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domingo, 15 de octubre de 2006

Records


Como ésta es la entrada del presente blog que hace la número 100, debería festejarlo al modo usual y celebrar un gran evento con gran derroche de narcisismo y ditirambos. Es muy significativo que hoy en día se le dé tanta importancia a premios, aniversarios y récords. Son tres modos diferentes, pero con cierto substrato común, de disipar la ansiedad –cartesiana ó no- omnipresente en nuestra época. Premios, aniversarios y récords nos aseguran que nuestra perspectiva se mantiene, que todavía podemos lograr cosas nuevas siguiendo los pasos de nuestros mayores, que nuestro espacio está rastreado, pero todavía queda algún resquicio donde encontrar una migaja. Precisamente el récord es celebrado como una bandera que se planta en un terreno cercano a nuestra percepción, pero todavía inexplorado. Al valedor de un récord en ocasiones se le concede un premio. Pero lo que nos fascina ahora de los premios tiene cierto aire de proyección inconsciente. Deseamos de forma más o menos inconsciente los premios para nosotros, si ello no es posible para un paisano y si así tampoco acertamos, para un individuo que viva en el mismo continente que nosotros. Y si eso también falla siempre nos queda el glamour –cualidad en alza- cocinado en los medios de comunicación. Y de la misma forma que rastreamos nuestro espacio –sin plantearnos la existencia de otras dimensiones-, rastreamos también nuestro pasado y cada año nuestras bases de datos generan la lista de efemérides y aniversarios a celebrar. Feliz entrada número cien.

viernes, 13 de octubre de 2006

Patronazgos


El florecimiento de las artes como fenómeno colectivo, querámoslo ó no, va íntimamente ligado a los períodos de florecimiento socio-económico. Las artes siguen así una tendencia parecida a las demás manifestaciones culturales. Lo cual no significa que el arte no pueda desarrollarse en períodos socialmente convulsos. La famosa frase puesta en boca del personaje que interpreta Orson Welles en El Tercer Hombre es muy vistosa, pero encierra solamente una parte de verdad. Según esta frase durante la tiranía de los príncipes renacentistas florecieron Miguel Ángel y Rafael, mientras que los suizos, en cuatrocientos años de paz y democracia, sólo han inventado el reloj de cuco. Eso es un poco injusto para con Paracelso, Klee, Jung, Giaccometti, Honegger y otros grandes personajes helvéticos. Además, si los artistas italianos del Renacimiento pudieron desarrollar sus carreras hasta tal extremo fue como consecuencia del apoyo económico que recibieron por parte de sus maquiavélicos patrocinadores que, a la postre, querían asegurarse un lugar en la posteridad asociando sus nombres a unos valores permanentes. El artista –como el médico, el comerciante, el letrado ó el ingeniero- depende de otros para su subsistencia. Y la naturaleza de este otro varía con la época, con el tipo de material que el artista pueda ofrecer y con los intereses que pueda mostrar en el material ofrecido. Así, el papel que en el occidente medieval jugó la iglesia católica, patrocinando el teocéntrico arte de su época, fue cedido durante el Renacimiento a los príncipes cortesanos, que impulsaron las grandes realizaciones del humanismo. Este patrocinio, siguiendo siempre una evolución en la que el inicial impulso renovador acaba encorsetado, y reflejando una especie de proceso enantiodrómico por el que una opción acaba convirtiéndose en su opuesta, cambió una vez más de manos para anidar en la floreciente burguesía post napoleónica. El producto que ofrecía el artista cambió junto con su destinatario. Ahora se trataba de cantar a la naturaleza y de exaltar los aspectos subjetivos. El burgués siglo XIX fue el de la música y la literatura. Pero he aquí que hacia principios del S XX el artista se revela contra las formas defectivas del romanticismo en que había degenerado el arte anterior. El grito de guerra del período de entreguerras mundiales fue el consabido ¡Desconcertad al burgués! El buen burgués, claro está, acabó alejándose poco a poco, si no de unos cenáculos sociales que le parecían muy convenientes, sí de la creación contemporánea. Entonces se sucedió un período en que los residuos de la nobleza y los burgueses que aspiraban a un lugar en ella patrocinaron las propuestas más radicales. La tendencia posterior a la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, debía ser bastante diferente. El mundo del arte pasa a depender directamente de manos del estado; de las subvenciones públicas. Pero al fin y al cabo ello significa la mediación de comisarios, políticos ó simplemente funcionarios. Se subvencionan especialmente las propuestas más convencionales, los aniversarios y todo aquello que “suena correcto”. El futuro de la creación artística está también en manos del Gran Hermano.

viernes, 6 de octubre de 2006

La Gran Ilusión


El título del conocido film de Jean Renoir se refiere -según constataba su autor- a un error que solemos cometer cuando situamos fronteras: las fronteras que separan a los hombres no son tanto las horizontales-las que corresponden a países, tribus ó nacionalidades- como más bien las verticales–las que corresponden a clases sociales, educación, costumbres-. Al efectuar el desplazamiento mental de tal separación sin duda hemos ampliado el contenido de cada “caja” (clase, razón, etc.), pero ciertamente todavía estamos creando una clasificación. El gran peligro surge cada vez que tales clasificaciones se asocian a dualismos (bueno/malo, blanco/negro, cierto/falso,…). Las clasificaciones, que en una buena parte de los casos son solamente el fruto de la aplicación de una razón a un conjunto de elementos, fácilmente pueden derivar, además, en maximalismos, tomando la parte por el todo. Cuando estas cajas estancas se convierten en pasto de los medios de comunicación en general llegamos al colapso que observamos en la actualidad. Hace poco ojeé sucesivamente varias revistas sobre niños en general, sobre artes (plásticas) en general y sobre psicología casera en más general. Me pareció sorprendente en primer lugar la uniformidad no ya de sus contenidos sino de la propia presentación de los temas, con frases vacías por triviales o por gastadas al pie de imágenes sacadas de bases de datos ó Internet sin ningún objetivo más allá del de crear una sensación estética mínima para propiciar la venta del producto. En segundo lugar me chocó la ausencia total de tesis, opinión ó referentes. Estas publicaciones solamente perpetúan unos modos comunes pero obsoletos de pensamiento defectivo. Hace mucho que sospecho que éste es el secreto perverso de la publicidad: se te impele a comprar algo que ya conoces, aunque sólo sea de nombre –y aun de forma inconsciente-, como una marca anunciada asiduamente ó los cuatro clichés en boga sobre cualquier tema susceptible de ser publicado.