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viernes, 27 de febrero de 2009

Narices


Acabo de leer en un magnífico blog una frase de M. Heidegger que define de manera magistral el concepto postmoderno (and beyond) de adquisición de conocimiento: Las respuestas que vamos obteniendo en nuestra búsqueda de verdades no se formalizan tanto en los supuestos contenidos de tales verdades como en cambios de mentalidad. O sea, que las verdades no entran en nuestra conciencia como un gato lo hace por la ventana sino que es nuestra conciencia la que evoluciona abriéndose hacia nuevas formas de pensamiento. Una concisa y brillante descripción del “giro hipercopernicano”. Y además creo que aplicable tanto al pensamiento abstracto como al mundo de las ciencias de la naturaleza. Las leyes de Newton no pretendían explicar la naturaleza de las fuerzas de atracción entre masas (que sus contemporáneos de la Royal Society tachaban de “misticismo inaceptable”) sino que más bien configuraban un paradigma de pensamiento. La frase heideggeriana también podría ser aplicable al mundo del arte, aunque en este caso el producto, aquella nueva verdad que configura un cambio en nuestra mentalidad, está encarnado sobre un soporte físico. O, como decía Stravinsky a propósito del estreno de Perséphone, una nueva obra musical es una nueva realidad, al igual que una nariz es una nariz. Los conceptos de verdad, contenido, conocimiento, pensamiento, ciencia ó arte que acabo de manejar se sitúan en una dirección casi opuesta al sentido con el que habitualmente se emplean en nuestra cotidianeidad. En esta pequeña y gris parcela la adquisición de conocimiento (del único válido, o sea, del positivo) tiene lugar por transferencia de contenidos sin que por ello varíen nuestros puntos de vista, ya que éstos son objetivos y transparentes. En los mundos del pensamiento ó del arte las verdades no pueden existir porque los valores son relativos e igualmente válidos. Busquemos rápidamente refugio en la no-cotidianeidad. Como contestó Paul Valery a Stravinsky, Longue vie a votre nez !!

viernes, 20 de febrero de 2009

Intelectuales


La apelación intelectual ha levantado histórica y actualmente muchos recelos en muchas áreas geográficas (España es una de esas áreas). Ello ha sucedido así por dos causas principalmente: por un lado los intelectuales no han estado a la altura y han sido percibidos como elementos acomodaticios, cooperantes con los poderes fácticos ó simplemente parásitos. Entonces también conviene mirar la otra cara de la cuestión: quién emite tales juicios y por qué. Las dictaduras suelen odiar a los intelectuales –los no acomodaticios, claro está- por motivos obvios y en consecuencia siempre intentan minar su imagen (o pasar a la acción directamente cuando el caso se hace más combativo; ahí tenemos al torturado y asesinado Víctor Jara en el Chile de Pinochet). En muchas ocasiones los motivos del odio subyacen en fuertes frustraciones no resueltas ó actuaciones mesiánicas rozando la locura (El fusilamiento, en plena Guerra Civil española, por parte de las fuerzas de Durruti, de los reclusos comunes de la prisión de Lleida que no mostraban callos y duricias en sus manos ó las fuerzas de Pol Pot asesinando en Camboya a las personas a las que se les hallaba en posesión de un cepillo de dientes, castigos inflingidos en ambos casos por delito de “intelectualidad”). Quizás convenga redefinir el término: intelectuales son los personajes de la vida pública del tipo de los pensadores, creadores artísticos y literarios, pero también los investigadores científicos –¡dejaros ya de la mandanga de que la ciencia es objetiva y amoral!- y también los sabios y los poetas, así como todo aquel con inquietudes que vaya tan sólo ligeramente más allá de lo que su ámbito particular le impone. Intelectuales, en suma, lo podemos ser casi todos, desde el loco Nerón cantando a la piromanía hasta el albañil-poeta de Amarcord excluyendo, en todo caso, a los funcionarios y burócratas que se parapetan tras lo más rancio del sistema.

