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sábado, 26 de diciembre de 2009

Mezcolanza


En estos días navideños siempre parece ponerse más en evidencia la mezcolanza de elementos míticos mal sedimentados, la fijación al tópico más casposo y el sentido comercial salvaje que constituyen nuestros polos estéticos, mentales y morales. Mezcolanza extrañamente inestable y explosiva, además, por reunir de forma íntima elementos regresivos y escapistas. Todo sustentado en un falso sentimentalismo de grandes almacenes. Perdón: sé que me repito demasiado... Bon voyage!

sábado, 19 de diciembre de 2009

Valoración

Cuando un individuo ó una sociedad miran hacia su pasado y creen verlo de color de rosa en relación a su presente está jugando una parte importante en la apreciación el olvido selectivo, el escapismo regresivo y aspectos mentales-culturales todavía más inconscientes, como la mitología occidental del paraíso perdido. Si subimos un nivel el grado de consciencia de la apreciación y constatamos, pruebas en mano, que quizá no estemos siendo justos y que infraestimamos tanto los aspectos negativos del pasado como los positivos del presente, aún así se nos presenta una diferencia: en el pasado no valorábamos tanto las situaciones; las vivíamos sin tanta prosa y punto. El hecho de efectuar de forma creciente tal valoración puede estar unido a la edad, tanto personal como social. Con la edad hay más historia y menos horizonte. Dicho de otro modo; en el pasado, aun viviendo situaciones difíciles, se tenía menos necesidad de psicofármacos –de hecho, no hubo demasiada necesidad de inventarlos hasta pasada la II Guerra Mundial-. Evidentemente no juzgo los tiempos sino que –como buen INTP- intento percibir, desentrañar, encuadrar (que son parte de mi forma de entenderlos). Muy probablemente la vida muelle y narcisista que envuelve a buena parte de nuestra sociedad es la responsable nuestra bajísima tolerancia a la frustración.

martes, 15 de diciembre de 2009

Der Fall Hindemith


Escucho por la radio que la obra de Paul Hindemith influenció poco en el mundo de la creación musical después de la II Guerra Mundial y que solamente con el advenimiento de la postmodernidad (¡otra vez el dichoso término!), con su recuperación de la posibilidad de los lenguajes tonales, hizo justicia al maestro de Frankfurt. Esta afirmación puede llevar al engaño. Por un lado, la vanguardia europea aparecida alrededor de la mitad de siglo prescindió de (casi) todo lo anterior. No solamente de Hindemith; también buena parte de Stravinsky, los Six, Berg, e incluso Schönberg fueron puestos en la picota. Y también una parte de la obra de Messiaen, que en ciertos aspectos actuó como catalizador (ó más bien, padrino) de esa generación. Pierre Boulez, el alumno avanzado de esa vanguardia, formó parte del grupo de espectadores que pateó el estreno parisino de la stravinskiana Symphony in Three Movements a finales de los cuarenta (aunque hace unos años la grabó para DGG, la edad siempre abre la mente); escribió un famoso, ácido y polémico obituario para el jefe de fila de la Escuela de Viena (Schönberg est mort) e incluso se permitió afirmar abiertamente que aborrecía las obras de su querido maestro Messiaen que empleaban las ondas Martenot en su orquestación. El desprecio para con la obra de la generación anterior es un hecho más que común a lo largo de la historia. En ocasiones unido a una valoración positiva hacia la obra de la generación anterior, la que despreciaron los inmediatos antecesores (esta situación, por otra parte, evoca fuertemente la actitud común que se da entre padres, hijos y nietos). Lo que resulta más infrecuente es que la generación de la vanguardia se sitúa, precisamente, en el límite de un período (la Modernidad) y que lo que venga después no siga construyendo de forma dialéctica sino que admita que el fin de la evolución de los lenguajes ya ha tenido lugar, que todo ya está construido y todo puede convivir ahistóricamente in secula seculorum. Muchos de los propagandistas de la postmodernidad musical apuntalan su buena nueva denostando a la vanguardia de los 50’ y olvidando que esa generación actuó, como las anteriores, si bien de manera más radical, de forma histórica. Volviendo al caso Hindemith (Der Fall Hindemith, éste fue precisamente el título de un escrito que el Kapellmeister Furtwängler publicó en los diarios de la época para defender al compositor frente a los ataques de las autoridades nazis), podemos asegurar que empleó en su música un lenguaje propio de su época, ayudando además con ella a configurarla. Tras unos comienzos primero academizantes y después, ya en los años veinte, bastante radicales, Hindemith encontró su lenguaje y su filón creativo durante los 30’-40’ para después, ciertamente, caer en un estilo caligráfico en donde se pierde, en general, el vigor anterior. Así como los compositores a los que hacía referencia en un post reciente y que empleaban ya entrado el S XX un lenguaje más propio del XIX sí que han necesitado una interrupción del fluir histórico como la postmodernidad para ser recuperados, a Hindemith no le hacía falta tal circunstancia. Gran parte de la música representativa de la primera mitad del S XX se escribió con un lenguaje para-tonal.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Siglas














Una indicación callejera con su correspondiente flecha me indica la dirección del IMPO y del CPO. En el trabajo me inundan de mails con la cabecera fyi y las apostillas tbd, afak y otras lindezas. Cuando navego por la red los aka y lol son cada vez más frecuentes... Las siglas no son otra cosa que códigos pero un mundo de siglas es mucho menos que un mundo de códigos. Acaba siendo un mundo monocodificado ó, lo que es lo mismo, un mundo plano. Globalización implica mezcla de lenguajes pero no reducción de conceptos y matices. No estoy en contra de la creación y empleo de barbarismos mientras conduzcan a conceptos nuevos. Lo que me sí me parece más pernicioso es el empleo indiscriminado de false friends ó palabras similares con significados diferentes según la lengua. El idioma castellano está repleto de false friends ingleses (asimismo sucede a la inversa) que en ocasiones tienen una relación de significado casi opuesto. Todo el mundo da por sentado que actually no significa lo mismo que actualmente y sin embargo, el uso de evidencia (“obviousness”) por evidence (“prueba”) o de crime (delito) por crimen es cada vez más generalizado. Los lugares comunes tomados como piezas sobre las que construir la historia no funcionan, por mucho que el capitalismo postindustrial insista en ello.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Instintos


Dentro del proceso desestructurativo que sufre la civilización (¿occidental?) en la actualidad, un hecho llama fuertemente la atención, especialmente a los que por edad han vivido aparentemente la situación opuesta. Se trata de la obsesión por la sexualidad. La sola mención de esta palabra, hace cincuenta años, era considerada ofensiva para muchos (y no sólo en lugares mojigatos como la España de la época). Hoy en día la extensa profusión del tema ha llegado a restarle, si más no, fuerza social. Evidentemente que la revolución sexual de los 60’ tuvo una importante influencia en la demolición del tabú. Pero el tabú no sólo se ha demolido, sino que sus residuos –y he aquí lo trágico- se han vulgarizado. No estoy hablando de relatividad moral ni cosas por el estilo. Simplemente intento relacionar el proceso deconstructivo actual con la citada obsesión. Algunos alegarán que esta obsesión siempre ha existido y que en ciertos momentos históricos se hallaba fuertemente reprimida. No voy a negar del todo esta percepción, pero puedo recordar que todos los momentos históricos han tenido sus mecanismos de compensación de las represiones, desde las bacanales romanas hasta las consultas de las damas de la alta burguesía de la Viena finisecular al Dr Freud. Otros hablarán de liberación de los instintos con objeto de compensar la creciente racionalidad, que además se tiende a utilizar como agente opresor. Eso creo que empieza a tener más sentido. Sin embargo, no debemos adscribir la sexualidad solamente al nivel instintivo, ó incluso primitivo. Se trata más bien de un fenómeno esencial que puede teñirse de muchos colores ó estratos de desarrollo. La sexualidad es una fuerza de la naturaleza que existe en el reino animal (e incluso en el vegetal) y que impele a una serie de eventos. Pero si sobrepasamos los estratos más primitivos (que no solamente incluyen la fecundación y reproducción sino también la organización familiar y tribal; y que conste que también me refiero a los animales inferiores) podemos acceder a estructuras situadas en otro nivel de desarrollo. La sexualidad responde también a un fuerte deseo creativo en cualquier ámbito; basta observar las formas genitales que aparecen en los cuadros de numerosos artistas (Miró) ó los cuadernos de dibujo que Fellini garabateaba durante la elaboración de un nuevo film. Leo en un portal de noticias que los varones humanos se fijan especialmente en las nalgas y los pechos femeninos debido a un tema de puro instinto reproductivo, y que los humanos son una especie animal más. Todo ello es evidente, pero difícilmente nadie negará que los humanos constituyen la especie animal más desarrollada del planeta y que, consecuentemente, además de los instintos, responden a drivers de naturaleza más desarrollada. Todas las religiones (desde el pudibundo judeocristianismo hasta el desinhibido hinduismo) han reconocido la relación entre la sexualidad y el misticismo. Detrás de lo que se ha llamado la petite morte se esconden los primeros atisbos de la superación del ego, la muerte del yo. Una vez más pretendo ilustrar cómo los más diversos ítems no están enclaustrados en conceptos dualistas sino por nuestra mente. El encorsetamiento desaparece con sólo invocar a una espiral de desarrollo, a un despliegue evolutivo.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Buenas personas


