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martes, 17 de enero de 2006

Lob des hohen Verstands


En un conocido poema de “Des Knaben Wunderhorn”sabiamente musicado por G. Mahler se celebra un concurso de canto entre un ruiseñor y un cuclillo. Este último escoge como juez al burro, porque, tal como le dice al ruiseñor, “tiene las orejas largas y, por tanto, entiende mucho de canto”. El juez, naturalmente, resuelve a favor del cuclillo porque, “a pesar de que el ruiseñor no lo ha hecho mal, tanta floritura ha acabado por embotarme la cabeza, mientras que el cuclillo ha demostrado un sentido de la afinación y del ritmo perfectos”. Al margen de la carga de sabiduría popular y de ingenio que muestra el poema – y que nos sitúa de golpe en el centro de la realidad de la naturaleza humana -, podemos llevar la reflexión más allá y preguntarnos: ¿el canto del ruiseñor es mejor que el del cuclillo? ¿Por qué? El elemento que distingue los dos cantos es, básicamente hablando, el grado de diferenciación. El canto del ruiseñor es más diferenciado que el del cuclillo, que pasa por ser más primitivo. Grado de diferenciación ó complejidad dialéctica no implica necesariamente carácter meliorativo. ¿Qué es más simple, la música de Wagner o la de Stravinsky? La de Gesualdo ó la de Ligeti? Estoy utilizando a propósito unos términos de comparación en los que parece existir más simplicidad –esencialmente armónica- en el elemento más cercano a nosotros en la historia. ¿Cuál ha sido la evolución, por tanto, entre estos artistas? Creo que el paso del estadio mental con ribetes prementales al estadio mental con atisbos transmentales. Stravinsky y Ligeti integran los aspectos más físicos –incluso los más primitivos- con la racionalidad e incluso la trascienden, divisando ciertos elementos situados más allá. Wagner, partiendo del paradigma del idealismo germánico, cae frecuentemente en un retroceso hacia elementos prementales propia del romanticismo tardío.
Aunque que el mundo de la creación artística padece también la crisis general de la civilización (modas retro, inventos de la sopa de ajo, invasión de tópicos, presión mercantilista...), la nueva cosmovisión también ha ido impactando de forma importante en el caso de los grandes creadores. Así, la conciencia holística se ha ido haciendo notar desde hace ya bastantes años. Obras como Metastasis (1953) de Iannis Xenakis o, todavía más, Atmosphères (1961) de György Ligeti, parecen evocar, con sus impresionantes divisi, la matriz de interferencias –el dominio de las frecuencias- de la cual nuestro oído puede extraer muchas percepciones –órdenes explicados- diferentes. El propio Ligeti ha insistido más tarde en una tendencia que se puede considerar el equivalente acústico al op-art, cercano por tanto a la ilusión acústica (Continuum, 1967, Monumentum, 1976), fruto en parte de su interés por la obra de M. Escher. Esto aleja a este excepcional creador tanto de los residuos del viejo paradigma (serialistas recalcitrantes) como de los que, para romper con este pasado próximo, vuelven a las viejas historias peligrosamente cercanas al mercantilismo. Los compositores minimalistas también se situarían cerca de este holismo (viaje por el interior de un fractal), pero su concepción presenta muchos más puntos susceptibles de ser seducidos por el mercantilismo.

1 comentario:

carles p dijo...

Gracias, Jaume, por tu comentario tan apasionadamente defendido.
El burro, ante todo, es.
Es tan absoluto el burro como la musica lo pueda ser. Lo que creo que es mucho más subjetivo es el grado de satisfacción que le produce al burro un canto u otro. Desde el punto de vista del burro -que es el que realmente le interesa al idem- este grado de satisfacción constituye un absoluto. Si el burro decide que éste es su absoluto particular y que el jabalí, -pongamos por caso- tiene su otro absoluto particular, ningún problema. Si el burro interpreta este absoluto de forma general, tenemos el conflicto asegurado.
Por mercantilismo me estoy refiriendo a la operación que consiste en sacar a las cosas de su contexto con el único afán de hacer dinero fácilmente. Concretamente a aquellos objetos a los que todo el mundo tilda de "basura" pero que, como dan mucho dinero, son reverenciados como el mítico becerro de oro.
¡Vivan el burro, el ruiseñor y el cuclillo!