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lunes, 13 de abril de 2020

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            Cada vez existen más escritos, libros, artículos (y algunos blogs como éste) que hablan de una nueva época, de una nueva cosmovisión. Aunque raramente tales propuestas desgranan o muestran lo esencial del asunto. Normal: todavía nos faltan elementos para describir aquello que está naciendo porque estos elementos nos serán proporcionados por la nueva visión. Si suponemos que podemos describirla con ayuda de elementos de los que disponemos antes de su nacimiento estamos cayendo en una falacia cognitiva. Esta falacia cognitiva podría incluirse dentro de aquellas tendencias que los filósofos de las últimas décadas califican de realismo (este término, por cierto, al igual que el de idealismo, ha significado cosas enormemente diferentes a lo largo de los siglos). Esta falacia adquiere por tanto la forma “existe algo fuera del espacio y del tiempo a lo que podemos acceder on demand para describir cualquier caso o situación que se nos presente en cualquier momento de la historia” (irónicamente, a esta forma de realismo en la Antigüedad se lo conocía como idealismo). Si podemos acceder en cualquier momento es que tenemos una visión sintética a-histórica y objetiva (lo que la ciencia supone tácitamente que utiliza en sus quehaceres). Esta idea va pareja a la tendencia que tenemos los humanos a proyectar fuera de nosotros cualquier contingencia a la que bautizamos con nombre y apellido mientras nos alienamos de ella. Cada época ha generado sus proyecciones, cuyos nombres han atravesado después por diferentes períodos históricos (así: Dios, Razón, Substancia, Fundamento). Una parte del trabajo a hacer en la nueva época será el de asumir las proyecciones, asumir las creencias y asumir la subjetividad (todas ellas siempre serán necesarias para nosotros como el aire que respiramos). Deberemos ascender un orden dimensional para que cuando miremos atrás veamos que nuestros asuntos últimos no eran más que un caso particular dentro de la nueva situación, que ha visto ampliado el orden de las cosas. Solamente cuando todas estas grandes estructuras se vayan asentando podrá cristalizar una nueva época. Pero quizás para llegar a ella se tenga que pasar por una importante involución que nos haga redescubrir nuestra naturaleza.

miércoles, 8 de abril de 2020

Marne




                   Cuenta el poeta Jean Cocteau que cierto día del mes de agosto de 1914 fue de excursión a orillas del Marne en compañía de Paul Morand. Mientras regresaban a París se percataron de que algo había sucedido porque los caminos estaban llenos de militares y de agitación. Francia acababa de declarar la guerra a Alemania en lo que eran los inicios de la I Guerra Mundial. Cocteau explica que aquel pequeño automóvil no los había llevado a una excursión dominical, sino que los había conducido en realidad a una nueva época. Nuestra crisis actual no permite el aislamiento de los paseos por el Marne: todo el planeta esta virtualmente ocupado por la epidemia. Aunque por otro lado puede también parecerse al coche de 1914: podemos aparecer en realidad en una nueva época. Esta supuesta nueva época no sería tanto la consecuencia de la crisis, como su catarsis. Las redes están estos días llenas de reflexiones al respecto. En general hacen referencia al futuro inmediato y a los aspectos mas exotéricos (que no por ello dejan de ser relevantes) de toda la cuestión. Así, Y.N. Harari nos previene sobre una temible consecuencia directa de la crisis: que pueda llegar a ser una puerta abierta para que los ciudadanos sean aun más controlados de forma continua en sus movimientos, estado de salud,... a la vez que reclama una comunidad planetaria que gestione la crisis. En parecidos términos se expresa el todavía agudo a pesar de sus 99 años E. Morin en un reciente escrito. Pero la nueva época a la que yo apunto no es meramente sociológica ni política - que también tienen su tasa cada uno de estos campos-. Los aspectos mas diversos de cualquier época vienen dados por su weltanchaaung, el llamado espíritu de la época, su cosmovisión. Hemos estado concediendo a la postmodernidad la categoría no ya de época sino de estado definitivo: una especie de anti-época donde gracias a la ciencia se ha alcanzado un punto de vista absoluto, objetivo y no mediatizado, lo que el filósofo estadounidense H. Putnam denominaba "la perspectiva de Dios". Y esta especie de detención de la evolución no evolución genética sino mas bien noética- nos ha llevado a un lugar muy poco estable que nos esta asfixiando por momentos. Este lugar es naturalmente movedizo porque no se asienta en ninguna estructura sólida. Las anteriores estructuras sólidas se acabaron fundiendo y el magma transformador resultante todavía no ha solidificado en una nueva estructura estable. Algunas de las reflexiones que se mueven estos días sugieren que la humanidad debe aprender de sus errores y que ahora tenemos la oportunidad de ser mejores. Estoy convencido de que la tibieza moral y la inconsciencia social no son el fruto de una elección sino de un contexto y de una (falta de) estructura profunda. Aunque nuestra cosmovisión va cambiando y se va re-situando el proceso es extremadamente lento. Sólo cuando una parte significativa de la humanidad (empezando por aquellos que tienen más poder e influencia -no solamente político o económico-) haya migrado su estructura mental profunda será cuando la nueva época estará vigente. Para que esto suceda es necesaria la evolución del sistema planetario y de cada una de sus partes. A una muy buena parte del poder -ahora sí económico y político- la involución que ha sufrido la población en las últimas décadas le ha generado pingües beneficios y es por ello que no se ha hecho nada por evitarla, enarbolando siempre la bandera de la “corrección política” y la peligrosa política del mercantilista “me gusta”. En los años noventa todavía era posible leer en la prensa general reseñas culturales serias para un público amplio, cosa que ha ido en franca retirada. Una gran mayoría de la ciudadanía entiende todavía el concepto de una nueva época como la de unos nuevos contenidos de la mente en vez de una nueva forma de pensar. Insisto: la Modernidad empezó a sacar la cabeza en el XV, nació en el XV, culminó en la segunda mitad del XVIII, empezó a tambalearse a principios del XX y dejó de ser efectiva de facto durante el último tercio del XX. Lo que nos ha quedado es su cadáver, que nos negamos a enterrar, no por olvidarle sino por honrar a nuestro antepasado. La Ilustración, culminación y joya de la Modernidad, pecaba de algo ahora imperdonable: el etnocentrismo. Y ello no es imperdonable por “corrección política” hueca sino por limitación de la visión. He dicho en otras ocasiones que Oriente es el complemento dialéctico de Occidente y viceversa. Si Oriente ha progresado por incorporación de las ideas de Occidente el único camino que le queda a Occidente para progresar consiste en incorporar las ideas de Oriente. Y no me refiero a las formas y apariencias que el New Age nos sigue proponiendo sino algo más profundo. Estas ideas ya están subyacentes en el arte, la filosofía y buena parte de la ciencia del último siglo. Estas disciplinas no han descubierto contenidos que hayan arrastrado hacia nuestra mente, sino que han inventado cosmovisiones que han ido modelando nuestra forma de pensar. Aunque esto no se logre en un día, por terrible que esté siendo la pandemia. Si no otra cosa, el virus está haciendo disminuir -que no desaparecer- la carga de estupidez involutiva y nos brinda una pausa reflexiva que puede contribuir a acelerar los procesos mencionados, junto con la crisis económica que se nos avecina.