domingo, 15 de febrero de 2009

Cazadores de osos


Aunque en general no me guste personalizar abiertamente en mis reflexiones, en esta ocasión confesaré que nunca he acabado de entender lo que habitualmente se da en llamar la erótica del poder. Para mí, la verdadera erótica la constituye precisamente la situación anticomplementaria: el poder escapar de las garras del poder. El poder jerárquico es algo que, bien construido, como en el caso de los insectos sociales, emula en cierta manera una organización holónica, un entramado armónico. El problema aparece cuando en una de las posiciones se cuela algún elemento que debiera ocupar una con menos rango. O lo que en términos de management se conoce como el resultado del Principio de Peter. Entonces el desastre está asegurado a no ser que la organización sea lo suficientemente madura como para saber y poder erradicar el error a tiempo. En organizaciones tradicionalmente primitivas, como el ejército ó determinadas compañías que tienden a emular el viejo principio de autoridad militar, el daño es automático. En estas organizaciones se tiende a utilizar el método, tantas veces señalado aquí, del cultivo del orgullo. O sea, que a sus elementos más volubles se les enseñan solamente las enaguas del poder y eso es suficiente para ponerlos en danza al servicio de los intereses personales más primitivos que se nos puedan ocurrir: el poder sin responsabilidades, el que es propio de Maharajaes y dictadores, lo que un niño de ocho años toma por el poder. Y los elementos con el orgullo cultivado pueden sufrir muchos embistes sin que ello les haga reflexionar, tal es su ansia de poder. Me viene a la memoria un cuento muy sabio, como todos los que explica Jorge Bucay, y que me animo a transcribir aquí:
Un afamado cazador de osos se adentra en el bosque tras haber recibido la noticia de que un oso negro merodea por allí. Después de caminar durante dos horas, ve al animal y, sin pensarlo dos veces, le dispara por detrás. Mientras lo está despellejando, nota que alguien le da unos golpecitos en la espalda. Es un gran oso pardo, que después de anunciarle que acaba de matar a un pariente, le advierte sobre las leyes de los osos: puede elegir entre perder la vida estrangulado ó ser violado allá mismo por el mismísimo oso. Después de elegir lo segundo, el cazador regresa a su casa con dolor físico y todavía más dolor moral, y medita la venganza. Al cabo de dos días sale hacia el bosque con su escopeta nueva. Busca durante una mañana al oso pardo y, cuando lo encuentra, le descarga toda la munición. Mientras lo despelleja para exhibir su trofeo, nota de nuevo unos golpecitos en el hombro. Cuando se gira ve a un enorme oso gris, que le vuelve a informar en términos semejantes a los que había empleado el oso pardo. El cazador elige de nuevo ser violado por el enorme oso gris con objeto de salvar el cuello. Esta vez vuelve a casa con más dolor físico y moral que la última vez y, tras estar jurando venganza durante quince días, va al pueblo en busca de un arma de mayor calibre. Una vez en el bosque, se pasa todo un día buscando al oso gris hasta que lo ve por la noche. Después de matarlo con la nueva arma, lo despelleja para volver a notar que alguien le repiquetea otra vez la espalda. Es un gigantesco oso blanco que le dice: ¿Oye, estás seguro de que vienes al bosque a cazar osos?

