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sábado, 28 de mayo de 2011

Vida


                        Hace exactamente cuarenta años uno de los padres fundadores de la moderna biología molecular, Jacques Monod, postuló (o quizás, pontificó, en una opinión personal y poco basada en modelos científicos), que la vida era un fenómeno absolutamente singular y fruto del azar, con un bajísimo grado de posibilidad de que se pueda repetir en otro lugar o época en el vastísimo universo. Hoy, apoyándonos en modelos científicos renovados por la teoría de sistemas, las matemáticas de la complejidad, el estudio de los sistemas disipativos y la autopoiesis, creemos precisamente todo lo contrario: que la vida es un término hacia el que, dadas unas mínimas condiciones iniciales, se tiende de forma natural por autocatálisis si se da al sistema el tiempo suficiente para ello. La afirmación de Monod, sin embargo, tenía más de postura tripera que de conclusión epistemológica, igual que la última afirmación de Stephen Hawking sobre la inexistencia de algo más allá de la muerte cerebral. Ambas están formuladas con la misma seguridad con la que un miembro del sacro colegio cardenalicio defendería lo contrario (o con la que el presente máximo gestor de la Banca Vaticana denosta más que respetables tradiciones espirituales). Respecto al anuncio de Hawking habría que acotar que este tipo de afirmación siempre hace referencia a la existencia individual de cada psique, y es ahí donde puede radicar el malentendido. La tradición judeocristiana, al igual que la posterior tradición musulmana, hace referencia a la vida más allá de la muerte en relación con las personas individualmente tratadas, en un plano de existencia análogo al terrenal, pero transfigurado. La visión hinduista-budista recoge también (especialmente la hinduista) los azares de una existencia individual que se va purificando a través de la metempsicosis hasta llegar a desvanecerse en un nirvana desprovisto de de cualquier forma (y, por tanto, de cualquier individualidad). La visión taoísta establece desde el principio la existencia no-nacida ni perecedera del Tao, única realidad absoluta que da lugar a las diferentes realidades relativas. La existencia individual, recordémoslo, no apareció con la vida, sino con estructuras más evolucionadas. Los organismos monocelulares procariotas representan una forma de vida muy arcaica (sin núcleo celular y sin capacidad de generar organismos pluricelulares) cuyos “individuos” se reproducen mayormente de forma asexual (es decir, sin intercambio de ADN), por simple división, cosa que los hace “inmortales”. Con la aparición de la reproducción sexual apareció, por tanto, la muerte individual. Y ya no recuerdo hacia donde se dirigía esta frustada y supuestamente grave reflexión…

martes, 24 de mayo de 2011

Teoría, normas, códigos



Tradicionalmente los conocimientos teóricos y prácticos sobre cualquier disciplina se han separado con objeto de facilitar su comprensión y digestión. En el caso de las artes, la teoría se ha extraído necesariamente de la práctica, aunque después se ha proyectado de alguna manera en un mundo ideal preexistente. El estudio de la música, más concretamente, se ha basado durante mucho tiempo (y se sigue basando de forma mayoritaria) en unos códigos y normas extraídas de unos momentos históricos concretos en los que se ha visto representar un ideal a seguir. Lo más divertido del caso es que los grandes maestros de esas épocas constantemente infringen tales códigos y normas, que parecen ser seguidas al pie de la letra solamente por sus más mediocres coetáneos. Así, los contenidos de los manuales de armonía y formas musicales (dos parcelas muy representativas de la situación que describo) explican lo que la época de Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert consideraba un ideal clásico fruto de la Ilustración, pero que ninguno de estos maestros siguió a rajatabla en sus obras (especialmente las de madurez). La literatura popular romántico-sentimental ha puesto en boca de Beethoven –especialmente dado a los exabruptos, parece ser-sabrosas y míticas frases al respecto, como la respuesta dada a su discípulo Riess cuando éste le hizo notar la presencia de las prohibidas quintas paralelas en una obra reciente: “-¿Quién las prohibe? –pues Fuchs, Albrechtsberger, toda la Academia –Pues fíjate bien: yo, Yo las permito” (aunque mi frase pseudoapócrifa favorita de Beethoven sea la respuesta dada a Czerny a la pregunta de por qué la octava sinfonía era menos popular que la séptima: “¡Porque la octava es mucho mejor!”). Pero es que ni el tranquilo Haydn, creador además de las formas clásicas (sinfonía, cuarteto, forma sonata) se está de alejarse cuanto puede en el catálogo de su vejez. Mozart y Schubert, pese a haber vivido muchos menos años que sus colegas, no se quedaron cortos en sus desviaciones al supuesto ideal clásico. Todos estos compositores (especialmente los tres primeros), más que revolucionar en sus últimos años formas y armonías lo que hicieron fue acudir a modelos pretéritos (¡la barroca fuga!) en busca de novedad. Una vez más, el avance se logra negando la generación de los padres y buscando inspiración en la de los abuelos. Conclusión: lós códigos y normas están bien para conocerlos y luego arrojarlos por la borda. Como le dijo a Debussy su maestro de armonía Ernest Giraud (y esta cita no es pseudomítica) “solo ahora, una vez que usted conoce bien las reglas, está en condiciones de prescindir de ellas”.

