Vistas de página en total

martes, 31 de diciembre de 2013

Bon Any Nou !!



                         Acabo de escuchar una reciente entrevista con Alfred Brendel, en la cual opinaba sobre el futuro de la educación musical de los niños y jóvenes y hacía del caso venezolano una excepción a la (mala) regla. Brendel hacía referencia a un concierto del pasado verano en Salzburg de la orquesta nacional de niños de Venezuela, en la que figuraba la 1ª sinfonia de Mahler dirigida por Simon Rattle. Después de escuchar la versión, contagiosa en entusiasmo y quizás algo desequilibrada orquestalmente, pero magnífica habida cuenta de la edad media de los músicos, me ha seguido picando la curiosidad y he buscado algo más. Sabía algo del caso de la educación musical en Venezuela que lleva casi cuarenta años rodando y de su autor, José Antonio Abreu, así como de su producto más conocido internacionalmente, el director Gustavo Dudamel. El documental que encontré (en el que Abbado y Rattle entre otros se expresan desde el fondo de su alma, así como el propio Abreu desarrolla sus tesis iniciales) es altamente recomendable para reconciliarse con el mundo, cosa que nos hace falta un poco a todos. Sirva de felicitación de año nuevo y para celebrar los ocho años de blog.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Regalos


                                   Cuando llegan estas fechas de las fiestas del invierno parece agudizársenos también la percepción de la falsedad que sustenta nuestro agonizante modelo social. Como las flamencas de la famosa canción de Jacques Brel, que bailan porque tienen veinte años, y a los veinte años hay que buscar novio para poderse casar y así poder tener niños nosotros debemos comprar regalos aunque no tengamos ganas para nuestros congéneres que sufren el mismo problema para así consumir y alimentar al sistema, que se desequilibra a pasos agigantados. ¿Qué queda, pues, no de nuestros amores adolescentes, sino de nuestra humanidad, de nuestra consciencia, de nuestra persona? Mientras compro apresuradamente algunos regalos tengo la sensación que lo único humano que contienen es el envoltorio.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Estados


                        No he abundado en el blog sobre temas específicamente de actualidad política porque solamente me interesan de ellos los aspectos que se pueden extraer para elaborar visiones más generales. De otra manera, es fácil caer en el tópico de los dualismos, las clasificaciones, las proyecciones, las otredades y de esta manera dejar de profundizar en los temas. Ello es particularmente fácil en España, donde la cerrazón, la incultura y el primitivismo han tenido carta de presencia desde épocas inmemoriales. Ya lo decía con gran acierto Josep Pla: lo más parecido a un español de izquierdas es un español de derechas. Y frente a la cuestión del actual brote de segregacionismo en Catalunya caben muchas reflexiones. Vaya por delante que mi posición no es la de un feliz abrazo a una cualquiera de las partes. Las posturas triperas siempre pecan por simplistas. La primera cuestión atañe a la etiología de las supuestas posiciones enfrentadas. Tanto en una supuesta postura como en la otra hallamos concepciones con grados de evolución muy diferentes, desde los defensores de la patria hasta los ciudadanos de Europa y aun del mundo que viven en una región, pasando por el sector más poblado, el de los ciudadanos que viven en un estado moderno (moderno se refiere al S XV o al S XVIII, no a la actualidad). La postura preracional, la de los hijos de la patria, nos lleva hacia el territorio mítico que tanto agradaba a finales del S XIX, tanto a los hijos de la Renaixença como a los hijos del Imperio que se desmoronaba por momentos. La postura de la mayoría, la postura racional que supone que los estados han existido y existirán siempre como forma cerrada de administración, es la que normalmente va asociada al fenómeno del rechazo de una posición ajena para posteriormente hacerla renacer como propia. La del subordinado que odia a su jefe por una serie de razones concretas y que después, cuando él mismo accede al cargo, reproduce sin más aquellas actitudes que tanto odiaba cuando era otro el que las mantenía. La postura más evolucionada es capaz de ir más allá del concepto cerrado de estado. La patria tiene fronteras inamovibles porque están fundadas sobre el mito. El estado tiene fronteras móviles fundadas sobre las guerras y los acuerdos. El transestado tiende a ampliar las fronteras hasta hacerlas desaparecer. En un mundo de cultura, de economía y de costumbres globalizadas las fronteras no son más que residuos del pasado que cuestan de superar por interés de pocos y bobaliconería de muchos. O, como muestra la obra maestra de Jean Renoir La Grande Illusion, no existen tanto en sentido horizontal como en sentido vertical, entre clases sociales, provengan de donde provengan.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Operas XIII - Boris Godunov



                                     La rusofilia en ópera viene definida por dos obras casi podríamos decir que “ortogonales” basadas en sendos dramas de Alexander Pushkin: Yevgeni Oneguin de Tschaikosky y Boris Godunov de Moussorgsky. La primera desarrolla el lirismo, la melancolía, la conexión con occidente, la privacidad, mientras que la segunda desarrolla el dramatismo, la soledad, la conexión con oriente, la comunidad. Si ambas obras se dispusieran en sendos ejes cartesianos sería posible, en una visión simplificada, acceder a cualquier zona recóndita del alma rusa. La obra de Tschaikovsky, no demasiado comprendida en occidente hasta hace pocas décadas (el tópico de antaño rezaba absurdamente que su autor era demasiado dramático en sus sinfonías y demasiado lírico en sus óperas) representa una perla en el conjunto relativamente grande y variado del corpus de este compositor. La obra de Moussorgsky, comparada con la influencia que su música ejerció sobre numerosos autores del S XX (Debussy, Messiaen, Ravel, Poulenc, Stravinsky) es increíblemente pequeña, o al menos la parte de su obra responsable de tal influencia. Se reduce a la suite Cuadros de una Exposición, unos pocos ciclos de lieder y las óperas Boris Godunov y la incompleta Khovantschina. Esta enorme influencia está basada en dos hechos musicales: la alternancia de los acordes máximamente separados según la armonía tradicional (el intervalo de tritono, que divide la octava en dos partes iguales), y el uso de melodías de acordes propios de la música ortodoxa rusa. El primer elemento tiende a neutralizar la progresión armónica de la armonía tradicional, confiriendo a la música un estatismo desconocido en su época (y que será después una de las bases de la música de Messiaen, pongamos por caso), mientras que el segundo (la frase inicial de Cuadros) se halla presente en buena parte de la música de Stravinsky (principio del ballet Petroushka, Coral final de Symphonies d'instruments a vent). Pero basta de tecnicismos. Boris Godunov contiene muchas progresiones de tritono (¡escena de la coronación!) y muchas melodías de acordes (¡casi todaslas escenas corales!) pero lo que la distingue más y la hace un modelo en su género es el tipo de dramatización utilizada. Haciendo un símil pictórico, lo que en La Bohème son acuarelas, en Wozzeck son fotografías ó en Don Carlo son óleos, en Boris son frescos bidimensionales (en Kovantshina son mosaicos bidimensionales). Tanto es así que, tras varios intentos fracasados de estrenar la ópera (estreno aplazado por diversos motivos políticos y el desprecio que mostraron hacia la obra diversos miembros de la familia Romanov) y varios añadidos del propio autor frente a los argumentos de la censura (falta de un personaje femenino relevante, falta de una parte de tenor relevante) y el relativo fracaso público de la obra, Rimsky-Korsakov, amigo y mentor de Moussorgsky y “compositor oficial” de la capital imperial retocó la obra para hacerla más atractiva a los ojos del gran público. El retoque consistió, especialmente, en abrillantar la orquestación (es de sobras sabido el profundo conocimiento orquestal de Rimski) y en alterar el orden de los cuadros y, dicho sea de paso en honor al arreglista, el propio Rimsky dijo que cuando su constribución ya no fuera necesaria, se debía restituir la versión original, hecho que no impidió la aparición de diversas versiones posteriores (entre otras, de D. Shostakovich). La nueva orquestación afectó notablemente al color orquestal y, a la postre, existencial de la obra, que pasó de ser más bien sombrío a una gran brillantez (que permitió la presentación en Occidente de la obra por parte de la troupe de Diaghilev, en su primera saison parisina en 1909). El cambio de orden de los cuadros hizo la obra más convencional (acabándola con la solemnidad de la muerte del zar usurpador) comparada con el original, con la llegada del falso zar a Moscu y el personaje del idiota lamentándose del destino del pueblo ruso, independientemente de su dirigente de turno. Ambos cuadros acaban en pianissimo e diminuendo, pero el original produce una sensación de abandono, de incompletitud y de repetición histórica propias de un final abierto, mientras que la versión de Rimsky contiene un final absolutamente cerrado. El final original no solamente es abierto sino que, al situarse después del cuadro de la muerte de Boris ejerce en el espíritu del auditorio un toque del tiempo circular, como si los paneles o frescos que han desfilado durante la obra fueran intercambiables cronológicamente. Un poco como hacen los acordes separados por el tritono, que tienden a interrumpir la cadencia tonal-temporal.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Instante



