Es
importante entender el origen de la Postmodernidad para poder analizar su por qué y sus posibles derivaciones. El origen, básicamente, se tiene que buscar en
el agotamiento de la Modernidad (y, repito de nuevo, que por Modernidad entiendo lo que habitualmente se conoce como
Edad Moderna y no esta especie de ente que la literatura anglosajona etiqueta
como ‘Modernism’ -en contraposición a ‘Modernity’- y que más bien se refiere al
postrer período moderno (1890-1960 o algo parecido). Este agotamiento puede
entenderse bajo dos aspectos complementarios, el primero en referencia a un
proceso subjetivo en la conciencia colectiva, y el segundo, objetivo, en cuanto
al aparente agotamiento de posibilidades físicas (me refiero aquí al mundo del
Arte, especialmente). La Modernidad ha cumplido su ciclo, desde su constitución
en el Renacimiento europeo hasta sus últimas consecuencias después de la
Segunda Guerra Mundial. El pensamiento de la Modernidad gira en torno al
nacimiento, apogeo y muerte de la manera de entender el mundo a la que llamamos
racionalidad. Evidentemente, éste es un punto de vista exclusivamente
eurocéntrico (centrado en la cultura europea, ya sea autóctona o exportada a
sus antiguas colonias). Entre el Renacimiento y la Ilustración la filosofía
sigue el modelo clásico al que se le ha sumado la componente de la ciencia
moderna. Se trata de indagar como es el mundo y para ello se lanzan
sistemas filosóficos que tratan de llegar a esta Verdad utilizando la
razón. Cuanto más refinado sea el modelo, más cerca estará de esta tácitamente
supuesta verdad objetiva y eterna. A partir de la Ilustración esta visión se
irá desmoronando progresivamente, primero con el abandono de la Metafísica -a
la que se irá viendo cada vez más como un juego verbal- y después, tras el
reconocimiento de que el Positivismo Lógico padecía de idénticos males, del
propio concepto de Verdad absoluta, dando paso así al de Posverdad. El
mundo del arte, que había estallado al final de la Edad Media con la
integración de la perspectiva, el homocentrismo, el humanismo, el nacimiento de
la tonalidad en música, también acusó el cansancio de la modernidad. No solo el
cansancio sino, hasta cierto punto, el agotamiento de sus recursos. ¿No son los
cuadros en blanco de Raushenberg o el silencio del cageano 4’33’’ una muestra
de ello? (aunque ambos enfoques nos inviten a la vez a descubrir un hasta
cierto punto nebuloso ‘más allá’). En su ya clásico esquema de evolución de la
música desde el gregoriano hasta el serialismo L Bernstein asocia cada período
musical con un ascenso gradual dentro de la serie de armónicos de una nota
musical dada. Es un bello modelo evolucionista, pero a la vez limitado una vez
se han incorporado todos los grados de la escala. Cuando los dos procesos
apuntados, el subjetivo y el objetivo, coinciden en el tiempo, se vinculan, o
bien de forma causal, o bien, al menos, de forma sincronística. Lo que parece
claro es que, a pesar del aparente ‘agotamiento objetivo’ se hace necesaria una
nueva forma de ver y oír, de mirar y escuchar, que nos permita recuperar el
tono y seguir evolucionando (si no se evoluciona es que se está muerto).