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martes, 24 de septiembre de 2013

Advertencias

 
                       El fenómeno del chivo expiatorio, que en alguna ocasión ya he tratado-, representa un  residuo de pensamiento mágico presente y vivo en numerosas manifestaciones de la sociedad. Los residuos de pensamiento mágico y mítico no son peligrosos (son incluso necesarios) si no se los mezcla con elementos propios de estructuras más evolucionadas (como el integrismo islamista y las bombas atómicas). El chivo expiatorio es el objeto “externo” sobre el que proyectamos todo cuanto nos molesta, todo cuanto nos contamina. Una vez segregado el “mal” de nosotros mismos no hay más que destruir al objeto sobre el que hemos depositado nuestros contaminantes. Cuando observamos ciertos comportamientos en los menores que no son nuestros nuestra mente genera automáticamente la solución del chivo expiatorio: “la culpa la tienen los padres, que consienten demasiado a los hijos”. Lo mismo sucede cuando vemos una persona obesa: “la culpa la tiene esa persona, que no sabe hacer régimen y no quiere hacer deporte”. Si observamos atentamente, nuestro comportamiento viene generado por un deseo de alejar una idea prejuzgada de nuestra conciencia más epidérmica. Dentro de poco tendré una revisión médica en mi centro de trabajo, que consiste en un gran interrogatorio seguido de cuatro pruebas elementales. Cuando me pregunten si bebo vino me guardaré mucho de contestar que, de vez en cuando, tomo menos de un cuarto de vaso con las comidas porque automáticamente aparecerá en mi ficha la apostilla “bebedor habitual”. Esto es todavía peor que nuestras apreciaciones sobre niños y gente obesa, porque está “científicamente” refrendado por una sociedad sumida en la demencia. La consecuencia del chivo expiatorio está clara: frente a una dolencia futura, no seré atendido clínicamente porque “me la habré buscado yo”. Curiosamente, ésta es la respuesta clásica de los sanadores new age, o sea que los extremos se vuelven a tocar. La cosa se puede hacer llegar hasta límites orwellianos, con el consabido mapeado genético y la advertencia de las posibilidades de desarrollar tal o cual dolencia. Pero tranquilos porque todo sistema que pierde los drivers que lo mantienen acaba desintegrándose. O, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Mudanzas



                        Intento seguir, con una mezcla de curiosidad, estupor y horror, el presente y porvenir de nuestra frenética y sin embargo balbuciente sociedad. Ciertamente, las simplificaciones  del lenguaje (en los teléfonos móviles), de los conceptos (clichés por doquier), de las ideas (tópicos largamente cultivados), de las estructuras (dualidades decretadas) son útiles para hacer un cambio. Es como cuando se realiza una mudanza y se colocan las pertenencias en cajas para su traslado. Durante la mudanza tenemos que sobrevivir con lo puesto, pero albergamos la esperanza de recuperar lo que guardamos y así continuar avanzando. Cuando se intenta continuar sin recuperar la parte esencial de lo anterior se repiten los vicios y, lo que es peor, no se evoluciona por falta de base. Nuestros conceptos-cliché de hoy día me recuerdan cada vez más los experimentos realizados con primates, algunos de los cuales logran aprender un código de signos de manera relativamente sencilla. ¿Por qué se insiste en colocar una foto de Einstein al lado de los anuncios de los tests de inteligencia? (¿qué miden exactamente los tests de inteligencia?). ¿No sería mejor intentar explicar de manera sencilla cuál fue el significado de los logros de Einstein? Lo mismo sucede con Marilyn Monroe, Hitler, Che Guevara y otros signos icónicos. Lo peor de esta dinámica de cajas estancas es que frena toda evolución, porque elimina cualquier conciencia sobre la presencia, significado y posibilidad de evolución de las estructuras de conocimiento. Y equipara las posibilidades de conocer algo nuevo a las de encontrar algún objeto nuevo (de cualquier tamaño) confinado en un espacio definido (de cualquier tamaño), cuando el modo más radical de avanzar en cualquier área de conocimiento pasa por ver lo mismo de siempre de una manera nueva. Es difícil de ver cuando se está inmerso en ella, pero la racionalidad no es un modo absoluto de conocimiento, como no lo eran tampoco la magia o el mito. Representa un avance enorme respecto a estas estructuras, pero no un punto final. La pregunta constantemente planteada en los filmes infantiles sobre si la magia existe o no está absolutamente mal formulada y se puede aplicar igual a la racionalidad: tanto una como la otra no son más que formas de ver el mundo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Operas XI - L'Amour des Trois Oranges