                     Nos podemos preguntar sobre el por qué de nuestro interés en observar fotografías de gente (de famosos, de nuestros parientes, amigos y compañeros, de nuestros antepasados, de personajes históricos), especialmente cuando tenemos al original delante nuestro. Pareciera que deberíamos tener una imagen más completa al observar a la persona al natural que en una fotografía. Dado que nuestra persona al natural es un proceso (un proceso físico-químico-biológico-noético) que se desarrolla en el tiempo (parece que nuestra percepción temporal está ligada a nuestra percepción de la evolución de los procesos) la fotografía constituiría una muestra congelada de un instante del proceso. Una muestra, claro está, de lo que se puede percibir a través de nuestra mirada. Quizás así podemos aislar una perspectiva, podemos aplicar un bisturí a la compleja personalidad de nuestro analizado y deshilachar una hebra que forme parte de tal complejo entramado. Quizás podamos descubrir en la fotografía una mirada, una expresión profunda que se nos escapa en el natural, confundida dentro de la complejidad. Quizás los instantes expresivos están diluidos en un continuo menos diferenciado que nos enmaraña la visión diferencial. Un experimento ilustrativo de este fenómeno se puede llevar a cabo fácilmente “congelando” las imágenes de los personajes de un film. Nuestras “muestras” pueden resultar expresivas, indiferentes o incluso ridículas (con la posible excepción de Shirley McLaine en The Apartment; congeles donde congeles encuentras imágenes de una expresividad escalofriante). El interés que describía al principio quizás también se base en el deseo de prolongar indefinidamente la aprehensión de la perspectiva recién diseccionada. Esto sucede a veces en un proceso muy temporal y difícil de “congelar” como en la interpretación musical. Basta que un intérprete musical mediocre quiera prolongar un momento particularmente bello (en lo que respecta a timbre, armonía o expresividad) para que lo haga insoportable. En una lejana ocasión ya traté el tema de la fotografía en blanco y negro, en donde los rostros se nos aparecen infinitamente más expresivos que en la fotografía en color, hecho que atribuía al mayor abaissement du niveau de conscience que permitía a su vez una mayor participación transmental en la aprehensión. Lo verdaderamente importante e integrador es que, una vez diseccionada y observada la perspectiva congelada, podamos volver a restituir este aspecto en el todo complejo que es la persona que tenemos al lado.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Mitopoiesis

 
                           Hoy se cumplen cincuenta años del asesinato de John Kennedy, hecho ampliamente comentado en la prensa, y aun seguido con más fervor que las noticias de actualidad. Incluso en la última semana se ha publicado una saga de las andanzas de JFK en su última semana de vida. Es un lugar común muy citado, en referencia al hecho, que todo el mundo se acuerda de qué estaba haciendo cuando oyó la noticia (en mi caso, a pesar de que solamente contaba con cinco años de edad, es absolutamente cierto; estaba haciendo un dibujo). ¿En qué se basa esta aura aparentemente inalterable con el tiempo? En la suma de dos efectos, diría: por un lado un magnicidio, perpetrado contra un personaje tenido por todopoderoso, y por otro el halo de misterio sobre la autoría, el móvil y las conspiraciones. ¿Cuál es la zona mental que se nutre de este tipo de temas? Pues la zona generadora/receptora de mitos, la estructura mitopoiética. Los mitos no son mentiras, ni cuentos (aunque los cuentos suelan ser mitos) ni exageraciones ni citas glamurosas. Los mitos establecen una comunicación con zonas arcaicas de nuestra mente a través de la simbología –un código inconsciente- . De igual manera que la evolución de la especie humana ha ido añadiendo sobre el cerebro tifónico-reptiliano el cerebro límbico-mamífero y el neocórtex humano, así esta última estructura física ha ido añadiendo formas de conocimiento de forma apilada y ha construido sobre la visión mágica del mundo la visión mítica y sobre ésta la visión mental-racional. Y aun más; de la misma manera que el córtex límbico no anula el cerebro reptiliano y el neocórtex no anula al cerebro límbico, nuestras formas mágicas y míticas de ver el mundo no quedan anuladas, sino que permanecen en una zona inconsciente que no manejamos a voluntad. Necesitamos nuestras dosis habituales de pensamientos mágico y mítico, aunque no seamos conscientes de ello. Ejemplos de pensamiento mágico los tenemos en las supersticiones, desde las numerologías que se manejan con los billetes de lotería hasta las presencias de gatos negros, desde los piercings y tatuajes hasta los graffiti que inundan las paredes. El pensamiento mágico incluso atraviesa sus límites más estrictos y se presenta disfrazado de racionalidad, como en nuestra extraña relación con utensilios (móviles; ordenadores) o nuestra propensión extrema a racionalizar y reducir analíticamente cualquier contingencia (cuando nos basamos de forma extrema en la racionalidad dejamos de pensar racionalmente y nos dejamos llevar inadvertidamente por la magia y el mito). Las estrellas del cine son un ejemplo clásico de pensamiento mítico. Los actores no son mitos, son personas de carne y hueso. Es nuestra relación con ellos la que está teñida de la esencia del mito. Les encontramos las mismas características que a los dioses del Olimpo, los héroes de las leyendas o los personajes de los cómics. La esencia del mito estriba en la bipolaridad, la reflexión especular de nuestras acciones. La identificación mágica implica fusión indiferenciada; la identificación mítica implica el reflejo en la imagen simbólica. La racionalidad acaba con la identificación y envía el mundo objetivo fuera de nosotros, a un realismo de mundo externo prefabricado en medio del cual nadamos y observamos. Pero hay conocimiento postracional que nos vuelve a hacer partícipes del proceso cognitivo, más allá de todo dualismo. No hace falta decir que necesitamos de la magia, del mito y de la razón para seguir progresando, de igual manera que necesitamos respirar, sentir emociones y pensar para poder ir más allá en nuestra evolución. Volviendo al 22 de noviembre de 1963, ese mismo día falleció en Los Ángeles Aldous Huxley, verdadero polímata que contribuyó con creces a la evolución del conocimiento humano. Un último detalle del alcance de la mitología: en 2010 se subastó el ataúd que había contenido los restos de LHOswald. Un mitómano pagó por él 87.000 $.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Recapitulación

