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lunes, 28 de diciembre de 2015

Ignorancia


                         Algo que siempre ha provocado en mí un profundo malestar es la apología de la ignorancia. El trasfondo inconsciente de esta actitud es de sobras conocido. Ya viene expresada en la fábula del zorro y las uvas, cuya primera versión data de Esopo (el cual seguramente la recogió de más atrás). En vez de elaborar nuestras limitaciones nos defendemos atacando lo que más o menos conscientemente asumimos que nos supera. En nuestra triste actualidad, por eso, la ignorancia no se oculta sino que se reivindica. La reivindica el que la padece debido al rechazo inconsciente de la situación, pero especialmente el que saca partido de tal padecimiento. Cualquier sugerencia acerca de la gestión positiva de la ignorancia acaba invariablemente con los consabidos “atentados contra la libertad individual”, “inexistencia de metanarrativas y por tanto en el fondo inexistencia de conocimiento o falta de conocimiento” -a no ser que nos refiramos al famoso suelo común que se mueve libremente a libre albedrío- o similares actitudes de la postmodernidad. Los hacedores profesionales de la política –o sea, aquellos que detentan abiertamente cargos políticos, que en realidad son sicarios del poder real- también forman parte del grupo interesado en fomentar la ignorancia. El cultivo sistemático de la memez de las masas da como resultado su mayor sumisión por pura alineación de pensamiento. La ignorancia es, por tanto, un estado positivamente acoplado consigo mismo, es decir, que se automultiplica. La riqueza de una colectividad no viene medida por el número de Ferrari que posee ni por lo que gasta en electrónica sino sobretodo por la diversidad, complejidad y profundidad de sus mecanismos cognitivos. Alrededor de ellos se articula todo el gasto económico público y particular. No es más rico ni el que más gana ni el que más gasta sino el que más sabiamente distribuye los recursos. No dejemos que los diferentes poderes nos acaben haciendo pensar que el realismo ingenuo es la única filosofía posible. Una pincelada más: la ignorancia no se mide ni con tests de inteligencia ni con informes pisa. Se puede medir auscultando las audiencias televisivas, el consumo de libros o la complejidad de referentes de una sociedad. 

viernes, 18 de diciembre de 2015

Narrativa hiperreal

                
                  La campaña electoral en las que nos hemos visto sumidos en las últimas semanas muestra de nuevo los elementos a los que nos tiene acostumbrados este tipo de manifestaciones. Los aspirantes a gobernar exhiben, cual mercachifles, lo que sus votantes quieren escuchar: promesas imaginarias, frases épicas, argumentaciones supuestamente inteligentes, acusaciones mutuas sin fin… En esta ocasión, la campaña me ha llamado la atención por dos puntos. El primero es por el desmesuradamente elevado número de encuestas previas que se han ido generando a lo largo de ella. Las encuestas, como los ensayos clínicos o tantas variables numéricas de tipo estadístico, se pueden dirigir a voluntad sin hacer ningún tipo de trampa. El sesgo en la toma de muestra, la jerarquía de las cuestiones investigadas, la psicología en su disposición y mil variables más o menos ocultas pueden desviar los resultados virtualmente hacia cualquier dirección. ¿Cuál es el valor, entonces, de tales ejercicios –convenientemente pagados por grupos de presión-? Pues el de influenciar en lo posible sobre los resultados reales. Aunque en nuestro mundo existen multitud de ellos, se trataría de un ejemplo perfecto de hiperrealidad baudrillardiana: la precesión de los simulacros. El segundo punto que me ha llamado la atención es el tipo de comunicación utilizado. Los candidatos, para vender su mercanciía, utilizan la argumentación (algunos mejor que otros) porque eso es lo que en teoría se espera de ellos pero lo que están ofreciendo en realidad (de forma más o menos explícita) son diferentes narrativas. Y estas narrativas se ajustan a patrones que el votante tiene como referencia (algunas de las cuales están absolutamente out of date, a propósito). Tanto es así que el votante modula su percepción de la argumentación en función de la narrativa que percibe o cree percibir. De hecho no estoy diciendo nada original; se trata de un fenómeno muy conocido en comunicación. Tampoco se trata de un fenómeno nuevo: en su monumental diálogo La República, Platón introduce una narrativa como el mito de la caverna como pieza de argumentación. Hiperrealidad, narrativas….se nota mucho que estoy releyendo a Baudrillard y Lyotard?

lunes, 14 de diciembre de 2015

Desconcierto

                       
            Desconcertar ha sido siempre uno de mis deportes favoritos. Esta actividad no consiste (exclusivamente) en chinchar al prójimo. Antes bien, la descolocación brinda una oportunidad única para alcanzar un fondo más profundo que  el que tomamos habitualmente por referencia. El arte de desconcertar está ligado al de recitar poesía o el de conjurar paradojas. En todos los casos nuestra realidad se ramifica y quedan al descubierto nuevas posibilidades. Es como encontrar un filón, pero de un interesante y desconocido mineral. El desconcierto  no surge  simplemente porque no se cumplan nuestras expectativas (eso seria frustración) sino porque éstas se encuentran absolutamente desconectadas respecto a lo que acaece. En muchas ocasiones aquello que no captamos fácilmente, como el arte contemporáneo, los koan budistas o la física más actual, más que provocarnos, nos desconciertan. La irritación aparece solamente cuando no somos capaces de digerir y elaborar de forma positiva el desconcierto. El mundo en el que nos movemos en la actualidad propicia tal irritación porque el simulacro de la realidad parece que deba contener todas sus facetas cuando en el fondo la hiperrealidad no es más que la momia de lo que antes se llamaba vulgarmente realidad.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Jeux d'enfants

           
                 Cuando era niño y presenciaba ciertos juegos de rol de mis compañeros de edad en los que imaginaban que eran militares con jerarquía sobre el vecino, agentes secretos que lo sabían todo sobre todos o maharajas que podían disponer de los demás a su libre albedrío no podía librarme de una notable sensación de disgusto hacia lo que creía fruto de una inmadurez propia de la edad (debía ser muy repelente, pero tampoco compartía este tipo de pensamientos, por si acaso). Cuando, medio siglo más tarde, observo idénticos comportamientos de gente supuestamente adulta que ocupa cargos de supuesta responsabilidad en organizaciones supuestamente serias no puedo librarme de una fuerte sensación de que algo no está funcionando adecuadamente en nuestro entorno.