                     L’Amour des Trois Oranges, con su descarnada mirada irónica sobre las situaciones que la propia obra va generando, bien podría representar el primer ejemplo –avant la lettre- de ópera postmoderna. Su estreno en Chicago en 1921 la sitúa lejos del estallido de la postmodernidad, pero cerca –temporal, que no espacialmente- del inicio de la generación neoclásica, con su repentina atracción hacia la Commedia dell’Arte y el teatro y la música dieciochescos. De hecho, la sinfonía nº 1 de Prokofiev, la famosa  Sinfonía Clásica (1917) ya representó una primera muestra de neoclasicismo con su forma de pastiche haydiniano –sorprendentemente cocido en el San Petersburgo de la Revolución-. La fuente para el libreto de Oranges fue la célebre pieza de Carlo Gozzi, autor ya de por sí próximo a las visiones irónicas y paródicas, con mezclas de drama y comedia bastante indigestas en su época (otra pieza de Gozzi sería la fuente del Turandot pucciniano). El propio compositor, autor asimismo del libreto, introduciría en su ópera más elementos distanciadores, como el prólogo, que viene a justificar el elemento surrealista, y en donde asistimos a una disputa entre partidarios de la tragedia, el drama, la comedia y la farsa que es interrumpida por el grupo coral que ulteriormente comentará toda la obra anunciando que se representará una obra de un género nuevo, llamado El amor de las tres naranjas. El origen de la propia obra de Gozzi se halla en un cuento infantil que, como tal, proviene de la constelación del mito. O sea que la tarea de Prokofiev tuvo mucho que ver con la des-mitificación, acción que se puede abordar fácilmente desde la perspectiva de la ironía. Cuando en el tercer acto de la obra, que pasa en un desierto, y tras haber abierto el sirviente Truffaldino las dos primeras naranjas y haber perecido de sed las respectivas princesas cautivas, el príncipe, desconocedor del hecho, abre la tercera naranja, se respira el drama, pero es inmediatamente ridiculizado cuando, en plena agonía de la princesa, aparece un personaje del coro con un cubo lleno de agua. La misma desacralización se observa cuando el mago Chelio invoca al demonio Farfarello, que no logra hacer su aparición cuando un acorde de la orquesta invita a ello, y solo aparece tras un innumerable numero de llamadas. Cuando Farfarello le pregunta si es un mago de verdad o uno de teatro Chelio responde, de forma natural, que es un mago de teatro pero también uno de verdad, lo cual hace que la metaacción se cruce con la acción y los respectivos planos se curven sugestivamente. Sin embargo, no toda la obra es irónica. La alegría del coro posterior a la risa del príncipe destila veracidad, así como la escena final. ¿El símbolo de toda la ópera? La ultrafamosa marcha, que condensa alegría, ironía, veracidad, sarcasmo, magia, truculencia y surrealismo en dos escasos minutos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

Lenguas

  
          Las diversas lenguas forman parte de las diversas weltanschauung y, como ellas mismas, se agrupan en familias estructuradas. El aprender una lengua que nos es ajena por nacimiento  ofrece una gran oportunidad para ampliar no sólo nuestro campo de conocimiento, sino también, y muy especialmente, nuestra estructura de pensamiento. Es por ello que la traducción entre lenguas ofrece una dificultad especial resultante de esta irreductibilidad (o, en términos kuhnianos, inconmensurabilidad). Cuando desconocemos una lengua o, simplemente, ignoramos una posible traducción, sin embargo, caemos en el extremo de dejarnos dominar por una estructura mental mítica que nos impele a otorgar un prestigio especial a lo que se sale de nuestra visión habitual. Hace ya unos cuantos años que la elección del nombre de los hijos sufre de este fenómeno cuyas raíces míticas se basan también en el cine y la televisión más comerciales, medios de comunicación míticos par excellence. Así, hace treinta años Vanessa hacía furor, y también Jonathan, Jessica y Jennifer (nombres escogidos, además, por progenitores que no sabían pronunciar el sonido “dʒə”). Hoy en día la situación es todavía más peregrina: se utilizan combinaciones de nombre+apellido de actores populares de Hollywood como nombre de pila del neonato. A toda esta variante de esplendor mítico se le da ahora un nombre muy concreto: glamour. Existe otra variante de prestigio mítico por mala traducción. Se trata de las malas traducciones de términos, en ocasiones debida al fenómeno del false friend. Esta modalidad es utilizada por grupos culturalmente más avanzados ya que incluye términos técnicos. Numerosos científicos de habla hispana buscan evidencias más que pruebas, ignorando que el significado en castellano de este término sería más cercano al término inglés obviousness. Algunos términos incluyen malas traducciones de ida y vuelta, como singlete, mala traducción del inglés singlet que a su vez procede del término latin singularis y que en castellano se denomina singulete. Volviendo a los apellidos; aunque éstos no sean traducibles en muchas ocasiones expresan objetos u oficios. Si traducimos Johann Strauss como Juan Ramos o Elizabeth Taylor como Isabel Sastre observamos cierta pérdida de glamour que es directamente proporcional al grado de componente mítico en nuestro pensamiento.