ventosidad se me escapó y vino a unirse a la monótona serenata que
ya he mencionado. Aunque el sonido generado no estuvo ni mucho menos a la
altura de los que por lo visto emitía el vulgar flatulista Le Pétomane, llevó asociados unos interesantes armónicos que lo
emparentaron, aunque solo fuera lejana y momentáneamente, con los conglomerados
micropolifónicos de algunas composiciones de Ligeti. El propio sonido, después
de provocar esta ideación artística en mi mente, vino, cual figura superegoica,
a acusarme y a hacerme ver lo infantil de mi alborozo. Después de todo una
flatulencia, por interesante o novedosa que pueda ser su configuración sonora,
difícilmente puede constituir un grito de guerra o una consigna revolucionaria,
a no ser que sea liberada de forma estentórea durante la celebración de un rito
religioso o patriótico. Estuve unos cuantos peldaños preguntándome si la
cuestión había tenido ribetes artísticos, agresivos, vulgares o regresivos
cuando me percaté de que no estaba solo en la escalera. Una figura desconocida
ascendía silenciosamente un piso y medio por encima de mí. Era un hombre de
mediana edad, de complexión alta y especialmente delgada, y llevaba un palo con
un apéndice colgando en su extremo. Mi primer pensamiento después de verlo fue
dirigido a sopesar y valorar las probabilidades de que hubiera presenciado mi
supuesta actuación sonora. Pero en seguida me llamó la atención la
imperturbable serenidad de su acompasado caminar. Hubiérase dicho que más que
caminar flotaba unos centímetros por encima de los peldaños. Por el utensilio
que blandía me recordó aquellos faroleros que todavía recorrían algunas calles
durante mi infancia con objeto de encender las lámparas de gas con una punta
incandescente amarrada también a un largo palo. De repente el personaje paró y
yo, con la conciencia de que no había sido percatado, hice lo propio y observé. El ángel farolero
levantó más aún su palo, casi hasta alcanzar el techo, y puso en marcha algún
mecanismo sonoro. Al punto recordé que en nuestra aséptica sociedad todo el día
estamos analizando el entorno en busca de posibles tóxicos –bien, todo menos
aquella parte que contiene verdaderamente los tóxicos, sean estos
físico-químicos o mentales- y que el aire filtrado y aséptico que respiramos
era una diana favorita para tal búsqueda infructuosa. El personaje volvió a
bajar el utensilio y lo manipuló de forma no visible, quizás tratando de aislar
los supuestos ácaros, humos, polvo o quizás ideas revolucionarias o pedos
artístico-agresivo-regresivos para su ulterior análisis. Al poco abrió la
puerta de una planta y desapareció en ella, quizás a la busca de otros analitos
no más interesantes que los recién capturados. Seguí ascendiendo, ahora sólo,
por la inhóspita escalera, comenzando ya a arrepentirme de no haber esperado al
ascensor. Mi ascensión pronto incorporó un nuevo elemento sonoro, de nuevo de
la familia de los vientos, que era ni más ni menos que mi propio jadeo acelerado. Me tomé un breve descanso en
uno de los descansillos cuando de nuevo detecté una presencia ajena en el
entorno. Aproximadamente dos pisos por debajo de mí una figura enjuta,
encorvada como un gnomo, ascendía las escaleras con un gran balanceo lateral,
quizás mostrando los signos de una cojera congénita. Llevaba en su mano
izquierda una cartera ridícula como la que en otras épocas utilizaban los
cobradores del gas. Este elemento y un ligero bigotillo supralabial lo
emparentaban con cierto tipo de personaje del franquismo tardío. Cuando llegó
al correspondiente descansillo, en el que había un dispensador de agua, paró un
instante, abrió su cartera, sacó un fajo de papeles de entre los que seleccionó
uno y cotejó su contenido con el de una etiqueta que acompañaba el abrevadero
del oficinista. Aunque de entrada se hubiera dicho que era el tipo de personaje
al que por humanidad o cuñadismo se le asignaban caritativos trabajos inútiles la realidad era que su
trabajo – de inspector general, eufemismo por sargento de policía- estaba muy
bien considerado. Además, el cojo era un elemento fiel al sistema, al que nunca
criticaba en público. Cuando llegó al siguiente descansillo abrió la puerta de
la planta y desapareció, buscando más etiquetas que cotejar o, vete a saber,
quizás también elementos subversivos a los que denunciar. Volví a reemprender
mi ascensión. A la altura a la que me encontraba, el sistema de refrigeración
mostraba ya el límite de sus capacidades, por lo que el calor empezaba a ser
fuertemente agobiante. Enfilé entonces un largo pasillo con miradores de vidrio
a través de los cuales se podía observar el correspondiente pasillo de un
edificio simétrico, que aparecía como una imagen liberada del mundo especular.