martes, 17 de noviembre de 2015

Sapiens

                    Acabo de leer Sapiens, una breve historia de la humanidad, obra divulgativa del profesor de historia Yuval Harari. Es una obra que, hecho interesante, acerca las visiones post-modernas del estudio de la historia al gran lector. Las descontextualizaciones respecto a los telones de fondo de la Modernidad pueden desconcertar pero son eficaces por lo que respecta a poder contemplar la historia y sus recovecos de una forma alternativa. Así, Harari introduce el concepto lyotardiano de narrativa para designar muchas cosas que nos parecen venir dadas o que sean consecuencia lógica del desarrollo histórico. No solamente los mitos y las religiones son narrativas; también caen dentro de esa categoría la carta de derechos del hombre y el ciudadano, el manifiesto del partido comunista, los constructos científicos o el capitalismo de libre mercado, por poner algunos ejemplos. Sapiens, por otra parte, recoge la cara negativa de la condición postmoderna. Como escribía en uno de los últimos posts, por un lado niega la existencia de meta-narrativas o telones de fondo privilegiados mientras que por otro supone tácitamente un telón de fondo neutro, final,  que hace las veces de metanarrativa. Al mismo tiempo ignora absolutamente la evolución e implícitamente hace partícipes de esta colección de narrativas a cualquier época de la historia de la humanidad, desde el austrolopithecus hasta nuestros días. Una de cal y una de arena. Significativamente, los capítulos que resultan más castigados por la visión post-moderna son los primeros y los últimos. Los primeros porque abundan en la falacia del paraíso perdido; por ejemplo: según Harari, la revolución agrícola trajo la infelicidad porque hizo más vulnerables a las poblaciones de los cazadores-recolectores de antaño a las enfermedades. Es como decir que las bacterias son más felices que los mamíferos porque no tienen cáncer. En los capítulos postreros se ilustra repetidamente el concepto de flatland o mundo neutro que podemos modelar a nuestro gusto, con las consiguientes visiones de los cerebros como ordenadores (visión popular pero hoy en día indefendible a nivel un poco serio). En los capítulos intermedios la postmodernidad actúa como lo que es; una apostilla a la modernidad, y es cuando sus deconstrucciones resultan más interesantes. Impagable la sencilla manera que Harari emplea para ilustrar porqué el desarrollo económico asociado al capitalismo tiene que estar unido al crecimiento. El capitalismo, después de todo, es una narrativa basada en la ilusión de futuro. ¿Qué narrativa se ofrece al ciudadano medio desencantado para aumentar su ilusión y así mantener su rendimiento y su capacidad de consumo? Seamos precavidos...

sábado, 14 de noviembre de 2015

Modorra

                        Inmanuel Kant fue virtualmente el primer filósofo que se preguntó, antes que otra cosa, por el propio acto de filosofar, por el propio acto de pensar y las contingencias que rodean nuestra relación con el conocimiento. Antes de Kant las cuestiones rara vez involucraban esta conciencia de segundo orden; se limitaban a dar por hecho que la mente es un reflejo directo de la naturaleza y que, por consiguiente, una mente ordenada podía llegar a capturar las verdades más profundas de la vida y del universo. Así, Decartes, aun promoviendo la separación entre objeto y sujeto -dando así lugar al dualismo mente/materia- nunca dudó de la naturaleza inefable de la razón. A partir del famoso giro copernicano de Kant (no son las cosas las que giran en torno nuestro sino que somos nosotros los que giramos en torno a las cosas) los conceptos de sujeto y objeto se reposicionan, ganando el primero un peso relativo que anteriormente no tenía. Cuando en nuestras ágoras más concurridas se hace referencia al dualismo objetividad frente a subjetividad casi invariablemente se está pensando en razón frente a emoción o “realidad dura” frente a “fantasmas de la mente”. Esto es una forma más de dualismo cartesiano; la que dio origen al romanticismo, al psicologismo o a otras corrientes anti-razón. El subjetivismo que introduce Kant nada tiene que ver con eso. Simplemente ofrece una nueva perspectiva en la que el observante se ve inmerso a sí mismo (o empieza, lentamente, a hacerlo). De alguna manera, Kant es el primer pensador de la post-modernidad. El telón de fondo de la Ilustración, por eso, previene de cualquier tipo de relativismo. A la filosofía occidental todavía le quedaba un buen trecho, desde el idealismo hasta el estructuralismo, pasando por la fenomenología, el existencialismo y la filosofía analítica hasta llegar a una situación en la que se hizo necesario definir los límites de su cometido. Tales límites han ido llegando desde puntos muy diversos. Desde Wittgenstein pero también desde Derrida; desde Rorty pero también desde Habermas. Y no solamente la filosofía ha tenido que definir sus límites; cualquier cuestión propia del alma humana lo ha tenido que hacer. Solamente atravesando esos límites la evolución podrá dar su siguiente paso significativo. Y esa evolución está sin duda ligada a la relación que tengamos con un concepto tan abstracto y complejo como el que denominamos realidad. La popular idea de que la realidad es dura, única, externa y directamente cognoscible, o sea, que nos viene dada, es, a día de hoy, insostenible. Y la filosofía es, precisamente, el instrumento de que disponemos para ahondar en el conocimiento de la realidad. La filosofía debe de cuestionarse a sí misma y sus fundamentos, pero no debe de ser nunca abandonada. Nuestra furiosa deconstrucción/totalitarismo rosa se propone ahora acabar en España con la enseñanza de la filosofía en la escuela secundaria. Con objeto de generar ciudadanos más ignorantes, manipulables y falsamente satisfechos (o sea, súbditos más que ciudadanos). Pongamos difícil tal iniciativa

