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viernes, 26 de febrero de 2016

Preferencias


                 Es sobremanera difícil de entender plenamente algún fenómeno sin participar, en cierta manera, de él. Si se analiza desde fuera siempre se tiende a referenciarlo o a englobarlo dentro de nuestros referentes, por abstractos e intangibles que éstos sean. Algo de esto me sucede personalmente cuando trato de escuchar la música popular de nuestros días. No me refiero a la que escribieron John Lennon, Tom Jobim, Jacques Brel o Thelonius Monk, por poner ejemplos diversos (aunque todos ellos hacen malvas hace tiempo), sino a canciones que considero muy flojas porque las analizo bajo una perspectiva que quizás no les corresponde. Me pregunto como es que pueden tener tanto éxito. Y mi autorespuesta es: la publicidad. La fascinación que sentimos por los llamados fenómenos virales –al contrario que por las infecciones biológicas- explica su propagación. También la narrativa que en general acompaña a la “cultura popular”, que la sitúa cerca del común humano medio, al contrario que le “gran cultura” que ha quedado –especialmente después de la época de las vanguardias radicales de hace 65 años- restringida a las “clases dominantes”. Compro esta narrativa solo parcialmente. A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas que no pertenecían a ninguna “clase dominante” –y es urgente redefinir este término- con fuertes inclinaciones y apetencias hacia la tal “gran cultura” (dentro de la que, evidentemente, también hay grados de dificultad en cuanto a su degustación). Las canciones a las que me refiero no necesitan demasiado cacumen para ser construidas. Simplemente a base de unas cuantos elementos pregrabados, cuatro acordes y una línea melódica anodina que acompañe a un texto cualquiera (todo ello amplificado electrónicamente para sordos) ya se puede aspirar a ganar un premio de ventas. Quizás me pase un poco como lo que describe Ortega y Gasset a propósito del estreno del Hernani de Victor Hugo. Según escribe el filósofo en La deshumanización del Arte, el gran público abucheó la obra porque no entendió su romanticismno incipiente, mientras que los viejas pelucas que asistieron al acto abuchearon la obra porque sí la entendieron.