Cuando hablamos de alguien y no tenemos otra cosa que decir de él que algo así como que “es buena persona” solemos dar a la frase una connotación ligera ó fuertemente negativa. Este hecho nos debería hacer reflexionar sobre el valor que hoy en día otorgamos a la moralidad. Porque, pensándolo un poco, ser “buena persona” en los tiempos que corren es algo que roza el heroísmo. El número de personas de las nuevas generaciones que piensan que siendo “buena persona” no se llega a ninguna parte en este mundo sigue teniendo un peso importante. Todavía quedan bastantes vestigios, por tanto, de la famosa generación X, aquella que, siguiendo una ley generacional inexcusable, se rebeló contra la generación que le había precedido, la de los que querían cambiar el mundo de forma pacifista, con flores de todo tipo, incluidas las de adormidera, y se decantó hacia el supuestamente glamouroso universo yuppie. Muchos de los miembros de esta generación suelen distinguir continuamente entre lo que se aparta de la ley y lo que puede ser moralmente reprobable. Esto no deja de ser un mero juego de palabras. Porque lo que se supone que la ley debería reflejar no es otra cosa que un uso de códigos éticos intersubjetivos mínimos. Si alguna acción es legal pero moralmente dudosa, es señal inequívoca de que la ley no está bien configurada. Ya sé que hecha la ley, hecha la trampa. Solamente hay que remitirse a todos los casos de corrupción local con que los medios de comunicación nos han regalado en los últimos tiempos. Ante tanto robatorio nos escandalizamos, por eso, de manera un tanto superficial y aparente. En el subconsciente de muchos flota una admiración hacia la picardía y la trapisonda. Ello explicaría el por qué los italianos insisten en votar a un delincuente como primer ministro.

martes, 17 de noviembre de 2009

Verdades


No debéis temer a la verdad; sólo la verdad os hará libres. Esta famosa cita de la carta de san Pablo a los Romanos, bien que en el siglo I no se había inventado aún la filosofía crítica, tiene un gran contenido autoreferencial. Y la verdad a la que hace referencia es, simple y llanamente, la verdad subjetiva ó intersubjetiva. Es una frase fuertemente asociada al desarrollo de la persona, una afirmación que invita al crecimiento, de aquellas que te ponen un espejo enfrente de tu rostro para que aumentes tu grado de conciencia. Un poco como la historia de Pinocchio, Pepito Grillo y la famosa nariz creciente. Pero claro, lo que no dice es que la verdad sea agradable a primera vista, como tampoco lo sea la libertad. Y en los circuitos mercantilistas lo que se vende no es libertad, sino todo lo contrario. Se vende todo tipo de pócimas para adormecer la conciencia y acceder con ello a una efímera sensación de bienestar que dura poco y además deja resaca, con lo que la pócima debe de ir aumentando cada vez más su potencia sedativa, hasta convertirse en estupefaciente que llegue a provocar una profunda escisión interna del ser. Puedo parecer estrechamente moralista pero me ciño simplemente a datos objetivos. Ya sé que el mundo, ahora como casi siempre, prefiere vivir engañado y feliz. Debe ser por eso que hoy día cualquier presentación, información, resumen ó actualización debe de contener altas dosis de (auto)engaño, so pena de no pasar censura previa. Lo que más me inquieta en estos casos es la naturaleza del supuesto receptor del engaño. A fuerza de querer engañar con menguante sentido de vergüenza o de disimulo nuestra meta natural no es otra que la del autoengaño. Y eso es más bien patético. El mundo engañado y feliz, a propósito , es el título de una agridulce cancioncilla de Mozart con texto de Christian Weise:


El rico necio, forrado de oro,
atrae las miradas de Celimena;
ella repudia al hombre honesto
y elige al chicharelo por marido.
Se celebra una fiesta suntuosa,
y pronto llega el arrepentimiento.
¡Si el mundo quiere ser engañado,
que sea engañado¡

Beate, que hace pocos días
era la reina de las cortesanas,
empezó a vestir de violeta,
y a adornar púlpitos y altares.
A juzgar por su apariencia,
muchos la tendrían por un ángel puro.
¡Si el mundo quiere ser engañado,
que sea engañado¡

Cuando beso mi Carolinilla
tiernamente le juro fidelidad eterna;
ella hace ver que ningún otro joven
conoce aparte de mí.
Una vez que Cloé me robó el corazón
Damis ocupó mi lugar.
¡Si todo el mundo debe ser engañado,
yo también seré engañado¡

martes, 10 de noviembre de 2009

Uniformidad


Una de las cosas que más me aterra de nuestro presente es su aparente uniformidad. En realidad el mundo siempre se nos presenta como multiforme, dependiendo no solamente del grado de percepción de cada uno sino especialmente de la amplitud de sus referentes (experiencia) y de la madurez de sus apreciaciones (conciencia). Todo esto no es tenido en cuenta normalmente a la hora de emitir juicios, ya que estamos absolutamente obcecados por una especie de realismo ingenuo que se da sin más por supuesto y que nos hace creer que somos transparentes en nuestras apreciaciones y directos en nuestras percepciones. El mundo de la ciencia –que por otra parte respeto y al cual de alguna manera también pertenezco- tiene una parte de la culpa en el fomento de esta suposición tácita. En la actualidad se toma por científico todo lo que proviene de algún tipo de experiencia, con datos contrastados y referencias. Pero esto es solamente una parte del trabajo científico; la parte que podríamos tildar de “tirar del hilo” y que Kuhn denominó con más o menos acierto “ciencia normal”. Lo que este autor denominara “ciencia revolucionaria” está en la misma base del edificio y consiste nada menos que en dar a luz (en el sentido socrático) nuevos paradigmas, nuevas mentalidades. El mundo de las ciencias naturales nunca ha llegado a tomar del todo en serio esta línea de pensamiento (que deriva directamente de Koyré y Bachelard, por cierto) y quizá por ello que el campo de las humanidades no solamente lo adoptó sino que lo interpretó a su gusto y manera, dando un barniz de postmodernidad al conjunto con el que el propio autor nunca llegó a estar de acuerdo. La tendencia a aceptar únicamente la parte material, física, externa, como único elemento constitutivo de una nunca discutida realidad objetiva e independiente con la consecuente relegación del resto a la zona equívoca de la subjetividad hace el resto.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Die Mauer


Se celebra estos días el vigésimo aniversario de un hecho que resume y simboliza el fin de toda una constelación de situaciones, mentalidades y acontecimientos que envolvieron al mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El muro de Berlín era la guerra fría, la tensión entre dos bloques, el telón de acero, la política del terror. Pero cuando todos los elementos estuvieron en su justo punto de cocción, bastó una pequeña revolución de terciopelo para que todo el entramado tan férreamente mantenido durante tanto tiempo se viniera abajo en un santiamén. ¿La razón? El cambio de mentalidad, sin duda. Buena parte de los giros globales en la historia tienen este origen. El cambio de mentalidad, sin embargo, es un proceso lento, que requiere su tiempo, sus batallas y sus mártires tardíamente comprendidos. No es simplemente una cuestión de medición de fuerza bruta, como muchos historiadores de otras épocas querían creer. Las nuevas mentalidades suelen ser más avanzadas que las antiguas (aunque la historia demuestra que también existen peligrosos recovecos que después deben de ser dolorosamente retrocedidos). Y por más avanzadas, además de más convenientes y adaptadas, entiendo un grado de evolución de conciencia que afecte a todos los parámetros de una época. Por mucho que el señor Amenábar se deleite con Hypatia y quiera contraponer el refinamiento del paganismo con la barbarie del cristianismo (en una especie de imposible dualidad atemporal llena de clichés, y que procede directamente de la literatura de los últimos 200 años), ésta última mentalidad representaba en el S IV la visión más evolucionada, que tendía a admitir una especie de relación nueva entre toda la humanidad más allá de la tribu, a la vez que tomaba conciencia de las limitaciones morales de la esclavitud. Como el lampedusiano Príncipe de Salina reconociendo que la historia había pasado página y el feudalismo se había agotado. El problema tiene lugar cuando asignamos a una mentalidad la etiqueta estática simple de buena ó mala. Porque el quid de la cuestión está en la evolución y conveniencia de cada una de ellas a lo largo de la historia.

jueves, 29 de octubre de 2009

Agarraderos


Cuando uno se siente enfermo, ya sea física ó mentalmente (y especialmente en este último caso, aunque en la mayor parte de las ocasiones las enfermedades poseen un grado variable de cada uno de las dos componentes), asume, consciente ó inconscientemente, con facilidad ó con esfuerzo, que su situación es más ó menos temporal (evidentemente no hablo de situaciones crónicas, que van más bien por el camino de la aceptación). Es decir, que la pérdida de paisaje vital, referentes, y otros elementos es pasajera y que, tras el evento, se recuperarán, o, mejor aún, saldrán renovados después de algún tipo de crecimiento y evolución. Idéntica situación acaece con la sociedad. Las épocas de crecimiento son difíciles porque toda la energía se encuentra concentrada en el cambio propiamente dicho y queda poca de ella disponible para satisfacer las contingencias del día a día. Estoy describiendo una vez más la condición de la vida postmoderna. Si, de acuerdo con el sentimiento común, lo único que podemos sentenciar es que la estructura subyacente ha desaparecido, estamos haciendo referencia al sistema de coordenadas previo, al de la modernidad. Durante las etapas de crecimiento, paralelamente a la noción de supervivencia que explicaba antes, cabe plantearse que, por mucho que las verdades absolutas hayan desaparecido, el grado de relatividad de las verdades relativas sigue ahí. Y tal escala de grado de relatividades es la que debe de actuar como guía en esta situación. El auge del cientifismo se debe en gran parte a que este tipo de conocimiento parece poder ocupar el lugar de lo que en otras épocas se tomaban por verdades absolutas (existe otro componente más directo: el poder de todo tipo que puede llegar a generar). No nos engañemos: las verdades absolutas no pueden existir en nuestra estructura cognitiva tardo-racional. Una vez más somos nosotros quienes configuramos las certezas: cuanto más absoluta queremos que sea una verdad más la alejamos de nosotros, y ahí el error. Un viejo refrán americano reza que no puedes conocer totalmente a alguien hasta que no has calzado sus zapatos. Es una metáfora, pero muy elocuente.

