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miércoles, 15 de noviembre de 2006

Vivencias


El artista creador materializa una experiencia previa. Pero tal experiencia ¿Cuándo y dónde ha tenido lugar? Muy probablemente se trata de una experiencia originaria, situada fuera del plano mental y, por tanto, situada fuera de la contingencia espacio-temporal. Esto suena a misterioso. Y lo es. El arte más perdurable es misterioso, como tantas cosas en la vida. Cuando se repite una y otra vez que la música expresa sentimientos se está confundiendo el océano con un vaso de agua. La música se forma en nuestra conciencia como lo hacen las percepciones, las sensaciones, los sentimientos, las vivencias, las formalizaciones, los razonamientos, las intuiciones, las ocurrencias ó las reflexiones. En el caso de la literatura esta experiencia proviene de la esfera externa en más ocasiones que cuando consideramos otras manifestaciones artísticas. Por pocas dotes y bajo nivel de energía psíquica de que se pueda disponer de cara a la expresión literaria creo que es corriente que el primer impulso que se manifiesta a este respecto -consciente o inconsciente, más o menos oculto- se puede relacionar con una vivencia externa que acaba encontrándose y fusionándose con su contrapartida interna. Racconto la mia vita anche se mi metto a sprimere la storia di un pesce, dice Fellini, maestro de la mistificación. Cuando un mortal está realmente dotado al respecto es capaz de hacer desaparecer el andamio (ó integrarlo de una manera estética dentro de su construcción hasta el punto de hacerlo virtualmente desaparecer, como hace precisamente Fellini), ofreciendo entonces una perspectiva universal que puede cautivar al receptor, haciéndolo participar en una catarsis más o menos colectiva. La experiencia, interna ó externa, se halla en la propia base del fenómeno estético. Aunque esta experiencia interna no sea vivida como contrapartida a una experiencia externa tiene suficiente valor como para engendrar, por medio de la materia, la obra artística. No como paliativo de esta realidad externa –como afirmaba Freud- sino como fuente que abre la conciencia a nuevas posibilidades de desarrollo.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Paisajes


La mayor parte de los artistas adscribe sus realizaciones dentro de un determinado “paisaje” que se suele repetir a lo largo y ancho de su obra. Dependiendo del correspondiente género artístico, dicho paisaje adquiere diversos nombres: arco dramático, para géneros artísticos croniques, trazo ó rasgo, para géneros atemporales. Muchos grandes directores cinematográficos presentan claros arcos dramáticos que se repiten en sus sucesivos filmes. Así, el arco dramático berlanguiano, en que un personaje ó un grupo de ellos, con el fin de mejorar sus condiciones de existencia, organiza un gran happening que hace que al final dichas condiciones empeoren, o el arco dramático wilderiano, en el cual un personaje hace la vista gorda con su conciencia y flirtea con actitudes inaceptables para él con objeto de obtener ciertos beneficios, hasta que, hastiado, renuncia a la mejora y es rescatado psíquicamente. Determinados compositores también muestran una clara predilección por ciertos arcos dramáticos sonoros. De los quince fragmentos que integran las cinco -hoy injustamente poco recordadas- sinfonías tripartitas de Arthur Honegger solamente uno, el final de la segunda, finaliza con una dinámica situada más allá del mezzoforte. Finalicen de forma sombría, juguetona, apaciguada ó esperanzada, el resto de los fragmentos acaba en piano ó pianissimo, efecto recalcado en el caso de la quinta sinfonía –di tre re-, en que un leve toque de timbal pp finaliza los tres movimientos. El efecto del arco dramático es muy notable, teniendo en cuenta otra característica esencial de los fragmentos sinfónicos honeggerianos: el lirismo un poco rudo expresado en ff por medio del tutti orquestal. En ocasiones la gradación de planos sonoros es progresiva (literalmente perdemos altura a mayor ó menor velocidad), pero en algunos casos es abrupta, como en la tercera sinfonía, con objeto de reflejar un gran contraste anímico, o en el primer movimiento de la quinta, en que un plano sonoro en crescendo hasta el ff desaparece súbitamente para dejar paso a un segundo plano que parecía estar allí anteriormente, pero que no podíamos escuchar debido a la presencia del primero (como la luz del sol ocultando la de las estrellas).
Otro compositor del S XX con predilección para con cierto tipo de paisaje sonoro es György Ligeti. Buena parte de sus estudios pianísticos, así como numerosas piezas orquestales, finalizan en el registro más agudo en pp. Da la sensación como de transición ó escape hasta otra realidad a la que no se accede a través del oído. En cierta manera este final destroza la sensación de espacio global objetivo que podíamos haber tenido hasta ese momento. Existe un paralelo en el mundo de la danza: la coreografía original de Maurice Béjart para “Symphonie pour un homme seul” de Pierre Schäffer/Pierre Henry, en la que los bailarines “escapaban”, en cierta manera, a su plano de existencia habitual, abandonando el escenario por su parte superior por medio de cuerdas colgantes.