viernes, 19 de febrero de 2016

Teenetes, o de la circularidad del mundo


                  Después de disfrutar de un opíparo banquete coronado con dosis variables de alkaseltzer y perbocaciones, nuestro peripatético grupo de dialogantes se aposentó en una sala vecina al atrio de villa Paprika con objeto de degustar lentamente el exquisito té lila que Primula –a la que su difunto esposo había dejado la vida solucionada tras su desaparición- importaba directamente de la Manchuria francófona. Teenetes tomó entonces la palabra: –“La vida es/deviene –como decíamos esta mañana-, y el conocimiento es circular; independientemente de la dimensión en que nos movamos. Si lo hacemos en una dimensión, es como una circunferencia, si en dos, como un círculo, si en tres, como una esfera, si en cuatro, una hiperesfera, y así sucesivamente. Los razonamientos siempre acaban dando la vuelta al espacio n-dimensional en que nos hallemos, y nos vienen a encontrar de nuevo. Es por eso que nuestro cometido evolutivo consiste en ir añadiendo nuevas dimensiones a nuestras apreciaciones una vez exploradas las dimensiones inferiores. Con ello aumentaremos siempre el orden de nuestro mundo, nuestro entorno y nuestros referentes. Cada orden dimensional, sin embargo, nos parecerá inconcluso y misterioso, y esa es una de las mayores grandezas de la vida. Nunca disiparemos el misterio porque a cada nuevo ascenso dimensional el mundo nos parecerá nuevo e inexplorado. Cuando nos apegamos a una dimensión sin promover el ascenso es cuando nos encontramos con racionalizaciones como el cientifismo –que nada tiene que ver con la auténtica ciencia-, reduccionismos como la postmodernidad –la cual, sin duda, no tiene en absoluto autoconciencia de su propia limitación-, e incluso cautividades en esferas mucho más primitivas –es decir, que pueden ser percibidas como patológicas- como la mítica y la mágica. –“Permíteme una puntuación, buen Teenetes, -interrumpió Olecrania, nunca del todo satisfecha con las visiones integrales- el caso es que tú todavía contemplas tu objeto, que en este caso es el propio conocimiento, con ojos de sujeto ¿o acaso el conocimiento se sitúa fuera de las hiperesferas de las que con tanta soltura hablas? –“Gentil Olecrania, sabes bien que considero que el propio conocimiento se ve sometido a la progresión que he descrito. Cuando el propio conocimiento se intenta situar fuera del esquema es cuando aparecen la narrativas. Te pondré un ejemplo. En el último mes le ha tocado un premio importante de la loteria española y otro de la catalana a la misma persona. Podemos pensar que la persona había comprado gran exceso de números de lotería, que  se trata de un golpe de suerte, de un capricho del destino, de la curvatura privilegiada de un campo mórfico, de una singularidad fractal, de una mera casualidad, de una influencia astral, de la presencia de un atractor caótico o de un regalo de los dioses. Todas y cada estas posibilidades corresponde a una narrativa (si: ¡todas!). Que cada cual elija la que más le aplique. Cada una se puede asociar a un estadio de evolución del pensamiento, a una dimensión de la famosa esfera…” –“Querido Teenetes, ¡esto huele ya a cuerno quemado! –intervino el joven Epistaxio-. Con todo tu montaje sofista lo único que aseguras es que, cualquiera que sea la situación, tú mismo tienes bien firmes las riendas de la argumentación; es decir, del poder. ¡Te dedicas simplemente a capturar todo el terreno imaginable con objeto de desarmar a tus adversarios! –“Serenate, oh exaltado Epistaxio, y pon un poco de cordura a tus –por otra parte bien necesarios- ardores juveniles” –contestó, con suavidad, Teenetes-. “Llevas razón: mis argumentaciones son inclusivas, pero también te equivocas: no es mi deseo participar en un torneo de argumentos y mucho menos en una lucha de poderes. En esto llevaba razón Olecrania: la inclusividad, la síntesis, la (¡siempre necesariamente inconclusa!) integralidad forman parte de mis debilidades intelectuales o, mejor dicho, de mis señas de identidad noológica. Piensa que siempre los mayores enemigos no son los que ostentan visiones o apetencias antagónicas o  complementarias, sino precisamente los que comparten las ansias de poder pero cada uno lo ve desde su propia perspectiva personal”. –No había apenas Teenetes acabado su frase cuando el recién incorporado Podialgio, que estaba en ese momento comiéndose con fruición una zalacca, comenzó a balbucir con fuerza mientras gesticulaba como un loco. Los presentes se quedaron estupefactos e inmóviles mientras la situación empeoraba por momentos. Solamente el joven Epistaxio tuvo la rapidez de reflejos para aplicar sobre su amigo la maniobra de Heimlich, cosa que lo liberó de una asfixia casi inmediata. –“Sé bienvenido de nuevo al mundo, goloso Podialgio, y agradece como es debido a tu joven amigo Epistaxio el que puedas seguir viendo salir el sol por las mañanas”, sentenció Olecrania. Apenas se hubo recuperado Podialgio de su aparatosa congestión, se dirigió así a su salvador: –“Amigo Epistaxio, estoy en intensa y duradera deuda contigo ya que, desengañaos todos, sabios Diaximenes, Dioscorides y Teenetes: la realidad se ve en primera persona; todas vuestras teorizaciones no son más que pálidos reflejos de la vida, que constantemente nos ofrece sus mil facetas para ser vividas, sentidas e incorporadas”. Los concurrentes se sumaron a la alegría de Podialgio y Epistaxio y esa misma crepúsculo se entregaron a una celebración báquica que duró hasta bien entrada la madrugada. 


