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lunes, 15 de abril de 2024

Ubicaciones


                  Es importante entender el origen de la Postmodernidad para poder analizar su por qué y sus posibles derivaciones. El origen, básicamente, se tiene que buscar en el agotamiento de la Modernidad (y, repito de nuevo, que por Modernidad entiendo lo que habitualmente se conoce como Edad Moderna y no esta especie de ente que la literatura anglosajona etiqueta como ‘Modernism’ -en contraposición a ‘Modernity’- y que más bien se refiere al postrer período moderno (1890-1960 o algo parecido). Este agotamiento puede entenderse bajo dos aspectos complementarios, el primero en referencia a un proceso subjetivo en la conciencia colectiva, y el segundo, objetivo, en cuanto al aparente agotamiento de posibilidades físicas (me refiero aquí al mundo del Arte, especialmente). La Modernidad ha cumplido su ciclo, desde su constitución en el Renacimiento europeo hasta sus últimas consecuencias después de la Segunda Guerra Mundial. El pensamiento de la Modernidad gira en torno al nacimiento, apogeo y muerte de la manera de entender el mundo a la que llamamos racionalidad. Evidentemente, éste es un punto de vista exclusivamente eurocéntrico (centrado en la cultura europea, ya sea autóctona o exportada a sus antiguas colonias). Entre el Renacimiento y la Ilustración la filosofía sigue el modelo clásico al que se le ha sumado la componente de la ciencia moderna. Se trata de indagar como es el mundo y para ello se lanzan sistemas filosóficos que tratan de llegar a esta Verdad utilizando la razón. Cuanto más refinado sea el modelo, más cerca estará de esta tácitamente supuesta verdad objetiva y eterna. A partir de la Ilustración esta visión se irá desmoronando progresivamente, primero con el abandono de la Metafísica -a la que se irá viendo cada vez más como un juego verbal- y después, tras el reconocimiento de que el Positivismo Lógico padecía de idénticos males, del propio concepto de Verdad absoluta, dando paso así al de Posverdad. El mundo del arte, que había estallado al final de la Edad Media con la integración de la perspectiva, el homocentrismo, el humanismo, el nacimiento de la tonalidad en música, también acusó el cansancio de la modernidad. No solo el cansancio sino, hasta cierto punto, el agotamiento de sus recursos. ¿No son los cuadros en blanco de Raushenberg o el silencio del cageano 4’33’’ una muestra de ello? (aunque ambos enfoques nos inviten a la vez a descubrir un hasta cierto punto nebuloso ‘más allá’). En su ya clásico esquema de evolución de la música desde el gregoriano hasta el serialismo L Bernstein asocia cada período musical con un ascenso gradual dentro de la serie de armónicos de una nota musical dada. Es un bello modelo evolucionista, pero a la vez limitado una vez se han incorporado todos los grados de la escala. Cuando los dos procesos apuntados, el subjetivo y el objetivo, coinciden en el tiempo, se vinculan, o bien de forma causal, o bien, al menos, de forma sincronística. Lo que parece claro es que, a pesar del aparente ‘agotamiento objetivo’ se hace necesaria una nueva forma de ver y oír, de mirar y escuchar, que nos permita recuperar el tono y seguir evolucionando (si no se evoluciona es que se está muerto). 

 

sábado, 23 de marzo de 2024

Simplezas



            Hace unos meses que he presenciado la enésima puesta en escena postmoderna, en este caso la ópera de Tchaikovski Yevgeni Onyegin. Esta ópera (1878), originada a partir de Pushkin (1832) ilustra una manera de hacer teatro típicamente rusa que florecería posteriormente con Chejov y que también se desarrollaría en la novelística con Dostoievski (no en vano el tchaikovskiano Onyeguin fue altamente considerada por Meyerhold y los grandes renovadores del teatro ruso a principios del S XX). La acción de la ópera se desarrolla así en el interior de los personajes. Ciertamente que esto también se da en las óperas de Mozart, Verdi y Wagner, pero aquí el desarrollo es totalmente diferente. Los protagonistas pasan la mayor parte del tiempo pensando en su futuro, pensando en su pasado o en su presente, y éste es el verdadero tema de la ópera: el anhelo, el arrepentimiento, la aceptación o la desdicha. Este balance hacia el mundo interior puede dar pie al eventual regisseur a desfigurar la puesta en escena hasta el punto de la sobreexplicación. Una puesta en escena puede alterar la época y lugar de la acción hasta límites insospechados sin por ello cambiar de forma radical la riqueza de contenidos de la obra. Cuando, en época postmoderna, los regisseurs no dirigen sino que comentan las obras, la riqueza de significados se pierde en pos de una interpretación concreta (el 90% de las cuales de una simpleza intelectual y referencial apabullante). En esta versión, los sirvientes juegan un papel visual en primer plano, queriendo representar escenas de instintos reprimidos de los personajes de la nobleza. Quizás si la escena se hubiera trasladado lo suficiente la visión de las aproximaciones sexuales de todo tipo entre criados y criadas encima de la mesa en plena fiesta del primer acto no resultaría tan grotesca. El cadáver de Lenski (a quien Oneguin abraza antes de dispararle el tiro mortal), yaciendo a un lado del escenario durante la polonesa (convertida en una especie de galop-Conga de Jalisco), aun queriendo ofrecer un contraste explícito, resulta de una planaridad infantil. Regisseurs postmodernos: tenéis vocación de maestro de escuela de párvulos.