sábado, 24 de octubre de 2009

Babel



Me he repetido bastante en recientes ocasiones haciendo referencia a los lenguajes de la postmodernidad y su Babel particular en donde más que falta de entendimiento, lo que ha deparado es ignorancia y conocimiento selectivos ó dirigidos. El origen de esta situación, también lo que recalcado, es una situación de cambio. También recuerdo haber hablado hace más tiempo sobre la vigencia de los diferentes y sucesivos lenguajes durante los correspondientes períodos históricos, constituyendo, además, una de sus claves configurativas. Lo cual no quiere decir que las obras maestras plasmadas en ese lenguaje no sigan hablando a lo largo de la historia cuando ese lenguaje ya no resulta el más apropiado para decir cosas nuevas. A lo largo de los últimos quinientos años de la historia de la música podemos asistir a un elevado número de casos en que un creador que ha formado parte activa e incluso destacada del grupo en un determinado período no ha sido capaz de seguir a sus coetáneos ó al menos de disponer de recursos para seguir creando. No me estoy refiriendo a los casos de “decaimiento de inspiración” ó de “repetición caligráfica”, o mucho menos de limitación de recursos. Existe también el caso de los maestros que, en épocas tardías de su carrera creativa, llegan a desarrollar un lenguaje propio algo apartado del curso de lo venidero, algo así como un “venidero imaginario” que resulta innovador, pero exclusivamente desarrollado para uso personal (Beethoven es el ejemplo clásico); si bien en estos casos existe un lenguaje de períodos anteriores con mucha influencia posterior (¡Beethoven de nuevo!). Rossini, coetáneo de Beethoven, compositor dotado y extensamente apreciado en su época, se retiró a efectos prácticos de la composición a los 37 años (murió a los 76), después de haber escrito su Guillaume Tell. ¿El motivo real? Pues sin duda el hecho de que el nuevo lenguaje operístico romántico le era absolutamente ajeno. El resto de su producción consistió mayoritariamente en piezas religiosas ó de cámara que durante muchos años no se tomaron demasiado en serio (personalmente creo que el Agnus Dei de su Petite Messe Solennelle no llegó a ocupar su puesto propio hasta que Fellini lo utilizó como imagen sonora en los primeros minutos de su E la nave va...). A comienzos del S XX a muchos compositores les pasó lo contrario de lo que a Rossini, es decir, no llegaron a poder librarse del lenguaje propio del romanticismo tardío. Grandes autores como Rachmaninov, heredero de la gran tradición rusa del XIX y Sibelius, gran impulsor de la música y el sentimiento nacional finlandeses, vieron mermada su carrera ulterior por esa razón (hecho en ambos casos dolorosamente reconocido por los propios autores). Incluso compositores que en su momento tuvieron nuevas cosas que decir se vieron después relegados al rincón de los trastos viejos (Strauss). Cuando el kaiser Guillermo II le echó en cara a Stravinsky (a raíz de la presentación en 1912 en Berlín de L’Oiseaux de Feu y Petrouchka por parte de los Ballets Russes) que la música era demasiado ruidosa (tal como explica deliciosamente el propio autor) estaba hablando de un lenguaje nuevo, de un estilo (la música de Salome y Elektra es muchísimo más ruidosa, pero podía llegar a encajar con el oído imperial). ¿A qué vienen todas estas disquisiciones? Estoy leyendo uno de los libros de música más publicitados de los últimos años, The rest is noise (escuchando al S XX a través de su música) de Alex Ross. El libro está escrito como un best-seller, con sus grandezas y sus miserias, con aquel estilo americano franco pero serio de crítica que Deems Taylor puso en boga en los años treinta. Cada uno de nosotros tenemos nuestros particulares gustos personales, pero creo que dedicar a Sibelius 25 páginas del libro mientras que los espacios dedicados a Bartok, Hindemith, Honegger ó Ginastera se hallen ó muy desperdigados ó incluso inexistentes me parece una muestra más del particular Babel de que hablaba al principio. Con todos los respetos para Sibelius y su actual redescubrimiento. Tampoco haré como el siempre agresivo Th. Adorno que decía que si la música de Sibelius era buena, este hecho invalidaba toda la historia de la música, de Bach a Schönberg. Siempre hay que relativizar.

martes, 6 de octubre de 2009

Quejas Improductivas


Nadie es profeta en su tierra, reza el dicho popular. Cuando la tierra en cuestión es España la afirmación cobra un tamaño descomunal. En España somos expertos en quejas improductivas, deporte que practicamos desde hace muchos siglos, al contrario que nuestros envidiados vecinos galos. Por eso las ideas de la Revolución Francesa llegaron tarde aquí y se desarrollaron mal (ó quizás todavía no han llegado del todo). Pero el tema del estado cortijil con gobernantes de izquierdas que viven 150 años atrás y gobernantes de derechas que viven 500 años atrás no es el de este post. Hablaba antes de reconocimientos. Para poder reconocer, sin embargo, es preciso primero conocer. Y aquí no se reconoce a nadie que antes no haya reconocido el mundo. Y aún así, en algunas ocasiones se desconoce absolutamente todo lo que se aparte de la cultura popular ó el deporte (con todos mis respetos para ambas actividades). El pasado 25 de septiembre falleció en su ciudad natal la mayor exponente del pianismo en España (y una de las mayores en el mundo) de la segunda mitad del S XX, Alicia de Larrocha. Los medios españoles apenas le dedicaron los espacios mínimos de rigor. Aparentemente, todo el interés “musical” del momento estaba centrado en la trama de los ladronicios de Félix Millet y su Fundació Palau de la Musica-Orfeó Català. Los políticos asistieron a los actos fúnebres con aspecto de no saber muy bien a quién honraban (se dió la explicación de que lo hacían así porque la finada poseía la Creu de Sant Jordi -como el propio Félix Millet-). El New York Times, sin embargo, dedicó a la pianista fallecida toda una página de su edición del día 26, así como The Guardian y otros importantes rotativos internacionales. La noticia también apareció en la versión inglesa de varios portales de Internet (las versiones españolas siguen más interesadas en el tamaño de las tetas de ciertas artistas y temas similares). Aunque a muchos ciudadanos españoles (y a la mayoría de los políticos entre ellos) les parezca mentira, la música todavía cuenta en muchos rincones del mundo. En nuestras latitudes se sigue considerando un divertimento menor que sirve de excusa para el encuentro de los elementos de la llamada “sociedad civil”. Lamentable.

jueves, 17 de septiembre de 2009

IQ


Últimamente nos hemos visto inundados de ciber-invitaciones para realizar sencillos tests que revelan de forma automática nuestro coeficiente de inteligencia, el célebre IQ. A menudo tales invitaciones van acompañadas de confusas referencias a algún personaje histórico, el 90 % de los casos al Sr. Einstein. Nunca he accedido a tales invitaciones, pero me temo (como buen señor de mediana edad) que deben de ocultar algún mensaje comercial disfrazado con uno de los anzuelos que más presas captan en la actualidad: el cultivo del ego. Presumo que el resultado es que te conceden un IQ a medio camino entre el Austrolopithecus y Einstein y te ofrecen a cambio una nueva invitación para que consumas –ahora sí, pagando- algún bien fútil. Tu orgullo ha sido complacido y el bolsillo del anunciante también. Entonces cabe preguntarse que quién triunfa en nuestra sociedad, el más inteligente ó el más listo (o, en determinadas áreas, el más listillo). Una vez más el mercantilismo explotando clichés. No se te invita a que realices un test para determinar tu grado de felicidad porque esta operación quizás te haría reflexionar demasiado y en estos nuestros tiempos el reflexionar y el consumir son tareas bastante incompatibles. Tampoco sobre tu grado de listeza porque los que de verdad son listos ya han aprendido a no perder el tiempo en tales zarandajas. Y, evidentemente, mucho menos sobre tu grado de sabiduría, en el dudoso supuesto de que se pudiera diseñar un test a tal efecto. Si por algo ha pasado Einstein a la historia ese algo fue el resultado de una improbable combinación de inteligencia, sabiduría, capacidad de síntesis, potencial creativo y, por que no, también algo de listeza.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Abrazos


