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jueves, 29 de octubre de 2009

Agarraderos


Cuando uno se siente enfermo, ya sea física ó mentalmente (y especialmente en este último caso, aunque en la mayor parte de las ocasiones las enfermedades poseen un grado variable de cada uno de las dos componentes), asume, consciente ó inconscientemente, con facilidad ó con esfuerzo, que su situación es más ó menos temporal (evidentemente no hablo de situaciones crónicas, que van más bien por el camino de la aceptación). Es decir, que la pérdida de paisaje vital, referentes, y otros elementos es pasajera y que, tras el evento, se recuperarán, o, mejor aún, saldrán renovados después de algún tipo de crecimiento y evolución. Idéntica situación acaece con la sociedad. Las épocas de crecimiento son difíciles porque toda la energía se encuentra concentrada en el cambio propiamente dicho y queda poca de ella disponible para satisfacer las contingencias del día a día. Estoy describiendo una vez más la condición de la vida postmoderna. Si, de acuerdo con el sentimiento común, lo único que podemos sentenciar es que la estructura subyacente ha desaparecido, estamos haciendo referencia al sistema de coordenadas previo, al de la modernidad. Durante las etapas de crecimiento, paralelamente a la noción de supervivencia que explicaba antes, cabe plantearse que, por mucho que las verdades absolutas hayan desaparecido, el grado de relatividad de las verdades relativas sigue ahí. Y tal escala de grado de relatividades es la que debe de actuar como guía en esta situación. El auge del cientifismo se debe en gran parte a que este tipo de conocimiento parece poder ocupar el lugar de lo que en otras épocas se tomaban por verdades absolutas (existe otro componente más directo: el poder de todo tipo que puede llegar a generar). No nos engañemos: las verdades absolutas no pueden existir en nuestra estructura cognitiva tardo-racional. Una vez más somos nosotros quienes configuramos las certezas: cuanto más absoluta queremos que sea una verdad más la alejamos de nosotros, y ahí el error. Un viejo refrán americano reza que no puedes conocer totalmente a alguien hasta que no has calzado sus zapatos. Es una metáfora, pero muy elocuente.

sábado, 24 de octubre de 2009

Babel



Me he repetido bastante en recientes ocasiones haciendo referencia a los lenguajes de la postmodernidad y su Babel particular en donde más que falta de entendimiento, lo que ha deparado es ignorancia y conocimiento selectivos ó dirigidos. El origen de esta situación, también lo que recalcado, es una situación de cambio. También recuerdo haber hablado hace más tiempo sobre la vigencia de los diferentes y sucesivos lenguajes durante los correspondientes períodos históricos, constituyendo, además, una de sus claves configurativas. Lo cual no quiere decir que las obras maestras plasmadas en ese lenguaje no sigan hablando a lo largo de la historia cuando ese lenguaje ya no resulta el más apropiado para decir cosas nuevas. A lo largo de los últimos quinientos años de la historia de la música podemos asistir a un elevado número de casos en que un creador que ha formado parte activa e incluso destacada del grupo en un determinado período no ha sido capaz de seguir a sus coetáneos ó al menos de disponer de recursos para seguir creando. No me estoy refiriendo a los casos de “decaimiento de inspiración” ó de “repetición caligráfica”, o mucho menos de limitación de recursos. Existe también el caso de los maestros que, en épocas tardías de su carrera creativa, llegan a desarrollar un lenguaje propio algo apartado del curso de lo venidero, algo así como un “venidero imaginario” que resulta innovador, pero exclusivamente desarrollado para uso personal (Beethoven es el ejemplo clásico); si bien en estos casos existe un lenguaje de períodos anteriores con mucha influencia posterior (¡Beethoven de nuevo!). Rossini, coetáneo de Beethoven, compositor dotado y extensamente apreciado en su época, se retiró a efectos prácticos de la composición a los 37 años (murió a los 76), después de haber escrito su Guillaume Tell. ¿El motivo real? Pues sin duda el hecho de que el nuevo lenguaje operístico romántico le era absolutamente ajeno. El resto de su producción consistió mayoritariamente en piezas religiosas ó de cámara que durante muchos años no se tomaron demasiado en serio (personalmente creo que el Agnus Dei de su Petite Messe Solennelle no llegó a ocupar su puesto propio hasta que Fellini lo utilizó como imagen sonora en los primeros minutos de su E la nave va...). A comienzos del S XX a muchos compositores les pasó lo contrario de lo que a Rossini, es decir, no llegaron a poder librarse del lenguaje propio del romanticismo tardío. Grandes autores como Rachmaninov, heredero de la gran tradición rusa del XIX y Sibelius, gran impulsor de la música y el sentimiento nacional finlandeses, vieron mermada su carrera ulterior por esa razón (hecho en ambos casos dolorosamente reconocido por los propios autores). Incluso compositores que en su momento tuvieron nuevas cosas que decir se vieron después relegados al rincón de los trastos viejos (Strauss). Cuando el kaiser Guillermo II le echó en cara a Stravinsky (a raíz de la presentación en 1912 en Berlín de L’Oiseaux de Feu y Petrouchka por parte de los Ballets Russes) que la música era demasiado ruidosa (tal como explica deliciosamente el propio autor) estaba hablando de un lenguaje nuevo, de un estilo (la música de Salome y Elektra es muchísimo más ruidosa, pero podía llegar a encajar con el oído imperial). ¿A qué vienen todas estas disquisiciones? Estoy leyendo uno de los libros de música más publicitados de los últimos años, The rest is noise (escuchando al S XX a través de su música) de Alex Ross. El libro está escrito como un best-seller, con sus grandezas y sus miserias, con aquel estilo americano franco pero serio de crítica que Deems Taylor puso en boga en los años treinta. Cada uno de nosotros tenemos nuestros particulares gustos personales, pero creo que dedicar a Sibelius 25 páginas del libro mientras que los espacios dedicados a Bartok, Hindemith, Honegger ó Ginastera se hallen ó muy desperdigados ó incluso inexistentes me parece una muestra más del particular Babel de que hablaba al principio. Con todos los respetos para Sibelius y su actual redescubrimiento. Tampoco haré como el siempre agresivo Th. Adorno que decía que si la música de Sibelius era buena, este hecho invalidaba toda la historia de la música, de Bach a Schönberg. Siempre hay que relativizar.

