Aunque esta reflexión fué escrita hace años, todavía puedo suscribir buena parte de su contenido.
Existen tres realizaciones intelectuales con las cuales me identifico plenamente y, en cierta manera, me parecieron viejas conocidas cuando tuve el primer contacto con ellas: la música de Stravinsky, la filmografía de Fellini y la psicología de Jung (bueno, quizás mi admiración por Jung ha sido matizada por la lectura posterior de Ken Wilber). Me doy cuenta ahora que todas ellas tienen una cosa en común: una relación muy especial con el pasado. En el primer caso un pasado temporal, relativo al presente, entendiendo por presente la catedral cristalina que representa el corpus de la música stravinskiana. Es un presente del aquí y el ahora, pero también contiene el concepto de afirmación del presente absoluto ('Le nez il y est...'). El pasado se convierte así para Stravinsky en un objeto, una referencia. El presente ha quedado cristalizado, y dentro del cristal, entre numerosas irisaciones y reflejos, podemos percibir fragmentos del pasado, como los insectos que han quedado atrapados en el interior de les piezas de ámbar. Si hacemos una clasificación de los estilos musicales haciendo referencia al sentido de progresión temporal que representan (cosa que ha hecho de manera muy interesante Diego Fisherman), la obra de Stravinsky se situaría en uno de los extremos. Este extremo es el del movimiento estático, circular. Es un mundo brillante, luminoso, pero que gira sobre sí mismo. Es, a veces, el no-movimiento, casi una utopía en el marco de la cultura occidental. La presentación simultánea de los acordes más simples de una progresión armónica nos produce un efecto de reposo mineral. Es el punto aquí y ahora que contiene el resto de los puntos de todo el espacio/tiempo, en una especie de holismo. Así, las "campanas" finales de Les Noces, los acordes finales de la Sinfonía en Do o el final de Threni (por poner ejemplos de tres épocas bien diferentes), nos muestran muy claramente hasta qué punto el tiempo musical puede llegar a desaparecer. Stravinsky reivindicaba que su música suponía una 'ordenación del tiempo'. Esta ordenación (absolutización del presente) tanto puede ser desplegada (así, las continuas síncopas, la clarísima orquestación...) como replegada (los acordes estáticos, los fragmentos 'ostinati'). Ello, en cierta manera, se correspondería, por un lado, con la perfecta delimitación del tiempo finito (la música fija el tiempo) y, por otro, con la virtual desaparición del tiempo finito (la música contiene el tiempo infinito).
En el caso de Fellini -como también, y mucho más claramente, el de Jung- pasado significa introspección (la brillantez stravinskiana excluye la introspección, probablemente debido a que la ecuación Psicoanálisis = Freud = Viena Belle Epoque = Romanticismo boche era demasiado evidente para Stravinsky). Un pasado personal -Roma, Amarcord- afectuoso con el recuerdo, pero a la vez un recuerdo deformado hacia una vivencia interna que puede llegar a generar un universo autónomo, como el modelo junguiano de psique -Otto e mezzo-, a adoptar la forma de parábola -E la nave va...- ó llegar a congelar una especie de arquetipos mistificados -Satyricon-. El cine comparte con la danza la categoría de art chronique visual, siendo la sinestesia con la música perfecta -y casi necesaria- en ambos casos. Tanto el arte de Stravinsky como el de Fellini disfrutan de un 'matrimonio sinestético' casi ejemplar. El primero con la coreografía de G. Balanchine, el segundo con la música de N. Rota. Los motivos de ambas felicidades matrimoniales, sin embargo, son casi opuestos. En el caso de Stravinsky, la danza tiende a fijar la absolutización del aquí y ahora -la plasticidad más tangible- que ya está presente en la música (de la misma manera que la música, como contrapartida, otorga a la danza una cuarta dimensión: el tiempo regulado; el tiempo finito que dura la obra y que es una muestra del tiempo infinito ó no-tiempo). En el caso de Fellini, la música constituye el puente -más o menos escapista- hacia al pasado-introspección. Entre Stravinsky y Balanchine hay un pacto cordial entre amigos; entre Fellini y Rota hay una profunda complicidad entre 'compadres'. En el primer caso el pasado viaja hacia el presente y el conjunto se concentra entonces fuera del tiempo, en el centro de una especie de mandala tibetano: el psiquismo queda al descubierto en un proceso de 'extrospección'. En el segundo caso viajamos hacia el pasado y también nos concentramos fuera del tiempo, pero ahora de manera introspectiva: viajamos hacia el centro del mandala; no es el centro del mandala el que viaja hacia nosotros. De aquí la presencia de un arco dramático que lleva asociado un viaje iniciático que acaba en una catarsis. Los finales de los filmes de Fellini acostumbran a constituir uno de los puntos clave dentro de su obra. Existe un punto de reposo -centro mandálico relativo- que a menudo contradice buena parte del discurso del film. Esta catarsis, sin embargo, no constituye el final del camino, sino la conciencia del camino, que resulta ser el mismo que al principio de la aventura. La naturaleza humana -personal ó grupal- no ha cambiado, lo que ha cambiado es la idea que el personaje ó el colectivo tienen de esta naturaleza. Jung diría que el inconsciente ha vertido una parte de sus contenidos a la conciencia. Cabiria acaba aceptando su destino –es decir, su naturaleza profunda-, que quizás la llevará a aventuras similares a las que han tenido lugar durante el film. De manera similar, sabemos con toda certeza que la historia del grupo de músicos que ensayan se repetirá más veces (en este caso hay un elemento doloroso: la pérdida de algún miembro por el camino -todas las civilizaciones acaban desgastándose-).
