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viernes, 29 de enero de 2016

Conexión



                        ¡Cuan poca gente, todavía, es capaz de salir de sus coordenadas mentales más inmediatas y tener una visión más integral del mundo! Y no me refiero, evidentemente, a un apartarse cuantitativo, de un tomar más distancia, sino a un ascenso cualitativo, dialéctico. Quien todavía vive en la Modernidad da por sentado que las trazas, los thumbs, el engramado de las ideas, de los objetos, del conocimiento, de la percepción, de las creencias, de la belleza o de la comunicación simplemente no existen y que la res extensa y la res cogitans constituyen mundos estancos. Los que viven en la Post-Modernidad han captado el relativismo de la Modernidad y no solamente perciben los engramados sino que en todo momento acompañan sus constructos con ellos, en un sinfín de explicaciones que a veces rozan el ridículo. Los que viven en la Trans-Modernidad se han percatado de que los engramados no se construyen ab initio, desde la nada objetiva, sino que todo se halla sometido a la evolución, y los telones de fondo blanco absoluto, simplemente, no existen. El que haya entendido mi fugaz descripción habrá entendido el 85% de este blog.

viernes, 22 de enero de 2016

Ambitos


                        La evolución, por regla general y a largo término, comporta un aumento de  la complejidad. Y con ella el aumento de posibilidades tanto para lo mejor como para lo peor. Hablo en general, tanto de los sistemas biológicos como de los noológicos. Nuestro estado de evolución en cuanto a los medios de comunicación no es una excepción y actualmente la red nos permite acercar tanto a las cimas del arte, del pensamiento y de la ciencia como efectuar un descenso a las simas más miserables del narcisismo, la necedad, la locura o la sinrazón. Los sistemas biológicos, por supuesto, también acusan la doble consecuencia del aumento de la complejidad, volviéndose a la vez más capaces pero en cierta manera también más frágiles. La gran diferencia de los sistemas actuales de comunicación estriba, a mi parecer, en la rápida configuración y modificación de su ecología. Hace solamente cincuenta años, el hecho de publicar un libro, opúsculo o incluso folleto de propaganda era un proceso limitado y más o menos costoso desde diversos puntos de vista. Y este hecho, en cierta manera, limitaba la generación de basura (que también, evidentemente, se publicaba). El nicho ecológico resultaba, así, limitado, y solamente las obras de envergadura alcanzaban una difusión importante. Hoy en día cualquier memo puede escribir estupideces en la red o, peor aún, colgar vídeos tóxicos o simplemente idiotas que alcanzan una difusión extraordinaria (aunque extraordinariamente efímera, también). No entro ya en el tema de los mensajes subliminales o los que tienen por objeto el lavado de cerebro de los receptores. Y la estupidez tiene, así, un efecto multiplicativo importante. Es la celebración masiva de la ignorancia, nuestro becerro de oro particular. 

viernes, 15 de enero de 2016

Artificiosidad


            A lo largo de la historia de occidente se han sucedido épocas de más tendencia a la artificiosidad con otras en que se ha ido en dirección contraria. En mi primera juventud las chicas que no iban con la cara lavada (además de falda escocesa, botas camperas y capazo al hombro) eran consideradas una anomalía y eran rápidamente calificadas como reaccionarias. Hoy en dia observamos gustos y estéticas opuestos (las de la cara lavada son consideradas frikies; la palabra reaccionario ha caído prácticamente en desuso). Hace unos treinta años la mitad de los spots televisivos contenía la palabra natural (algunos de ellos la usaban de forma muy chusca: “es como muy natural”) como sinónimo de producto poco elaborado (mentían como cosacos; se trataba de una 'naturalidad' de lo más artificioso). Qué quiero decir con todo ello? Pues que ni naturalidad ni artificiosidad tienen per se ninguna connotación peyorativa o meliorativa. Una obra tan artificiosa como el mozartiano Cosi fan tutte contiene chispas de clarividencia sobre la psicología humana que obras naturalistas como Cavalleria Rusticana son incapaces de mostrar (la comparación es falaz, lo reconozco). En el mundo del cine sucede una cosa similar con los decorados. En la época en que los decorados no suponían una imposibilidad de producción, si el director tenía suficiente genio como para integrar su estética en la narrativa, su utilización revelaba aspectos profundos que el decorado natural no ofrece por si sólo (a no ser que otro director con genio los integre de forma similar). Los mares de plástico de Amarcord o E la nave va son infinitamente más expresivos que muchos mares reales. Hoy en día, de todas maneras, más que vivir en una realidad artificial, vivimos en una hiperrealidad. Todos nuestros constrictivos constructos racionalizadores (¡que no racionales!), nuestras simulaciones, nuestras sobreexplicaciones y nuestra tendencia a considerar nuestro pequeño espacio como el universo vacío y neutro contra el que pinchamos con alfileres nuestras consideraciones no tienen nada con ver que lo que llamo artificiosidad. Como la estética del reality show televisivo, que no es artificiosa sino falsa hasta la médula.