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Penumbra


                  Cuando somos incapaces de recordar un nombre y, en cambio, estamos seguros de saber la letra por la que comienza, tenemos una fuerte intuición sobre las vocales que contiene, conocemos incluso el número de sílabas, se dice que padecemos un bloqueo. Es una situación difícil de describir porque contiene elementos conscientes y elementos aparentemente olvidados. No recordamos el nombre pero sí su aroma, su gusto. Y cuanto más forzamos el mecanismo de la memoria más elusivo se nos hace aquello que buscamos y que, aun teniéndolo enfrente, no acertamos a ver. Si dejamos de esforzarnos en recordar (esfuerzo que suele resultar patéticamente vano) normalmente sucede que, al cabo de cierto lapso de tiempo más o menos largo, el nombre aparece ante nuestras narices, como el residuo de una actividad que ya habíamos olvidado. En efecto, si lo que queremos de verdad es recordar el nombre basta con dejar de pensar en el tema y esperar a que la naturaleza tenga a bien obrar. Pero si lo que queremos es otra cosa vale la pena insistir en la penosa evocación. Este acto nos mantiene en la zona incierta e inestable de la que bebe la poesía. Es una zona de nadie, limítrofe entre aguas diversas. Por un lado las aguas de la fantasía que nos empujan hacia un mar de variopintas posibilidades. Por otro lado las aguas de la intuición que nos atraen de forma  misteriosa hacia una orilla soñada. Se me dirá que todo esto no es más que un movimiento de información neuronal guiada por transmisores químicos pero esta es solo la parte fisiológico-mecanística de la cuestión. Igual que la azulidad. El color azul es el que corresponde a la zona del espectro electromagnético de longitudes de onda entre 450 y 495 nm. Pero la azulidad es el resultado consciente de esa percepción, y no puede existir -al revés que la luz entre 450 y 495 nm- fuera de la conciencia. En fin, he aquí de nuevo el viejo problema de Berkeley, Hume y Descartes.....

lunes, 2 de noviembre de 2015

Realidad


            En la Filosofía Clásica se resalta reiteradamente la diferencia entre ser y existir, o entre esencia y existencia. El ser resulta a-temporal y el existir está sujeto a la contingencia temporal. De alguna manera el tiempo es una prisión que limita al ser y lo lanza al devenir. Algo parecido sucede con la materia que, de acuerdo con las filosofías monistas integrales, es una forma del espíritu sometida al tiempo. El dilema ser-existir se expresa, de forma en ocasiones inconsciente, en el dualismo objeto-proceso. Tenemos una impronta tan fuerte con el tema ser-existir que tendemos a concebir el mundo como ocupado por cosas, por objetos. Incluso tenemos de nosotros mismos la visión inmovilista que nos permite crear un yo que resiste durante décadas a cualquier cambio de perspectiva que, sin embargo, tiene lugar. Concebimos los alimentos, los fármacos y la ropa que compramos como objetos, cuando en realidad forman parte de un proceso a lo largo del cual han ido incrementando su valor. Los tejidos de fibras naturales son buenos y los de fibras sintéticas son malos por definición, por seguir una narrativa que nos resulta agradable o que está de acuerdo con alguna consciente o inconsciente creencia. En los últimos años, los nuevos tejidos han mostrado que una fibra sintética puede generar una prenda que hace sudar menos que una natural tejida con menos luz de malla (lo cual no quita que las prendas de algodón puedan ser las más adecuadas para, pongamos por caso, la ropa interior). Un fármaco no se descubre como una pepita de oro que se encuentra y no hay más que liberarla de sus impurezas. Un fármaco se descubre y se inventa a la vez; a lo largo de su larguísimo proceso de desarrollo va aumentando su valor. La OMS acaba de provocar un revuelo con su clasificación de la carne roja y el embutido. Los periodistas, con su afán por los titulares escandalosos, y el desconocimiento generalizado de la máxima de Paracelso dosis facit venenum, hacen el resto: ya tenemos otro elemento situado en la zona “de los malos”. La substancia buena y la substancia mala. Parménides cosificado. Necesitamos urgentemente revisar nuestro concepto de realidad.

lunes, 26 de octubre de 2015

Inorganicidad


                  De acuerdo con la inestabilidad de nuestras coordenadas socio-ético-culturales ahora se tiende a reprimir muy poco a los menores, que en pocas generaciones se han convertido en los mayores déspotas de nuestra sociedad. Uno de los motivos esgrimidos es que, digamos nosotros lo que les digamos, ellos seguirán haciendo la suya. Y el problema mayor es esta especie de racionalización limitante que llevamos siempre encima como un pesado e invisible fardo. Es necesario que reprendamos a los menores cuando hagan algo que va en contra de nuestros principios –bien, mejor diría cuando sospechamos que hacen algo así, porque dada la citada inestabilidad cada vez sabemos menos de principios-. Y es igual de necesario que los menores hagan la suya, que no nos hagan caso, que protesten o que vayan a la chita callando. Una cosa nunca niega la otra. Ambas acciones, aunque nos parezcan antagónicas, se hallan en la esencia que sustenta la comunicación transgeneracional. Es a base de suprimir este tipo de supuestos antagonismos y de aplicar la reducción a “lo bueno” y “ lo malo” que caemos dentro un un paisaje tan limitado y tan falto de perspectiva que acaba ahogándonos.

domingo, 18 de octubre de 2015

Lozanía


                        Acabo de leer A rough ride to the future, el último libro publicado de James Lovelock, escrito el año pasado, cuando su autor contaba ya 95 años. Me he maravillado triplemente: primero por el hecho de que una persona de esta edad pueda seguir manteniendo una claridad de pensamiento tan ejemplar, segundo porque es capaz de reconsiderar alguna de sus ideas recientes en torno al futuro de Gaia y en tercer lugar por ser capaz de seguir manteniendo, contra viento y marea, su independencia de pensamiento. Hoy en dia parece que el modelo Gaia es algo que puede fácilmente ser admitido pero hace 30 años la batalla liberada en torno a él y la posición de incomprensión y desprecio mostrada por la mayor parte de la comunidad científica eran más que notorias. En el nuevo libro Lovelock hace repaso de su trayectoria, describiendo con suma lucidez el papel del científico y del inventor en la sociedad, dando razones por las que su modelo tardó tanto en ser (parcialmente) admitido, explicando por qué la ciencia “oficial” se encuentra hoy en una situación que frena la creatividad, y todo sin ningún rencor ni acritud. Como sucede con las obras del último período de muchos artistas, A rough ride to the future se adentra en un terreno que parece dirigido por una imaginación desbordada que va más allá del sentido común. Así, a partir de la intuición de “orden energético de resonancia” apunta a que el sistema Gaia puede situarse en un estado de mayor energía que contenga los fundamentos para desarrollar una vida no ya basada en el “carbono húmedo” sino en el silicio y que sea compatible con la mayor temperatura que tendrá que soportar el planeta en unos cuantos millones de años. Lovelock reitera su vieja defensa de la energía nuclear, que lo ha puesto en contra de los grupos ecologistas convencionales y en el libro asegura que la racionalidad sola no puede construir ni la ciencia ni la técnica, incluidos los inventos. En su británica defensa de la ciencia atribuye el extendido sentimiento de “culpa” acerca del cambio climático a la “religión medioambientalista”, insistiendo que no hay que culpabilizar a nadie por un desarrollo que puede, a la postre, ser beneficioso para Gaia. He encontrado una entrevista realizada el año pasado en Oxford a raíz de la presentación del libro. Corrobora la claridad mental y a la vez la independencia ideológica que Lovelock siempre ha tenido, pero que a esta edad ya le puede permitir las expresivas risas con que salpica su exposición.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Reflexiones