Ayer oí la noticia que daba cuenta de un nuevo modelo de suéter “tecnológicamente diseñado” capaz de proporcionar “abrazos” a aquel que lo llevara puesto. Los fabricantes sugieren que, puesto que tales “abrazos” pueden provenir de señales remotamente situadas, el artefacto resulta ser sumamente útil en aquellos casos en que un miembro de la familia alejado en el espacio decide dispensar una muestra de afecto al usuario de tal prenda. La invención da para muchas reflexiones, desde las psicológicas hasta las sociológicas, pasando por las filosóficas (si es que éste último grupo de reflexiones puede seguir existiendo en realidad). El paradigma racional incluye un término fuertemente asociado a tal estructura (y, a estas alturas, yo diría que hasta la obsesión), la causalidad. Hasta hace, digamos que unos cincuenta y tantos años, el conductismo clásico preveía un circuito causal muy claro: un afecto provocaba un gesto externo (bien, el conductismo más estricto ignoraba los afectos y sólo atendía a sus consecuencias) que quedaba reducido a un movimiento muscular. La evolución del pensamiento y modas en psicología condujeron a versiones más tendentes a una causalidad de tipo circular: un afecto provoca un gesto, pero un gesto también puede provocar un afecto. Así, los estudios demostrando que una disposición facial de tipo sonrisa ó una posición erecta de la espalda provocan una acusada mejor disposición de ánimo que una cara larga ó una espalda inclinada. Podemos apuntar que desde una (a)perspectiva transmental la causalidad circular ha terminado por desmantelar el propio concepto clásico y que, más que hablar de causalidad, podemos asociar ó constelizar hechos percibidos desde diferentes mundos. Un aumento de la concentración de serotonina en las sinapsis nerviosas no provoca un estado de felicidad ni un estado de felicidad provoca tal aumento sino que más bien podemos decir que ambas situaciones (la una física y en tercera persona, la otra anímica y en primera persona) están asociadas. La adopción de tal punto de vista incluso nos permite incluir fenómenos ajenos a la racionalidad, como la sincronicidad (fenómeno en numerosas ocasiones más cercano a las estructuras prementales que a las transmentales, por cierto). Volviendo al tema inicial, podríamos suponer que el afecto provoca el abrazo y que el abrazo provoca el afecto, como asumo que suponen los fabricantes del famoso suéter. Pero hay algo más: el afecto y el abrazo están asociados, pero constelizan toda una serie de percepciones y afectos adicionales, y para que esta asociación sea plenamente efectiva a todos los niveles, es necesario un mínimo contacto físico. De esta manera los lazos abrazan toda una serie de niveles, desde los físicos hasta los espirituales, pasando por los anímicos y los mentales. Resumiendo; lo del suéter no es más que un nuevo ejemplo de despersonalización, con una poco disimulada componente reduccionista oculta bajo su manto.

viernes, 28 de agosto de 2009

Procesos


Hoy hace exactamente 57 años que se estrenó en Woodstock la famosa pieza de John Cage 4’33’’, que con los años ha llegado a ser la obra más significativa –y, con mucho, la más comentada y analizada- de su autor. La (no-)composición, escrita para cualquier solista ó conjunto vocal ó instrumental, consta de tres movimientos, para cada uno de los cuales la partitura muestra una única indicación: TACET. Como las telas en blanco de Robert Rauschenberg, concebidas en la misma época, 4’33’’ ilustra de forma categórica una nueva manera de concebir la obra artística, no ya como objeto sino como proceso. Y mientras que la serie de Rauschenberg nos muestra el espacio como generador de tal proceso, la obra de Cage hace lo propio con el tiempo. En el vacío espacial ó temporal se halla contenida toda la existencia, según los principios taoístas. El silencio propuesto por 4’33’’ es (a pesar de las explicaciones que el propio autor aporta sobre los ruidos accidentales que puedan tener lugar en el transcurso de la ejecución) atemporal, transmental. Es el silencio del zazen. De hecho, el título de la pieza resulta irónico porque alude al tiempo cronométrico. Es por eso que el comentario de Stravinsky tras el estreno (“esperemos que la siguiente obra no sea igual, pero más larga”) muestra cierta incomprensión acerca de la significación de la (no-)pieza. Las aproximaciones a la atemporalidad propuestas por el ruso todavía están inmersas en la temporalidad: la música como generadora del tiempo.

domingo, 23 de agosto de 2009

Sonrisas


Uno de los indicadores que considero más precisos a la hora de informar sobre una cultura (con un grado variable de localismo) es su arte religioso. Especialmente cuando se confrontan culturas locales con un alto grado de parentesco. Quizás porque en el arte religioso se da una proyección más honda de cada idiosincrasia particular, ó simplemente quizás debido a la primacía de este tipo de representación a lo largo de buena parte de la historia de los últimos mil años. Visitando museos e iglesias en España, Francia e Italia siempre he tenido la misma sensación. Frente a la misma tradición católica que ha dado lugar a un tipo de imaginería similar (y también de escenografía; muy felliniana según el propio autor de Amarcord), si comparamos las morfologías y expresiones de las representaciones en las diferentes áreas saltan a la vista las diferencias. Las Vírgenes y santos hispánicos son figuras enjutas –en algunos casos rozando la anorexia- e invariablemente ponen cara de sufrimiento, cuando no de terror. En claro contraste, las correspondientes figuras galas muestran faces regordetas y cara de complacencia, cuando no de franca alegría. A medio camino, las figuras italianas parecen estar siempre en plena representación teatral, o como mínimo, en un casting para una telenovela. Quizás en el caso de Italia se da una fuerte componente diferencial debido al gran empuje sufrido por las artes plásticas a partir del S. XIII que hace que las representaciones pictóricas y escultóricas estén fuertemente teñidas por la personalidad de su correspondiente autor. Es por eso que se hace difícil encontrar una figura que simbolice de forma colectiva el sentir de esa área, al revés que en el caso de Francia (el sonriente ángel de la catedral de Reims) ó de España (cualquiera de las dolientes figuras neobarrocas que se utilizan en las tradicionales celebraciones de Semana Santa). Quizás los ángeles de Francia rían más que los santos de España porque su actitud frente a la vida sea más positiva. Quizá porque tengan más la sensación de abundancia, o porque su dieta incluya más lácteos y vino, o simple y llanamente porque tengan la sensación de vivir en el mejor lugar del mundo. Ortega y Gasset ya hacía notar que las omelettes francesas parecían los brazos de una figura femenina de Rubens en comparación de la escuchimizada tortilla a la francesa española.

sábado, 15 de agosto de 2009

Cárceles


Hace poco oí una conversación sobre la conveniencia del castigo penitenciario asociada con la posibilidad de reinserción social. Este tema suele disparar encendidos encuentros entre tertulianos. El castigo se puede considerar desde infinidad de puntos de vista, desde al más primitivo que lo asocia a la venganza personal o social contra determinado individuo ó grupo (“ojo por ojo, diente por diente”) hasta el más evolucionado que lo considera un método forzado de crecimiento que puede funcionar de forma paralela a los castigos que se aplican –hoy día menos de lo que se debería- a los menores de edad y que están destinados al aprendizaje y manejo de las coordenadas vitales, pasando por el punto de vista intermedio y más práctico que considera que la privación de contacto de un individuo con la sociedad se hace necesaria en bien de la salud de ésta última (“segregación de las manzanas podridas de las sanas”). La consideración sobre qué punto de vista se adapta mejor a nuestro sentir va íntimamente ligada con nuestra consideración sobre la naturaleza del delito. Quien adscriba el delito a una capacidad limitada de conciencia sin duda adaptará el punto de vista pedagógico, o de crecimiento (evidentemente, existen casos cuya capacidad de crecimiento está severamente acotada). Quien no pueda liberarse de los conceptos cerrados buenos y malos, inocentes y culpables, víctimas y verdugos, adoptará la postura intermedia, mientras que el que quede cegado por los sentimientos y sea incapaz de establecer una distancia mínima que le permita siquiera una pequeña reflexión, abogará por la más primitiva de las soluciones. Aunque las afinidades electivas particulares pueden variar ampliamente en función de la implicación personal en cada caso.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Preguntas


Oigo por centésima vez en un film dirigido a los niños la eterna discusión entre los “menores” y las “personas mayores” acerca de la existencia de la magia. Los adultos aparecen en tales situaciones siempre dispuestos a chafar la guitarra de los pequeños asegurando que la magia no existe hasta que los hechos que se desarrollan a continuación demuestran lo contrario. Entonces los adultos “buenos” acaban dando la razón –limitadamente- a los menores y todos acaban muy amigos. El esquema puede parecer algo ñoño y de hecho lo es, aunque los esquemas alternativos postmodernistas en que los menores acaban deconstruyendo culturalmente el universo de los adultos para gran espanto de éstos se suelen quedar ahí y no ofrecen conclusiones ó, como se diría ahora, action points consistentes. Pero el punto de reflexión en este caso no viene dado tanto por la relación entre jóvenes y adultos cuanto por la eterna, ubicua y generalizada tendencia a proyectar en un espacio supuestamente “externo” todas nuestras teorizaciones, creencias, estructuras cognitivas, creaciones, fobias, miedos,…con la consecuente restricción severa de lo que representa nuestro yo particular. A la pregunta ¿existe X? siempre tendemos a convertir a X en un habitante de un mundo externo ajeno e independiente de nosotros. Y si es necesario, personalizamos a X. Es por eso que las respuestas a las preguntas: ¿existe la magia? ¿existe la relatividad general? ¿existe Dios? ¿existen los fantasmas? ¿existe el destino? ¿existen los OVNI? siempre deben de contextualizarse apropiadamente dentro de un marco de referencia. Todos los ítems citados existen en uno u otro espacio de conocimiento. No es que Santa Klaus no exista y la causalidad si; simplemente existen en algunos sistemas y no en otros. ¿Se deduce de ello que nosotros mismos creamos los espacios cognitivos con sus diferentes realidades? Sí y no. Digamos que accedemos a los diferentes espacios de forma progresivamente abarcante. El supuesto espacio externo ajeno e independiente no existe porque conforme ascendemos a través de los diferentes estados ampliamos efectivamente el grado de consciencia y nos damos cuenta de que “como adentro es afuera y como arriba es abajo”.