viernes, 12 de febrero de 2016

Dioscorides, o del fractal de las cajas chinas


                   El alba del siguiente día pudo observar como Teenetes practicaba sus ejercicios de yoga matinales, sus abluciones y su ofrenda a los dioses antes de bajar a desayunar a la sala Luis XV de villa Paprika, que a esa hora y debido al sol naciente, ofrecía a los madrugadores huéspedes un milagroso espectáculo lumínico. Primula, observando atentamente, indicaba al personal las necesidades de sus invitados. En la gran mesa circular se hallaban ya Diaximenes y Octopa, ésta última interpretando los sueños que puntualmente le relataba su anciano interlocutor. Pronto se unieron al grupo Dioscorides y Teenetes, que se habían encontrado en el ascensor. Epistaxio todavía dormia y Podialgio, después de pasar una mala noche, había conseguido ser llevado en brazos de Morfeo a una hora que le prevenía bajar temprano a la colación matinal. –“Como te iba diciendo, ¡oh Teenetes!, ayer estuve, durante la duermevela hipnagógica, digiriendo las palabras que utilizaste en tu argumento en contra de mi defensa de la evolución, y un segundo antes de caer en el sueño todo el panorama se ensambló en mi pensamiento de forma clara y distinta”. –“Descríbenos la narrativa de tal ensamblaje, honrado Dioscorides”, -suplicó Olecrania, siempre en busca de nuevos argumentos. –“Pues bien, mi argumento se basa en el descentramiento, en el paso de una perspectiva limitada a una más amplia que limita la primera a un corte n-1 dimensional de la segunda”.-“aclara tus palabras, Dioscorides, o acabaras en el club de los pensadores oscuros”-apostilló Teenetes. -“Lo siento, Teenetes, mi lengua no alcanza a expresar prontamente el entramado con que la intuición me ha obsequiado… digamos que lo que veo es que esa extraña y escurridiza percepción a la que llamamos tiempo y a la que habitualmente relegamos como un elemento que nada tiene que ver con nuestras habituales coordenadas espaciales está relacionada con el descentramiento de orden n+1 al que aludía.”-“¡No fastidies que acabas de reinventar la relatividad restringida, Dioscorides!” –gritó, decepcionada, Olecrania-. “-¿Para esto has utilizado un preámbulo tan ampuloso?”. –“Comprendo tu decepción, Olecrania, pero antes de juzgar mis balbuceos déjame terminar, te lo suplico” –contestó un hemiavergonzado Dioscorides-.“No hace tantos años que todavía se debatía sobre la biogénesis en términos de panspermia, de generación espontánea, de hecho aislado, de hecho no observable por científicos de las más variadas corrientes de pensamiento. Curiosamente, al abandonarse la hipótesis de la generación espontánea –que hoy en día parece que hace reír a casi todo el mundo- se retrocedió también en la hipótesis de la evolución desde la no-vida, y se substituyó por la hipótesis panspérmica –que refiere, sin duda, al mito- o la consideración de la biogénesis como un accidente de probabilidad mesurable nula –que refiere a una negación escéptica con pocas probabilidades de desarrollo ulterior”. –“A-a-a-a-ahora s-s-s-si que he pe-pe-perdido el hilo, Dioscorides” –confesó Diaximenes, recién sumado a la deambulante argumentación de su contertulio-. –“Intenta revolver un poco toda mi palabrería anterior, ¡oh Diaximenes!, y dejar que dé lugar a un nuevo aroma: Todos los protagonistas del debate pasaban por alto el hecho de que el proceso de biogénesis se dilata lo suficientemente en el tiempo como para considerar que no ha acabado aún de desarrollarse. Cualquier consideración, por teórica que fuera, no constituía más que una foto fija. Nuestra observación de los fenómenos del mundo, con toda su dinámica, su sistémica y sus constelaciones, no deja de ser también la observación por parte de un entomólogo de una caja de mariposas clavadas con alfileres. Enlazando ya con las consideraciones de ayer puedo comprehender vuestras notables aportaciones con la idea de que 1/ el invariante de Teenentes con que cotejar los estados evolutivos tiene la misma naturaleza de corte epistemológico que los estados, pero en un orden de dimensión n+1 y 2/ las metaposiciones que apoyan cualquier narrativa se hallan en el mismo orden dimensional que la narrativa original”. –“O sea que –prosiguió Olecrania- llegas a la filosofía de Heráclito 2500 años más tarde, pero con un condimento de relatividad, de autogeneración de sistemas y de recurrencias gödelianas ”. -“Ni más ni menos, sagaz Olecrania”. –“Pero ya sabes bien, audaz Dioscorides, que la cultura occidental, de la cual procedían los precedentes que has enumerado, tuvo siempre una fijación con el ser de Parménides más que con el devenir de Heráclito”. –“Pero con muchas y notables excepciones, amable Olecrania: Hegel, Nieztsche, Heidegger, … Se podría decir que la visión del ser y la del devenir son mundos que se autocontienen simultáneamente, como el ying y el yang. Yo te acabo de describir la visión desde una de las perspectivas. Te podría de la misma manera describir la visión complementaria, la que tú llamas habitual a lo largo de la historia de occidente. La visión que da origen a los términos evolución y comparación entre estados evolutivos que discutíamos ayer. Fíjate cuan cosida tenemos esta visión a nuestra epidermis que somos incapaces de ver la visión alternativa que acabo de tratar”. –“Pero entonces, querido Dioscorides, ambas visiones representarían la misma realidad vista desde ángulos diferentes?” –intervino, entre retador e irónico Teenetes-. “Querido Teenetes: sé hacia donde me quieres conducir: hacia una nueva dicotomía que englobe mi juego sofista. Mi respuesta es ésta: ambas visiones no son ni complementarias ni antagónicas: se autocontienen una a la otra hasta el infinito, como el huevo y la gallina. ¿Es ésta una respuesta conforme a tu alta concepción del razonamiento o debo sacar más conejos de la chistera?”-En este punto todos los concurrentes fueron incapaces de reprimir una sonora carcajada, incluyendo a Primula, que, una vez organizada la velada, se había sumado pasivamente al diálogo. Únicamente Epistaxio, que justo acababa de llegar a la sesión -y también a la mayoría de edad-, se sintió desconcertado, mientras Podialgio seguía descansando en sus aposentos. Primula invitó entonces a sus huéspedes a disfrutar del jardín de plasma que había instalado en el ala este de su villa para entretenerlos con diversas maravillas hasta la hora de comer.


