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viernes, 29 de mayo de 2015

Innovación

                        Aunque estemos hartos de oir la canción de la innovación, que constantemente nos machacan los mass media, los departamentos de recursos humanos y los coachers (New Age o no) de sobra sabemos que lo último que quiere esta oxidada estructura social es cambiar. Las crisis económicas, las crisis de valores, las locuras individuales o colectivas a las que asistimos últimamente no inducen, en apariencia, a aprender a reflexionar sobre este tipo de procesos. Una crisis implica cambio. Es inútil querer solventar una crisis para recuperar el estadio anterior a ella. No solo las ideas innovativas se reciben a regañadientes sino que se pretende que los procesos naturales de aprendizaje sean reificados. Los maestros reciben consignas sobre como enseñar cosas tan diáfanas como la sustracción numérica (“no hay que contar de arriba para abajo sino de abajo para arriba”). La aritmética es una colección de axiomas lo suficientemente sólidos (no creo que ningún superdotado de primero de primaria pueda deducir, dado el actual estado de evolución, el teorema de Gödel) como para que cada uno se construya una mecánica particular. El resultado será el mismo, pese a lo que puedan pensar los parásitos de despacho que mueven los correspondientes hilos. Este fenómeno también se observa en los exámenes con selección de prerespuestas, los llamados de tipo test. No se deja que el examinando construya un punto de vista. Se le ofrecen una serie de respuestas ideadas bajo el epígrafe de Verdadero y Falso. Es más, los falsos han sido cuidadosamente cocinados para dar la sensación de verdaderos. Esto, evidentemente, a nivel de enseñanza básica, no parece demasiado peligroso, pero lo es porque induce a pensar bajo este tipo de dualidad. Ayer mismo leía en la prensa una entrevista con un cosmólogo al que se le preguntaba si algún día se llegaría a conocer todo sobre el universo. El anciano respondía que no, que esto no eras posible, que siempre quedarían incógnitas. Evidentemente, pero no por limitación humana (que también) sino esencialmente porque nuestro conocimiento no es como un almacén donde se acumulan datos y teorías a lo largo de los siglos. Hace poco vi un reportaje sobre el mundo del futuro que iba del mismo palo. Todo era increíble y “muy futurista” pero visto bajo nuestra perspectiva del aquí y ahora, como si todo se proyectara sobre un fondo neutro objetivo, ubicuo y eterno. Periodistas y maestros: tenéis una responsabilidad gigantesca para con el futuro de la sociedad (más que banqueros, políticos y científicos; sin duda alguna).

miércoles, 20 de mayo de 2015

Tensiones


                        La existencia está basada en la tensión entre dos fuerzas antagónicas. Esta aseveración de Heráclito de Efeso, tan poco comprendida en Occidente durante milenios, constituye una de las bases de las místicas orientales. La filosofía occidental siguió más bien los pasos de Parménides de Elea, para el que solamente existían dos caminos: el que es y el que no es. Dicho de otro modo: la existencia derivaba únicamente de una esencia previa e inmutable. Pero no voy a hablar de este complejo tema. Pienso en él a raíz de dos fuerzas sociales siempre presentes a la largo de la historia. La primera es una fuerza centrípeta que tiende a reforzar bucles locales dentro de la sociedad. Es el tribucentrismo que más tarde deviene etnocentrismo. Esta tendencia impide los matrimonios extratribales (o, yendo más allá, extraraciales). También preserva modos y costumbres. ¡Cuánta gente es incapaz de probar un alimento desconocido sobre la base de que “sus abuelos nunca habían probado esto”! Evidentemente, éste es un discurso de fragilidad emocional, de miedo al cambio, que de esta manera impide la mezcla. Es la mítica pureza de raza de la que hablan ciertas ideologías. La segunda fuerza es centrífuga y está relacionada con el ansia de conocimientos. Lleva de forma natural al mundicentrismo, la expansión, la evolución y el mestizaje (¡Qué envidia he sentido siempre hacia las personas con sangre mezclada de diversas culturas!). Esta fuerza provoca los crecimientos dialécticos de la cultura. Pero cuidado. No estoy hablando de buenos y malos ni de dualismos de este estilo a los que tan acostumbrados nos tienen los medios de masas. Ambas fuerzas son necesarias (¡gracias de nuevo, Heráclito!) para crear la tensión del arco y la flecha que evita por un lado la desintegración o por otro lado el colapso. Si bien es cierto que un universo en expansión (física, biológica, noológica) requiere que en ciertos momentos las fuerzas centrípetas cedan, siquiera parcialmente a las centrífugas en pos de tal proceso.