martes, 17 de mayo de 2011

Progresos


                        Cuando hacemos servir la palabra progreso sin un claro contexto que la delimite (normalmente en mayúscula: Progreso) o también con un epíteto que la generalice (como Progreso Humano) vienen a nuestra mente, en primera instancia, muchos logros tecnológicos que hacen la vida aparentemente más cómoda pero a la vez le dan un aire más amenazador. Hemos logrado multiplicar las cosechas (para luego tirar buena parte de la comida que producimos) a costa de envenenar los campos. Tenemos una gran capacidad de viajar rápidamente a cualquier sitio a costa de envenenar el aire. Producimos plástico suficiente para embalsamar toda la Tierra a costa de envenenar los mares. Hemos desarrollado la medicina hasta límites insospechados hace unas décadas a costa de provocar largas agonías. Pero el Progreso no es eso. Se refiere más bien a la evolución global atendiendo a todos los parámetros que rodean nuestra existencia, desde el desarrollo del sentido moral hasta el de la mente, desde el desarrollo material y tecnológico hasta el espiritual y artístico. El progreso tecnológico desequilibrado respecto a los otros desarrollos es especialmente peligroso (como la posesión de armas nucleares por parte de un integrista). Solamente cuando equilibramos armónicamente las evoluciones de todos los aspectos podremos escapar de las formas más insidiosas de la falacia pre-trans que aparecen perfectamente epitomizadas en el impresionante dibujo que acompaña este comentario.

viernes, 6 de mayo de 2011

Recuerdos


Toda la constelación de elementos que giran alrededor del tiempo,  desde su percepción hasta el propio concepto forma parte del engranaje básico de la conciencia. A lo largo de la historia han surgido infinidad de concepciones del tiempo. Y estas reflexiones han ido versando sucesivamente sobre la naturaleza del tiempo, sobre su categoría ontológica, sobre su relación con el conocimiento humano y su ámbito de aplicación, sobre sus diferentes variedades, sobre la psicología de su percepción. Desde San Agustín hasta el sistema de jerarquías temporales anidadas del recientemente fallecido J.T. Fraser hemos asistido a un verdadero despliegue de conceptos y clasificaciones. Una de las más famosas concepciones de la temporalidad es debida a Henri Bergson y hace hincapié en el tiempo como duración y su asociación con la memoria como recuerdo, huella, paso del tiempo que desdibuja la consciencia, reminiscencia…El tiempo bergsoniano es el limes a través del cual los procesos se nos presentan como objetos. Conforme avanzamos en edad –experiencia- la sensación del paso del tiempo se nos hace cada vez más presente con la consiguiente percepción de aceleración (ya que las unidades de tiempo físico representan cada vez una fracción menor de nuestra experiencia) y llegamos a otorgar una mayor relevancia a sucesos cada vez más alejados del momento presente, con el consiguiente peligro de regresión. Al final de todo está el principio pero no el principio inocente sino la percatación  (realization) solamente consumada por la experiencia global. Rosebud sólo se puede añorar cuando se ha recorrido todo el camino.