viernes, 5 de febrero de 2016

Diaximenes, o de la relatividad del relativismo


                      Cuando Teenetes apareció por la esquina de la bocacalle que había enfrente mismo de la parada del autobús la asamblea levantó un murmullo de aprobación. Primula y Octopa, especialmente, mostraron su alegría por la llegada de quien consideraban el alma de su grupo. Con Teenetes las cosas tomaban vida y nada alrededor parecía indiferente a sus disquisiciones. En la parada, como cada día a esa hora, un abuelo esperaba con impaciencia la llegada del transporte, pese a lo intempestivo del horario. No para cogerlo, sino para extraer un ejemplar gratuito de la prensa del día con que la empresa de transportes obsequiaba a sus usuarios. Cuando el autobús apareció a lo lejos, el iaio empezó a impacientarse y no se sosegó hasta que pudo conseguir su botín gracias a la complicidad de una usuaria con aspecto andino, quien renunció así a su obsequio. El conductor connivió con toda la operación, que acabó otorgando así el periódico a quien no era usuario de la línea. Hipostarco tomó entonces la palabra y comenzó así el diálogo con esta observación: -“Lo que habéis observado no es un hecho aislado, sino que cada día tiene lugar puntualmente. Y cuando la cómplice del abuelo no es la chica andina la persona que la reemplaza le suele alargar un periódico y tomar otro para ella. ¿Qué os parece, pues, mejor y más deseable: la justicia social que ofrece periódicos a los viajeros o la caridad que procura un ejemplar al viejo no viajero? –“La caridad no es necesaria cuando la justicia social se imparte de forma equitativa, Hipostarco” –dijo el joven Epistaxio- “y el hecho de que nos hagas esta pregunta responde a la cuestión sobre el estado de la justicia social en nuestra sociedad”. –“Pero nota bien, Epistaxio” –prosiguió Teenetes- “que la mujer andina renuncia a su obsequio y anula así la injusticia social que tu pareces advertir en el hecho que denuncias”. “Todo depende de la percepción cultural desde la que observemos el hecho” –terció Octopa, que hasta entonces se había mantenido en silencio mientras se mostraba muy atenta a las palabras de los dialogantes-, “Los pueblos afectuosos como los andinos perciben al abuelo como un ser necesitado de cariño y es por ello que realizan de forma natural su obra de caridad. No ven tan claro el tema de que el periódico es un servicio que se ofrece a los viajeros y que se está perjudicando a uno de ellos. Un centroeuropeo percibiría injusticia donde un andino percibe caridad.” Teenetes recogió la última aportación: -“dices bien, Octopa: yo añadiría que la justicia social viene a ser un trasunto masificado y despersonalizado de la caridad. Es absolutamente necesaria, pero también lo es la caridad, que transforma, al revés que la justicia social, que simplemente corrige.” No había acabado su frase Teenetes cuando el bus llegó a la siguiente parada y allí lo tomó Olecrania, cuya unión al grupo provocó una reacción positiva en Teenetes. –“Sé bienvenida, Olecrania, y toma asiento entre nosotros uniéndote a nuestra conversación”. Olecrania mostró en seguida la fina ironía que hacía las delicias de Teenetes: -“No sabía, Teenetes, que estabas promoviendo los diálogos peripatéticos motorizados!”. –“Sí, es un homenaje conjunto a Platón, Aristóteles y General Motors, una nueva experiencia sinestésica”, terció rápidamente Teenetes devolviendo la ironía. –“Promuevo estos diálogos pero veinticinco siglos más tarde que nuestros antepasados, en una época post-kantiana, post-existencialista y, ad fortiori, post-moderna”, siguió Teenetes. –“Y post-gödeliana, no lo olvides, Teenetes”-añadió Dioscorides. -“Así, los principios de la lógica aristotélica han pasado a no ser más que un caso especial de algo más extenso que los engloba”. –“Pero entonces ¡¿ya no hay nada sólido bajo nuestros pies?!”