sábado, 9 de mayo de 2015

Telones de fondo

                     
        La post Modernidad, a la que tantos posts he dedicado de forma directa o indirecta establece, en su versión hard, que no hay verdades absolutas y que no existen hechos, sino interpretaciones (la versión soft establece que todo es relativo) y que cualquier producto de la historia se puede deconstruir en sus elementos, por lo que se deduce que cualquier producto futuro se puede construir a voluntad de cada cual y que todos tendrán su cuota de verdad relativa. Por productos de la historia se entiende cualquier tipo de producto: artístico, filosófico,  científico, cultural, natural, social. Se respira así un clima de “final de la historia” como final de la evolución. Existe una profunda contradicción dentro de todo este asunto. En ocasiones he visto referida esta contradicción en la forma de autoengaño: si no hay verdades absolutas, la postmodernidad, que no deja de ser una consideración, tampoco lo es. Así se puede llegar a la paradoja de la auto-contención (la hace poco citada paradoja del cretense). Existe otra manera de descubrir la falacia de la post-modernidad (en el fondo es la misma, pero ofrecida bajo otra perspectiva). Las supuestas verdades relativas que se pueden construir y deconstruir precisan para poderse efectuar esta operación de un fondo neutro. Este fondo neutro es una forma de verdad absoluta introducida como un poco disimulado troyano o macrodiablo de Maxwell. Alguna pared de fondo siempre ha existido, también con la Modernidad (Renacimiento-Ilustración). Con el final de la Modernidad y la subsiguiente caída de su propio telón de fondo la postmodernidad ha creído ver en el nuevo telón de fondo el verdadero punto final y  lo ha tomado así por una referencia absoluta e inamovible. Como concluyo siempre con este tema, el valor real de la postmodernidad informa sobre la decrepitud de la modernidad pero no constituye ningún estadio evolutivo. La Postmodernidad es el camino a través del cual se accede a la transmodernidad.

viernes, 1 de mayo de 2015

Confianza

                        Según una conocida aseveración popular, una vez se aprende a ir en bicicleta, ya no se olvida jamás, por tiempo de falta de práctica que pase. Lo mismo sucede con la capacidad de flotar en el agua. Aunque se pierdan facultades la técnica básica se mantiene. ¿Por qué sucede asi? Pues porque la capacidad de sostenerse sobre una bicicleta en marcha o de flotar sobre la superficie del mar dependen de una función básica de nuestra mente: la confianza. La práctica de un deporte de competición o de un instrumento musical requieren altas dosis de psicomotricidad que se adquieren con entrenamiento y que ciertamente decaen con la falta de uso. En los casos mencionados de la bicicleta y la flotación la sola constatación de que algo que parecía poco menos que imposible es absolutamente posible dispara automáticamente los bucles psicomotrices que lo actualizan. Es un poco como la puntualidad en los horarios de los trenes. La simple aceptación de la idea de que la puntualidad es importante la hace posible por polarización del sistema, infinitamente más que las cuestiones técnicas, que les son subsidiarias –aunque ciertamente en este caso es necesario dar tiempo al sistema para generar toda la complejidad que entraña-. El ejemplo da la razón a la premisa budista acerca de la posible interferencia de la mente consciente en el desarrollo de algunos procesos (que hay que hacer, no que pensar). O, como dicen en inglés: mind is a good servant but a bad master