martes, 6 de octubre de 2009

Quejas Improductivas


Nadie es profeta en su tierra, reza el dicho popular. Cuando la tierra en cuestión es España la afirmación cobra un tamaño descomunal. En España somos expertos en quejas improductivas, deporte que practicamos desde hace muchos siglos, al contrario que nuestros envidiados vecinos galos. Por eso las ideas de la Revolución Francesa llegaron tarde aquí y se desarrollaron mal (ó quizás todavía no han llegado del todo). Pero el tema del estado cortijil con gobernantes de izquierdas que viven 150 años atrás y gobernantes de derechas que viven 500 años atrás no es el de este post. Hablaba antes de reconocimientos. Para poder reconocer, sin embargo, es preciso primero conocer. Y aquí no se reconoce a nadie que antes no haya reconocido el mundo. Y aún así, en algunas ocasiones se desconoce absolutamente todo lo que se aparte de la cultura popular ó el deporte (con todos mis respetos para ambas actividades). El pasado 25 de septiembre falleció en su ciudad natal la mayor exponente del pianismo en España (y una de las mayores en el mundo) de la segunda mitad del S XX, Alicia de Larrocha. Los medios españoles apenas le dedicaron los espacios mínimos de rigor. Aparentemente, todo el interés “musical” del momento estaba centrado en la trama de los ladronicios de Félix Millet y su Fundació Palau de la Musica-Orfeó Català. Los políticos asistieron a los actos fúnebres con aspecto de no saber muy bien a quién honraban (se dió la explicación de que lo hacían así porque la finada poseía la Creu de Sant Jordi -como el propio Félix Millet-). El New York Times, sin embargo, dedicó a la pianista fallecida toda una página de su edición del día 26, así como The Guardian y otros importantes rotativos internacionales. La noticia también apareció en la versión inglesa de varios portales de Internet (las versiones españolas siguen más interesadas en el tamaño de las tetas de ciertas artistas y temas similares). Aunque a muchos ciudadanos españoles (y a la mayoría de los políticos entre ellos) les parezca mentira, la música todavía cuenta en muchos rincones del mundo. En nuestras latitudes se sigue considerando un divertimento menor que sirve de excusa para el encuentro de los elementos de la llamada “sociedad civil”. Lamentable.