Por el pasillo observé una figura femenina levemente entrevista debido al
reflejo de la luz solar que en ese momento me devolvía la cristalera del
edificio vecino. Parecía una secretaria que se dirigiera a poner orden en
alguna pertrechada posición del organigrama. Llevaba una falda ancha y vaporosa
que se agitaba con su paso ligero. La visión fugaz me sumió en un estado de
regresión mítica que pronto se transformó en sueño. Al final del pasillo
acristalado había un pequeño tresillo en donde me senté para reposar unos
instantes. Tan eficaz resultó el descanso que incluso llegué a tener un leve
sueño en duerme-vela. Soñé que estaba en una sala de reuniones rodeado de gente
que discutía sobre el sexo de los ángeles, las jerarquías del organigrama y la
conveniencia de la normalización de los procedimientos del trabajo, tres temas
que seguramente tienen muchos puntos en común. Los personajes cada vez gritaban más hasta
que me entraban náuseas y sacaba la primera papilla. Las contracciones
gástricas me despertaron y lo primero que comprobé fue la posible existencia de
perbocación a mi alrededor. Negativo. Todo parecía tan pulcro y estéril como al
principio. Me levanté y aceleré el paso. Una vez alcancé el edificio simétrico
llegué a las escaleras enantiodrómicas, con el giro opuesto al de las que había
utilizado para subir. Y en ese preciso momento tuve un lapsus memoriae: no recordaba ya hacia donde me dirigía ni cual era
mi propósito. Cualquier esfuerzo por recordar parecía infructuoso, y cuanto más
forzaba la memoria más apretado se hacía el nudo del olvido. Traté de serenarme
con objeto de recapitular pero en aquel momento me percaté, con cierta sensación
de vértigo, de que me hallaba en la parte inicial de mi recorrido. Como los personajes
del famoso cuadro de M. Escher. Busqué el abrevadero del oficinista y absorbí
con presteza varios vasos de agua.
sábado, 20 de junio de 2015
Pre-diseño
Los
emoticonos han invadido nuestra cotidianidad y van incrementando su cuota de
espacio con asombrosa celeridad. Tanto es así que ya están apareciendo relatos
de autores clásicos traducidos a su particular lenguaje. El campo de la
semántica, después de haber sido objeto de un concienzudo y prolongado análisis
por el estructuralismo (de Saussure a McLuhan, pasando por Lacan) parece un
tanto olvidado o fragmentado. Los emoticonos expresan emociones pero las
codifican y así las hacen tolerables para nuestro mundo. Nuestra sociedad no
expresa emociones que fluyan desde nuestro interior. Más bien tiene un panel de
mandos con botones y cada botón corresponde (codifica y lanza) una supuesta
emoción pre-diseñada o predefinida. Y esto no son, en términos clásicos, las
emociones, que son constelizaciones complejas. Nuestra mitología de la razón
nos ha llegado a hacer ciegos respecto a la complejidad del mundo y como
resultado la razón se ha reificado y ha dejado de ser una estructura con
poderes autocríticos. Ludwig Wittgenstein, padre simbólico de la filosofía
analítica, sufrió una evolución a lo largo de su vida intelectual que lo llevó
desde los rigores del Tractatus
Logico-Philosophicus hasta el reconocimiento del pensamiento complejo y la
riqueza no axiomatizable del lenguaje en su último período. Diríase que
nosotros, en pleno acuerdo con las tesis de Baudrillard, estemos haciendo el
viaje en dirección contraria, si bien nuestra meta no parece tan cristalina
como la famosa obra de Wittgenstein. Nuestra meta, por ahora, es la
hiperrealidad. Queriendo huir a toda costa de la subjetividad regresamos a ella
de forma aumentada.