 

sábado, 3 de febrero de 2024

Aislamiento


            Hacía bastante tiempo que A.K. Möritz percibía que tenía ciertas dificultades para manejar su teléfono móvil. No me estoy refiriendo especialmente a sus capacidades para manejar cacharros electrónicos, que una pequeña parte de eso también había (A.K. Möritz pasaba ya de los sesenta). Lo que más le incomodaba ahora era que en determinadas ocasiones -especialmente cuando tenía prisa- es que su telefonino pasara ampliamente de él. Las caricias y masajes que sus dedos aplicaban sobre la pantalla dejaban de hacer efecto, así, con incrementada frecuencia. Aunque el hecho de que no se note que existas garantiza tu libertad -como canta el poeta- un cierto sentido de fastidio se iba apoderando de A.K.M. de manera creciente, y se incrementaba a la vez que sus fallidos intentos de ser obedecido por un artilugio electrónico. El ex-contable atribuía este hecho a un doble motivo: con los años la piel de los dedos se reseca y el contacto que proporciona en otras épocas el sudor y la grasa superficiales desaparece, por un lado, y la edad erosiona también el relieve de la piel con la consecuente desaparición de las huellas digitales, por otro. Este segundo motivo, además, estaba íntimamente relacionado con la pérdida de identidad social, la que corrobora la inutilidad de los viejos que no consumen. A.K. Möritz veía ante sí el panorama negro de una sociedad interesada y excluyente, pero también se planteaba un panorama gris de una sociedad en la cual podía finalmente pasar desapercibido. Aunque la profesión que había proporcionado a A.K. Möritz unos ingresos, modestos, sí, pero suficientes para conceder a su pequeña familia una modesta vida de clase media, era de lo más aburrida que el propio interesado podía imaginar, este hecho no solo no había incidido en el prístino pensar del contable, sino que había desarrollado en él un gusto por la filosofía que, pensaba, lo acompañaría en su vejez, salvo posibles chocheces imprevistas. La jubilación, planeaba A.K. Möritz, lo alejaría del centro productivo de la sociedad, pero lo acercaría a Platón, Kant, Hegel, Wittgenstein, Derrida, Heidegger, Rorty y todos sus filósofos favoritos. Ya que ahora el mundo había corrompido sus personajes ejemplares, trocando sabios, santos, artistas y filósofos por actores de cine de masas, tertulianos televisivos, millonarios narcisistas, modelos con anatomías modificadas, cantantes insulsos y periodistas amarillos, él mismo, en un arranque de pensamiento disruptivo, se encargaría de mantener el altar sagrado del pasado meritocrático. Ya que ahora cualquier idiota con un amplificador electrónico podía convertirse en influencer sin demasiadas dificultades (no tanto gracias a la tecnología sino, sobre todo, gracias a la creciente estupidez generalizada largamente cultivada y mimada), A.K.M. decidió no participar en este perverso juego de retroalimentación. Se aislaría del mundo y se encerraría en su particular torre de marfil, donde se codearía con lo más selecto de la historia del arte, la ciencia y la filosofía. Lo que A.K.M. no llegó a atinar es que esa actitud provocaría un estancamiento de su flujo particular, similar al estancamiento general que tenía lugar en el exterior. Es decir, que se impregnaría de su versión particular de esa postmodernidad que a toda costa pretendía evitar.

miércoles, 17 de enero de 2024

Conciertos

 