viernes, 8 de enero de 2016

Boulez est mort


                 En 1952, un año después de la desaparición del fundador de dodecafonismo, el entonces joven Pierre Boulez publicó un opúsculo en la revista musical británica The Score en la que, más que homenajear a su antecesor, declaraba el alejamiento de su estética. La gran cuestión en la vida y obra de Schoenberg había sido la ruptura –en cierta manera, fallida- con la estética expresionista de la que había surgido la atonalidad. La fijación del dodecafonismo a mediados de los años 20 fue un hito mayor en este alejamiento pero no consiguió per se la superación de tal estética. Mientras que la música de Webern sí consiguió prender la mecha de la siguiente generación (e incluso reavivar la vieja; caso de Stravinsky) y la música de Berg quedó definitivamente ligada al expresionismo de entreguerras, la música de Schoenberg siempre osciló entre los dos mundos. En la época del artículo las primeras obras de Boulez ya habían impactado fuertemente en el mundo musical del momento. Era la vanguardia de Darmstadt, que execraba del neoclasicismo pero también del expresionismo. Boulez se constituyó rápidamente en su jefe de fila, imponiendo el serialismo como única forma “históricamente consecuente” del hacer musical del momento. Que Boulez fue uno de los grandes compositores de la historia no cabe la menor duda. Mirando retrospectivamente la producción de las vanguardias de los cincuentas su pieza Le Marteau sans Maître sigue pareciéndonos una de las más significativas y grandes del período. A pesar de los dictados del “Robespierre de la música”, sin embargo, en los propios años cincuenta-sesenta aparecieron vanguardias no necesariamente ligadas al serialismo (Xenakis y después Ligeti o Kagel). Más tarde, con el advenimiento de la postmodernidad, el propio Boulez adoptó estéticas mucho menos radicales generando obras mucho menos áridas y más fácilmente accesibles. De esta época me quedo con Rituel (1975), Répons (1981) y ...explosante-fixe... (1993), obra por la que siento una gran debilidad. En esa época Boulez fue identificado por el gran público como un director de orquesta exigente y poco convencional, como mostraron su paso por la New York Philarmonic (1972-1976) o la dirección de la famosa Tetralogia wagneriana del centenario en Bayreuth (1976). Personalmente considero a Boulez un buen director, pero no excepcional (él mismo decía que, comparada con la composición, la dirección ocupaba una posición secundaria en su carrera). A mediados de los setenta, con la fundación del IRCAM y, posteriormente, del Ensemble InterContemporain, la cultura oficial gala acabó reconociendo el genio de Boulez quien, fiel a sus orígenes estéticos, acaba de morir en su residencia habitual de Baden-Baden, cercana a su dorado Darmstadt de juventud. Muertos ya Stockhausen, Nono, Berio, Maderna, Pousseur y ahora Boulez poco queda ya de aquella agresiva y tonificante vanguardia que apareció a finales de los cuarenta, en un intento por parte de las autoridades de la recién fundada Bundesrepublik de superar el pasado cultural nazi.