                           
                           Quien haya tenido la paciencia de seguirme hasta aquí en estos casi ocho años (¡gracias!) se habrá más que percatado fácilmente de mis preferencias vitales en los diversos campos que despiertan mi interés. O, mejor dicho, habrá incluso sabido extraer la esencia común a todas ellas, independientemente de su ámbito de aplicación. La idea básica que percola a lo largo de todo el blog es la de evolución; ése sería precisamente el término que utilizaría si tuviera que resumir las casi quinientas entradas en una sola palabra. Evolución como proceso ampliador de las usuales percepciones reificadoras, atomizadoras, de los simples mecanos moleculares y que da paso a las percepciones de proceso. Proceso que va desde la fábrica primigenia de las estrellas generatriz de la geosfera hasta la organización prebiótica, el paso a la biosfera y su desarrollo con la creciente complejización cibernética hasta la emergencia de la noosfera, de la conciencia, que empieza por la percepción del yo (ese strangeloop tan particular y tan sólidamente asentado que impide, a su vez, el desarrollo ulterior de la propia conciencia trans-personal) y sigue todavía su camino hasta la conciencia de segundo orden (la conciencia de ser conscientes) y aun, en contados casos, mucho más allá. También he insistido en el tema de la evolución –tanto histórica-social como personal-piagetiana- de las estructuras de conocimiento, desde la más arcaica hasta las transracionales, pasando por la mágica, la mítica y la racional. Estas estructuras han afectado a la carga cultural que cada época histórica ha generado, tanto en el campo de las ciencias como en el de las artes y el del pensamiento. Mondes neufs, constructions ou démolitions, vous m’ donnez des visions, reza un verso de una canción de Ch.Trenet, y nada más apropiado para percatarnos de que, para poder avanzar en nuestra posición de conciencia, es preciso saber en donde nos encontramos. Es decir, relativizar nuestras coordenadas mentales y reconocer que estamos sometidos a unos paradigmas que pueden evolucionar. Como la yoidad, que una vez instalada cuesta mucho de superar (se trata de un bucle cibernético muy estable y que nos permite nada menos que sobrevivir), la racionalidad, con su proyección externalizante de toda perspectiva, proporciona un parecido estancamiento. No se trata de abandonar la racionalidad (como tampoco se trata de abandonar la yoidad) sino simplemente de confinarlas a un caso particular de un todo mucho más amplio. La yoidad esclerotizada conduce a la otredad, zona en donde se tiende a acumular todos los desechos (políticos, banqueros, seguidores del equipo contrario, es decir, todos los “malos” de la película) mientras que la racionalidad esclerotizada conduce a la más aberrante forma de fragmentación dualista en cualquier ámbito del pensamiento, por simple que sea. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

Burgueses

 
El público de los conciertos clásicos está envejeciendo a marchas forzadas, en un proceso que parece exactamente el contrario del que se produjo hace unos cuarenta años, cuando una generación joven pareció asaltar los auditorios y revitalizar el fenómeno del hecho musical. Aunque buena parte del público que ahora envejece perteneció a aquella generación parece que se cumple de nuevo la frase picassiana de que las revoluciones nacen de pie y mueren sentadas. Lo malo del caso es que a esta generación ya aburguesada no parece seguir otra joven que la renueve y le cante la famosa canción de Jacques Brel. Las ahora más que tímidas y mojigatas incursiones en repertorios más o menos contemporáneos muestran, a modo de excusa, títulos como “S XX para todos los públicos” y zarandajas por el estilo. ¿Por qué no analizar las reticencias del público hacia este tipo de repertorio en vez de mostrar una actitud de excusa rayana en la vergüenza? Lo primero que hay que asegurar al público –al de hoy como al del S XVIII- es que no se le está tomando el pelo cuando se interpretan obras que no entienden (bien, al menos cuando se le presentan grandes obras de valor incuestionado). Lo segundo y más importante es que el público perciba claramente que cuando asiste a un concierto lo hace, generalmente, con una actitud muy dirigida, con unas estructuras mentales muy definidas y con unas expectativas muy concretas. Todo cuanto no encaje con esta actitud, estructuras y expectativas es automáticamente rechazado sin ninguna otra consideración (o, pero aún, clasificado dentro del saco del “no-me-interesa”). Esta dinámica, evidentemente, representa la muerte por inanición del hecho musical. Si a esto se le suma la consideración de la cultura como un hecho social, idea siempre presente en los países del sur de Europa, tenemos como resultado la atrofia irreversible. ¿Y cuál es la actitud mental del público medio que asiste a un concierto? Pues la de estar abierto a escuchar algo dulce (repertorio clásico), sentimental (repertorio romántico) o grandioso (repertorio clásico o romántico). El repertorio barroco ha ido quedando con el tiempo casi excluido de los programas de las orquestas sinfónicas y el renacentista (que el gran público prácticamente desconoce) ha quedado más especializado dentro del submundo llamado “música antigua” (que ya he discutido en alguna ocasión). En ocasiones se utiliza el término “disonancia” para analizar el fenómeno que estoy describiendo. No se trata de una cuestión de disonancias, sea lo que sea a lo que se refiera este término un tanto escurridizo. No se trata de disonancias sino de la ausencia del elemento patético-sentimental que en demasiadas ocasiones llega a hacer deslizar en el repertorio habitual obras que no están a su altura. No estoy automáticamente condenando las obras que giran alrededor de dicho elemento, ni mucho menos (ello equivaldría a condenar a Tchaikovsky, Puccini, Mahler y muchos otros autores a los que admiro profundamente) sino más bien explorando las posibilidades de ir más allá. El S XIX introdujo también otro elemento distorsionador de la música el cual todavía padecemos. Se trata del intérprete virtuosista, aquel que pone la exhibición personal de sus dotes circenses por encima de la calidad de lo que nos está presentando. Este tipo de intérprete, preferido y mimado por el gran público (con el espaldarazo de las discográficas) siempre prefiere tocar piezas que parezcan mucho más difíciles de ejecutar de lo que son en realidad, y evita sistemáticamente las que resultan mucho más difíciles de lo que el público cree. Aún recuerdo la cara de incredulidad de una señora alborozada tras la interpretación de la FantasiaImpromptu de Chopin cuando le confesé que la sonata de Mozart que había tocado antes era mucho más difícil. Volviendo al tema que nos ocupa, las emociones que despiertan en nosotros Debussy, Bartok, Messiaen y también Boulez, Ligeti o Xenakis no encajan con los gustos del gran público (y quizás no lo harán nunca, como anuncia Ortega y Gasset en La Deshumanización del Arte). No por las disonancias sino por el contenido de sus obras, que va más allá de la expresividad del sentimentalismo patético o incluso del expresionismo más delirante. El gran público sigue prefiriendo, en general, la “disonante” Alpensinfonie al “suave” Après-midi d’un faune. Quizás, remedando de nuevo a Ortega y Gasset, porque el campo del fauno es el que ve el poeta mientras que el de la sinfonía es el que ve el buen burgués.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Emergencias


El pensamiento analítico que todavía hoy envuelve a gran número de colectivos –entre ellos buena parte del mundo científico- es el fruto conjunto de los modelos de Aristóteles (forma/substancia) y Decartes (materia/esencia). El modelo sistémico vino a reconocer lo que el pensamiento analítico había obviado durante siglos: las interacciones entre elementos de un sistema, que llegan a devenir una parte esencial del mismo. Y la noción de sistema frente a la de conjunto de partes va íntimamente ligada a la noción de proceso frente a la de objeto. Solamente cuando dejamos de pensar en términos de objetos y comenzamos a pensar en términos de procesos podemos alcanzar a ver el alcance del concepto de sistemas. Una noción extremadamente importante en la teoría de sistemas es la de emergencia. Cuando se alcanza un determinado nivel de organización aparece una propiedad que no estaba en ninguna de las partes constituyentes (las propiedades moleculares ausentes en los átomos constituyentes, la vida ausente en las moléculas constituyentes, el significado morfológico ausente en las letras constituyentes, etc). Esta emergencia se nos puede aparecer como un objeto irreducible al conjunto de objetos constituyentes porque la reificación del objeto ha conllevado una pérdida de información que reaparece en el sistema cuando tienen lugar las interacciones sistémicas. Un poco como sucede con un archivo informático que lleva sus footprints asociadas y que solamente se nos hacen presentes en la interacción con el hardware/software.

sábado, 12 de octubre de 2013

Operas XII - Don Giovanni

 
                     Don Giovanni ha sido considerada –junto con Tristan und Isolde, Boris Godunov, Pelleas et Melisande y Wozzeck- como una de las óperas históricamente más innovadoras y que han dado lugar a un nuevo desarrollo en el género. La verdad es que cualquiera de estas cinco óperas se erige como una cima aislada no solo dentro de la obra de los respectivos autores sino también en su contexto histórico. Quizás su influencia ha sido efectiva a un nivel lo suficientemente profundo como para resultar poco evidente. Desde ese punto de vista virtualmente todas las óperas tras Don Giovanni han bebido de ella; todas las óperas tras Tristan han bebido de ella; y lo mismo con las otras tres. Si comparamos Don Giovanni con las otras dos óperas de Da Ponte-Mozart podemos hallar –junto con muchos puntos comunes- algunas claras divergencias. La primera es el trasfondo no diré trágico pero sí más grave del asunto (aunque comparte el epígrafe de “dramma gioccoso” con Cosi fan Tutte, se distingue de la “commedia per música” asignada a Le Nozze di Figaro). La mezcla de elementos de comedia y de tragedia, mezcla común en el teatro musical de la época, sigue mostrándose en nuestros días como un elemento vivo e interesante. El elemento trágico de la ópera parece de esta manera adentrarse en una nueva época, un Noveau Règime. No tanto el Romanticismo –por supuesto, nada del Sturm und Drang tan caro a Goethe y Haydn- como el Existencialismo, el hombre como fenómeno y como conciencia aparentemente completadas. Casi se podría decir, de forma exagerada, que se trata de una ópera post-moderna avant la lèttre. Es en la escena del cementerio, y después de la conversación con la estatua del Commendattore, donde tenemos la clave del personaje protagonista. Aunque la razón le impide creer lo que ha visto y oído, concede que la situación es extraña. El resto de los personajes no nos puede dejar indiferentes: por la parte femenina una digamos poco equilibrada Donna Elvira, futura clienta del Dr Freud un siglo y pico más tarde, una altiva Donna Anna, prima hermana de Fiordiligi y más defensora en el fondo de las apariencias que del honor, y una rústica Zerlina, qui etait simple et trés sage, como la Margot de Brassens, que se convertía en el foco de atención del pueblo cuando daba de mamar a su protegido gatito. Las tres –cada cual a su manera- atraídas por el encanto demoníaco del libertino –que consiste más en rebelión que en verdadero sex-appeal- quien a su vez, como diríamos ahora, no se come un rosco en toda la ópera. El resto de los personajes masculinos está menos dibujado: Leporello, el criado, es la copia cómica de su amo, mientras que el más que pasivo Don Ottavio queda siempre a la sombra de su prometida (tal como expresa en sus dos arias), mientras que por su parte Massetto puede ser también la contrapartida cómica de Don Ottavio. La estructura dramático-musical de la ópera también resulta bastante original ya que consta de una multitud de números relativamente cortos que no guardan, en muchos casos, lazos dramáticos entre sí. El resultado –como sucede también con el verdiano Trovatore- produce una sensación de falta de unidad espacio-temporal a la que, a la larga, el espectador se acostumbra e incluso hace progresar la trama de forma efectiva. La propia obertura de la ópera –escrita la noche antes del estreno- desemboca, sin concluir y tras una súbita y lejana modulación, en el primer número. Si el S XVIII le quedaba corto a la ópera, la ópera le quedaba corta al S XIX, que a pesar de considerarla como la mejor ópera de su autor, suprimía eventualmente el conjunto final, ingenuamente considerado como demasiado dieciochesco. La aparentemente más convencional moraleja final todavía nos reserva grandes sorpresas, desde la atrevida mezcla de estilos literarios que propone Da Ponte (‘resti dunque quel briccon / Tra Proserpina e Pluton’) hasta el engaño musical del fugato que se desvanece a cada momento en un finale alla italiana y que, en palabras de E.J. Dent, sirve para que el auditorio pueda ir a cenar, edificado, pero no tanto como para olvidar que se ha divertido mucho.

martes, 24 de septiembre de 2013

Advertencias

 
                       El fenómeno del chivo expiatorio, que en alguna ocasión ya he tratado-, representa un  residuo de pensamiento mágico presente y vivo en numerosas manifestaciones de la sociedad. Los residuos de pensamiento mágico y mítico no son peligrosos (son incluso necesarios) si no se los mezcla con elementos propios de estructuras más evolucionadas (como el integrismo islamista y las bombas atómicas). El chivo expiatorio es el objeto “externo” sobre el que proyectamos todo cuanto nos molesta, todo cuanto nos contamina. Una vez segregado el “mal” de nosotros mismos no hay más que destruir al objeto sobre el que hemos depositado nuestros contaminantes. Cuando observamos ciertos comportamientos en los menores que no son nuestros nuestra mente genera automáticamente la solución del chivo expiatorio: “la culpa la tienen los padres, que consienten demasiado a los hijos”. Lo mismo sucede cuando vemos una persona obesa: “la culpa la tiene esa persona, que no sabe hacer régimen y no quiere hacer deporte”. Si observamos atentamente, nuestro comportamiento viene generado por un deseo de alejar una idea prejuzgada de nuestra conciencia más epidérmica. Dentro de poco tendré una revisión médica en mi centro de trabajo, que consiste en un gran interrogatorio seguido de cuatro pruebas elementales. Cuando me pregunten si bebo vino me guardaré mucho de contestar que, de vez en cuando, tomo menos de un cuarto de vaso con las comidas porque automáticamente aparecerá en mi ficha la apostilla “bebedor habitual”. Esto es todavía peor que nuestras apreciaciones sobre niños y gente obesa, porque está “científicamente” refrendado por una sociedad sumida en la demencia. La consecuencia del chivo expiatorio está clara: frente a una dolencia futura, no seré atendido clínicamente porque “me la habré buscado yo”. Curiosamente, ésta es la respuesta clásica de los sanadores new age, o sea que los extremos se vuelven a tocar. La cosa se puede hacer llegar hasta límites orwellianos, con el consabido mapeado genético y la advertencia de las posibilidades de desarrollar tal o cual dolencia. Pero tranquilos porque todo sistema que pierde los drivers que lo mantienen acaba desintegrándose. O, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Mudanzas



                        Intento seguir, con una mezcla de curiosidad, estupor y horror, el presente y porvenir de nuestra frenética y sin embargo balbuciente sociedad. Ciertamente, las simplificaciones  del lenguaje (en los teléfonos móviles), de los conceptos (clichés por doquier), de las ideas (tópicos largamente cultivados), de las estructuras (dualidades decretadas) son útiles para hacer un cambio. Es como cuando se realiza una mudanza y se colocan las pertenencias en cajas para su traslado. Durante la mudanza tenemos que sobrevivir con lo puesto, pero albergamos la esperanza de recuperar lo que guardamos y así continuar avanzando. Cuando se intenta continuar sin recuperar la parte esencial de lo anterior se repiten los vicios y, lo que es peor, no se evoluciona por falta de base. Nuestros conceptos-cliché de hoy día me recuerdan cada vez más los experimentos realizados con primates, algunos de los cuales logran aprender un código de signos de manera relativamente sencilla. ¿Por qué se insiste en colocar una foto de Einstein al lado de los anuncios de los tests de inteligencia? (¿qué miden exactamente los tests de inteligencia?). ¿No sería mejor intentar explicar de manera sencilla cuál fue el significado de los logros de Einstein? Lo mismo sucede con Marilyn Monroe, Hitler, Che Guevara y otros signos icónicos. Lo peor de esta dinámica de cajas estancas es que frena toda evolución, porque elimina cualquier conciencia sobre la presencia, significado y posibilidad de evolución de las estructuras de conocimiento. Y equipara las posibilidades de conocer algo nuevo a las de encontrar algún objeto nuevo (de cualquier tamaño) confinado en un espacio definido (de cualquier tamaño), cuando el modo más radical de avanzar en cualquier área de conocimiento pasa por ver lo mismo de siempre de una manera nueva. Es difícil de ver cuando se está inmerso en ella, pero la racionalidad no es un modo absoluto de conocimiento, como no lo eran tampoco la magia o el mito. Representa un avance enorme respecto a estas estructuras, pero no un punto final. La pregunta constantemente planteada en los filmes infantiles sobre si la magia existe o no está absolutamente mal formulada y se puede aplicar igual a la racionalidad: tanto una como la otra no son más que formas de ver el mundo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Operas XI - L'Amour des Trois Oranges


                     L’Amour des Trois Oranges, con su descarnada mirada irónica sobre las situaciones que la propia obra va generando, bien podría representar el primer ejemplo –avant la lettre- de ópera postmoderna. Su estreno en Chicago en 1921 la sitúa lejos del estallido de la postmodernidad, pero cerca –temporal, que no espacialmente- del inicio de la generación neoclásica, con su repentina atracción hacia la Commedia dell’Arte y el teatro y la música dieciochescos. De hecho, la sinfonía nº 1 de Prokofiev, la famosa  Sinfonía Clásica (1917) ya representó una primera muestra de neoclasicismo con su forma de pastiche haydiniano –sorprendentemente cocido en el San Petersburgo de la Revolución-. La fuente para el libreto de Oranges fue la célebre pieza de Carlo Gozzi, autor ya de por sí próximo a las visiones irónicas y paródicas, con mezclas de drama y comedia bastante indigestas en su época (otra pieza de Gozzi sería la fuente del Turandot pucciniano). El propio compositor, autor asimismo del libreto, introduciría en su ópera más elementos distanciadores, como el prólogo, que viene a justificar el elemento surrealista, y en donde asistimos a una disputa entre partidarios de la tragedia, el drama, la comedia y la farsa que es interrumpida por el grupo coral que ulteriormente comentará toda la obra anunciando que se representará una obra de un género nuevo, llamado El amor de las tres naranjas. El origen de la propia obra de Gozzi se halla en un cuento infantil que, como tal, proviene de la constelación del mito. O sea que la tarea de Prokofiev tuvo mucho que ver con la des-mitificación, acción que se puede abordar fácilmente desde la perspectiva de la ironía. Cuando en el tercer acto de la obra, que pasa en un desierto, y tras haber abierto el sirviente Truffaldino las dos primeras naranjas y haber perecido de sed las respectivas princesas cautivas, el príncipe, desconocedor del hecho, abre la tercera naranja, se respira el drama, pero es inmediatamente ridiculizado cuando, en plena agonía de la princesa, aparece un personaje del coro con un cubo lleno de agua. La misma desacralización se observa cuando el mago Chelio invoca al demonio Farfarello, que no logra hacer su aparición cuando un acorde de la orquesta invita a ello, y solo aparece tras un innumerable numero de llamadas. Cuando Farfarello le pregunta si es un mago de verdad o uno de teatro Chelio responde, de forma natural, que es un mago de teatro pero también uno de verdad, lo cual hace que la metaacción se cruce con la acción y los respectivos planos se curven sugestivamente. Sin embargo, no toda la obra es irónica. La alegría del coro posterior a la risa del príncipe destila veracidad, así como la escena final. ¿El símbolo de toda la ópera? La ultrafamosa marcha, que condensa alegría, ironía, veracidad, sarcasmo, magia, truculencia y surrealismo en dos escasos minutos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Lenguas

  
          Las diversas lenguas forman parte de las diversas weltanschauung y, como ellas mismas, se agrupan en familias estructuradas. El aprender una lengua que nos es ajena por nacimiento  ofrece una gran oportunidad para ampliar no sólo nuestro campo de conocimiento, sino también, y muy especialmente, nuestra estructura de pensamiento. Es por ello que la traducción entre lenguas ofrece una dificultad especial resultante de esta irreductibilidad (o, en términos kuhnianos, inconmensurabilidad). Cuando desconocemos una lengua o, simplemente, ignoramos una posible traducción, sin embargo, caemos en el extremo de dejarnos dominar por una estructura mental mítica que nos impele a otorgar un prestigio especial a lo que se sale de nuestra visión habitual. Hace ya unos cuantos años que la elección del nombre de los hijos sufre de este fenómeno cuyas raíces míticas se basan también en el cine y la televisión más comerciales, medios de comunicación míticos par excellence. Así, hace treinta años Vanessa hacía furor, y también Jonathan, Jessica y Jennifer (nombres escogidos, además, por progenitores que no sabían pronunciar el sonido “dʒə”). Hoy en día la situación es todavía más peregrina: se utilizan combinaciones de nombre+apellido de actores populares de Hollywood como nombre de pila del neonato. A toda esta variante de esplendor mítico se le da ahora un nombre muy concreto: glamour. Existe otra variante de prestigio mítico por mala traducción. Se trata de las malas traducciones de términos, en ocasiones debida al fenómeno del false friend. Esta modalidad es utilizada por grupos culturalmente más avanzados ya que incluye términos técnicos. Numerosos científicos de habla hispana buscan evidencias más que pruebas, ignorando que el significado en castellano de este término sería más cercano al término inglés obviousness. Algunos términos incluyen malas traducciones de ida y vuelta, como singlete, mala traducción del inglés singlet que a su vez procede del término latin singularis y que en castellano se denomina singulete. Volviendo a los apellidos; aunque éstos no sean traducibles en muchas ocasiones expresan objetos u oficios. Si traducimos Johann Strauss como Juan Ramos o Elizabeth Taylor como Isabel Sastre observamos cierta pérdida de glamour que es directamente proporcional al grado de componente mítico en nuestro pensamiento.

domingo, 18 de agosto de 2013

Operas X - Rigoletto


                        La etiología de la ópera no coincide con la de otros géneros, quizás debido a la colaboración entre numerosas disciplinas, que hace que en ocasiones surja un sinergismo adicional que resulte en un plus comparado con su simple suma aritmética. Un poco como la noción de emergencia en la teoría de sistemas. Un argumento absurdo mas un texto simplista mas una música ramplona puede dar lugar a una obra maestra. Es éste el caso de Rigoletto. ¿Por qué? Porque el conjunto ahonda psicológicamente en la raíz de la relación padre/hija, siendo la música cómplice directa de tal caracterización. Rigoletto forma, junto con La Traviata e Il Trovatore (que trata de la complementaria relación madre-hijo), la famosa trilogía de la época intermedia de Verdi. Las tres óperas se caracterizan por la simplicidad de su aproximación pero a la vez por el acierto de sus propuestas. La fuente de la obra la constituye un mediocre drama del mediocre Victor Hugo, Le Roi s'amuse. Al igual que la Rebecca de Hitchkock, basada en la novela romántica de Daphne du Maurier, la ópera de Verdi transfigura totalmente el original. El ritmo está especialmente bien concebido, culminando en el último acto donde una serie de efectos musicales (el coro a bocca chiusa imitando el viento) ligan la acción externa con la acción interna en la psicología de los personajes. Verdi fue un operista de la psicología, igual que Puccini lo fue del ambiente. ¿El último ingrediente de la fórmula?: su más que calculada reducción a lo esencial.

martes, 6 de agosto de 2013

Operas IX - Le Grand Macabre


  
                        La ópera como género estuvo en boga entre la aristocracia durante el barroco y más tarde, durante el XIX, pasó a formar parte del mundo burgués (atravesando un período intermedio ambivalente representado por el clasicismo vienés). A finales del XIX la ópera era un género genuinamente popular, como los coros obreros y el género folletinesco. Después de la Belle Epoque, sin embargo, la ópera declina. La aristocracia y la burguesía más sofisticada conciben el ballet, la plasticidad musical, como algo más excitante que la ópera, el drama musical. Las clases populares y las vanguardias encuentran un nuevo género que les puede ir como anillo al dedo: el cinematógrafo. La ópera, por tanto, sufre un cierto declinar después de la I Guerra Mundial. Y no es que los grandes compositores abandonen totalmente el género; simplemente la demanda disminuye, los precios se encarecen y la producción baja (aún así aparecen algunas obras maestras como Wozzeck). La situación no cambió fundamentalmente tras la II Guerra Mundial. El abismo entre la producción de vanguardia y el viejo público en constante demanda del viejo repertorio se agrandó todavía más. Es por eso que cuando un compositor de la generación de la vanguardia se decidió a escribir una ópera sintiese ante todo los deseos de tildarla de anti-ópera, anatemizando así los efectos del citado abismo. Y lo cierto es que Le Grand Macabre no es una anti-ópera, como sí lo podían ser Opera de Luciano Berio, Staatstheater de Mauricio Kagel o algunas de las primeras óperas minimalistas (y quizás lo sería más tarde el monumental ciclo Licht de Stockhausen). El propio compositor aduce que, tras considerar que no se podría escribir otra anti-ópera después del gran happening de Kagel, enfocaría su obra como una anti-anti-ópera, es decir, que recogiera simultáneamente una mirada irónica sobre la tradición operística y a la vez sobre la crítica anti-operística. Este planteamiento esencialmente postmodernista, sin embargo, en ocasiones cede y da paso a una ópera en el sentido tradicional del término, empezando con el preludio, una especie de homenaje irónico a la toccata que abre el monteverdiano L’Orfeo, esta vez interpretada por un grupo de bocinas de automóvil. Un gran compositor como Ligeti, sin embargo, logra que dicho preludio, por cochambroso –justo como nuestra época- que quiera parecer, tenga una prestancia que ya no nos abandonará a lo largo de toda la obra. El autor ha tildado esta ópera como su ‘segundo requiem’ en el sentido de que completa, esta vez bajo un prisma sarcástico, su famoso Requiem de 1965. La intención de ambas piezas, sin embargo, las hace herederas de las danzas de la muerte medievales. En aquel caso se trataba de una advertencia: sic transit gloria mundi, la muerte como igualadora social. Ahora se trata de anatemizar el miedo a la muerte riéndose de ella. En la ópera, al igual que en la pieza de Ghelderode en que está basada, la muerte se muere y con ella el miedo a la propia muerte. El apocalipsis ‘de bolsillo’ está mostrado con todos los elementos de nuestro presente, desde el miedo a los meteoritos hasta las discusiones estériles de los políticos, pasando por la banalización de la sexualidad, los aparatos policiales represores (y autoenloquecidos!) y los caprichos del poder. Solo la pareja de amantes, ajena en gran parte a la situación, se yergue por encima del caos e incluso conduce a todos los personajes hasta la moraleja final. Si en ella no se nos abre el paraíso de la misma manera que en los finales mozartianos sí, al menos, nos libera de la asfixia de nuestros tiempos. El tema general de esta ópera bien podría ser el de la resiliencia, experiencia nada ajena a la vida de su autor.

miércoles, 31 de julio de 2013

Alienación



                        Hace cuarenta años el término “sociedad alienada” hacía furor. En cualquier foro “in” se hablaba entonces (sin haberlos leído) de los hoy bastante olvidados Marcuse y Althusser. La perspectiva que aparecía en aquel momento ante los ojos del gran público en muy diversas ramas del saber era infinitamente más limitada que la actual. Sin embargo, se sabía que había mucho por conocer y la ilusión por conocer nos acompañaba. Un poco al revés de lo que sucede en nuestro momento, en que pese a la amplia perspectiva que aparece enfrente nuestro, la alienación ha llegado a niveles entonces impensables y a la vez el supuesto espacio inexplorado se ha empequeñecido ante nuestros ojos. Hace cuarenta años las jóvenes no se maquillaban –o, al menos, lo disimulaban más- por no hacer juego al “capitalismo degenerado” y por aparecer “más naturales”, es decir, con más posibilidades inexploradas. En la actualidad existe una gran sobremaquillación (como en el film Fellini-Satyricon) que parece ampliar la perspectiva de lo posible, aunque empequeñece el área de las potenciales posibilidades.

viernes, 26 de julio de 2013

Operas VIII - Die Zauberflöte


                        Durante los últimos cien años, la sucesión de posibles interpretaciones sobre el significado de Die Zauberflöte ha sido constante. Desde las más simplistas, que consideran la obra poco más que un cuento infantil, hasta las que tienen en cuenta el elemento masónico presente en ella, pasando por las más fantasiosas que asignan los personajes a entes o entidades del mundo del arte, de la política o del poder religioso de la época. Es obvio que el elemento masónico forma parte importante del armazón de la obra. Pero tampoco hay que aislar este hecho de su contexto histórico. La Ilustración centroeuropea configuró la masonería local. Mozart fue masón como lo fue su padre Leopold, así como Haydn, como Goethe, José II de Austria ó Federico el Grande De Prusia. Lo realmente notable de esta ópera es que, manteniendo un hondo mensaje, ha sido y es tremendamente popular entre todo tipo de públicos, independientemente de su edad, educación y extracción cultural. Este hecho, que se halla solamente al alcance de unas pocas obras de arte a lo largo de la historia, es debido a toda una serie de razones, entre las que no cuenta poco la heterogeneidad de sus contenidos formales. La Flauta Mágica es una narración de las que podemos clasificar como “de pasaje”, igual que la Divina Comedia o la Odisea. Contienen una iniciación adquirida a través de una experiencia en el tiempo. Como en muchas obras de teatro clásico, la presencia de la doble pareja (seria/cómica ó sofisticada/sencilla) logra mayor identificación e integración por parte de audiencias de lo más variopinto. Die Zauberflöte –junto con el Requiem, el concierto para clarinete, el motete Ave Verum Corpus y algunas pequeñas piezas-  forma una parte muy significativa del núcleo de las últimas composiciones mozartianas. En casi todas ellas priva una drástica reducción de elementos que hacen que, a pesar hacer el conjunto más concentrado no por ello lo hace menos liviano. Se han reducido al máximo los elementos decorativos pero el núcleo preservado resulta igualmente o incluso mejor acabado. La combinación de obertura fugada, recitativos acompañados pre-wagnerianos, canciones populares vienesas, ariasvirtuosistas a la italiana, coral variado bachiano, hondo lirismo, música deniños, tristeza infinita, alegría radiante, hace que incluso Salieri (el archienemigo de Mozart, de acuerdo con la romántica leyenda, tal como lo recoge la saga Pushkin/Rimsky-Korsakov/Peter Schaffer/Milos Forman) clasificara la obra como “operone digno de ser ejecutado en las más solemnes festividades en presencia de los más grandes monarcas”.

jueves, 18 de julio de 2013

Sentido

 

                                Hacía ya mucho tiempo que creía haber sobrepasado aquel “mezzo del cammin di nostra vita” que Dante usa como marco de referencia experiencial al principio de su Divina Comedia. La “selva oscura” y sus tres fieras parecían ya cosa del pasado –o quizás nunca se habían movido de ahí y su presencia, por constante, parecía haberse vuelto menos amenazadora-. No, el problema no eran ya ahora las amenazas sino la trayectoria, el sentido de la vida visto como imagen global. Imagen global, por cierto, es un término que denota estatismo objetual y es por eso que acusa un decalage hacia una estructura de pensamiento concreta. Una trayectoria, después de todo, es una foto congelada de un proceso. Aunque el dilema que me embargaba no era el de la dualidad objeto-proceso. Todas las dualidades son el resultado de una limitación, que a la postre puede ser superada por una ascensión en el orden de pensamiento. El dilema estaba más relacionado con la propia imagen de la representación, algo así como la apetencia por una doble descodificación del ADN (estructura y función) de la vida. Debía hallar, a toda costa, el enigma de tal código si quería saber cuál era exactamente el sentido de mi vida. Como había leído profusamente sobre psicología, artes ocultas, evolución de sistemas y espiritualidad comparada, creía tener a mi disposición el ABC necesario para enfocar tan ardua empresa. Hacía ya muchos años que conocía mi tema astral como la palma de mi mano, aunque sabía por experiencia que las simbologías y sus direcciones solamente se revelaban de forma consciente cuando los hechos que a posteriori parecían corresponderse tan claramente tenían lugar de forma efectiva. Como cuando a Edipo le cae la venda de los ojos y vislumbra el lío en que se ha metido, sin haber sido plenamente consciente del mensaje del Oráculo de Delfos. De entrada había querido prescindir de soluciones mágicas, de videntes y tiradores de cartas, y teniendo muy presente que las grandes verdades se hallan solamente dentro de nosotros mismos –siquiera en un estrato muy profundo-, después de unos días de purificación por ayuno y meditación me enfrasqué con el I Ching, el famoso Libro de las Mutaciones. Así como en unas formas cualquiera que los caprichos de la naturaleza otorgan a un grupo de nubes somos capaces de ver por proyección nuestros deseos, nuestros miedos y nuestras aspiraciones, cualquiera de los sesenta y cuatro hexagramas del oráculo taoísta tienen algo que decirnos en nuestro momento presente. Como quiera que para la filosofía oriental el ser se corresponde con el cambio, cualquiera de los hexagramas se identifica a la vez con una situación y su opuesta. Tiré con convicción y a la vez con desapego las tres monedas seis veces. Después consulté al oráculo:

La Tierra cubre el abismo.
El hombre superior nutre y educa al pueblo,
formando un numeroso ejército.
Favorable y sin error
si perseveras en tu dirección
guiado por la experiencia.

El detalle de las dos líneas en movimiento añadía:

El ejército se retira.
No hay error

y

El gran gobernante reúne a sus ministros.
No se debe recurrir a hombres mezquinos.

A fuerza de utilizar el I Ching había llegado a adquirir, si no un conocimiento profundo, sí cierta familiaridad con el oráculo y sus frases abiertas, poéticas y ambiguas. Casi siempre había un recóndito lugar interno que resultaba más o menos rozado por alguna de ellas, independientemente del momento en que la consulta fuera realizada. Pero aquella precisa tarde, los símbolos del ejército no parecían lanzar el más mínimo guiño sobre mi conciencia, un tanto espesa debida a los calores estivales y al exceso de trabajo. Después de pensarlo durante un instante, tomé la decisión de anular la visita vespertina con mi analista y utilizar en su lugar los recursos monetarios para visitar el centro de flotación, al que no acudía desde hacía mucho tiempo. Sí, creí que me merecía más una hora de cálida, ciega, húmeda, muda y sorda ingravidez que un ya monótono y aburrido monólogo del cual había llegado a conocer todos los entresijos y que ahora ya ofrecía la posibilidad nula de hacer aparecer un conejo de dentro de la chistera.  En la recepción del centro de ingravidez cambié de opinión. La flotación no sería sorda, sino que la amenizaría con algo de música lejana. Evidentemente, nada de New Age. Sólo de pensar en la música toscamente fabricada con acordes ravelianos, imitaciones satinianas y olas de mar me ponía enfermo. No, escogí una vez más el segundo cuarteto de cuerda deMorton Feldman. Bueno, tan sólo una parte de él porque una flotación de seis horas se hacía inviable. Cuando salí, una vez recuperado el tono habitual, cené muy ligeramente (nada de grasa, nada de alcohol) y, tras leer unos capítulos del último libro de Edgar Morin, me dormí profundamente, como suelo hacerlo tras una flotación. Y soñé, soñé mucho y soñé muy profundamente. Soñé que soñaba pero también soñé que despertaba y volvía a soñar, hasta perderme en una jerarquía de sueños inabarcable. Iba por un camino y, de repente, mi acompañante me retaba a una carrera a ver quien llegaba antes a la parte alta de una montaña. En ese momento yo veía unas escaleras que subían por esa montaña y las subía corriendo para ver si llegaba antes. A medio camino, las escaleras se cruzaban con la carretera y ahí había una casita que creía abandonada. Entraba dentro y veía algún elemento que mostraba que la vivienda no estaba del todo abandonada: latas con plantas florecidas, algún libro, algún disco de vinilo… Todos los elementos daban la sensación de humildad, pero eran muy acogedores. Al poco mi acompañante, que venía por la carretera, también ha entrado y me ha advertido que quizá la vivienda no estaba vacía. Al oír voces, una mujer de edad ha aparecido en la habitación y nos ha hablado con mucha suavidad. Inmediatamente la hemos reconocido como alguien que ya había formado parte de nuestras vidas (a través de la música, creo). Nos informaba de que en lo alto de la escalera había una gran mansión abandonada en donde se organizaban actividades que nos podían interesar. Subimos hasta ese lugar. Era como un gran edificio de piedra en ruinas (había lugares en donde faltaba el techo). Adentro reinaba muy buen ambiente: había una gran compañía de teatro de aficionados (en su mayor parte eran tenderos que mostraban una gran alegría con lo que estaban haciendo). Reconocía a un actor con el que había colaborado tiempo atrás. Me explicaba qué era lo que estaban preparando. En otra secuencia, estaba en una reunión musical. Una de las participantes me ofrecía un piano de cola bien conservado de su padre, un individuo corpulento que vivía arriba de todo de una escalera muy larga. Se accedía por un ascensor, pero el hueco seguía estando y la casa estaba alrededor del hueco. A mí me daba un poco de miedo la altura, pero hablaba con el hombre corpulento, que era muy cortés y educado. Volvía a bajar, pero no sabía si comprarle o no el piano. Después estaba con gente sentado alrededor de un hueco profundo de unos 5 metros de diámetro, con las piernas colgando dentro. Yo tenía un poco de vértigo, pero me decían que si no tiraba las cáscaras de los pistachos que me estaba comiendo dentro del hueco, sino hacia atrás, no me caería. Ello me tranquilizaba. Recuerdo que después me hallaba en una sala muy grande alargada y había una hilera de sillas alrededor. Había compañeros de trabajo y todos debíamos hacer un examen. Éste consistía de dos partes, la primera fija, con preguntas de lingüística (había una plantilla en inglés), y la segunda consistía en un tema libre que se había de desarrollar a partir de una colección de fotografías que nos pasaban al iniciarse el examen. Yo no sabía exactamente cómo se tenía que hacer el examen, pero veía como los demás iban rellenando hojas. Entonces me daba cuenta de que, de entre todas las fotos, me había tocado una de mí mismo de pequeño con mi hermano y mis padres (aunque de hecho había también otro chico que no sabía quién era). Pensaba que era un buen presagio: haría la redacción basándome en aquella foto. Cuando la volvía a buscar para enseñarla al de al lado, en la foto había un chico más que no reconocía y cuando la he mirado por tercera vez ya éramos cinco hermanos. De todas formas, continuaba sin saber como caray se hacía el examen. Llegó la media parte y salimos a descansar (a un campus-bosque con casitas de madera). Cuando llega la hora de continuar vuelvo volando al edificio y llego de los primeros. Coincido con una señora de edad que me enseña lo que ha hecho: ha colocado las fotos entre una cartulina y un vidrio y frota el vidrio con un trapo. Cuando hace esto, las fotos muestran su contenido sonoro: oigo cómo una tribu de aborígenes hablan entre ellos. Yo, por fin pienso que puedo introducir el tema de mi foto como referencia a la memoria; hablaré de cine (Amarcord: yo recuerdo). Entonces ya no he encontrado la foto. He empezado a ponerme nervioso, porque he pensado que necesitaba pasar el examen para apuntarme al curso siguiente. Lo más curioso de los sueños es que los situamos en un emplazamiento fuera del espacio y del tiempo. No existe otro tiempo de verbo que el presente; como máximo experimentamos la sensación de haber soñado con esa misma situación anteriormente, y lo que nos provoca vértigo no es la repetición, sino la referencia a un pasado que en realidad no puede existir dentro del sueño. Cuando desperté, sin embargo, mi mente se hallaba más despejada. Quizás la reequilibración de mi psique había tenido lugar efectivamente y ahora podía constatar que el sentido de la vida y su plenitud eran vislumbrados a través de estados de conexión mental a los que solamente se accede cuando la razón y la volición se aquietan. Cerré los ojos y bebí un vaso de agua.

domingo, 23 de junio de 2013

Operas VII - Der Rosenkavalier



                        No cabe duda de que Richard Strauss se halla entre el pequeño destacamento de compositores-ingenieros que dominan sabiamente el teatro y saben encajar la música con la acción. Y tampoco cabe duda de que, como los otros  ingenieros, supo hallar un libretista con el que formar un sólido tándem. Hugo von Hoffmansthal firmó seis de las óperas de Strauss, entre ellas el Rosenkavalier. Esta ópera representa el triunfo de la artificialidad y ése es precisamente su encanto. La mixtura de los extemporáneos valses –extemporáneos tanto desde el punto de vista de la dieciochesca escena como desde el punto de vista del guiño a Johann Strauss- con las melodías mozartianas (mozartianas de imitación, que no de espíritu), el (doble) travestismo de uno de los personajes, la ausencia de tenores (en Ariadnne auf Naxos queda patente el odio que Strauss sentía por tales personajes), cuyos únicos rastros se encuentran en personajes italianizantes (el cantante  bruscamente interrumpido y el intrigante Valzacchi) resulta sorprendente pero funciona. Y funciona por el sólido libreto y la espléndida caracterización del personaje de Feldmarshallin, “vieja de treinta y siete años” que ve como el tiempo pasa inexorablemente. El contraste entre la mistificación antes apuntada y el trazo humano de la Mariscala da la tensión necesaria para que la obra se mantenga erguida. El golpe de efecto mayor de la obra, la entrada de la Mariscala en el tercer acto (después de acto y medio de ausencia) nos hace caer en la cuenta de todo ello. Las mezclas de objetos musicales que Strauss muestra en muchos de sus poemas sinfónicos (mezcla de oro, plata, mármol, escoria, cascos de botella y ladrillos partidos, según la clásica observación de Deems Taylor) y que en ocasiones rompen el equilibrio interno de las obras es aprovechado en esta ópera como elemento cohesionador. Con sus poemas sinfónicos Strauss también se mostraba ingeniero y no aquitecto (a pesar de las fugas en Zarathustra y en SymphoniaDomestica) y de ahí las polémicas en torno a estas obras. El lirismo, lenguaje natural de este compositor, halla en el Rosenkavalier una de sus máximas cotas.

lunes, 17 de junio de 2013

Operas VI - Fidelio



               Si en esta serie de escritos sobre tema operístico los compositores ingenieros han sido los protagonistas casi absolutos, la ópera que comento hoy es la hija única de un compositor –el compositor- eminentemente arquitecto. Siempre se ha dicho que Fidelio es una obra teatralmente pobre en comparación con su música. Y es una afirmación con la que sólo muy parcialmente estoy de acuerdo. Si consideramos Fidelio únicamente como una respuesta crítica a Don Giovanni y a Beethoven como un mojigato quizás la afirmación tenga más sentido. Fidelio, además de una respuesta a Don Giovanni, y por encima de eso, es un canto a la libertad y al sentido de la moralidad. Curiosamente, tanto Fidelio como Don Giovanni representan diferentes aspectos de la Ilustración. El aspecto positivo, afirmativo, está presente en la composición beethoveniana, mientras que el aspecto negativo, rebelde, está presente en la obra mozartiana. Evidentemente que desde el punto de vista musicoteatral la ópera de Mozart está muy por delante de la de Beethoven. Pero el espíritu de ambas es claramente complementario. El ciudadano ha conquistado sus libertades y la conciencia de la moral colectiva (Fidelio), pero con ello también ha rozado los límites de una manera de pensar y sentir, y se empieza a adentrar en un mundo nuevo que todavía desconoce y observa solamente en la obscuridad (Don Giovanni). Un aspecto de Fidelio que nos remite directamente al principio de esta reflexión y a la dicotomía arquitectura/ingeniería en música está constituído por todos los avatares por los que transcurrió la historia de la obertura de la ópera. La primera versión de ésta –La obertura Leonora nº1- evolucionó (como una auténtica work in progress, tras el primer estreno), junto con la estructura teatral de la obra, a través de dos Leonore Overture adicionales, hasta llegar a la última versión, la mucho más modesta obertura de Fidelio. Si en las Oberturas Leonore (especialmente la segunda y la más famosa e imponente tercera versión) apreciamos la obra del gran arquitecto, en la versión definitiva advertimos una justificación de tipo práctico. Seguramente, si nos imaginamos una representación de la obra (un auténtico singspiel que empieza con una arietta y un duetto típicamente italianizantes) precedida por la Leonore nr III, podemos deducir fácilmente la canibalización resultante de buena parte del primer acto: la arquitectura comiéndose a la ingeniería, cosa que no sucede con la última versión. A lo largo de la historia de las representaciones de Fidelio, muchos directores han intentado reintroducir la Leonore III. A decir de W. Fürtwangler, la obertura se había encajado hasta en el mismísimo final de la ópera, con la consiguiente sensación de anticlímax escénico (y reflexión filosófico-abstracta). La única posición apta para Leonore III se halla entre los dos cuadros del segundo acto (versión introducida por G.Mahler) porque es la manera en que se integra más en la acción (el famoso toque de trompeta liberador). Fidelio, mire como se mire, no es ninguna broma insulsa.

jueves, 13 de junio de 2013

Lavaderos públicos


            Una importante parte de los mails que recibo habitualmente están enviados automáticamente por redes sociales que me informan de la última chorrada que han hecho o han dicho fulanito o menganita, o bien me instan urgente y repetidamente para que apruebe un link con el que alimentar un tupido sistema de contactos profesionales en donde la gente saca a pasear sus más míseras frustraciones (básicamente los perfiles parecen competir en el número de “head”, “general manager” y otros títulos que ya solo parecen engañar a quienes los exhiben). ¿De dónde proviene tanto amor propio herido? ¿Por qué nos empecinamos en mantener el estancamiento? ¿Por qué no tiramos de una vez la cadena del váter? Solamente entonces aflorará lo bueno y auténtico que todos llevamos dentro: cuando se deje de tener miedo a ser lo que ya se es. Sucede algo parecido cuando un intérprete malo (actor, músico, cantante, bailarín, deportista) deja de actuar, tocar, cantar, bailar o moverse con un fin concreto y solamente se exhibe. Dicen los que alimentan este tipo de montaje que lo importante es salir en la foto: si no sales es que no existes. Y yo afirmo, con la contundencia de un emperador romano: quizás es mejor no existir en ciertos mundos y reservar nuestra energía para otros. El mundo frenético que nos retratan las redes sociales y otros productos de masas de Internet y que nos quieren vender como el único mundo no tiene un ámbito más profundo que el de las cotillas que iban a lavar la ropa a los lavaderos públicos y ponían a todo el vecindario a parir. Es más extenso, pero todavía más superficial y anónimo. ¡Por favor, atrévanse a decir de una vez para todas que el emperador, sencillamente, va desnudo!