viernes, 29 de mayo de 2015
Innovación
Aunque estemos
hartos de oir la canción de la innovación, que constantemente nos machacan los mass media, los departamentos de
recursos humanos y los coachers (New Age o no) de sobra sabemos que lo último
que quiere esta oxidada estructura social es cambiar. Las crisis económicas,
las crisis de valores, las locuras individuales o colectivas a las que
asistimos últimamente no inducen, en apariencia, a aprender a reflexionar sobre
este tipo de procesos. Una crisis implica cambio. Es inútil querer solventar
una crisis para recuperar el estadio anterior a ella. No solo las ideas
innovativas se reciben a regañadientes sino que se pretende que los procesos
naturales de aprendizaje sean reificados. Los maestros reciben consignas sobre
como enseñar cosas tan diáfanas como la sustracción numérica (“no hay que
contar de arriba para abajo sino de abajo para arriba”). La aritmética es una
colección de axiomas lo suficientemente sólidos (no creo que ningún superdotado
de primero de primaria pueda deducir, dado el actual estado de evolución, el
teorema de Gödel) como para que cada uno se construya una mecánica particular.
El resultado será el mismo, pese a lo que puedan pensar los parásitos de
despacho que mueven los correspondientes hilos. Este fenómeno también se
observa en los exámenes con selección de prerespuestas, los llamados de tipo
test. No se deja que el examinando construya un punto de vista. Se le ofrecen
una serie de respuestas ideadas bajo el epígrafe de Verdadero y Falso. Es más,
los falsos han sido cuidadosamente cocinados para dar la sensación de
verdaderos. Esto, evidentemente, a nivel de enseñanza básica, no parece
demasiado peligroso, pero lo es porque induce a pensar bajo este tipo de
dualidad. Ayer mismo leía en la prensa una entrevista con un cosmólogo al que
se le preguntaba si algún día se llegaría a conocer todo sobre el universo. El
anciano respondía que no, que esto no eras posible, que siempre quedarían
incógnitas. Evidentemente, pero no por limitación humana (que también) sino
esencialmente porque nuestro conocimiento no es como un almacén donde se
acumulan datos y teorías a lo largo de los siglos. Hace poco vi un reportaje
sobre el mundo del futuro que iba del mismo palo. Todo era increíble y “muy
futurista” pero visto bajo nuestra perspectiva del aquí y ahora, como si todo
se proyectara sobre un fondo neutro objetivo, ubicuo y eterno. Periodistas y
maestros: tenéis una responsabilidad gigantesca para con el futuro de la
sociedad (más que banqueros, políticos y científicos; sin duda alguna).
miércoles, 20 de mayo de 2015
Tensiones
La existencia
está basada en la tensión entre dos fuerzas antagónicas. Esta aseveración de
Heráclito de Efeso, tan poco comprendida en Occidente durante milenios,
constituye una de las bases de las místicas orientales. La filosofía occidental
siguió más bien los pasos de Parménides de Elea, para el que solamente existían
dos caminos: el que es y el que no es. Dicho de otro modo: la existencia
derivaba únicamente de una esencia previa e inmutable. Pero no voy a hablar de
este complejo tema. Pienso en él a raíz de dos fuerzas sociales siempre
presentes a la largo de la historia. La primera es una fuerza centrípeta que
tiende a reforzar bucles locales dentro de la sociedad. Es el tribucentrismo
que más tarde deviene etnocentrismo. Esta tendencia impide los matrimonios
extratribales (o, yendo más allá, extraraciales). También preserva modos y
costumbres. ¡Cuánta gente es incapaz de probar un alimento desconocido sobre la
base de que “sus abuelos nunca habían probado esto”! Evidentemente, éste es un
discurso de fragilidad emocional, de miedo al cambio, que de esta manera impide
la mezcla. Es la mítica pureza de raza de la que hablan ciertas ideologías. La
segunda fuerza es centrífuga y está relacionada con el ansia de conocimientos.