jueves, 23 de julio de 2009

Serendipia


El mundo contemporáneo ha inventado una palabra con que designar algunos de los procesos que se resisten a ser convenientemente explicados a través del paradigma científico en uso. Lo que en las tribus primitivas sucedía debido a los Guardianes del Cielo, en la Grecia Clásica debido a los Hados y en el Renacimiento debido a Fortuna, en el mundo actual sucede debido a la casualidad o, hablando más técnicamente, a la serendipia (serendipity). La evolución del agente explicativo corre pareja a la evolución de la estructura cognitiva al uso en cada época. Existen, sin embargo, diferencias. Porque los Guardianes, Hados, Fortuna y otros agentes progresivamente menos divinos poseían autonomía, autoridad y persona. De esa manera se podía explicar cualquier cosa que quedara fuera del paradigma. Si, de repente, un dios caprichoso y evanescente decidía castigar ó premiar de forma caprichosa a un mortal caprichosamente elegido, no cabía preguntarse más explicación, so pena de un castigo mayor. Por tanto, nada quedaba fuera del paradigma. Desde el punto de vista del conocimiento racional (que no se tiene por qué oponer a los modos de conocimiento previos, sino que más bien tiene que superarlos por integración y permitir la evolución ulterior), lo que no puede explicar el paradigma mayoritario se aparta ó, cuando menos, se cataloga primero y, en caso de que no le resulte nocivo, se recircula previamente etiquetado. De esta manera, los hechos explicados a través de serendipia pueden incluso ser objeto de proyección psicológica por parte de los sustratos cognitivos más primitivos. Cuando oímos ó leemos la historia (¡mito!) de un descubrimiento propiciado por serendipia se nos activan ciertos puntos que la racionalidad pura evita cuidadosamente pero que sin embargo contribuyen poderosamente a nuestro equilibrio psíquico. Los petits personnages que pululan por el mundo de la ciencia, como hacía la curia romana en el Renacimiento, anatematizan cualquier intento de desviación. Ahora quemar a alguien en la hoguera resulta inaceptable pero sí se puede seguir condenándolo al ostracismo: lo que no es científico, no es verdadero. Y cuando observan que muchos de los descubrimientos científicos realmente trascendentes han nacido fruto de la intuición y creatividad en muchas ocasiones asociada a aparentes casualidades más que de la pura racionalidad relacional es cuando inventan un término con que catalogar tales manifestaciones. Se trata de una especie de bautismo a través del cual se borra el pecado original de falta de racionalidad. Irónicamente, los guardianes de tales purezas proyectan las correspondientes “impurezas” en terrenos susceptibles de sentimentalismos como la música o la literatura. Me temo que entienden tan poco de arte como de ciencia…

lunes, 13 de julio de 2009

Intuición


La intuición, función psicológica que Jung situaba al mismo nivel que el raciocinio, la sensación y el sentimiento, es, sin embargo, la más difícil de definir de las cuatro. Normalmente hablamos de razonamientos intuitivos ó no intuitivos atendiendo a la naturalidad con que se adaptan a los patrones que utilizamos para tejer nuestro discurso lógico y, de alguna manera, asociamos el carácter intuitivo a un tipo de razonamiento que llega con facilidad a predecir ó explicar un fenómeno. Precisamente el sentido que Jung asociaba a la función intuitiva viene a ser, en cierta manera, la contraria. La intuición como percepción no sensorial, no racional, no emotiva, que puede partir de una de ellas, pero que se sitúa más allá. La intuición puede provenir de la experiencia acumulada, pero también puede tener un origen inconsciente. Y el inconsciente de Jung es un espacio que abarca grandes extensiones de terreno. La intuición, así considerada, puede ser una estructura tanto pre- como trans-racional. En el primer caso se conoce comúnmente como olfato, interesante símil que nos acerca al más primitivo de los cinco sentidos. En el segundo cobra la forma de sexto sentido; por ejemplo, en la forma de percepción llamada ojo clínico (otra vez un símil sensorial, esta vez relacionado con la agudeza). El médico con buen ojo clínico (cada vez cuestan más de encontrar, porque nuestra sociedad hipertrofiada de racionalidad tiende a rechazar este tipo de percepción) no necesita pedir un sinfín de pruebas clínicas sofisticadas sino que va directamente a lo que su intuición le dicta. Las manifestaciones más primitivas de la intuición en ocasiones están relacionadas con los conceptos de supervivencia y lucha por el poder, como es el caso de la detección, en base a unas características morfológicas, de las personas que nos pueden ser afines y las que no con una simple y rápida mirada. Esta clasificación, con el paso de los años, pasa de dividir al prójimo en las categorías de “los deseables” y “los indeseables” a establecer una gradación de características más cercanas ó menos a las propias (además, la experiencia enriquece la pura apreciación simplista, ofreciendo mil matices que no se nos aparecen en nuestra primera percepción). Las manifestaciones más evolucionadas de la intuición corresponden a las de los visionarios, especialmente los que descubren nuevos modos de transcurrir, como algunos artistas, científicos ó sabios. Las intuiciones, sin embargo, son difícilmente compartibles y deben de plasmarse en objeto de percepción física (el arte), de percepción cognitiva (la ciencia) ó de percepción moral (la sabiduría). Y eso requiere un considerable esfuerzo que, sin embargo, viene propiciado por la propia intuición.

miércoles, 1 de julio de 2009

Yoidad


Acabo de leer el último libro que ha publicado Douglas Hofstadter, Yo soy un extraño bucle, en donde el autor propone, desde un punto de vista puramente reduccionista, un modelo de consciencia basado en dinámica de sistemas. Aunque el estilo de este autor sea siempre de lectura agradable, no estoy seguro de que cuando utiliza términos como dualismo cartesiano ó experiencia se refiera a los mismos conceptos que los filósofos ó psicólogos suelen asociar a dichas palabras. Si bien estoy de acuerdo con varios de los razonamientos y conclusiones con que Hofstadter adorna su obra, creo que evita profundizar en lo que su discípulo David Chalmers denomina the hard problem of consciousness y para zanjar la cuestión adopta el punto de vista de transparencia cognitiva/fisicalismo radical que tanto abunda en el mundo de los científicos. Así, la consciencia es considerada como un emergente de alto nivel a partir de fenómenos microscópicos de bajo nivel, mientras que la “yoidad” es vista como una especie de espejismo que un extraño bucle de autorefuerzo alimenta constantemente a lo largo de la vida y que, en realidad, se puede considerar repartido entre un colectivo de individuos. El autor compara esta emergencia en el cambio de nivel con la significación que adquieren las letras cuando se ordenan adecuadamente formando palabras y éstas formando frases capaces de transmitir mensajes ó los sonidos musicales aislados que solamente adquieren sentido cuando se agrupan en frases y sistemas de nivel superior. Pero aquí la metáfora creo que apunta hacia las debilidades del sistema de representación más que hacia la fuerza de un símil ilustrativo. Las letras de un alfabeto se pueden considerar signos que han tenido su evolución. De la misma manera que Hofstadter explica que un “yo” no nace sino que se va formando progresivamente, los signos de la escritura no nos vienen dados: progresan y, lo que es más importante, en todo momento se corresponden con unas sonidos que resultan de la descomposición de unas palabras que también han nacido y evolucionado a partir de células primitivas. Cuando la práctica literaria por un lado y la teorización estructuralista por el otro llegaron a vislumbrar la posibilidad de desconexión entre signo y significación –cosa que supuso un avance radical a costa de una pérdida también radical- el mundo se empezó a poblar de elementos lingüístico-literarios virtualmente transracionales que la postmodernidad acabaría popularizando. De igual manera, una nota musical aislada puede tener una significación (transtonal/aperspectivista) que la práctica musical –Scelsi, Feldman,…- hace ya mucho tiempo reveló. Los atisbos que la propia autocrítica –entusiasta y sincera- de Hofstadter deja para la apertura de nuevas estructuras de conciencia se limitan a clasificar tales aproximaciones o bien como “dualistas” o bien como panpsiquismo. Y una vez establecido el carácter autoengañoso de la yoidad (tesis a la que se puede llegar partiendo desde muy diversos enfoques iniciales) el autor asume que tal engaño es absolutamente necesario por lo que hace a la supervivencia de la especie y que se hace necesaria la convivencia con la paradoja, considerando inútil liberarse de ella tal y como proponen el zazen ó el taoísmo. Pero tal liberación ¿No correspondería a la irrupción en la conciencia de un nivel de percepción superior?