                    Hasta finales del S XVIII la música académica occidental era concebida como un objeto que encargar, degustar … para luego olvidar. Solamente se salvaron de este destino las músicas concebidas con fines utilitarios que requerían un regreso periódico a la luz pública, como las Cantatas de Bach destinadas a celebrar las diferentes fechas de la liturgia o los oratorios de Haendel. Gottfried van Swieten, polímata de origen holandés al servicio del emperador austríaco Joseph II, fue quien jugó un papel destacado en lo que se refiere a la consideración hacia la música no estrictamente nueva. Este epítome del aristócrata ilustrado profesaba una gran reverencia hacia la música de Bach y Haendel, reverencia que supo transmitir a sus coetáneos Haydn, Mozart y Beethoven. Es ésta una de las razones por las que los maestros del Clasicismo Vienés incorporaron tantos pasajes fugados en sus obras, fruto del estudio de las partituras que van Swieten había conseguido en Berlín. En el caso de Haydn, aportó además sus dotes literarias escribiendo los textos de sus oratorios Die Schöpfung y Die Jahreszeiten (no en vano una de las funciones de van Swieten era la de bibliotecario imperial, donde, dicho sea de paso, inventó el catálogo de biblioteca). Otro hecho relevante que cambió los modos sociales del concierto público fue el inculcar la idea de que durante la ejecución el público debía guardar silencio y escuchar atentamente (cosa que, por cierto, se va perdiendo por momentos). Si a finales del XVIII se empezó a considerar la música de tiempos anteriores, hacia el último tercio del XIX la música del pasado ocupaba la mayor parte de los programas. En la segunda mitad del XX, los conciertos dedicados a la nueva música se segregaron y especializaron, fenómeno que, atenuadamente, todavía perdura. 

domingo, 14 de enero de 2024

Adultez

 


                        Hace pocos días que este blog cumplió 18 años. O sea, que ha alcanzado la mayoría de edad y con ello el derecho a independizarse. En nuestros días el coming of age supone poco más que un ordenamiento jurídico. Los rituales religiosos, aunque subsisten todavía (Bar Mitzbah, Shinbyu, Confirmación, Upanayama), han dado lugar a algunos rituales laicos (puestas de largo), Los rituales, especialmente en épocas mágicas y míticas, incluían muy a menudo un aspecto aural repleto de salmodias, letanías, mantras y recitaciones. La música clásica occidental, especialmente a partir del S XX, es rica en este tipo de obras, que quieren recrear cierto grado de a-temporalidad desde la invocación al arcaísmo. Con mis mejores deseos para 2024:

Pierre Boulez: Rituel (1974)

Karlheinz Stockhausen: Stimmung (1968)

Morton Feldman: Palais de Mari (1986)

Luciano Berio: O King (1968)

Olivier Messiaen: Regard du Père (1944)

Igor Stravinsky: Symphonies d'instruments a vent (1920)

viernes, 8 de diciembre de 2023

Planaridad

 


              Lo que más me aterra de la sociedad actual es su planaridad. La supuesta ágora en donde todo el mundo puede opinar sobre la única realidad que existe. Un ágora que aumenta su tamaño a medida que los científicos descubren cosas y los técnicos desarrollan nuevos inventos e instrumentos. Un ágora en donde los conceptos han reificado y, a base de copypaste, tick check-marks victoriosos y likes, han llegado a momificar. ¡Socorro! He trabajado en el campo de la investigación biomédica durante 35 años. La gente que se dedica a la investigación en ciencias naturales acostumbra a tener una visión del mundo muy particular -la que filosóficamente se denomina realismo ingenuo-. Además, muchos de los científicos sostienen que la ciencia es a-moral, como si no se tratase de una actividad humana. La combinación de tales creencias (el mundo es cognoscible tal cual es, de forma independiente de nuestras consideraciones y percepciones, el conocimiento científico va arrinconando las creencias y nos instala en la realidad racional, la ciencia es objetiva o no es ciencia, la ciencia no es buena ni mala; son los humanos quienes la colorean) me causa cierto pavor. En el mundo anglosajón, los doctorados -la mayor parte de investigadores los son- se denominan PhD, siglas que provienen del latín medieval philosophiae doctor, término que actualmente no puede estar más alejado de la realidad. Muchos científicos, incluso algunos muy famosos, han declarado públicamente que la filosofía es un conocimiento obsoleto porque no trata con realidades, como lo hace la ciencia (más pavor). La guinda del pastel la pone la consideración social de la ciencia y los científicos, que ocupan la misma posición que la religión y los sacerdotes en otras épocas (esto ya me da terror).            