                                Ya sea de forma más o menos consciente, la magia y el mito siguen presentes en nuestra relación con el mundo. Todos sabemos que algunos deportistas de masas, así como otros sacerdotes de éxtasis masivos como cantantes de ópera ejecutan rituales de magia más o menos elaborados antes de lanzarse a su correspondiente escenario. No es tan conocida la prevalencia de este tipo de ritual mágico en corporaciones que mueven menos trasuntos emocionales, como el mundo de los científicos, aunque es verdad que por la misma razón, en este último caso los rituales permanecen inconscientes o semiinconscientes, ocultos bajo una espesa capa de prejuicios racionalizantes (así como las propias emociones, que dormitan bajo una manta de falsa objetividad). Cualquiera de nosotros puede comprobar, si presta la suficiente atención, que en algún momento todos somos presa de tales construcciones. En algunos modelos de psicología/antropología evolutiva, como el de Gebser, se afirma que las sucesivas estructuras de conciencia se apilan unas sobre otras y que la más reciente es la más consciente mientras que las anteriores quedan soterradas, transparentando o haciéndose más inconscientes. De este modo, la estructura mental/racional, que es la más elaborada para una gran parte de la población, opera por encima de las estructuras mágica y mítica, que se vuelven inconscientes. Las estructuras míticas también son invocadas con mucha frecuencia bajo la forma de purezas primigenias y de raza, llamadas de la patria, preceptos religiosos y promesas de salvación. De la misma manera que el pensamiento mítico tiende a ver el pensamiento mágico como esencialmente falso, el pensamiento racional tiende a ver falsos tanto el mágico como el mítico. No hay falsedades y verdades sino evolución de estructuras. Basta con metaposicionar la racionalidad y observarla desde una estructura más evolucionada. La racionalidad no deviene falsa, sino parcial. Hace unos meses he leído a E.Morin (El Método-IV) –por cierto, un maravilloso pensador de la complejidad aunque no necesariamente del evolucionismo-, un concepto que aclara de forma sencilla el embrollo que a algunos les supone lo que acabo de describir. Dice Morin que en el mismo momento en que se niega la vigencia de los contenidos mágicos y míticos bajo la acusación de “falsedad” frente a la “veracidad” de los contenidos racionales, éstos últimos son poseídos por los primeros. De esta manera podemos convertir la ciencia, pongamos por caso, en una mitología (y este trueque ya se da en un importante grueso de las corporaciones de la ciencia) y la racionalidad en racionalización. Y todavía corremos un riesgo mayor –añado yo-: tomar los substratos míticos por una forma “primigenia” de racionalidad. Veracidad y mentira no son categorías dictadas por la razón, que si puede discriminar entre certeza y falsedad.

domingo, 9 de agosto de 2015

Patetismo nacional


                       Acabo de revisar la temporada de los estivales BBC Promenade Concerts londinenses y observo con envidia que prácticamente cada dia del verano se ofrecen dos conciertos diferentes en el Royal College of Music y en el Albert Hall. Conciertos de todo tipo, precio y alcance, pero siempre con unos mínimos de calidad asegurados. El ciclo de conciertos posee la venerable antigüedad de 120 ediciones y, pese a que en ocasiones se lo ha querido considerar como un ciclo “refrescante” con música orquestal popular que invariablemente saca a pasear la Pomp and Circumstance nº 1 de Elgar (cosa que todavía hace cada año en el concierto final, entre patrioteras banderas agitándose), el ciclo abarca desde la comedia musical o la música de films hasta la música orquestal clásico-romántico-contemporánea, barroca o antigua. Ni que decir tiene que la sala se llena con facilidad. En las primeras filas de platea las butacas se suprimen y la gente, de pie y por buen precio, puede observar de cerca el concierto (práctica compartida con teatro de la Ópera de Viena). En España, una vez más, derecha casposa e izquierda populista se dan la mano para negar el hecho de la cultura musical. Tanto para unos como para otros la música “clásica” es puramente un hecho social, y ambos grupos actúan en consecuencia a este miope razonamiento. La asignatura de música, aquella cuya introducción hace casi cuarenta años tanto supuso para unas generaciones de alumnos pero especialmente de maestros, ha sido eliminada de un plumazo. No hay dinero para eso. Y, mejor aun: una sociedad infantilizada es mucho más fácilmente manipulable. La música, como lenguaje artístico que es, permite el acceso a formas de pensamiento múltiple y es capaz de abrir la mente de forma efectiva. En la mente de buena parte de la sociedad local la música es aquello que se imparte en las academias en las que se aparca a los niños un rato por las tardes. Hace pocos días el consistorio municipal barcelonés ha devuelto, en gesto absolutamente primitivo, el palco del Teatre del Liceu al que tiene derecho. Precisamente uno de los gestores de ese teatro, el representante de los propietarios históricos, declaraba hace unos meses que la ópera tenía que ser cursi, que cuanto más cursi, mejor. Que Puccini, como compositor cursi que es (¿¿??), le gustaba mucho. Tanto uno como el otro dan muestras de una ignorancia patética. Y esta ignorancia es una muestra del conjunto. Es fácil demostrar, con números, que es más barato asistir a una función de ópera que a un partido de fútbol. Entonces…¿que es lo que se odia? No es una cuestión de lucha de clases sino de complacencia en la ignorancia. Volviendo a los Proms, hoy me he tragado todos los conciertos que la West-Eastern Diwan Orquestra (orquesta que trabaja en Sevilla y que recibe algún apoyo financiero por parte de la Junta de Andalucía, dicho sea de paso) ofreció allá en 2012. Las nueve simfonias de Beethoven complementada con obras no tan conocidas o agradables para el gran público. Admiro a Barenboim como músico y como persona. En el caso de esta orquesta la música tiende puentes y crea sinergias entre personas que pertenecen a comunidades “oficialmente” enfrentadas. Quizás sea este poder de la música el que temen las caspas y los populismos.