miércoles, 24 de junio de 2009

Knock-outs


En el mundo de la biología es frecuente la manipulación de individuos de una especie –usualmente, ratones- a los que se les ha programado genéticamente la supresión de determinado gen (los llamados knock-out) con objeto de conocer la función de ese gen y la de las correspondientes proteínas que codifica. Es un método expeditivo que puede dar una idea de la asociación entre estructura y función (aunque los organismos siempre desarrollan vías compensatorias para subsanar las carencias). Cuando una persona se ve privada de uno de los sentidos –especialmente vista ú oído- podemos llegar a comprender con más profundidad la verdadera función que pivota alrededor del correspondiente instrumento de percepción (la carencia del cual también genera un sistema alternativo de retroalimentación). Si comparamos a los ciegos con los sordos –o la imagen usual que tenemos de las personas con tales defectos físicos- existe toda una serie de características diferenciales que saltan a la vista. La primera de ellas se refiere a la intensidad de la relación con el entorno. Un invidente, por mucho que tropiece con todo tipo de obstáculos, se integra en su entorno, mientras que un sordo se recluye crecientemente en sí mismo de forma automultiplicativa. Esta observación, evidentemente, no sólo nos informa sobre la naturaleza respectiva de la vista y el oído, sino también de la función que en la comunicación ejerce cada uno de los sentidos. El sentido auditivo incluye, además de formas preverbales de comunicación (como las incluye el sentido de la vista), las formas verbales, que son capaces de contribuir a una integración más evolucionada con el entorno. Evidentemente que un texto también se puede escribir y ser leído, pero a costa de perder la información no verbal subyacente al mensaje. Se puede argumentar que un individuo ciego también pierde la información no verbal que emana de una expresión facial mientras emite un mensaje verbal. ¿Cuál es entonces el origen de la diferencia entre ambos modos de percepción? Que el mensaje auditivo se desarrolla básicamente en el tiempo, mientras que el visual lo hace en el espacio. El ciego pierde una dimensión espacial (que subsana a través del tacto, equilibrio, oído…) mientras que el sordo pierde una dimensión temporal (que sólo puede subsanar con su imaginación; recordemos el tan citado caso de Beethoven escribiendo las obras de su último período) que le hace replegarse en sí mismo. Así, los mensajes puramente preverbales funcionan igualmente bien en ambos sentidos de la percepción (pornografía vs pornofonía), los mensajes verbales se colorean con información no verbal de manera complementaria, pero la estructura profunda ó postverbal de cada sentido es profundamente diferente.

jueves, 18 de junio de 2009

Despertar


Desde nuestra perspectiva habitual es fácil asumir que el proceso de maduración que conduce de la infancia a la edad adulta viene jalonado por la superación de una serie da fases y etapas que llevan a lo que generalmente se considera una situación de transparencia cognitiva. Muchos teóricos, desde Freud a Piaget, así lo han postulado desde hace mucho tiempo. Mucho más difícil es admitir que el proceso va más allá de la edad adulta y que la supuesta transparencia cognitiva no es más que una ilusión propiciada por la perspectiva convencional del grupo. Que la apariencia de mundo-tal-cual-es que domina nuestras percepciones no es más que una prisión mental que, por desconocida, se acepta sin titubeos. Que el proceso de adquisición de experiencia se prolonga hasta el final del ciclo vital es fácilmente admisible (está el viejo muriendo y todavía va aprendiendo, reza el refrán; la experiencia de la propia muerte es seguramente una de las más significativas; añado yo). Pero por proceso de maduración no me refiero aquí a la acumulación de experiencia, por absolutamente importante que sea este corpus para cada una de nuestras vidas. Me refiero más bien a la apertura de nuevos modos y paradigmas, y no sólo a nivel cognitivo sino también a nivel emocional, ético y estético. En una de sus primeras canciones, Joan Manuel Serrat canta:

Paraules d’amor, senzilles i tendres,
No en sabíem més, teníem quinze anys.
No havíem tingut massa temps per aprendre,
Tot just despertàvem del son dels infants.

La poética idea del despertar del “sueño infantil” es paralela a la del Bodhi budista, el despertar a una nueva conciencia que nos sitúa más cerca de nuestro centro mientras nos percatamos de que este centro va más allá de nuestro yo. El niño supera etapas egocéntricas para adoptar una visión etnocéntrica y después mundicéntrica. Nuestra conciencia también se va abriendo a nuevas estructuras y modos de percibir, conocer, experimentar y ser.

viernes, 12 de junio de 2009

Y más de lo mismo...


Incumpliendo mi promesa, vuelvo a debatir el tema de la postmodernidad...
Concibo los más variados aspectos de la actividad humana (desde los cognitivos hasta los morales) enmarcados en un modelo -o, mejor, diversos modelos- de despliegue evolutivo. Y este despliegue no tiene lugar de manera continua y lineal, sino que existen zonas espaciotemporales con mayor actividad diferenciativa. Muchos de los cambios, además, no se producen de forma continua, sino que avanzan por saltos cuánticos. Y en numerosas ocasiones, encima, la naturaleza del cambio es absolutamente cualitativa, como si un nuevo espacio se abriera a nuestra mente. No porque descubramos una parte del espacio vacía sino porque un nuevo espacio nace ante nosotros –o más bien, diría, se nos hace disponible-. La inevitable expansión que conlleva todo desarrollo puso en contacto entre ellas –al principio de la Modernidad- a civilizaciones distantes. Pero el grado de desarrollo moral y social de aquel entonces no dudó por un momento en clasificar las civilizaciones ajenas –sus modos, sus logros- como inferiores y, por tanto, susceptibles de ser sometidas al dominio del colonizador (y constituir ello incluso un hecho deseable). El final de la Modernidad se encargó de poner las cosas en su sitio y entonar un mea culpa tras reconocer la pluralidad de desarrollos y percibir la historia como vandalismo sin más ejercido por parte del poderoso. Sin embargo, como mecanismo compensatorio pendular, se consideró a partir de entonces que la pluralidad equivalía a la indiferenciación evolutiva. La postmodernidad, consecuentemente, ha confundido pluralidad de desarrollos con igualdad de estados evolutivos. Los fenómenos derivados de tal mentalidad son de sobras conocidos. Como cada civilización y cada momento de ella tiene sus propias reglas morales deducimos alegremente que todas las reglas morales son iguales y todavía más alegremente concluimos que las reglas morales, por no ser universales, no son importantes. Entonces es cuando sobrevienen los escándalos de la corrupción política (no en Zimbabwe, no, en la UE), el “capitalismo de amiguetes”, la sobrevaloración desmesurada de los estadios tiernos de desarrollo y otros fenómenos propios de nuestro tiempo. El reconocimiento de la pluralidad y el ejercicio del respeto con la consiguiente proclama de justicia e igualdad son grandes logros; la constatación del agotamiento del espacio también lo es; el aferramiento a ese espacio agotado percibido como todo el espacio y único posible no es más que una fijación enfermiza y narcisista.

jueves, 4 de junio de 2009

Bienaventuranza


Un amigo me envía un correo con una presentación de esas que se hacen circular ahora con asiduidad y que tienen como objeto alegrarnos la vida o, como mínimo, darnos una pausa ó abrir una brecha en nuestra aparentemente frenética y gris cotidianeidad. En este caso no se trata de fotos magníficas con mensajes new age sino un recopilatorio de frases memorables del grupo Les Luthiers. Y una de esas frases, con la cara de seriedad que caracteriza a Marcos Mundstock de fondo, me llama poderosamente la atención. Dice: “Bienaventurados los que nada esperan, porque nunca serán defraudados”. A los ojos de la tradición occidental, esto puede parecer una sentencia llevada a su absurdo extremo, y de ahí su risibilidad. Pero vista con otra perspectiva, es una de aquellas afirmaciones que nos acercan a nuestro mismísimo centro, una vez despojado de nuestro yo más accesorio. Si se analiza desde un punto de vista preconvencional la afirmación tiene un sentido puramente lógico, correspondiente a un limitado desarrollo madurativo. Desde el punto de vista convencional, podría fácilmente hacerse una lectura en clave escapista o regresiva. En un mundo que es aparentemente movido de forma desaforada por objetivos y misiones, la afirmación cobra unos tintes casi subversivos. El sentido convencional afirmaría, sin dudarlo, que se trata de una afirmación enfermiza ó morbosa. ¡Si nada se espera es que se está muerto! El punto de vista posconvencional vuelve a modificar la percepción. Si nada se espera no se está muerto; se está más allá, en una zona transmental ó en el mismísimo Nirvana. El Nirvana no es un lugar sino un estado. Otra vez las aparentes paradojas del budismo: el despertar corresponde a ese estado, en donde lo único que existe es el Gran Vacío, el despojamiento de todo. Pero no se trata de una negación ó regresión. Ese Gran Vacío, de forma paradójica, lo contiene todo y es a la vez su origen. Cuando realmente asumamos el sentido profundo de no esperar nada y no ser defraudados estaremos un poco más cerca de la liberación.