Lleva de forma natural al mundicentrismo, la expansión, la evolución y el
mestizaje (¡Qué envidia he sentido siempre hacia las personas con sangre
mezclada de diversas culturas!). Esta fuerza provoca los crecimientos
dialécticos de la cultura. Pero cuidado. No estoy hablando de buenos y malos ni
de dualismos de este estilo a los que tan acostumbrados nos tienen los medios
de masas. Ambas fuerzas son necesarias (¡gracias de nuevo, Heráclito!) para
crear la tensión del arco y la flecha que evita por un lado la desintegración o
por otro lado el colapso. Si bien es cierto que un universo en expansión
(física, biológica, noológica) requiere que en ciertos momentos las fuerzas
centrípetas cedan, siquiera parcialmente a las centrífugas en pos de tal
proceso.
sábado, 9 de mayo de 2015
Telones de fondo
La post
Modernidad, a la que tantos posts he dedicado de forma directa o indirecta establece,
en su versión hard, que no hay
verdades absolutas y que no existen hechos, sino interpretaciones (la versión soft establece que todo es relativo) y
que cualquier producto de la historia se puede deconstruir en sus elementos,
por lo que se deduce que cualquier producto futuro se puede construir a
voluntad de cada cual y que todos tendrán su cuota de verdad relativa. Por
productos de la historia se entiende cualquier tipo de producto: artístico,
filosófico, científico, cultural,
natural, social. Se respira así un clima de “final de la historia” como final
de la evolución. Existe una profunda contradicción dentro de todo este asunto.
En ocasiones he visto referida esta contradicción en la forma de autoengaño: si
no hay verdades absolutas, la postmodernidad, que no deja de ser una
consideración, tampoco lo es. Así se puede llegar a la paradoja de la
auto-contención (la hace poco citada paradoja del cretense). Existe otra manera
de descubrir la falacia de la post-modernidad (en el fondo es la misma, pero
ofrecida bajo otra perspectiva). Las supuestas verdades relativas que se pueden
construir y deconstruir precisan para poderse efectuar esta operación de un
fondo neutro. Este fondo neutro es una forma de verdad absoluta introducida
como un poco disimulado troyano o macrodiablo de Maxwell. Alguna pared de fondo
siempre ha existido, también con la Modernidad (Renacimiento-Ilustración). Con
el final de la Modernidad y la subsiguiente caída de su propio telón de fondo
la postmodernidad ha creído ver en el nuevo telón de fondo el verdadero punto
final y lo ha tomado así por una referencia
absoluta e inamovible. Como concluyo siempre con este tema, el valor real de la
postmodernidad informa sobre la decrepitud de la modernidad pero no constituye
ningún estadio evolutivo. La Postmodernidad es el camino a través del cual se
accede a la transmodernidad.
viernes, 1 de mayo de 2015
Confianza
Según una
conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se
olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la
capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica
se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre
una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una
función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de
competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de
psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con
la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la
sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente
posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es
un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación
de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización
del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son
subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al
sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a
la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en
el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master.