viernes, 24 de julio de 2015

Serpenteo


                 Aquella escalera desierta, tan brillante como estéril, no era precisamente como los largos pasillos con paredes estucadas del imaginado palacio de Marienbad pero mientras ascendía con cierta dificultad por los empinados peldaños evoqué por un momento el famoso travelling sin fin de Resnais. Y lo desaforado de las proporciones me hizo sentir a la vez más ridículo y más sojuzgado de lo habitual. La atmósfera era, como correspondía a la estación de año, sofocante, pese al costoso y anti-ecológico sistema de refrigeración que, dicho sea de paso, producía un zumbido que se sumaba a la agobiante escenografía. La parte aural del asunto incluía, además, un lejano goteo procedente de vete a saber qué desagüe del sistema. La combinación del zumbido y del goteo me hizo pensar por unos instantes en el dúo de instrumentistas de didgeridoo y hang-drum que en ocasiones se encuentra en las calles de las ciudades. Pero en este caso no se facilitaba ningún tipo de trance místico sino más bien una regresión neurofísica. Tanto fue así que mi sistema digestivo empezó a encogerse hasta tal punto que dejó poco espacio para los gases remanentes, residuo de alguna digestión incompleta. La presión acabó cediendo y una sonora ventosidad se me escapó y vino a unirse a la monótona serenata que ya he mencionado. Aunque el sonido generado no estuvo ni mucho menos a la altura de los que por lo visto emitía el vulgar flatulista Le Pétomane, llevó asociados unos interesantes armónicos que lo emparentaron, aunque solo fuera lejana y momentáneamente, con los conglomerados micropolifónicos de algunas composiciones de Ligeti. El propio sonido, después de provocar esta ideación artística en mi mente, vino, cual figura superegoica, a acusarme y a hacerme ver lo infantil de mi alborozo. Después de todo una flatulencia, por interesante o novedosa que pueda ser su configuración sonora, difícilmente puede constituir un grito de guerra o una consigna revolucionaria, a no ser que sea liberada de forma estentórea durante la celebración de un rito religioso o patriótico. Estuve unos cuantos peldaños preguntándome si la cuestión había tenido ribetes artísticos, agresivos, vulgares o regresivos cuando me percaté de que no estaba solo en la escalera. Una figura desconocida ascendía silenciosamente un piso y medio por encima de mí. Era un hombre de mediana edad, de complexión alta y especialmente delgada, y llevaba un palo con un apéndice colgando en su extremo. Mi primer pensamiento después de verlo fue dirigido a sopesar y valorar las probabilidades de que hubiera presenciado mi supuesta actuación sonora. Pero en seguida me llamó la atención la imperturbable serenidad de su acompasado caminar. Hubiérase dicho que más que caminar flotaba unos centímetros por encima de los peldaños. Por el utensilio que blandía me recordó aquellos faroleros que todavía recorrían algunas calles durante mi infancia con objeto de encender las lámparas de gas con una punta incandescente amarrada también a un largo palo. De repente el personaje paró y yo, con la conciencia de que no había sido percatado,  hice lo propio y observé. El ángel farolero levantó más aún su palo, casi hasta alcanzar el techo, y puso en marcha algún mecanismo sonoro. Al punto recordé que en nuestra aséptica sociedad todo el día estamos analizando el entorno en busca de posibles tóxicos –bien, todo menos aquella parte que contiene verdaderamente los tóxicos, sean estos físico-químicos o mentales- y que el aire filtrado y aséptico que respiramos era una diana favorita para tal búsqueda infructuosa. El personaje volvió a bajar el utensilio y lo manipuló de forma no visible, quizás tratando de aislar los supuestos ácaros, humos, polvo o quizás ideas revolucionarias o pedos artístico-agresivo-regresivos para su ulterior análisis. Al poco abrió la puerta de una planta y desapareció en ella, quizás a la busca de otros analitos no más interesantes que los recién capturados. Seguí ascendiendo, ahora sólo, por la inhóspita escalera, comenzando ya a arrepentirme de no haber esperado al ascensor. Mi ascensión pronto incorporó un nuevo elemento sonoro, de nuevo de la familia de los vientos, que era ni más ni menos que mi propio  jadeo acelerado. Me tomé un breve descanso en uno de los descansillos cuando de nuevo detecté una presencia ajena en el entorno. Aproximadamente dos pisos por debajo de mí una figura enjuta, encorvada como un gnomo, ascendía las escaleras con un gran balanceo lateral, quizás mostrando los signos de una cojera congénita. Llevaba en su mano izquierda una cartera ridícula como la que en otras épocas utilizaban los cobradores del gas. Este elemento y un ligero bigotillo supralabial lo emparentaban con cierto tipo de personaje del franquismo tardío. Cuando llegó al correspondiente descansillo, en el que había un dispensador de agua, paró un instante, abrió su cartera, sacó un fajo de papeles de entre los que seleccionó uno y cotejó su contenido con el de una etiqueta que acompañaba el abrevadero del oficinista. Aunque de entrada se hubiera dicho que era el tipo de personaje al que por humanidad o cuñadismo se le asignaban caritativos  trabajos inútiles la realidad era que su trabajo – de inspector general, eufemismo por sargento de policía- estaba muy bien considerado. Además, el cojo era un elemento fiel al sistema, al que nunca criticaba en público. Cuando llegó al siguiente descansillo abrió la puerta de la planta y desapareció, buscando más etiquetas que cotejar o, vete a saber, quizás también elementos subversivos a los que denunciar. Volví a reemprender mi ascensión. A la altura a la que me encontraba, el sistema de refrigeración mostraba ya el límite de sus capacidades, por lo que el calor empezaba a ser fuertemente agobiante. Enfilé entonces un largo pasillo con miradores de vidrio a través de los cuales se podía observar el correspondiente pasillo de un edificio simétrico, que aparecía como una imagen liberada del mundo especular. Por el pasillo observé una figura femenina levemente entrevista debido al reflejo de la luz solar que en ese momento me devolvía la cristalera del edificio vecino. Parecía una secretaria que se dirigiera a poner orden en alguna pertrechada posición del organigrama. Llevaba una falda ancha y vaporosa que se agitaba con su paso ligero. La visión fugaz me sumió en un estado de regresión mítica que pronto se transformó en sueño. Al final del pasillo acristalado había un pequeño tresillo en donde me senté para reposar unos instantes. Tan eficaz resultó el descanso que incluso llegué a tener un leve sueño en duerme-vela. Soñé que estaba en una sala de reuniones rodeado de gente que discutía sobre el sexo de los ángeles, las jerarquías del organigrama y la conveniencia de la normalización de los procedimientos del trabajo, tres temas que seguramente tienen muchos puntos en común. Los personajes cada vez gritaban más hasta que me entraban náuseas y sacaba la primera papilla. Las contracciones gástricas me despertaron y lo primero que comprobé fue la posible existencia de perbocación a mi alrededor. Negativo. Todo parecía tan pulcro y estéril como al principio. Me levanté y aceleré el paso. Una vez alcancé el edificio simétrico llegué a las escaleras enantiodrómicas, con el giro opuesto al de las que había utilizado para subir. Y en ese preciso momento tuve un lapsus memoriae: no recordaba ya hacia donde me dirigía ni cual era mi propósito. Cualquier esfuerzo por recordar parecía infructuoso, y cuanto más forzaba la memoria más apretado se hacía el nudo del olvido. Traté de serenarme con objeto de recapitular pero en aquel momento me percaté, con cierta sensación de vértigo, de que me hallaba en la parte inicial de mi recorrido. Como los personajes del famoso cuadro de M. Escher. Busqué el abrevadero del oficinista y absorbí con presteza varios vasos de agua.