viernes, 10 de noviembre de 2006

Arias & Barcarolles


En cierta ocasión el presidente americano D. Eisenhower –que, por otra parte, no estaba demasiado versado en música culta, como se encargó de recordar L. Bernstein con su ciclo de canciones Arias y Barcarolas- reconoció que “el jazz es nuestro mejor embajador”. Es una frase que le honra. La lástima es que, si bien el jazz puede ser uno de los mejores embajadores de USA –como lo podrían ser los papers que se generan en las mejores universidades del país-, de hecho no es –no son- los más efectivos. El embajador más efectivo de USA es el cine. Pero no un cine cualquiera (que de todos los hay), sino el cine más convencional, el de usar-y-tirar, en suma. Este producto llega a millones de espectadores en el planeta que lo consumen como quien masca un chicle y luego lo tira. Pero este consumo deja huella, aunque inconsciente, en la mayoría de ocasiones. De repente, un sector de la población empieza a actuar de forma imitativa, como presa de la alienación. Lo malo del caso es que lo que se imita es simplemente un cliché, aunque pueda corresponder a una cierta realidad. Es como si nos diera por imitar a los antiguos romanos pero para acceder a ello no consultáramos a Tito Livio ó Julio César, sino a Cecil B. de Mille. Viendo ahora Ben Hur adivinamos más el look de los años milnovecientoscincuenta que el de los años cincuenta a secas. Los rasgos más directamente imitables son los que corresponden a la vestimenta –últimamente nos hemos visto invadidos por gorras de baseball ó por gorros de lana mientras la temperatura externa no desciende de 15º C, lo cual constituye todo un sacrificio en pos de la imitación-, pero el peligro mayor consiste en la imitación de otros clichés, como el del sueño americano, el del triunfador/perdedor, el del colonizador que lleva la felicidad al colonizado –éste ya se halla en declive, por suerte-, o el de la violencia como liberadora de la psique. En Estados Unidos, como en cualquier otro lugar del mundo, existen todo tipo de cosas, como todo el mundo da por supuesto en cuanto piensa un poco. ¿Por qué, entonces, la palabra América sigue poseyendo esa aura unidimensional que tanto encandila?

jueves, 2 de noviembre de 2006

Uniformes

Los uniformes unen a los miembros de cierta corporación, pero también los separan de los miembros de otras corporaciones. En algunas ocasiones esta separación se hace imperativa. Un ejemplo lo encontramos en el mundo del espectáculo. El hecho de que normalmente en el entorno de los conciertos los intérpretes se presenten ante el público con un atuendo que los distinga del mismo refleja la condición perspectival por la cual intérprete y público se hallan en distintos ángulos de tal perspectiva, el extremo emisor y el extremo receptor. Ello no significa que un punto de vista sea el activo y el otro el pasivo; ambos son activos a su manera, ambos poseen diferentes modos de percepción Cuando el número de intérpretes se eleva, el uniforme tiende no sólo a separarlos del público, sino también a unirlos corporativamente, igual que la afinación común tiende a unirlos en un único sistema acústico. Hace treinta años, siguiendo cierta mentalidad de la época, en ocasiones se ofrecían conciertos en los que los intérpretes lucían ropa informal, como el público. Esto parecía tan poco natural como lo que me ocurrió hace unos veinte años, cuando en un concierto privado y mientras saludaba observé, con cierta sorna, que el público, al igual que yo, lucía smokings y trajes de noche. El hecho de separar por medio de uniformes, sin embargo, también se ha aplicado, con mucho éxito por cierto, en actividades menos benéficas hablando en términos generales. Así, en el campo de batalla, antiguamente, el uniforme ofrecía, a rápido golpe de vista, la información necesaria para poder decidir entre la actitud amiga ó la enemiga, ensalzando de tal manera las fronteras territoriales ó tribales y ocultando las más profundas, ensalzando una vez más, por tanto, la renoiriana gran ilusión. La sublimación de esta actividad viene constituida por los deportes de equipo, que también agrupan y separan, pero en un marco que, al menos en teoría, debiera resultar más recreativo y distendido. Llevado hasta su extremo el uniforme puede también convertirse en la expresión de un cliché, que como siempre bloquea toda posibilidad de experiencia ulterior.