lunes, 1 de junio de 2009

Lingua franca


Nuestro momento –lo vengo repitiendo mucho últimamente- viene caracterizado por un pluralismo relativista ahistórico terriblemente regresivo. Todos hablan –hablamos- y nadie escucha, como suele suceder en determinados programas televisivos. O escuchamos superficialmente. Por eso el saber escuchar adquiere cada vez más la categoría de valor preciado por raro. La música todavía se escribe mayormente para ser interpretada y escuchada, por lo que el ejercicio –o, mejor dicho, la celebración- que se lleva a cabo a su alrededor adquiere importancia excepcional. Pero existe una diferencia fundamental con el pasado más o menos reciente. En los últimos, digamos, quinientos años, la existencia de un lenguaje más ó menos común se daba absolutamente por sentada. A pesar de las diferencias locales y personales, todas las ramas parecían partir de un tronco similar. Existían compositores que empleaban lenguajes más refinados, más avanzados ó más exóticos, pero con un fondo común (por otra parte, el hecho de utilizar lenguajes más avanzados, refinados ó exóticos no otorgaba per se un resultado superior; ahí tenemos por un lado a J.S.Bach empleando un lenguaje aparentemente poco avanzado para su tiempo pero diciendo cosas perdurables y al futurismo italiano que, a pesar del escándalo suscitado, ha quedado como poco más que un nombre en los diccionarios de la música). Con el auge de las escuelas nacionalistas en el último tercio del XIX aparece, digamos, una variedad de condimentaciones, pero siempre con referencia a un fondo común. Cuando, a principios del XX irrumpen en Occidente las manifestaciones musicales extraeuropeas e influyen decisivamente en el desarrollo musical de la música de concierto occidental, la situación da un giro muy significativo. El lenguaje de occidente –que a finales del XVIII se consideraba el más avanzado, el lenguaje de la racionalidad, al que tenderían de forma natural todos los lenguajes del mundo-, se abre a nuevas perspectivas. A esta influencia le correspondería una significativa cuota de participación en la superación del perspectivismo musical. La llegada de las vanguardias (o, mejor, de la vanguardia) de posguerra a mitades del XX vería las últimas manifestaciones de la existencia de una lingua franca en el mundo musical. A pesar de que a la mayoría del público de los conciertos ya les resultara excesivamente distante, este lenguaje más o menos común tenía como característica una universalidad mayor que cualquier lenguaje precedente (aun conservando en ocasiones referencias culturales locales), que hacía por primera vez semejante la música compuesta en París, Boston ó Tokio y, no menos importante y en parte consecuencia de ello, a pesar de la sofisticación de sus presupuestos, parecía sumergirse en aspectos primitivos no diferenciados de las culturas locales. Esta aparente inmersión regresiva se produce a menudo cuando se da una evolución efectiva. Baste recordar la mítica llamada de la flauta y la mágica proclama del fagot en los inicios respectivos de las famosas piezas de Debussy y de Stravinsky que revolucionaron el ethos musical del XX y que hoy nadie tildaría de regresivas. Cuando, hacia finales de los años mil novecientos sesenta, la vanguardia musical pareció declinar y la postmodernidad musical hizo su aparición, la organicidad del tronco común quedó fuertemente dañada. Porque ahora no sólo era posible escapar del dogma de la vanguardia más estricta (léase Darmstadt, Boulez y todo lo demás) sino que se podía escribir música utilizando un lenguaje francamente regresivo, tildado años más tarde como “neorromántico”. Ahora todo valía. Sostengo una vez más que esta situación corresponde a una crisis, no a una catarsis, de la cual todavía no tenemos claros los frutos. El “todo vale” supone el agotamiento de una estructura, no su superación. ¡Prometo al menos intentar cambiar de tema en las próximas entradas!

miércoles, 27 de mayo de 2009

Asa NIsi MAsa


Todos hemos conocido a alguien que, al menos en determinadas fases de su vida -y quizás también nosotros mismos hayamos experimentado el hecho- evitara abiertamente el comentar un film ó una obra de teatro al acabar de presenciarla. Tal actitud podría estar ligada al hecho de la construcción de una corteza protectora de una vivencia interna que de otra manera resultaría demasiado vulnerable por agentes externos. El hecho de que la actitud suela ser más firme tras el visionado de un film que de una pieza teatral puede estar relacionado con el mayor aislamiento que proporciona el primer género respecto al segundo entre los miembros individuales de la comunidad de espectadores. Quizás la mayor diferencia lumínica entre la pantalla y la sala y el mayor nivel sonoro puedan contribuir a ello (el efecto siempre es menor en una sala de conciertos, pese al carácter normalmente más introspectivo ó abstracto de la música). Normalmente el efecto es mayor para films introspectivos ó simbólicos que en el caso de historias más convencionales. Cuando dos almas gemelas se reconocen, sin embargo, la ocasión de compartir –ó abrir una pequeña brecha selectiva en la mencionada corteza- puede contribuir a una notable unión anímica.

domingo, 24 de mayo de 2009

Aprendices de brujo


El gran peligro que amenaza nuestro presente viene constituido por el creciente desequilibrio entre la evolución y el desarrollo tecnológicos por una parte y el grado de desarrollo cognitivo y madurez emocional de los individuos por la otra. Para que una civilización funcione correctamente es absolutamente preciso que todas las líneas de desarrollo avancen de manera armónica. Y la raíz del gran peligro estriba en la peligrosa –peligrosa a estas alturas, no en otras épocas- mentalidad moderna que da por sentada la absoluta independencia de ambos desarrollos. Esto mismo ya lo expresó Goethe en su conocido poema El aprendiz de brujo: la inmadurez y el conocimiento no son buenos aliados (el propio Goethe expresó en su Faust el pacto que hace posible tal divorcio). Cuando el poder –cualquier tipo de poder- se halla en manos de personajes con desarrollos detenidos a los ocho años el futuro de esta sociedad no es muy esperanzador. Por eso muchos sabios en la actualidad –y en cualquier otra época- giran la cabeza en otra dirección, prescindiendo de la dimensión social humana. Y ello también contribuye a empobrecerla.

martes, 19 de mayo de 2009

A moi même...


Hoy he asistido a una reunión de trabajo en la que –como cada vez sucede con más asiduidad- el único interés de la mayor parte de asistentes era el de mantener su (a menudo, imaginario) status sin aportar ningún elemento que se pudiera calificar de positivo. Después he atendido a mi correo, que estaba cargado de mensajes concatenados en los que se podía asistir a todo un compendio de exhibición de plumajes multicolores ante superiores jerárquicos. Cuando volvía a casa he coincidido en el autobús con una colega que me ha ilustrado el fenómeno de la autocomplacencia y la hinchazón del ego actuales en el mundo laboral con numerosos ejemplos (mi preferido ha sido el de la reunión general de mandos que empezó con un aplauso dedicado ‘a nosotros mismos’, en el mejor estilo de Satie), entre los cuales, dicho sea de paso, intercalaba historias propias que apuntaban con fuerza hacia un narcisismo desmesurado. Cuando bajo del bus para incorporarme al metro, me encuentro la línea parada por un fenómeno que va en aumento cada día: alguien se ha tirado a la vía al paso del convoy. Este hecho trágico es, en el fondo, la otra cara de la misma moneda. Cuando por fin llego a casa paso primero por mi entidad bancaria a hacer una transferencia. Recuerdo cuando en esa sucursal –no hace tanto tiempo- había indicios de vida y equilibrio psíquicos saludables. Ahora, a pesar de haber eliminado las barreras y haber literalmente empapelado las paredes con autopublicidad-propaganda hablando de cercanía y buenas intenciones, la atmósfera es tensa. Digamos que un único empleado trabaja de forma visible. Su superior y el superior de su superior trabajan preocupándose. Preocupándose de cumplir objetivos, de dar una imagen, de controlar la situación…Me recuerda la anécdota que Stravinsky explicaba sobre Diaghilew, que tenía miedo congénito a las travesías marítimas y que, durante una tempestad en pleno Océano Atlántico, repartió el trabajo de forma muy curiosa: puso a su sirviente a rezar mientras él, personalmente, se preocupaba. Cuanto más creemos alejar al monstruo empleando únicamente métodos racional-científico-objetivos, más cerca nos lo volvemos a encontrar.

viernes, 15 de mayo de 2009

Metacomunicaciones


La progresiva incorporación de los conceptos postmodernos (o mejor debería decir la progresiva desincorporación de las estructuras de la modernidad) en nuestra vida diaria ha supuesto un desplazamiento de muchas de las funciones que realizamos cotidianamente. Y quizás una de las más significativas es el corrimiento del énfasis desde los aspectos creativos hasta los comunicativos. Hoy se habla mucho de creación y de innovación, pero en realidad el noventa por ciento de nuestros esfuerzos se dedican a la comunicación. Es comprensible que cuando los paradigmas están bien establecidos y el suelo común presenta estabilidad el esfuerzo se concentre en la creación. Cuando los paradigmas se amplían, se modifican, ó simplemente se relativizan, debemos pasarnos mucho tiempo enmarcando nuestras afirmaciones. Y este fenómeno abarca grandes extensiones de áreas de conocimiento. Desde el terreno de la crítica y las Humanidades, en donde la comunicación exige la cuidadosa delimitación de nuestro metaespacio, hasta las explicaciones populares de temas científicos –en donde se da por sentada normalmente la existencia de un único espacio cognitivo real posible-. También existe la tendencia a la sobrecomunicación, que casi siempre roza el ridículo ó la más simplona hipocresía, como los anuncios de las “misiones” de las organizaciones.
El arte, la mística y el amor no necesitan la metacomunicación asociada porque o son omniabarcantes o no son. Leí hace un tiempo en un blog amigo que “el poeta es como un taxi que lleva a la gente a donde la gente quiera ir”. Esta frase expresa a la perfección y de manera sencilla la riqueza multifocal de la obra artística, que es capaz de dar pie a infinitas experiencias estéticas diferentes, independientemente del lenguaje empleado (el lenguaje empleado sí que es paradigmático y cultural). La mística, como dice Wittgenstein, no consiste en cómo es el mundo, sino en que sea. Es decir, consiste en la aceptación incondicional de la provisionalidad y limitación de todos nuestros puntos de vista y la consiguiente integración ó mejor dilución del yo en el conjunto del cosmos. La metacomunicación se hace necesaria sobretodo cuanto más incapaces somos de percibir que no somos observadores objetivos de lo que nos rodea. Por fin, el amor no necesita metacomunicación porque es incondicional (el pacto de convivencia, posible consecuencia del amor, sí puede serlo). Colofón: hoy me entero de que en una guardería incitan ya a los niños de tres años a hacer presentaciones. En una cartulina o, mejor aún, con PowerPoint. Lo dicho...