sábado, 20 de junio de 2015

Pre-diseño

                               Los emoticonos han invadido nuestra cotidianidad y van incrementando su cuota de espacio con asombrosa celeridad. Tanto es así que ya están apareciendo relatos de autores clásicos traducidos a su particular lenguaje. El campo de la semántica, después de haber sido objeto de un concienzudo y prolongado análisis por el estructuralismo (de Saussure a McLuhan, pasando por Lacan) parece un tanto olvidado o fragmentado. Los emoticonos expresan emociones pero las codifican y así las hacen tolerables para nuestro mundo. Nuestra sociedad no expresa emociones que fluyan desde nuestro interior. Más bien tiene un panel de mandos con botones y cada botón corresponde (codifica y lanza) una supuesta emoción pre-diseñada o predefinida. Y esto no son, en términos clásicos, las emociones, que son constelizaciones complejas. Nuestra mitología de la razón nos ha llegado a hacer ciegos respecto a la complejidad del mundo y como resultado la razón se ha reificado y ha dejado de ser una estructura con poderes autocríticos. Ludwig Wittgenstein, padre simbólico de la filosofía analítica, sufrió una evolución a lo largo de su vida intelectual que lo llevó desde los rigores del Tractatus Logico-Philosophicus hasta el reconocimiento del pensamiento complejo y la riqueza no axiomatizable del lenguaje en su último período. Diríase que nosotros, en pleno acuerdo con las tesis de Baudrillard, estemos haciendo el viaje en dirección contraria, si bien nuestra meta no parece tan cristalina como la famosa obra de Wittgenstein. Nuestra meta, por ahora, es la hiperrealidad. Queriendo huir a toda costa de la subjetividad regresamos a ella de forma aumentada. 

viernes, 29 de mayo de 2015

Innovación

                        Aunque estemos hartos de oir la canción de la innovación, que constantemente nos machacan los mass media, los departamentos de recursos humanos y los coachers (New Age o no) de sobra sabemos que lo último que quiere esta oxidada estructura social es cambiar. Las crisis económicas, las crisis de valores, las locuras individuales o colectivas a las que asistimos últimamente no inducen, en apariencia, a aprender a reflexionar sobre este tipo de procesos. Una crisis implica cambio. Es inútil querer solventar una crisis para recuperar el estadio anterior a ella. No solo las ideas innovativas se reciben a regañadientes sino que se pretende que los procesos naturales de aprendizaje sean reificados. Los maestros reciben consignas sobre como enseñar cosas tan diáfanas como la sustracción numérica (“no hay que contar de arriba para abajo sino de abajo para arriba”). La aritmética es una colección de axiomas lo suficientemente sólidos (no creo que ningún superdotado de primero de primaria pueda deducir, dado el actual estado de evolución, el teorema de Gödel) como para que cada uno se construya una mecánica particular. El resultado será el mismo, pese a lo que puedan pensar los parásitos de despacho que mueven los correspondientes hilos. Este fenómeno también se observa en los exámenes con selección de prerespuestas, los llamados de tipo test. No se deja que el examinando construya un punto de vista. Se le ofrecen una serie de respuestas ideadas bajo el epígrafe de Verdadero y Falso. Es más, los falsos han sido cuidadosamente cocinados para dar la sensación de verdaderos. Esto, evidentemente, a nivel de enseñanza básica, no parece demasiado peligroso, pero lo es porque induce a pensar bajo este tipo de dualidad. Ayer mismo leía en la prensa una entrevista con un cosmólogo al que se le preguntaba si algún día se llegaría a conocer todo sobre el universo. El anciano respondía que no, que esto no eras posible, que siempre quedarían incógnitas. Evidentemente, pero no por limitación humana (que también) sino esencialmente porque nuestro conocimiento no es como un almacén donde se acumulan datos y teorías a lo largo de los siglos. Hace poco vi un reportaje sobre el mundo del futuro que iba del mismo palo. Todo era increíble y “muy futurista” pero visto bajo nuestra perspectiva del aquí y ahora, como si todo se proyectara sobre un fondo neutro objetivo, ubicuo y eterno. Periodistas y maestros: tenéis una responsabilidad gigantesca para con el futuro de la sociedad (más que banqueros, políticos y científicos; sin duda alguna).