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Contajes

 


              Entre la tradición Oriental y la tradición Occidental (así, hablando en macro) existen casi siempre contrastes. Contrastes que en cierto modo se van suavizando a lo largo de un irregular proceso de mestizaje dialéctico. Un contraste que me parece muy sugerente hace referencia al acto de contar. En Occidente ‘contar’ se refiere a cuantificar, usualmente pertenencias y, más concretamente, dinero. Contar es propio de tacaños o gente con el corazón enfermo (Euclio, Harpagon, Mr Scrooge). Al menos es lo que sucedía en momentos más prestantes de la civilización occidental. Quizá hoy en día este tipo de personaje merece un respeto porque todos los paradigmas son válidos. En las tradiciones orientales, contar no hace referencia necesariamente a cuantificar. Dentro de las diferentes corrientes meditativas, a menudo el primer paso, el que ayuda al aprendiz a perfeccionar su técnica, se basa en el contaje. El objetivo de tal acción es el del descentramiento. De forma significativa, en occidente el contaje de ovejas, acto muy similar, se utiliza para dormir, ya que el descentramiento conduce a la pérdida del yo, que se asocia a la inconsciencia, a la disolución. He aquí, pues, la gran diferencia. Mientras que para unas tradiciones la conciencia más profunda se basa en el desapego, para las otras se basa en la permanencia del yo (cogito, ergo sum). Recuerdo que cuando mi hija, recién adoptada y con un conocimiento prácticamente nulo de la lengua, bajaba y subía escaleras en el metro, contaba los peldaños en voz alta. Una forma interesante de situarse en un mundo absolutamente nuevo. La suave, meditativa e hipnótica música del compositor Morton Feldman requiere un constante esfuerzo de contaje por parte del intérprete. Aunque la mayor parte de las músicas se basan en un contaje, en este caso los requerimientos de la atención son mucho mayores, hecho que contrasta con la poca apariencia rítmica del discurso. Ello provoca en el intérprete una especie de trance por focalización de una atención plena que, a la postre, se transmite a los oyentes. Los psicólogos de cualquier tendencia indican que cuando uno se siente invadido por un impulso poco sano que invita a una rápida acción desmesurada, una buena táctica consiste en contar hasta diez antes de dejarse invadir. Es como poner el reloj en standby, como procurar un tiempo muerto de acción en donde re-centrarse y permitir que el neocórtex controle al cerebro reptiliano. Contar, paradójicamente y en cierta medida, es situarse fuera del tiempo.

sábado, 7 de octubre de 2023

Espacialización

 


                        Una de las características más distintivas de la postmodernidad es su tendencia a espacializar el tiempo. El tiempo cronológico deja así de reflejar un proceso experiencial, a la par que todos los estados de tal proceso son simultáneamente percibidos frente a un fondo queridamente neutro. El resultado de tal paradigma transforma nuestra relación con el pasado y tiende a considerarlo como una acumulación inorgánica de conocimientos. Es más: la espacialización del tiempo permite superponer los diferentes estratos 'deconstruidos' en un elevado número de combinaciones que, sin embargo, es limitado por cuanto se mueve únicamente dentro de un espacio dimensionalmente muy acotado. Sin duda, la evolución futura (me niego a creer que la evolución de cualquier tipo haya quedado abolida) pasa por la modificación de nuestra relación con el tiempo. Y la modificación de la relación con el tiempo pasa necesariamente por la consideración del presente eterno, es decir, por la minimización de la consideración espacial.

sábado, 2 de septiembre de 2023

Post-realismos

 


                      Cuando dentro de las eventuales tendencias filosóficas entre los antiguos griegos fueron apareciendo una parte de los fundamentos, dicen, del pensamiento occidental, se efectuó un claro sesgo hacia el realismo, pero que tuvo lugar a partir del idealismo. Me explico. Platón y sus seguidores estaban convencidos por un lado de que el mundo no es directamente cognoscible, sino que solo podemos hacernos una idea desfigurada de él (idealismo; mito de la caverna) mientras que por otro lado el idealismo atribuía propiedades metafísicas a las “esencias” de las cosas. Y estas “esencias” en el fondo venían dadas por nuestra captación sensorial y posterior racionalización de lo aprehendido. Las rosas tienen un olor agradable que nos remite a su “esencia” (los actuales perfumistas siguen hablando de ‘esencias’ en el simple sentido odorífero del término); es decir, se concibe su olor agradable como parte ontológica de su existencia. Sin embargo, hoy entendemos que el olor que los humanos percibimos en las rosas viene dado por un impulso nervioso mediado por unos receptores que son activados por determinados compuestos químicos. O sea, que el olor no está en la “esencia” de la rosa sino en la interacción de determinados componentes de la rosa con nuestra fisiología. Quizá otros animales no encuentran agradable el olor de las rosas o incluso no perciben ningún olor en ellas. A través de una percepción/racionalización apoyada en el realismo se construye una metafísica del idealismo. Y es que desde nuestra posición histórica los idealismos, realismos, anti-realismos y otros -ismos del pasado ya no pueden tener demasiada cabida.

