Vistas de página en total

sábado, 25 de noviembre de 2017

Vacío


              El conocido y temido “horror vacui” encuentra su correspondiente cuota de participación en varios campos del terreno artístico. La indecisión ante la página o la tela en blanco, como símbolo del bloqueo mental que en ocasiones preludia (y ordena la mente para) el acto creativo es un tema harto tratado por filósofos y poetas. El horror al vacío, una vez superado el período inicial de la creación, es cuidadosamente transferido a la propia creación. Así, pintores y grabadores del Renacimiento en adelante muestran esta característica en grado variable: desde los paisajes de “relleno” que equilibran y a la vez hacen destacar a las figuras principales hasta los abigarrados cuadros de Jean Duvet. A pesar de la gran conquista de los espacios pictóricos diáfanos a mitad del S XX el arte actual sigue conteniendo una parte de horror al vacío (graffiti!). En música el vacío está representado por el silencio. Se hace difícil pensar en el silencio musical durante el Renacimiento y especialmente el Barroco (algunos recitativos especialmente expresivos de Monteverdi usan de ellos). Durante el Clasicismo el silencio es frecuentemente utilizado en sentido cómico. Una frase bruscamente interrumpida es seguida por un silencio durante el que se pide al oyente que adivine lo que viene a continuación (Haydn y Beethoven eran verdaderos adeptos de este esquema). El silencio desaparece de nuevo en la música del S XIX para dar paso a la “melodía infinita”, ejemplo muy ilustrativo del “horror vacui”. Con la vuelta al clasicismo el S XX vuelve a hacer un hueco al silencio musical, que hace su carta de aparición plena a partir de mediados de siglo con compositores como John Cage y Morton Feldman. Aunque el horror vacui siga estando presente en la música minimalista. También aparece en las ejecuciones de los malos intérpretes, quienes sienten pánico de dejar de emitir sonidos y prefieren apilarlos como un montón de chatarra. Una vez más Oriente, complemento dialéctico de Occidente, ha mostrado más transigencia con el vacío. Es más: su paraíso, el Nirvana, es la mejor versión psicológica del “amor vacui” que conozco.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Significación histórica


                  A medida que el tiempo pasa y la crisis catalana se asienta nuestra perspectiva se va modificando y, en cierto modo, se amplía. Recuerdo que Edgar Morin explica que uno de sus profesores universitarios más admirados clasificaba los períodos históricos según la visión que tenían en cuanto a la significación histórica que atribuían a la Revolución Francesa. Al hallarnos sumergidos dentro de la presente coyuntura se hace difícil analizarla con cierta perspectiva pero siempre es útil –y, cuando menos, muy higiénico- tomar la distancia necesaria para ello. Los hechos acaecidos el pasado mes de octubre representaron la culminación de un proceso largamente gestado que se remonta, cuando menos, a una suma de eventos acumulados durante los últimos diez años y que han deteriorado significativamente las  relaciones entre Catalunya y el Estado Español (no voy a enumerarlas; para eso ya están los comentaristas políticos). Remontándonos más atrás podemos observar un resquemor derivado de la pérdida de las leyes propias tras la Guerra de Sucesión más o menos históricamente mantenido pero sobrellevado (con períodos llenos de altibajos). Hasta aquí estoy describiendo un proceso que ha ido oscilando entre la falta de entendimiento, la falta de identificación con matices fuertemente políticos apareciendo a ratos y motivos puramente tribales (la famosa “pertenencia” y “no-pertenencia” que tantas pasiones desata). El eterno dilema, agudizado, que ha vuelto a crecer. Pero en los últimos días el tema se ha extendido y amenaza con desbordar la cuestión puramente tribal, a pesar de que muchos de sus protagonistas sean absolutamente inconscientes de ello. El blindaje del stato-quo que muestra el ejecutivo y gran parte del mapa político español ha sido reflejado cual perfecto eco por las organizaciones políticas de la comunidad europea, que prefieren no dar demasiada relevancia al caso por temor a verse salpicadas. La crisis económica, aspecto evidente pero no único de la crisis global que padecemos, ha socavado el proyecto europeo –así como la crisis moral ha socavado el generoso proyecto inicial de Internet o la crisis de conocimiento ha socavado la creciente conciencia ecológica de las civilizaciones tecnocratizadas- ha sido en gran parte la responsable del parón al proyecto europeo. La “revolución catalana” puede transformarse en el inicio de una nueva visión europea que supere los conceptos renacentistas/románticos de estado y abra una nueva perspectiva de organización política en el continente. No soy ingenuo: esto no es tarea de un mes, un año y ni siquiera una década. La recesión ha derivado el proyecto europeo hacia la tribalización, el populismo y el auge de actitudes que nos recuerdan peligrosamente un pasado no tan lejano (aunque las acusaciones mutuas de “nazi” y “fascista” que tan fácilmente salen de ambos bandos puedan hacer creer que se ha elevado estos calificativos a categorías no-temporales). Este posible germen de cambio político global da una bocanada de aire fresco al presente conflicto y sugiere una posible salida (de momento, solamente a nivel mental) del presente y estéril enroque.