miércoles, 20 de mayo de 2015

Tensiones


                        La existencia está basada en la tensión entre dos fuerzas antagónicas. Esta aseveración de Heráclito de Efeso, tan poco comprendida en Occidente durante milenios, constituye una de las bases de las místicas orientales. La filosofía occidental siguió más bien los pasos de Parménides de Elea, para el que solamente existían dos caminos: el que es y el que no es. Dicho de otro modo: la existencia derivaba únicamente de una esencia previa e inmutable. Pero no voy a hablar de este complejo tema. Pienso en él a raíz de dos fuerzas sociales siempre presentes a la largo de la historia. La primera es una fuerza centrípeta que tiende a reforzar bucles locales dentro de la sociedad. Es el tribucentrismo que más tarde deviene etnocentrismo. Esta tendencia impide los matrimonios extratribales (o, yendo más allá, extraraciales). También preserva modos y costumbres. ¡Cuánta gente es incapaz de probar un alimento desconocido sobre la base de que “sus abuelos nunca habían probado esto”! Evidentemente, éste es un discurso de fragilidad emocional, de miedo al cambio, que de esta manera impide la mezcla. Es la mítica pureza de raza de la que hablan ciertas ideologías. La segunda fuerza es centrífuga y está relacionada con el ansia de conocimientos. Lleva de forma natural al mundicentrismo, la expansión, la evolución y el mestizaje (¡Qué envidia he sentido siempre hacia las personas con sangre mezclada de diversas culturas!). Esta fuerza provoca los crecimientos dialécticos de la cultura. Pero cuidado. No estoy hablando de buenos y malos ni de dualismos de este estilo a los que tan acostumbrados nos tienen los medios de masas. Ambas fuerzas son necesarias (¡gracias de nuevo, Heráclito!) para crear la tensión del arco y la flecha que evita por un lado la desintegración o por otro lado el colapso. Si bien es cierto que un universo en expansión (física, biológica, noológica) requiere que en ciertos momentos las fuerzas centrípetas cedan, siquiera parcialmente a las centrífugas en pos de tal proceso.

sábado, 9 de mayo de 2015

Telones de fondo

                     
        La post Modernidad, a la que tantos posts he dedicado de forma directa o indirecta establece, en su versión hard, que no hay verdades absolutas y que no existen hechos, sino interpretaciones (la versión soft establece que todo es relativo) y que cualquier producto de la historia se puede deconstruir en sus elementos, por lo que se deduce que cualquier producto futuro se puede construir a voluntad de cada cual y que todos tendrán su cuota de verdad relativa. Por productos de la historia se entiende cualquier tipo de producto: artístico, filosófico,  científico, cultural, natural, social. Se respira así un clima de “final de la historia” como final de la evolución. Existe una profunda contradicción dentro de todo este asunto. En ocasiones he visto referida esta contradicción en la forma de autoengaño: si no hay verdades absolutas, la postmodernidad, que no deja de ser una consideración, tampoco lo es. Así se puede llegar a la paradoja de la auto-contención (la hace poco citada paradoja del cretense). Existe otra manera de descubrir la falacia de la post-modernidad (en el fondo es la misma, pero ofrecida bajo otra perspectiva). Las supuestas verdades relativas que se pueden construir y deconstruir precisan para poderse efectuar esta operación de un fondo neutro. Este fondo neutro es una forma de verdad absoluta introducida como un poco disimulado troyano o macrodiablo de Maxwell. Alguna pared de fondo siempre ha existido, también con la Modernidad (Renacimiento-Ilustración). Con el final de la Modernidad y la subsiguiente caída de su propio telón de fondo la postmodernidad ha creído ver en el nuevo telón de fondo el verdadero punto final y  lo ha tomado así por una referencia absoluta e inamovible. Como concluyo siempre con este tema, el valor real de la postmodernidad informa sobre la decrepitud de la modernidad pero no constituye ningún estadio evolutivo. La Postmodernidad es el camino a través del cual se accede a la transmodernidad.

viernes, 1 de mayo de 2015

Confianza

                        Según una conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master

martes, 28 de abril de 2015

Pretéritos (In)definidos

                         Una de las características más peculiares de la Postmodernidad es la ausencia de sentido evolutivo o histórico en sus planteamientos. La Postmodernidad considera así que ha llegado al fondo (¿absoluto?) de cualquier cuestión estética, ética o filosófica. De esta manera, cualquier producto aparecido durante la evolución histórica es susceptible de ser deconstruido en sus componentes “prístinos” y exhibido delante de un fondo objetivo y vacío de contenido. Se habría llegado así al final de la historia, y cada cual construiría a voluntad sus narrativas, artísticas, filosóficas, científicas o del tipo que fuera. La consideración de cada época para con épocas anteriores conforma muy significativamente uno de sus aspectos básicos. Así, la razón de ser del Renacimiento fué el redescubrimiento de la Antigüedad Clásica, cuyo legado escrito había pasado mayormente a lo largo de la edad media recluído en monasterios. En música, el interés por las obras del pasado se remonta a menos de doscientos años atrás, cuando Mendelssohn dirigió la pasión según San Mateo del “redescubierto” JS Bach en 1821. Unas pocas décadas atrás, los clásicos vieneses (Haydn, Mozart, Beethoven) habían iniciado el estudio de la música de Bach y Haendel pero más como modelo del cual extraer lecciones, especialmente de contrapunto y fuga. Schubert fue un profundo admirador de Beethoven como éste lo había sido de Mozart, pero ambos consideraban a sus ídolos como contemporáneos y no como representantes de una época anterior (de hecho, Schubert falleció solamente un año más tarde que Beethoven). El primer compositor que consideró su situación histórica en referencia a sus predecesores fue, claramente, Brahms. Esta consideración estaba en parte asociada a su interés en la renovación de formas periclitadas (así el passacaglia que aparece en su cuarta sinfonía) y la imagen -que siempre lo acompañó en vida- de compositor “del pasado” en contraposición a las “músicas del futuro” de Wagner y Liszt. El postromanticismo (modernismo, Belle Epoque), a pesar de su conciencia de final de época (o quizás en parte debido a eso) incidió en el retorno al pasado (el “retorno a Mozart” de R. Strauss, el “retorno a Schubert” de Mahler, el “retorno a la naturaleza” –con un sempiterno fondo wagneriano- del Modernismo). Cuando, después de la I Guerra Mundial, aparecen el neoclasicismo y los nuevos objetivismos, a pesar de la ruptura que suponen respecto del pasado inmediato, un aspecto permanece: el interés por un cierto tipo de pasado (no remoto ni primigenio como en el modernismo sino el más concreto de la música barroca y clásica). La vanguardia post II Guerra Mundial decreta de nuevo un olvido del pasado inmediato del cual solamente reivindica e impone el dodecafonismo, ahora convertido en serialismo. El dodecafonismo, en un intento de superar por un lado la tonalidad y por otro los desarrollos, prohibía la repetición de una de las doce notas de la escala antes de que hubieran aparecido, de alguna manera, las otras. El serialismo parametriza todos los elementos musicales en pos de una unidad interna que llega a ser inapreciable por el auditor. En los años 60-70 la vanguardia post-bélica se ablanda y, a falta de un desarrollo o una evolución concreta a la que adherirse, la postmodernidad entra en escena, llegando a la crisis actual. ¿Cuándo llegará de nuevo la evolución en forma de trans-Modernidad?