martes, 28 de abril de 2015
Pretéritos (In)definidos
Una de las características más peculiares de la Postmodernidad es la
ausencia de sentido evolutivo o histórico en sus planteamientos. La
Postmodernidad considera así que ha llegado al fondo (¿absoluto?) de cualquier
cuestión estética, ética o filosófica. De esta manera, cualquier producto
aparecido durante la evolución histórica es susceptible de ser deconstruido en
sus componentes “prístinos” y exhibido delante de un fondo objetivo y vacío de
contenido. Se habría llegado así al final de la historia, y cada cual
construiría a voluntad sus narrativas, artísticas, filosóficas, científicas o
del tipo que fuera. La consideración de cada época para con épocas anteriores
conforma muy significativamente uno de sus aspectos básicos. Así, la razón de
ser del Renacimiento fué el redescubrimiento de la Antigüedad Clásica, cuyo
legado escrito había pasado mayormente a lo largo de la edad media recluído en
monasterios. En música, el interés por las obras del pasado se remonta a menos
de doscientos años atrás, cuando Mendelssohn dirigió la pasión según San Mateo
del “redescubierto” JS Bach en 1821. Unas pocas décadas atrás, los clásicos
vieneses (Haydn, Mozart, Beethoven) habían iniciado el estudio de la música de
Bach y Haendel pero más como modelo del cual extraer lecciones, especialmente de
contrapunto y fuga. Schubert fue un profundo admirador de Beethoven como éste
lo había sido de Mozart, pero ambos consideraban a sus ídolos como
contemporáneos y no como representantes de una época anterior (de hecho,
Schubert falleció solamente un año más tarde que Beethoven). El primer
compositor que consideró su situación histórica en referencia a sus
predecesores fue, claramente, Brahms. Esta consideración estaba en parte
asociada a su interés en la renovación de formas periclitadas (así el passacaglia que aparece en su cuarta
sinfonía) y la imagen -que siempre lo acompañó en vida- de compositor “del
pasado” en contraposición a las “músicas del futuro” de Wagner y Liszt. El
postromanticismo (modernismo, Belle
Epoque), a pesar de su conciencia de final de época (o quizás en parte
debido a eso) incidió en el retorno al pasado (el “retorno a Mozart” de R.
Strauss, el “retorno a Schubert” de Mahler, el “retorno a la naturaleza” –con
un sempiterno fondo wagneriano- del Modernismo). Cuando, después de la I Guerra
Mundial, aparecen el neoclasicismo y los nuevos objetivismos, a pesar de la
ruptura que suponen respecto del pasado inmediato, un aspecto permanece: el
interés por un cierto tipo de pasado (no remoto ni primigenio como en el
modernismo sino el más concreto de la música barroca y clásica). La vanguardia
post II Guerra Mundial decreta de nuevo un olvido del pasado inmediato del cual
solamente reivindica e impone el dodecafonismo, ahora convertido en serialismo.
El dodecafonismo, en un intento de superar por un lado la tonalidad y por otro
los desarrollos, prohibía la repetición de una de las doce notas de la escala
antes de que hubieran aparecido, de alguna manera, las otras. El serialismo parametriza
todos los elementos musicales en pos de una unidad interna que llega a ser
inapreciable por el auditor. En los años 60-70 la vanguardia post-bélica se
ablanda y, a falta de un desarrollo o una evolución concreta a la que
adherirse, la postmodernidad entra en escena, llegando a la crisis actual.
¿Cuándo llegará de nuevo la evolución en forma de trans-Modernidad?
martes, 21 de abril de 2015
Tautologías
"La vida
acaba poniendo las cosas en su sitio" es una de aquellas frases familiares
que, aun expresando una tautología, nos hace reflexionar. Es por ello que a
pesar de que su contenido sea nulo de acuerdo con la teoría de la información,
hace resonar en nosotros una sabia evocación. Existen otras frases similares,
algunas muy sutiles: “las cosas son como son” (la vida, realidad radical,
difícilmente se puede referenciar), “son cosas del destino”, “le había llegado
su hora”… Es evidente que la lógica representa un subconjunto particular del
pensamiento y no una radiante meta olímpica. Hace 2500 años un pensador griego,
Epiménides de creta, formuló –ciertamente, avant
la lettre- una paradoja que acabó –después de muchos siglos de bromas-
situando la lógica en un punto de relatividad. Es la conocida paradoja –o
contradicción interna- del cretense que afirma que todos los cretenses son unos
mentirosos. Hace menos de un siglo, Gödel y Tarski demostraron que un sistema
axiomático aritmético o lógico no se puede autocontener y necesita de un
metaespacio para sustentarse. Esta es una idea que choca con la creencia
analítica de Aristóteles de que el todo está constituído por las partes o
fundamentalismo. El llamado Trilema deMünchhausen representa de forma efectiva esta conclusión. Lo más curioso:
el fundamentalismo físico fue oficialmente abandonado hace casi un siglo, pero
aparentemente pocos se han dado cuenta. La lluvia de noticias sobre la búsqueda
del bosón de Higgs y su sobrenombre oficioso de la partícula de Dios dan sobrada cuenta de ello.