La relación del modelo psíquico de Jung con el pasado participa de los dos modelos que acabo de exponer. Por un lado también se nos habla de un viaje iniciático de aproximación al centro del mandala, el 'si-mismo', el llamado proceso de individuación. Por otro lado también, en cierta manera, el pasado -que ha quedado grabado en los estratos más internos de la psique colectiva- nos es acercado en forma cristalizada -atemporal-. En este caso hay, sin embargo, un elemento más: la relación con el pasado se complementa con la relación con el futuro. El viaje iniciático es el puente que une el "estar" con el "ser" y el "llegar a ser". Hemos eliminado la dimensión temporal o, mejor dicho, la hemos convertido en una dimensión espacial más, como en la teoría de la relatividad general (Einstein y Jung coincidieron ejerciendo su magisterio en Zürich). Dentro de la esfera psíquica, mundos que se nos presentan con una separación temporal enorme, pueden encontrarse muy cerca. Esta trascendencia del espacio/tiempos tiene muchas cosas en común con los acordes stravinskianos ó los finales fellinianos antes citados. Lo que temporalmente se nos presenta como sucesivo puede aparecer como simultáneo en la esfera psíquica, de la misma manera que el espacio/tiempo relativista forma un todo continuo.
En el caso de Fellini -como también, y mucho más claramente, el de Jung- pasado significa introspección (la brillantez stravinskiana excluye la introspección, probablemente debido a que la ecuación Psicoanálisis = Freud = Viena Belle Epoque = Romanticismo boche era demasiado evidente para Stravinsky). Un pasado personal -Roma, Amarcord- afectuoso con el recuerdo, pero a la vez un recuerdo deformado hacia una vivencia interna que puede llegar a generar un universo autónomo, como el modelo junguiano de psique -Otto e mezzo-, a adoptar la forma de parábola -E la nave va...- ó llegar a congelar una especie de arquetipos mistificados -Satyricon-. El cine comparte con la danza la categoría de art chronique visual, siendo la sinestesia con la música perfecta -y casi necesaria- en ambos casos. Tanto el arte de Stravinsky como el de Fellini disfrutan de un 'matrimonio sinestético' casi ejemplar. El primero con la coreografía de G. Balanchine, el segundo con la música de N. Rota. Los motivos de ambas felicidades matrimoniales, sin embargo, son casi opuestos. En el caso de Stravinsky, la danza tiende a fijar la absolutización del aquí y ahora -la plasticidad más tangible- que ya está presente en la música (de la misma manera que la música, como contrapartida, otorga a la danza una cuarta dimensión: el tiempo regulado; el tiempo finito que dura la obra y que es una muestra del tiempo infinito ó no-tiempo). En el caso de Fellini, la música constituye el puente -más o menos escapista- hacia al pasado-introspección. Entre Stravinsky y Balanchine hay un pacto cordial entre amigos; entre Fellini y Rota hay una profunda complicidad entre 'compadres'. En el primer caso el pasado viaja hacia el presente y el conjunto se concentra entonces fuera del tiempo, en el centro de una especie de mandala tibetano: el psiquismo queda al descubierto en un proceso de 'extrospección'. En el segundo caso viajamos hacia el pasado y también nos concentramos fuera del tiempo, pero ahora de manera introspectiva: viajamos hacia el centro del mandala; no es el centro del mandala el que viaja hacia nosotros. De aquí la presencia de un arco dramático que lleva asociado un viaje iniciático que acaba en una catarsis. Los finales de los filmes de Fellini acostumbran a constituir uno de los puntos clave dentro de su obra. Existe un punto de reposo -centro mandálico relativo- que a menudo contradice buena parte del discurso del film. Esta catarsis, sin embargo, no constituye el final del camino, sino la conciencia del camino, que resulta ser el mismo que al principio de la aventura. La naturaleza humana -personal ó grupal- no ha cambiado, lo que ha cambiado es la idea que el personaje ó el colectivo tienen de esta naturaleza. Jung diría que el inconsciente ha vertido una parte de sus contenidos a la conciencia. Cabiria acaba aceptando su destino –es decir, su naturaleza profunda-, que quizás la llevará a aventuras similares a las que han tenido lugar durante el film. De manera similar, sabemos con toda certeza que la historia del grupo de músicos que ensayan se repetirá más veces (en este caso hay un elemento doloroso: la pérdida de algún miembro por el camino -todas las civilizaciones acaban desgastándose-).
La relación del modelo psíquico de Jung con el pasado participa de los dos modelos que acabo de exponer. Por un lado también se nos habla de un viaje iniciático de aproximación al centro del mandala, el 'si-mismo', el llamado proceso de individuación. Por otro lado también, en cierta manera, el pasado -que ha quedado grabado en los estratos más internos de la psique colectiva- nos es acercado en forma cristalizada -atemporal-. En este caso hay, sin embargo, un elemento más: la relación con el pasado se complementa con la relación con el futuro. El viaje iniciático es el puente que une el "estar" con el "ser" y el "llegar a ser". Hemos eliminado la dimensión temporal o, mejor dicho, la hemos convertido en una dimensión espacial más, como en la teoría de la relatividad general (Einstein y Jung coincidieron ejerciendo su magisterio en Zürich). Dentro de la esfera psíquica, mundos que se nos presentan con una separación temporal enorme, pueden encontrarse muy cerca. Esta trascendencia del espacio/tiempos tiene muchas cosas en común con los acordes stravinskianos ó los finales fellinianos antes citados. Lo que temporalmente se nos presenta como sucesivo puede aparecer como simultáneo en la esfera psíquica, de la misma manera que el espacio/tiempo relativista forma un todo continuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario