Vistas de página en total

miércoles, 25 de abril de 2018

Zombies



            Cuando inicié el blog, hace poco más de doce años, la conciencia de estupor todavía podía hacerse sentir de forma más o menos directa. Durante este lapso, y con aceleración sostenida, nuestras zonas ciegas han ido creciendo por lo que hace a los más diversos panoramas que se alzan ante nuestros ojos. Y en aquellos casos en los que la ceguera no es aún total nos aqueja algo todavía más dramático: el bloqueo y la inacción. Como en la sala ecoica de Teufelsberg nuestras quejas, lamentos, ideas o intentos de observar comprehendiendo y elaborando son inmediatamente engullidos por el sistema y acaban formando parte de esa masa transparente –nuestro gran agujero gris- que parece contenerlo todo. Ese gran agujero se alimenta, evidentemente, no solamente de nuestros detritus físicos y mentales sino –y sobretodo- de nuestro progresiva pérdida de contacto con la riqueza de lo real. Se alimenta de nuestra ignorancia, que tiende a crecer de forma ilimitada. Nuestra gran ignorancia es la ignorancia del especialista. Un gran conjunto de especialistas en las más diversas competencias es infinitamente más ignorante que un individuo con capacidad de síntesis y de experiencia. Cada vez nos creemos más conocedores de “la parte del conocimiento que aún no conocemos”, y eso nos cierra las fronteras hacia nuevas dimensiones del conocimiento. No es un trabalenguas. Cada vez acotamos más el futuro porque lo queremos encasquetar en esa absurda y ridícula racionalización que nos acompaña ya en todos y cada uno de nuestros ámbitos de acción y relación. Ya dice Morin que el peor enemigo de la razón es precisamente la racionalización. Esa ciudad de las recetas simplificadas, de los clichés de la cultura de masas, de los Selections of the Thinkers Digest en la que cada vez más gente habita es la ciudad de los zombies, el peor escenario que Kafka podía diseñar.

miércoles, 11 de abril de 2018

Cardinales



               A fuerza de tanto repetir que vivimos en una sociedad abocada al precipicio de la incomprensión, la ignorancia, la imbecilidad, la ignominia y la inmolación me lo acabé creyendo. Y mis subsiguientes pensamientos y acciones, claro está, fueron absolutamente coloreados y matizadas por tal creencia. Y cada vez que pisaba el freno y miraba hacia el retrovisor, con ánimo de comparar lo que tenía delante y lo que tenía detrás, caía presa de esa inconmensurabilidad gnoseológica a la que tan finamente llaman paradigm shift. Y no solo no lograba encontrar un metaespacio desde donde visualizar simultánea y nítidamente las dos zonas sino que cada vez la trampa epistemológica se cerraba más y más en torno a mi mente y oprimía con más fuerza mi fuente de inspiración, que parecía secarse por momentos. Así fue como llegue a la conclusión de que debía acudir a un gurú inspiracional, un maestro místico o algún hábil charlatán que volviera a enderezar mi entendimiento so pena de caer en una especie de decadencia senil prematura. Pero… ¿Dónde buscar tal gurú? ¿Debía mirar hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados o hacia arriba? Si miraba hacia atrás mi selectiva aprecición encontraba a viejos maestros cuyas enseñanzas parecían en su momento eternas pero la aplicación de las cuales parecía en el momento actual fuera de contexto. Si miraba no tan hacia atrás me topaba con mis predecesores directos: progenitores, maestros, ex-compañeros y ex-profesores el recuerdo de los cuales no hacía más que aumentar mi sensación de vértigo y tristeza por la pérdida de un tiempo pasado que, una vez más, parecía simplemente mejor. Como siempre he tratado de evitar esta sensación de refugio virtual que ciertamente apacigua a la corta pero que enloquece a la larga, miré a los lados. El problema era ahora muy diferente. El torbellino frenético al que estamos estructuralemente sometidos precluye el paisaje lateral. Sus vórtices voraces literalmente engullen toda nuestra perspectiva lateral o externa. No existen exteriores. Todo parece englobado por el torbellino. Si lo que quería era ganar una posible metaperspectiva no iba por buen camino, así que decidí mirar hacia delante. En esa dirección se podían observar gurús de todo tipo, algunos con pretensiones visionarias, otros más puramente folklóricos, muchos iluminados, también bastantes chiflados (la conjunción incluída), mercachifles, algunos finos analistas y muchos, muchos mamarrachos. Y, evidentemente, algunos que no podía clasificar fácilmente pero que podían caer en uno  cualquiera de los grupos anteriores. Mi intención última para con este grupo no era sin embargo la clasificación sino el hallazgo de puentes de comunicación con el pasado que me permitieran conocer mejor el futuro. El establecimiento de metapuentes, vaya. Por mucha ruptura epistemológica que hubiera pensaba que, alejándose lo suficiente, la tal grieta podría necesariamente permitir la creación de tales metapuentes. Pero ahí, ay, me engañaba sin saberlo. Porque las situaciones, los metapuentes, las epistemologías y demás tanto se nos pueden presentar como objetos que como procesos. Como la luz. Y a medida que me alejaba de la grieta epistemológica con objeto de hallar la conexión natural que la cerrara me encontraba más con una dinámica, con un sistema en evolución que con un objeto de dimensión espacial. Decidí una vez más cambiar de dirección y oteé hacia arriba, quizás buscando un deus ex machina que de repente iluminara la situación, clarificándola. Me imaginaba un espectáculo poético-circense a medio camino entre la revelación divina y el juego mistificador del prestidigitador. Mirando hacia esa dirección, sin embargo, me pasaba una cosa diferente a las experiencias anteriores. Tan pronto veía una multitud de sombras difusas que parecían quererme decir algo como una imagen más nítida pero inexpresiva como en muchas ocasiones no veía absolutamente nada. Al cabo me percaté de que esa dirección era en realidad una subrogada de otra dirección que no procede de la espacialización. Cuando miraba hacia arriba salía en realidad de la esfera del tiempo espacializado y entraba en la esfera de la interioridad des-temporalizada. Cuando miraba hacia arriba miraba, en realidad, hacia mi interior. Y allá había de todo –o no había nada, dependiendo de mi estado, mi receptividad y mis expectativas-. Fue así como, con mucho esfuerzo, logré construir una narrativa que podía recoger o, mejor dicho, contener todos los puntos de referencia que necesitaba para esbozar un modelo. Mi modelo, que no debía enfrentarse a otros modelos, sino abrazarlos.