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martes, 9 de marzo de 2021

Nueces

 


                     Una conocida canción de Charles Trenet se pregunta qué es lo que contiene una nuez. El poeta describe mil variopintos escenarios: llanuras, montes, valles, ríos, ejércitos de soldados con armaduras partiendo hacia la guerra, caballos del rey huyendo del viento, soles relucientes, el mar, veleros, escolares estropeando sus uniformes, abades en bicicleta, las fiestas del catorce de julio, monumentos engalanados, los ojos brillantes y la ropa al viento de la persona amada…La última estrofa se pregunta sobre el contenido de la nuez una vez abierta. Una vez cascada adiós muy buenas, -concluye la canción- porque la nuez ha sido ya descubierta. La filosofía que se desprende es obvia: la riqueza de la potencialidad no debe menospreciarse en favor de la concreción de la presencialidad. La presencia del misterio nos hace más ricos, receptivos y creativos. En la actualidad se tiende –ya lo he comentado muchas veces- a sobreexplicar cualquier asunto hasta la saciedad. Se tiene que masticar y digerir cualquier cuestión hasta que sólo contenga un mensaje inequívoco y –necesariamente- empobrecido. En el ámbito artístico esta actitud se traduce en la incrustación por doquier de notas castradoras realizadas desde un metaespacio que, por otro lado, se quiere eliminar (un enunciado más de la aporía de la Postmodernidad). Estoy a favor de la pedagogía cultural, pero la concibo como un instrumento de acercamiento, de incitación, de enriquecimiento más que una explicación infantil bidimensional limitante y cerrada. Un instrumento de salivación más que una infusión digestiva. El misterio alienta la psique de los rituales, del descubrimiento, del crecimiento y además deja siempre una rendija abierta a través de la cual evolucionar.