martes, 21 de abril de 2015

Tautologías

                        "La vida acaba poniendo las cosas en su sitio" es una de aquellas frases familiares que, aun expresando una tautología, nos hace reflexionar. Es por ello que a pesar de que su contenido sea nulo de acuerdo con la teoría de la información, hace resonar en nosotros una sabia evocación. Existen otras frases similares, algunas muy sutiles: “las cosas son como son” (la vida, realidad radical, difícilmente se puede referenciar), “son cosas del destino”, “le había llegado su hora”… Es evidente que la lógica representa un subconjunto particular del pensamiento y no una radiante meta olímpica. Hace 2500 años un pensador griego, Epiménides de creta, formuló –ciertamente, avant la lettre- una paradoja que acabó –después de muchos siglos de bromas- situando la lógica en un punto de relatividad. Es la conocida paradoja –o contradicción interna- del cretense que afirma que todos los cretenses son unos mentirosos. Hace menos de un siglo, Gödel y Tarski demostraron que un sistema axiomático aritmético o lógico no se puede autocontener y necesita de un metaespacio para sustentarse. Esta es una idea que choca con la creencia analítica de Aristóteles de que el todo está constituído por las partes o fundamentalismo. El llamado Trilema deMünchhausen representa de forma efectiva esta conclusión. Lo más curioso: el fundamentalismo físico fue oficialmente abandonado hace casi un siglo, pero aparentemente pocos se han dado cuenta. La lluvia de noticias sobre la búsqueda del bosón de Higgs y su sobrenombre oficioso de la partícula de Dios dan sobrada cuenta de ello.

jueves, 16 de abril de 2015

Certezas

El método científico, aproximación al estudio de la naturaleza extendido a fortiori al estudio de las humanidades, constituye una herramienta fundamental para poder acceder al avance tecnológico que la sociedad (especialmente la occidental y sus consiguientes áreas de influencia) ha experimentado en los últimos 500 años. El método científico no puede ser discutido ni criticado, pero, por supuesto, sí puede ser acotado y referenciado so pena de caer en lo que ya hemos caído desde hace más de 200 años: en un epísteme de infalibilidad. El escepticismo, la duda, son parte de las condiciones esenciales a la hora de aplicar el método, aunque la duda nunca puede desaparecer. No hay verdades infalibles en la ciencia. Existen grados de certeza y adecuaciones temporales, eso es todo (eso ya es muchísimo!!). Ni los postulados de Euclides ni la lógica de Aristóteles ni la invariancia galileana, por poner tres ejemplos básicos y fundamentales para el avance de la ciencia, han resultado ser verdades absolutas. Han sido “simples” adecuaciones. ¿Cómo avanza entonces el conocimiento científico? Pues por adecuaciones evolutivas, que en ocasiones representan el abandono de un paradigma consolidado, pero que de alguna manera es comprehendido por el siguiente como caso particular. ¿Cuál es entonces la clave, el marcador del grado de desarrollo evolutivo? Ese constructo tan frágil, escapadizo y fugaz al que llamamos tiempo.

miércoles, 8 de abril de 2015

Otinprivano


                   Las condiciones climatológicas en Kepler-62e eran más suaves de lo que hasta entonces habían supuesto los astrónomos terrestres. Su inclinación orbital era ínfima, por lo que en ninguna latitud de este planeta existían prácticamente las estaciones. En cualquier época de su año (notablemente más corto que el terrestre) la temperatura y grado de insolación se mantenía estable. Esto, naturalmente, creaba grandes diferencias entre los polos y el ecuador, mayores aún que las terráqueas. Su tenue atmósfera se encargaba de igualar tales diferencias. El volumen de aire desplazado provocaba así suaves flujos de viento que hubieran hecho las delicias de Stefan George y Arnold Schönberg quienes hubieran podido al fin sentir el aire de otros planetas. En Kepler-62e los poetas podían escribir plácidamente, sin arrebatos. Todo era suave, desde el azul tornasolado del cielo hasta el ocre anaranjado del suelo. En Kepler-62e había un inmenso océano y un inmenso continente surcado por suaves riachuelos de colores pastel. De hecho parecía un paisaje pintado por Tiepolo o Fragonard, pero sin figuras humanas. No había figuras humanas porque en Kepler-62e la forma de vida predominante eran las algas azules, verdes, liláceas y rosáceas, que se encargaban de modificar su atmósfera para poder dar paso, algún muy lejano día –aunque las recurrentes tormentas magnéticas que tenían lugar en Kepler62, la estrella progenitora, fueran capaces de acelerar levemente el proceso- a formas de vida más evolucionadas. Mientras tanto, el grado de conciencia afincado en tan rococó planeta era muy primario. Nada ni nadie en Kepler-62e podía sospechar que, a una distancia aproximada de unos 1200 años luz, es decir a dos pequeños saltos de gorrión en unidades astronómicas, un pequeño planeta con un grado importante de evolución de conciencia estaba cambiando substancialmente y de forma vertiginosamente  acelerada.

Per a la Rosa, els quadres de la qual -com el de la imatge- si que contenen formes conscients de tota mena
Per en Lluís, que em segueix a través de totes les estacions des de fa molts anys