martes, 10 de febrero de 2009

Simpatía


Todos hemos experimentado la sensación de ganas de orinar al oír el repiqueteo del agua cayendo, por ejemplo cuando llueve. El estímulo que provoca la relajación del correspondiente esfínter es enteramente auditivo pero el fenómeno mantiene un trasfondo que un humano primitivo calificaría de “mágico” y un humano más evolucionado de “experiencial”. Una vez más, es como si se estableciera una resonancia entre el movimiento de ambos líquidos. Hoy día los neurofisiólogos, profesionales a los que con mucha (demasiada?) frecuencia se toma por referencia en el campo de la mente, parece que se han puesto (bastante) de acuerdo en afirmar que entre las mentes de individuos que se hallan en situación de empatía se establece una resonancia que de alguna manera las comunica. Lo que no acaban de explicarse estos señores son los misteriosos intercambios de información que parece que se tendrían que dar entre los elementos individuales de una bandada de pájaros o un banco de peces cuando todos cambian súbitamente de dirección. Ya he hablado de la resonancia que unifica a una orquesta “bien afinada” independientemente de los esfuerzos del director. En todos estos casos no estaríamos tanto ante una cuestión de estímulo-respuesta como ante una forma de resonancia (en la orquesta, a diferencia de las agrupaciones de animales, los movimientos sincronizados de los arcos de las cuerdas sí que serían reflejo de un estímulo-respuesta más que una resonancia). En el caso del movimiento de líquidos la resonancia se referiría más a simpatía de naturalezas que a formación de sistemas, tal como sucede con las frecuencias de resonancia entre cuerdas simpáticas, sopranos y copas de vidrio ó puentes y pelotones militares. Aunque estos ejemplos, a diferencia del caso del pipí, -y del fenómeno estudiado y descrito por Pavlov- no precisan de ningún tipo de fenómeno experiencial (o sea, que involucre a la conciencia).

jueves, 5 de febrero de 2009

Anuncios


En las últimas semanas han aparecido carteles publicitarios en algunos espacios públicos de mi ciudad –como autobuses- con la frase “Dios probablemente no existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida en cada instante”. El slogan viene firmado por cierta sociedad agnóstica que, para gran alegría de las arcas municipales, ha costeado tal advertisement. No sé cuál es la finalidad de esta campaña (la idea de la cual parece provenir de tierras londinenses), pero me adhiero a la opinión que leí hace unos días en la prensa: la lógica del enunciado contrario funciona igualmente bien: “Dios probablemente existe; deja de preocuparte y disfruta de la vida en cada instante”. Decía Niels Bohr que lo contrario de un enunciado verdadero es un enunciado falso, pero lo contrario de una verdad profunda puede ser otra verdad profunda. Y si dos verdades profundas nos parecen antagónicas es que las miramos -ambas- con ojos de ratón miope (esto lo digo yo). Tanto los agnósticos como los teístas están, hablando de manera simple, proyectando aspectos propios en una especie de metacompartimento al que luego se aprestan a arrojar al exterior. Y en ese espacio hay sitio para todo, para lo mejor, lo peor, el valor, la miseria, el miedo, la esperanza, la impotencia, la compasión, el orgullo, la humildad, el poder…Nuestro estado de desarrollo nos exige que dediquemos especial atención a dos tareas: 1/ aumentar nuestro nivel de conciencia de forma consecuente para que las fronteras entre el “yo” y el “no yo” se agranden en la medida de lo posible y 2/ aprender a valorar la subjetividad de nuestras apreciaciones, que son una visión en primera persona de percepciones sometidas a un grado determinado de conciencia. Aplicado a nuestro caso: Dios y su negación Nodios son tan sólo conceptos ó modelos, como la Mecánica Newtoniana. La Mecánica Relativista y la Mecánica Cuántica representan modelos más evolucionados y ampliados pero no pueden añadir nada al modelo anterior, que configura una época del pensamiento. La música de Ligeti representa un modo históricamente más avanzado que la de Beethoven, pero no la puede invalidar; no podemos decir que sea más auténtica que la del músico de Bonn (hay que notar que hablo de dos grandes compositores, gustos personales de cada uno aparte). Es evidente que el mundo de la espiritualidad, el de la ciencia y el del arte tratan asuntos diferentes, pero creo que el símil evolutivo puede ser válido. Resumiendo, que el supuesto debate teísta/ateo creo que queda ya muy atrás en la evolución y quien se sienta inflamado y dicotomizado por una de las partes está presa de un estadio primitivo todavía no superado. He dicho.