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martes, 24 de enero de 2006

El Parnaso


Repasando lo que he escrito unos cuantos días atrás –siempre es bueno mirar un poco hacia atrás, sin volver- me doy cuenta de que cito el cine y la danza como los "artes chroniques visuales". Se podrían añadir también el circo, en el caso de que llegásemos a considerar la pureza circense como arte autónomo. Conscientemente no incluyo el teatro (ni tampoco la ópera, como forma dramática que también es). Evidentemente que las formas dramáticas son chroniques, pero no necesariamente visuales. El teatro y la ópera se pueden escuchar por la radio sin perder nada de su carácter más esencial (me refiero, naturalmente, al teatro de texto; otros tipos de teatro pueden ser básicamente visuales). Hoy en día está resucitando a nivel popular la idea de la ópera como un ‘arte total’ (la famosa descripción de la escudella barrejada). Existe todavía una parte del público –y de la equívoca fauna de los cantantes- que piensa tácitamente en una colección de cancioncillas más o menos ramplonas que sirven básicamente como plataforma de lucimiento de su intérprete y que se pueden cantar de forma muy sentimental, sin llegar, sin embargo, a darles una clara expresividad. Los directores de escena se han erigido en la actualidad como eje principal del espectáculo operístico. Creo que todos olvidan lo que la ópera representa en primer lugar: un espectáculo teatral en el que el tempo dramático y las inflexiones expresivas vienen regladas por la música (ello ya era cierto antes de la reforma wagneriana: no estoy hablando de formas sino de naturalezas). En el fondo, ésta era la idea inicial del círculo de aristócratas con inquietudes intelectuales que dio lugar a este género: reproducir la sinestesia entre música y teatro propios de la tragedia griega.
Existen dos tipos de intérpretes: los que sirven a su arte y, por tanto, actúan como médium a través de los cuales la obra de arte se materializa mientras ellos se hacen transparentes, y los que se sirven de su arte para exhibirse ellos mismos, haciendo la obra de arte lo más transparente posible (aunque éstos últimos ya procuran escoger "obras de arte" lo suficientemente endebles como para promover la exhibición). Los que iluminan y los que se exhiben. Lo que acabo de explicar también se puede aplicar a los políticos, a los científicos, a los periodistas.... Hoy en día los cargos no se conciben como responsabilidades, sino como medallas. No se logran a través de méritos, sino de favores. No se intenta estar a la altura de los mismos, sino que se supone inveteradamente que del cargo emanan todos los méritos y virtudes. Como en Roma en 470 DC.

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