martes, 15 de agosto de 2023

Post-cinematografías (iV): Vaivenes


La trayectoria vital de Jacques Hulot bien podía ser considerada como la opuesta de la que había caracterizado la vida de su famoso abuelo, quien, comenzando desde una modesta -aunque siempre alternativa- posición, y siguiendo el camino en los lindares del sistema -rozando incluso lo anti-sistémico- había llegado a consolidarse dentro del sistema (sin abandonar por eso su eterno despiste crónico). El abuelo de Jacques, en efecto, había comenzado a ganarse la vida como cartero repartidor a quien todos consideraban una buena persona, aunque un ineficiente trabajador. Acabó superándose, sin embargo, lo que le permitió disfrutar de unas vacaciones pequeñoburguesas en un modesto hotel de playa en donde desafió las leyes de la gravedad, ignoró la falsa seriedad de los mensajes de los políticos, se identificó con lo ajeno al poder y las buenas costumbres (turistas inglesas, esposos-víctima franceses y algún que otro representante). Antes de tener hijos -a una edad considerada provecta a tal fin- tuvo una relación de abierta camaradería con su sobrino, relación vista con malos ojos por su cuñado Arpel quien, celoso de los secuestros que según él lo alejaban de su hijo, consiguió enviar al pernicioso tío a un empleo en una provincia lejana. Allá, el abuelo de Jacques empezó a pensar que quizás era mejor dar un sentido más práctico a su vida. Decidió volver a París y buscó trabajo en la metrópoli, ahora convertida en la Alphaville que mostraba Godard en su filme. Como acabó cansado de la vida supuestamente moderna de la época volvió a provincias y allí triunfó en una empresa de vehículos como ingeniero-diseñador. Cuando finalmente se jubiló, el abuelo de Jacques no pudo por menos que, volviendo a sus orígenes, situarse en las orillas de la sociedad y a tal fin se enroló como presentador en una compañía de circo. Su hijo -el padre de Jacques- tuvo una vida más estable. Trabajó siempre en el sector de servicios: primero como ayudante de administrativo de 2ª, después como ayudante de administrativo de 1ª, después como administrativo de 2ª, para seguir como administrativo de 1ª …. Y así sucesivamente hasta ser director de todos los administrativos de su sector. Fue lo que se dice un ascenso lento, metódico, y un tanto aburrido. Entre tanto aburrimiento tuvo tiempo para cortejar y formar una familia, que pronto aumentó su número, ya que Jacques nació a los diez meses y medio del matrimonio. El pequeño fue creciendo feliz y estimado, si bien pronto tuvo que compartir la estima de sus progenitores con una hermana, y más adelante con otro hermano y al final con unos gemelos que resultaron ser bastante gamberros. Jacques fue siempre educado en la conveniencia de la frugalidad, el ahorro, las costumbres moderadas, el trabajo constante y la vida tranquila. Fue por ello por lo que eligió la profesión de registrador de la propiedad, superando las eventuales oposiciones un año después de acabar su carrera universitaria de leyes. Al principio, Jacques destilaba una clara sensación de plenitud de vida, que se iba afianzando a medida que su familia y sus documentos registrales crecían. Cuando su esposa se quedó embarazada por tercera vez, Jacques tuvo una experiencia epifánica. Después de asistir -por compromiso hacia un cliente que le había regalado las entradas más que por deseo propio- a una función de la compañía de Pina Bausch, a Jacques el mundo se le vino abajo. Las repeticiones, el errar, la variedad de relaciones humanas, la poesía, en suma, que Jacques percibió en Café Müller, con su lento, estático y a veces azaroso, pero siempre firme avance, le llegaron al alma y transformaron su existencia. En adelante fue incapaz de concentrarse en su trabajo, que empezó a considerar como el más aburrido sobre la capa de la Tierra, incapaz de pensar barajando los términos que hasta entonces habían guiado su vida. Consciente de la necesidad de alimentar a su familia, sin embargo, no abandonó su bufete, sino que más bien lo dejó en manos de sus ayudantes, decisión usualmente -también en este caso- poco recomendable. Jacques se arruinó y fue socialmente excluido, pero tuvo mucha más suerte que la media de mortales, ya que su esposa, que estaba más enamorada de él que de su circunstancia, consintió en abandonarlo todo y seguirlo, junto con su prole, cuando se enroló en el Cirque du Soleil