jueves, 7 de mayo de 2009

Gafas


Hoy contemplo en el metro la enorme variedad de gafas graduadas que exhiben diversos personajes. Pero la gran mayoría de tales utensilios tienen una significativa componente común: se trata de modelos que había sido diseñados en otras épocas, desde los años cuarenta hasta los setenta. Veo las típicas monturas redondeadas de pasta incolora que lucían Copland ó Stravinsky en la posguerra mundial, así como la versión más rectangular y bicolor que hizo furor en la primera mitad de los sesenta (recuerdo así al secretario de la ONU U Thant). Veo monturas con patillas exageradamente anchas. Muchas de las desinhibidas personas que las lucen ignoran que este modelo era casi una seña de identidad de Onassis hace cuarenta años. También abunda el modelo de pasta rectangular extremadamente alargado, última moda de 1963, tal como aparece retratado en Otto e mezzo. Veo también algunas gafas de pasta negra parecidas a las usadas por la joven generación americana de finales de los cincuenta. Aquellas monturas que exhibían Morton Feldman y Bill Evans y que Woody Allen volvería a popularizar quince años después. También observo alguna persona de edad que sigue luciendo las monturas metálicas que uniformizaron la moda en los setentas. La postmodernidad tiene mucho que ver con este panorama. Aparentemente ya no existen nuevos diseños de gafas y mezclamos estilos históricos con afán de ahistoricidad. ¿Cuál es la salida de este callejón? La salida no son las gafas, sino las lentes de contacto y las soluciones quirúrugicas. No el cambio de estilo sino el cambio de mentalidad.

jueves, 23 de abril de 2009

Deconstructores de escena


Uno de los terrenos más abonados para el florecimiento y desarrollo de las manifestaciones postmodernas es el constituido por el mundo de la dirección escénica. La dramaturgia, mucho más que otras artes interpretativas como la música (que tiene –al menos, por el momento- menos margen de maniobra) ó la danza (que se halla, en general, menos fijada históricamente por lo que muchas interpretaciones están más cerca de la creación que de la propia interpretación), se encuentra a merced de la actualización de que sea objeto en cada ocasión. La propia palabra interpretación puede, en este caso, ser aplicada tanto a la tarea que ejercen los actores como los directores escénicos. Rara vez, por eso, se utiliza en la actualidad el verbo interpretar en su acepción hermenéutica, es decir, la de buscar un significado tomando como referencia un período histórico (tanto el del autor de la obra como el nuestro), unos referentes concretos y un fondo universal sobre el que tramar esta interpretación. Si algo no admite la postmodernidad es la existencia de significados cerrados y, evidentemente, mucho menos de universales. Entonces se decanta por deconstruir el pasado, haciéndonos partícipes de la relatividad de todos nuestros constructos, en cualquier campo de estudio. La conciencia de que la modernidad, como todo período evolutivo, tiene unos límites reales a los cuales se ha llegado, es el gran descubrimiento de la postmodernidad. Pero ésta no hace nada por franquear estos límites; únicamente se dedica, cual rabieta infantil, a ilustrar la relatividad de lo que le parece el todo y solamente es la modernidad. Por eso en alguna otra ocasión he comentado que la postmodernidad no deja de ser la conciencia de decrepitud de la modernidad. Es decir, se trata de una visión desde el punto de vista interno; por eso confunde la modernidad con la totalidad de las posibles manifestaciones. Volviendo al campo del teatro, los nuevos metteurs en scène que parecen dominar el terreno en la actualidad no están tan interesados en darnos su versión –con la que ofrecer su perspectiva, atienda ó no a un proceso de investigación, interiorización ó maduración- como en ridiculizar cualquier contenido, independientemente del punto de vista desde el que se perciba la obra. Y dentro de los contenidos incluyen también los formalismos y hasta el lenguaje propio del medio. El lenguaje del teatro es una convención, evidentemente, pero no mayor que los lenguajes de cualquiera de las artes y, no solo eso. Podemos extender la red de convenciones hasta donde queramos. También el estudio de los objetos de la naturaleza emplea un lenguaje convencional. Los términos convencional ó relativo no invalidan, sin embargo, una perspectiva. Simplemente, la acotan, la contextualizan pero no para desarticular las diferentes perspectivas sino para llevarnos a un sistema mayor de inclusión. La conocida convención teatral que implica que algunos personajes en la escena no sean capaces de ver u oír lo que hasta el público más alejado del escenario puede hacer es en ocasiones objeto de deconstrucción y entonces vemos a los personajes envueltos en tal situación situados frente a frente, como para denunciar una convención. Un campo dramático favorito de los démoleurs en scène –debido a una causa multifactorial: convención más limitante, grandes presupuestos y, todavía más importante, gran exhibición y despliegue publicitarios- es el mundo de la ópera. La característica óntica por antonomasia del género operístico es la fijación del tempo dramático y expresivo por parte de la música. O sea, que es el género teatral perfecto para –pongamos por caso- ser retransmitido por radio. La escenografía y despliegue ópticos son más accesorios que en otros géneros teatrales y, sin embargo, se sigue creyendo lo contrario. Es ahí donde los deconstructores profesionales tienen en la actualidad su tienda plantada. Además, se trata de un género en el que, en el seno de su multiforme público, habita todavía un tipo de espectador susceptible de escandalizarse, no ya por una deconstrucción postmoderna, sino simplemente por una puesta en escena moderna que amenace su más rancia apreciación. Mientras tanto, otra parte del público percibe las deconstrucciones como lecciones para niños y sienten insultada su inteligencia. El agente inconsciente que mueve a estos régisseurs no es otro que el de poder tomar como objeto cualquier perspectiva ó interpretación de la obra. Ello les ofrece una supuesta superioridad que no es más, otra vez, que un narcisismo mal encubierto. Puntualizo para acabar que no tengo nada en contra –más bien todo lo contrario- de los montajes novedosos, y tampoco de la postmodernidad. Simplemente la sitúo en su sitio, más como enfermedad/crisis de la modernidad que como nueva estructura transmoderna.

sábado, 18 de abril de 2009

El Mito de lo Dado


Un enunciado equivalente al del “mito de lo dado” sellarsiano dentro del campo de las ciencias de la naturaleza vendría dado por la expresión “no puede existir otra ciencia (física) que la actualmente conocida”. En primer lugar, deberíamos reconocer que la “física actualmente conocida” –aun diría más, “la física canónica y ortodoxamente aceptada”- hace ya muchos años que muestra fisuras; ya no es posible hablar de “La Física”. No solamente hago referencia a la incompatibilidad que presentan las dos grandes mecánicas “inventadas” en el S XX –la Relativista y la Cuántica-, sino que pienso en las grandemente divergentes teorías sobre la estructura interna –internísima- de la materia. La praxis intelectual del S XX –y me refiero tanto al mundo del pensamiento como tal como al mundo de las ciencias como al de la creación artística- tira fuertemente hacia un universo tanto material como conceptual relativo, (inter)subjetivo, histórico-diacrónico, no-normativo, evolutivo. En el caso del mundo del pensamiento abstracto el proceso culmina con la superación de la modernidad y parece estancarse con el advenimiento de la postmodernidad. En el campo del pensamiento aplicado el proceso no parece tan autoevidente. Parece que existe una fuerte tendencia a considerar todo lo que se puede agazapar bajo el paraguas del método científico como perteneciente de manera exclusiva a la modernidad. Creo, sin embargo, que desde el momento en que podemos considerar a Kant y a Nietzsche como las primeras piezas de la postmodernidad, también se puede hacer lo propio con la mecánica relativista y especialmente con la mecánica cuántica. La “deconstrucción del espacio y el tiempo” y la introducción de la subjetividad/cocreación en las percepciones responden a afanes claramente alineados con los de la postmodernidad. Sin embargo, los furiosos filósofos postmodernos, que tan empeñados estaban en acabar con la fenomenología, el existencialismo, el estructuralismo y otras manifestaciones tardo-modernas, en pocas ocasiones se atrevieron a invadir el sacrosanto terreno de las ciencias naturales. Quizás por temor a ser denostados ó debido a un ancestral miedo a lo considerado sagrado ó arcano. Y las concepciones del más conspicuo defensor de la postmodernidad en el mundo del conocimiento científico, Thomas Kuhn –junto con su ilustre línea de predecesores Bachelard y Koyré- siguen pesando más en el mundo de las humanidades que en de las ciencias. Ilustre paradoja.