-concluyó, consternado, Podialgio; -“¡Ya no podemos confiar ni en el viejo Platón!”. Olecrania rió para sus adentros mientras Dioscorides frenaba los impulsos desaforados de Podialgio: -“No saques conclusiones chiripitifláuticas de la chistera de la práctica común, amigo Podialgio!. Como bien sabes, el buen Albert Einstein, firme visionario de nuevos mundos pero huésped permanente de otros mundos viejos, ideó un experimento teórico con el que, por reductio ad absurdum, desbaratar el edificio de la indeterminación de los físicos cuánticos”. –“Todos conocemos la historia del gato de Schrödinger, ¡oh, Discorides!”, -contestó Podialgio. –“Pues bien, podemos construir aquí también un modelo gatuno del conocimiento”, -siguió Dioscorides. –“Todo acto de conocimiento es un colapso; una mera foto del gato entrando por la ventana. En cuanto el gato entra, la estancia cambia completamente. En otras palabras, el conocimiento modifica nuestra manera de aprehenderlo. Y la gente, en la vida diaria, cree a pies juntillas que su mecanismo de aprehensión y de percepción queda invariable ad infinitum después de cada acto de conocimiento. Los filósofos que nos han precedido, los de la  Postmodernidad, han ido más allá y han aprendido que no existen hechos (gatos) sino interpretaciones (estancias). Esta constatación, Podialgio, es la que provoca en ti la náusea que hace poco has experimentado. Para tu consuelo puedo añadir que la única medida es el grado de cambio de una estancia a la siguiente: lo que llamamos evolución, que no se mide frente a un fondo inmóvil de estrellas fijas sino comparando estados sucesivos”. –“Tus oscuras metáforas, Dioscorides –sugirió Teenetes-, más que ilustrar despistan a la concurrencia ya que ¿cómo medir las diferencias entre dos estados sucesivos sin contar con la existencia de un invariante con que cotejarlos? El tartamudo Diaximenes, que hasta entonces no había tomado la palabra, reaccionó por fin al último comentario: -“buen Tee-e-e-netes, por querer sa-a-a-alir apresuradamente de la post-mo-mo-mo-modernidad ¡no caigas tú también en la tra-a-a-ampa de la regresión a la moderni-ni-ni-nidad! Como el agudo Diosco-co-corides insinuaba hac-c-c-ce poco, los filósofos de la post-modernidad han v-v-vivido una época post-gödeliana y ellos mismos han consta-ta-ta-ta-tado lo que el brillante matemático y el no menos brillante lógico Tarski int-t-t-tuyeron en sus campos de acción: no existen si-si-si-si-sistemas que puedan, por sí mismos, autoexplicarse ni autom-m-m-mesurarse. Cualquier sistema precisa apoyarse en un me-me-me-metasistema para sostenerse. Los postmodernistas decían que no existen metaposiciones; los transmodernistas decimos que t-t-t-t-to-toodo son metaposiciones”.-“En efecto, sabio Diaxímenes, y lo divertido del caso –añadió Olecrania-, es que este argumento, o alguno parecido, ha sido empleado a la vez por los místicos orientales y los nihilistas occidentales a lo largo de los siglos”. –“Todo, entonces, es incierto!” –Podialgio volvió a panicar-. El autobús llegó por fin a la villa Paprika, propiedad de la encantadora Primula. Los viajeros, tras descender del autobús, fueron conducidos a los baños en donde realizaron sus pediluvios, y posteriormente, tras cambiar sus túnicas, hacia la suntuosa estancia en donde una exquisita cena había sido servida. Los comensales se aposentaron entonces y siguieron con sus afiladas conversaciones menos Teenetes, que se retiró discretamente a meditar a sus aposentos.