jueves, 16 de abril de 2015
Certezas
El método
científico, aproximación al estudio de la naturaleza extendido a fortiori al estudio de las
humanidades, constituye una herramienta fundamental para poder acceder al
avance tecnológico que la sociedad (especialmente la occidental y sus
consiguientes áreas de influencia) ha experimentado en los últimos 500 años. El
método científico no puede ser discutido ni criticado, pero, por supuesto, sí
puede ser acotado y referenciado so pena de caer en lo que ya hemos caído desde
hace más de 200 años: en un epísteme de infalibilidad. El escepticismo, la
duda, son parte de las condiciones esenciales a la hora de aplicar el método,
aunque la duda nunca puede desaparecer. No hay verdades infalibles en la
ciencia. Existen grados de certeza y adecuaciones temporales, eso es todo (eso
ya es muchísimo!!). Ni los postulados de Euclides ni la lógica de Aristóteles
ni la invariancia galileana, por poner tres ejemplos básicos y fundamentales
para el avance de la ciencia, han resultado ser verdades absolutas. Han sido
“simples” adecuaciones. ¿Cómo avanza entonces el conocimiento científico? Pues
por adecuaciones evolutivas, que en ocasiones representan el abandono de un
paradigma consolidado, pero que de alguna manera es comprehendido por el
siguiente como caso particular. ¿Cuál es entonces la clave, el marcador del
grado de desarrollo evolutivo? Ese constructo tan frágil, escapadizo y fugaz al
que llamamos tiempo.
miércoles, 8 de abril de 2015
Otinprivano
Las condiciones climatológicas en Kepler-62e eran más suaves de lo que hasta entonces habían supuesto los astrónomos terrestres. Su inclinación orbital era ínfima, por lo que en ninguna latitud de este planeta existían prácticamente las estaciones. En cualquier época de su año (notablemente más corto que el terrestre) la temperatura y grado de insolación se mantenía estable. Esto, naturalmente, creaba grandes diferencias entre los polos y el ecuador, mayores aún que las terráqueas. Su tenue atmósfera se encargaba de igualar tales diferencias. El volumen de aire desplazado provocaba así suaves flujos de viento que hubieran hecho las delicias de Stefan George y Arnold Schönberg quienes hubieran podido al fin sentir el aire de otros planetas. En Kepler-62e los poetas podían escribir plácidamente, sin arrebatos. Todo era suave, desde el azul tornasolado del cielo hasta el ocre anaranjado del suelo. En Kepler-62e había un inmenso océano y un inmenso continente surcado por suaves riachuelos de colores pastel. De hecho parecía un paisaje pintado por Tiepolo o Fragonard, pero sin figuras humanas. No había figuras humanas porque en Kepler-62e la forma de vida predominante eran las algas azules, verdes, liláceas y rosáceas, que se encargaban de modificar su atmósfera para poder dar paso, algún muy lejano día –aunque las recurrentes tormentas magnéticas que tenían lugar en Kepler62, la estrella progenitora, fueran capaces de acelerar levemente el proceso- a formas de vida más evolucionadas. Mientras tanto, el grado de conciencia afincado en tan rococó planeta era muy primario. Nada ni nadie en Kepler-62e podía sospechar que, a una distancia aproximada de unos 1200 años luz, es decir a dos pequeños saltos de gorrión en unidades astronómicas, un pequeño planeta con un grado importante de evolución de conciencia estaba cambiando substancialmente y de forma vertiginosamente acelerada.
Per a la Rosa, els quadres de la qual -com el de la imatge- si que contenen formes conscients de tota mena
Per en Lluís, que em segueix a través de totes les estacions des de fa molts anys
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